8

—¿Quién…? ¡Ah, eres tú! —dijo Bonnie, dando un respingo al sentir que le tocaban el codo—. Me asustaste. No te oí acercarte.

Stefan comprendió que tendría que ser más cuidadoso. En los pocos días que había faltado a las clases había perdido la costumbre de andar y moverse como los humanos y regresado a la zancada silenciosa y perfectamente controlada del cazador.

—Lo siento —se disculpó mientras andaban uno junto al otro por el pasillo.

—No pasa nada —replicó Bonnie con un valiente intento de parecer despreocupada, aunque sus ojos castaños estaban muy abiertos y más bien fijos al frente—. ¿Y qué estás haciendo hoy aquí? Meredith y yo pasamos por la casa de huéspedes esta mañana para echarle un vistazo a la señora Flowers, pero nadie abrió la puerta. Y no te vi en biología.

—Vine esta tarde. He vuelto a la escuela. Por lo menos durante el tiempo necesario para encontrar lo que buscamos.

—Para espiar a Alaric, quieres decir —masculló ella—. Le dije a Elena ayer que me lo dejara a mí. ¡Uy! —añadió, cuando una pareja de alumnos de tercero que pasaba se la quedó mirando fijamente.

Miró a Stefan poniendo los ojos en blanco. De común acuerdo, se metieron por un pasillo lateral y marcharon hacia un hueco de escalera que estaba vacío. Bonnie se recostó contra la pared con un gemido de alivio.

—Tengo que recordar no pronunciar su nombre —dijo lastimeramente—, pero es tan sumamente difícil… Mi madre me preguntó cómo me sentía esta mañana, y estuve a punto de decirle: «Estupendamente», ya que vi a Elena anoche. No sé cómo vosotros dos guardasteis… ya sabes qué… en secreto tanto tiempo.

Stefan sintió que una sonrisa afloraba a sus labios muy a su pesar. Bonnie era como un gatito de seis semanas, todo encanto y sin la menor inhibición. Siempre decía exactamente lo que pensaba, incluso aunque contradijera por completo lo que acababa de decir un instante antes; pero todo lo que hacía surgía del corazón.

—Estás de pie en un corredor vacío con un ya sabes qué en estos momentos —le recordó con picardía.

—Ahhh. —Los ojos volvieron a abrirse de par en par—. Pero tú no lo harías, ¿verdad? —añadió, aliviada—. Porque Elena te mataría… Ay, cielos. —Buscando otro tema, tragó saliva y siguió—: Así pues…, ¿cómo fueron las cosas anoche?

El humor de Stefan se ensombreció inmediatamente.

—No muy bien. Ah, Elena está bien; duerme a salvo.

Antes de que pudiera seguir hablando, sus oídos captaron pisadas al final del pasillo. Tres chicas de último curso pasaban por delante, y una se separó del grupo al ver a Stefan y a Bonnie. El rostro de Sue Carson estaba pálido y tenía los ojos enrojecidos, pero les sonrió.

—Sue, ¿cómo te encuentras? —inquirió Bonnie, llena de preocupación—. ¿Cómo está Doug?

—Estoy bien. Él está bien, también, o al menos lo estará. Stefan, quería hablar contigo —añadió de corrido—. Sé que mi padre te dio las gracias ayer por ayudar a Doug como lo hiciste, pero quería darte las gracias yo también. Quiero decir que sé que la gente de la ciudad ha actuado de un modo horrible contigo y… bueno, simplemente me sorprendió que te importásemos lo suficiente como para ayudar. Pero me alegro. Mamá dice que le salvaste la vida a Doug. Y, por tanto, simplemente quería darte las gracias y decir que lo siento… respecto a todo.

La voz le temblaba al final del discurso. Bonnie sorbió por la nariz y hurgó en su mochila en busca de un pañuelo, y por un momento pareció como si Stefan fuera a acabar atrapado en una escalera con dos mujeres sollozantes. Consternado, se estrujó el cerebro en busca de una distracción.

—No pasa nada —dijo—. ¿Cómo está Salvatore hoy?

—Está en la perrera. Retienen a los perros en cuarentena allí, a todos los que consiguieron reunir.

Sue se secó los ojos y se irguió, y Stefan se relajó, viendo que el peligro había pasado. Un silencio incómodo descendió sobre ellos.

—Bueno —dijo Bonnie finalmente a Sue—, ¿te has enterado de lo que ha decidido la junta del colegio sobre el Baile de la Nieve?

—Oí que se reunieron esta mañana y que casi puede decirse que han decidido permitirnos celebrarlo. Alguien dijo que hablaban sobre tener una protección policial, no obstante. Vaya, ése es el último timbre. Será mejor que vayamos a clase de historia antes de que Alaric nos ponga sanciones a todos.

—Vamos en un minuto —dijo Stefan, y añadió con indiferencia—: ¿Cuándo es ese Baile de la Nieve?

—Es el trece; el viernes por la noche, ya sabes —respondió Sue, y luego hizo una mueca—. Ah Dios mío, viernes trece. No pensé en eso. Pero me recuerda que había otra cosa que quería deciros. Esta mañana quité mi nombre de la lista para la nominación de la reina de la nieve. Me… me pareció lo correcto, en cierto modo. Eso es todo. —Sue se alejó a toda prisa, casi corriendo.

La mente de Stefan trabajaba a toda velocidad.

—Bonnie, ¿qué es este Baile de la Nieve?

—Bueno, es el baile de Navidad en realidad, sólo que tenemos una reina de la nieve en lugar de una reina de la Navidad. Tras lo sucedido el Día de los Fundadores, pensaban cancelarlo, y luego con lo de los perros de ayer… Pero parece que van a celebrarlo después de todo.

—El viernes trece —dijo Stefan en tono sombrío.

—Sí. —Bonnie volvía a parecer asustada, encogiéndose e intentando pasar inadvertida—. Stefan, no me mires de ese modo, me estás asustando. ¿Qué sucede? ¿Qué crees que sucederá en el baile?

—No lo sé.

Pero algo sucedería, pensaba Stefan. Fell's Church no había tenido una celebración pública que hubiese escapado a una visita del Otro Poder, y aquélla probablemente sería la última festividad del año. Pero de nada servía hablar sobre ello en aquel momento.

—Vamos —dijo—. Llegamos realmente tarde.

Tenía razón. Alaric Saltzman estaba ante la pizarra cuando entraron, como lo había estado el primer día que había aparecido en el aula de historia. Si le sorprendió verlos llegar tarde, o aparecer siquiera, lo ocultó impecablemente, ofreciendo una de sus sonrisas más amistosas.

«Así que tú eres el que está cazando al cazador —pensó Stefan, ocupando su asiento y estudiando al hombre que tenía delante—. Pero ¿eres algo más que eso? ¿El Otro Poder de Elena quizá?

A primera vista, nada parecía más improbable. Los cabellos rubio rojizos de Alaric, que llevaba un poquitín demasiado largos para ser un profesor, su sonrisa juvenil, su testarudo buen humor, todo contribuía a dar una impresión de inocencia. Pero Stefan había recelado desde el principio de lo que había bajo aquel exterior inofensivo. Con todo, no parecía muy probable que Alaric Saltzman estuviera detrás del ataque contra Elena o el incidente con los perros. Ningún disfraz podría ser tan perfecto.

Elena. La mano de Stefan se cerró con fuerza bajo el pupitre, y un lento dolor despertó en su pecho. No había sido su intención pensar en ella. El único modo en que había conseguido seguir adelante los últimos cinco días había sido manteniéndola en el linde de su mente, sin permitir que su imagen se acercara más. Pero, desde luego, el esfuerzo de mantenerla lejos, a una distancia segura, absorbía la mayor parte de su tiempo y su energía. Y aquél era el peor sitio de todos en el que estar, en una aula en la que se impartía una asignatura que le importaba un comino. No había nada que hacer allí, aparte de pensar.

Se obligó a respirar lentamente y con calma. Ella estaba bien; eso era lo importante. Nada más importaba en realidad. Pero incluso mientras se lo decía, los celos se clavaron en él igual que las trallas de un látigo. Porque cada vez que pensaba en Elena ahora, tenía que pensar también en él.

En Damon, que era libre de ir y venir a placer. Que incluso podría estar con Elena en aquel instante.

La ira ardió en la mente de Stefan, brillante y fría, mezclándose con el ardiente dolor de su pecho. Seguía sin estar convencido de que no fue Damon quien lo había arrojado con toda tranquilidad, herido e inconsciente, al interior de un pozo abandonado para que muriera. Y se tomaría la idea de Elena sobre el Otro Poder mucho más en serio si estuviera totalmente seguro de que Damon no la había conducido a la muerte. Damon era malvado, carecía de misericordia y de escrúpulos.

»¿Y qué ha hecho él que no haya hecho yo? —se preguntó Stefan apesadumbrado, por centésima vez—. Nada.»

Excepto matar.

Stefan había intentado matar. Su intención había sido matar a Tyler. Al recordarlo, el fuego frío de su ira contra Damon se apaciguó, y en su lugar echó una ojeada a un pupitre situado al fondo de la sala.

Estaba vacío. Aunque Tyler había abandonado el hospital el día anterior, el muchacho no había regresado a la escuela. Con todo, no había ningún peligro de que recordara nada de aquella tarde espeluznante. La sugestión subliminal de que olvidara se mantendría durante un tiempo, siempre y cuando nadie se dedicara a hurgar en la mente del muchacho.

Advirtió de improviso que contemplaba fijamente el pupitre vacío de Tyler con ojos entrecerrados y meditabundos. Mientras desviaba la mirada, captó la mirada de alguien que le había estado observando hacerlo.

Matt giró la cabeza con rapidez y se inclinó sobre su libro de historia, pero no antes de que Stefan viera su expresión.

«No pienses en eso. No pienses en nada», se dijo Stefan, e intentó concentrarse en la clase de Alaric Saltzman sobre la guerra de las Rosas.

5 de diciembre; no sé la hora,

probablemente primeras horas de la tarde.

Querido diario:

Damon te trajo de vuelta a mí esta mañana. Stefan dijo que no quería que volviera a entrar en el desván de Alaric. Es la pluma de Stefan la que estoy usando. Yo ya no poseo nada, o al menos no tengo acceso a ninguna de mis cosas, y tía Judith echaría de menos la mayoría de ellas si las cogiera. En estos momentos estoy sentada en un granero detrás de la casa de huéspedes. No puedo ir a los lugares donde duerme la gente, ya sabes, a menos que me inviten a entrar. Imagino que los animales no cuentan, porque hay algunas ratas durmiendo bajo el heno y una lechuza en las vigas del techo. En estos momentos, nos ignoramos mutuamente.

Intento con todas mis fuerzas no ponerme histérica.

Pensé que escribir ayudaría. Algo normal, algo familiar. Excepto que nada en mi vida es ya normal.

Damon dice que me acostumbraré más de prisa si me deshago de mi antigua vida y abrazo la nueva. Parece pensar que es inevitable que me vuelva como él. Dice que nací para ser una cazadora y que no tiene sentido hacer las cosas a medias.

Anoche cacé un ciervo. Un venado, porque era el que hacía más ruido, estrellando las astas contra las ramas de los árboles, desafiando a otros machos. Bebí su sangre.

Cuando examino este diario, todo lo que puedo ver es que yo buscaba algo, algún lugar al que pertenecer. Pero no es éste. Esta nueva vida no lo es. Me da miedo en lo que puedo convertirme si empiezo a pertenecer a este lugar.

Dios mío, estoy asustada.

La lechuza es casi totalmente blanca, especialmente cuando extiende las alas de modo que puedes ver la parte inferior. Por atrás parece más dorada. Tiene un poquitín de dorado alrededor de la cara. Me mira fijamente en este momento porque hago ruidos, intentando no llorar.

Es curioso que todavía pueda llorar. Supongo que son las brujas, y no los vampiros, las que no pueden.

Ha empezado a nevar fuera. Me estoy arrebujando bien en mi capa.

Elena colocó el pequeño libro bien pegado al cuerpo y alzó el suave terciopelo verde de la capa hasta la barbilla. El granero estaba completamente silencioso, a excepción de las respiraciones apenas perceptibles de los animales que dormían allí. Fuera, la nieve se fue amontonando igual de silenciosa, cubriendo el mundo con una envoltura de quietud. Elena la contempló fijamente con ojos que miraban sin ver, apenas reparando en las lágrimas que le corrían por las mejillas.

—¿Y podrían Bonnie McCullough y Caroline Forbes, por favor, quedarse un momento después de la clase? —dijo Alaric cuando sonó el último timbre.

Stefan frunció el entrecejo, y lo frunció aún más al ver a Vickie Bennet rondando fuera de la puerta abierta del aula de historia, con la mirada huraña y asustada.

—Estaré justo ahí fuera —dijo de manera significativa a Bonnie, que asintió.

Añadió un admonitorio alzamiento de cejas y la muchacha respondió con una expresión virtuosa. «No me pescarás diciendo nada que no deba decir», indicaba la expresión.

Mientras salía, Stefan sólo deseó que ella pudiera cumplirlo.

Vickie Bennett entraba cuando él abandonaba el aula, y tuvo que hacerse a un lado. Pero eso le hizo cruzarse en el camino de Matt, que había salido por la otra puerta e intentaba marchar pasillo adelante tan de prisa como le fuera posible.

Stefan le agarró del brazo maquinalmente.

—Matt, espera.

—Suéltame.

El puño de Matt se alzó, y éste lo contempló con aparente sorpresa, como si no estuviera seguro de qué era lo que debía enojarle tanto. Pero cada músculo de su cuerpo intentaba desasirse de Stefan.

—Sólo quiero hablar contigo. Sólo un minuto, ¿de acuerdo?

—No tengo un minuto —respondió Matt, y por fin sus ojos, de un azul un tanto menos complicado que el de Elena, se encontraron con los de Stefan.

Pero había una vacuidad en lo más profundo de ellos que recordó a Stefan la expresión de alguien que había sido hipnotizado o que estaba bajo la influencia de algún poder.

Sólo que no se trataba de ningún poder aparte del de la propia mente de Matt, comprendió bruscamente. Era lo que el cerebro humano se hacía a sí mismo al verse enfrentado a algo que simplemente no podía manejar. Matt había desconectado.

Poniéndolo a prueba, Stefan dijo:

—Sobre lo sucedido el sábado por la noche…

—No sé de qué estás hablando. Oye, dije que tenía que irme, maldita sea.

El rechazo era como una fortaleza tras los ojos de Matt. Pero Stefan tenía que volver a probarlo.

—No te culpo por estar enojado. De ser tú, estaría furioso. Y sé lo que es no querer pensar, en especial cuando pensar puede volverte loco.

Matt sacudía negativamente la cabeza, y Stefan paseó la mirada por el corredor. Estaba casi vacío, y la desesperación hizo que estuviera dispuesto a arriesgarse. Bajó la voz.

—Pero quizá te gustaría saber al menos que Elena está despierta, y está mucho…

—¡Elena está muerta! —chilló Matt, atrayendo la atención de todos los que estaban en el pasillo—. ¡Y te dije que me soltaras! —añadió, totalmente ajeno a la presencia de espectadores, y empujó a Stefan violentamente.

Fue tan inesperado que el joven dio un traspié hacia atrás, chocando con las taquillas, y estuvo a punto de quedar tumbado en el suelo. Clavó los ojos en Matt, pero éste no volvió la cabeza ni una vez mientras marchaba por el corredor.

Stefan pasó el resto del tiempo hasta la salida de Bonnie contemplando simplemente la pared. Había un cartel allí del Baile de la Nieve, y sabía de memoria cada centímetro de él cuando por fin salieron las chicas.

A pesar de todo lo que Caroline había intentado hacerles a Elena y a él, Stefan descubrió que era incapaz de sentir el menor odio por ella. Los cabellos castaño rojizos aparecían descoloridos, y el rostro, angustiado. En lugar de ser esbelta, la postura parecía sencillamente marchita, se dijo mientras la contemplaba alejarse.

—¿Todo bien? —le preguntó a Bonnie cuando empezaron a andar juntos.

—Sí, por supuesto. Alaric simplemente sabe que las tres, Vickie, Caroline y yo, hemos pasado por algo terrible, y quiere que sepamos que nos apoya —dijo Bonnie, pero incluso su emperrado optimismo respecto al profesor de historia sonaba un poco forzado—. Aunque ninguna de nosotras le contó nada. Va a celebrar otra reunión en su casa la semana próxima —añadió con vivacidad.

«Maravilloso», pensó Stefan. Normalmente, habría dicho algo al respecto, pero en aquel momento se sentía trastornado.

—Ahí está Meredith —dijo.

—Debe de estar esperándonos… No, se aleja por el ala de historia —indicó Bonnie—. Eso es curioso, le dije que me encontraría con ella aquí.

Era más que curioso, se dijo Stefan. Sólo había podido captar una imagen fugaz de la muchacha cuando ésta doblaba la esquina, pero esa visión fugaz se había quedado clavada en su mente. La expresión del rostro de Meredith había sido calculadora, vigilante, y la forma de andar, furtiva. Como si intentara hacer algo sin que la vieran.

—Regresará dentro de un minuto cuando vea que no estamos allí —dijo Bonnie, pero Meredith no regresó al cabo de un minuto, ni de dos, ni de tres.

En realidad, transcurrieron casi diez minutos antes de que apareciera, y entonces pareció sobresaltarse al ver a Stefan y a Bonnie esperándola.

—Lo siento, me entretuvieron —dijo con frialdad, y Stefan tuvo que admirar su serenidad.

Pero el muchacho se preguntó qué había tras ella, y únicamente Bonnie estuvo de humor para charlar mientras los tres abandonaban la escuela.

—Pero la última vez utilizaste fuego —dijo Elena.

—Eso fue porque buscábamos a Stefan, a una persona concreta —replicó Bonnie—. En esta ocasión intentamos predecir el futuro. Si fuera simplemente tu futuro personal el que intentara predecir, miraría en tu palma, pero estamos intentando encontrar algo general.

Meredith entró en la habitación, manteniendo cuidadosamente en equilibrio un cuenco de porcelana lleno de agua hasta el borde. En la otra mano sostenía una vela.

—Tengo el material —anunció.

—El agua era sagrada para los druidas —explicó Bonnie mientras Meredith depositaba el recipiente en el suelo y las tres muchachas se sentaban a su alrededor.

—Al parecer, absolutamente todo era sagrado para los druidas —dijo Meredith.

—Chist. Ahora coloca la vela en la palmatoria y enciéndela. Luego verteré cera fundida en el agua, y las formas que tome me dirán las respuestas a tus preguntas. Mi abuela usaba plomo fundido, y dijo que su propia abuela usaba plata fundida, pero me indicó que la cera serviría. —Una vez que Meredith hubo encendido la vela, Bonnie la miró de soslayo y aspiró profundamente—. Cada vez me asusta más hacer esto —declaró.

—No tienes que hacerlo —dijo Elena con suavidad.

—Lo sé. Pero quiero hacerlo… esta vez. Además, no son esta clase de rituales los que me asustan; lo terrible es que se apoderen de mí. Lo odio. Es como si otra persona se metiera en mi cuerpo.

Elena frunció el entrecejo y abrió la boca, pero Bonnie seguía diciendo:

—De todos modos, ahí vamos. Apaga las luces, Meredith. Dadme un minuto para que me ponga en situación y luego haced vuestras preguntas.

En el silencio de la habitación en penumbra, Elena contempló cómo la luz de la vela titilaba sobre las pestañas bajadas de Bonnie y el rostro grave de Meredith. Bajó la mirada a sus propias manos sobre su regazo, pálidas en contraste con la negrura del suéter y las mallas que Meredith le había prestado. Luego observó la danzarina llama.

—De acuerdo —dijo Bonnie en voz queda, y tomó la vela.

Los dedos de Elena se entrelazaron, cerrándose con fuerza, pero habló en voz baja para no romper la atmósfera.

—¿Quién es el Otro Poder de Fell's Church?

Bonnie ladeó la vela de modo que la llama lamiera los bordes. Cera caliente se derramó igual que agua dentro del cuenco y formó glóbulos redondos allí.

—Ya me temía eso —murmuró Bonnie—. Eso no es una respuesta, no es nada. Probad con una pregunta diferente.

Desilusionada, Elena se sentó hacia atrás, clavándose las uñas en las palmas de las manos. Fue Meredith quien habló.

—¿Podemos encontrar a este Otro Poder si lo buscamos? ¿Y podemos derrotarlo?

—Ésas son dos preguntas —dijo Bonnie entre dientes mientras volvía a inclinar la vela.

En esta ocasión la cera formó un círculo, un grumoso aro blanco.

—¡Eso es unidad! El símbolo de la gente que se toma de la mano. Significa que podemos hacerlo si nos mantenemos unidas.

La cabeza de Elena se irguió violentamente. Eran casi las mismas palabras que había dicho a Stefan y Damon. Los ojos de Bonnie brillaban emocionados, y las tres amigas intercambiaron una sonrisa.

—¡Vigila! Sigues vertiendo cera —advirtió Meredith.

Bonnie enderezó rápidamente la vela, volviendo a mirar en el interior del cuenco. La cera recién caída había formado una fina línea recta.

—Eso es una espada —dijo despacio—. Significa sacrificio. Podemos hacerlo si nos mantenemos unidas, pero no sin sacrificio.

—¿Qué clase de sacrificio? —preguntó Elena.

—No lo sé —dijo Bonnie con rostro preocupado—. Eso es todo lo que puedo deciros esta vez.

Volvió a introducir la vela en la palmatoria.

—¡Uf! —exclamó Meredith mientras se ponía en pie para encender las luces; Elena también se levantó.

—Bueno, al menos sabemos que podemos vencerle —dijo, tirando hacia arriba de las mallas, que eran demasiado largas para ella.

Captó su imagen en el espejo de Meredith. Desde luego, ya no parecía la Elena Gilbert siempre a la última moda de la escuela secundaria. Toda vestida de negro de aquel modo, parecía pálida y peligrosa, como una espada envainada. Los cabellos le caían de cualquier modo sobre los hombros.

—En la escuela no me conocerían —murmuró con una punzada de dolor.

Resultaba extraño que le importara ir a la escuela, pero así era. Era porque no podía hacerlo, supuso. Y porque había sido reina allí durante tanto tiempo y había organizado las cosas durante tanto tiempo que era casi increíble que no pudiera volver a pisarla nunca más.

—Podrías ir a algún otro lugar —sugirió Bonnie—. Quiero decir, una vez que esto finalice, podrías terminar el año escolar en algún lugar donde nadie te conozca. Como hizo Stefan.

—No, no lo creo. —Elena estaba de un humor extraño esa noche, tras pasar el día sola en el granero contemplando la nieve—. Bonnie —dijo bruscamente—, ¿querrías volver a leer mi palma? Quiero que me digas mi futuro, mi futuro personal.

—Ni siquiera sé si recuerdo todo lo que mi abuela me enseñó… Pero, de acuerdo, lo intentaré —transigió la muchacha—. Espero que no haya más desconocidos morenos de por medio, eso es todo. Tienes ya entre manos todo lo que puedes controlar. —Lanzó una risita mientras tomaba la mano extendida de Elena—. ¿Recuerdas cuando Caroline preguntó qué podías hacer con dos? Me parece que ahora ya lo estás descubriendo, ¿eh?

—Simplemente lee mi palma, ¿quieres?

—De acuerdo, ésta es tu línea de la vida…

El parloteo de Bonnie se interrumpió casi antes de empezar. Clavó la mirada en la mano de Elena, con el miedo y la aprensión reflejados en el rostro.

—Debería discurrir hasta aquí abajo —dijo—. Pero queda interrumpida tan pronto…

Elena y ella se miraron sin hablar por un momento, mientras Elena sentía cómo la misma aprensión se solidificaba en su interior. Entonces Meredith intervino:

—Bueno, pues claro que es corta —dijo—. Simplemente significa lo que ya sucedió, cuando Elena se ahogó.

—Sí, por supuesto, eso debe de ser —murmuró Bonnie.

Soltó la mano de Elena, y ésta retrocedió lentamente.

—Eso es, desde luego —repitió con voz más potente.

Elena volvía a contemplar el espejo. La muchacha que le devolvía la mirada era hermosa, pero había una sabiduría triste en sus ojos que la antigua Elena Gilbert nunca había tenido. Advirtió que Bonnie y Meredith la contemplaban.

—Eso debe de ser —dijo como quitándole importancia, pero su sonrisa no se reflejó en los ojos.