—Ya ha efectuado su elección. Lo viste tú mismo cuando nos «interrumpiste». Ya has elegido, ¿no es cierto, Elena? —Stefan lo dijo no con petulancia, ni como una exigencia, sino con una especie de bravata desesperada.
—Yo… —Elena alzó los ojos—. Stefan, te amo. Pero no lo comprendes, si tengo que hacer una elección justo ahora, tengo que elegir que todos permanezcamos juntos. Sólo por ahora. ¿Lo comprendes? —Al ver únicamente inflexibilidad en el rostro de Stefan, volvió la cabeza hacia Damon—. ¿Lo comprendes tú?
—Eso creo —Le dedicó una sonrisa confidencial y posesiva—. Dije a Stefan desde el principio que era egoísta al no compartirte. Los hermanos deberían compartir las cosas, ya sabes.
—Eso no es lo que quería decir.
—¿No lo es? —Damon volvió a sonreír.
—No —dijo Stefan—. Yo no lo entiendo, y no veo cómo puedes pedirme que trabaje con él. Es malvado, Elena. Mata por placer; carece por completo de conciencia. No le importa Fell's Church; lo dijo él mismo. Es un monstruo…
—Justo ahora se muestra más cooperativo que tú —replicó ella; alargó la mano para coger la de Stefan, buscando algún modo de hacerse entender—. Stefan, te necesito. Y los dos le necesitamos a él. ¿No puedes intentar aceptar eso? —Cuando él no respondió, añadió—: Stefan, realmente quieres estar enfrentado a muerte con tu hermano para siempre?
—¿Realmente piensas que él quiere algo diferente?
Elena contempló con fijeza las manos unidas de ambos, observando los planos, las curvas y las sombras. No respondió durante un minuto, y cuando lo hizo fue en voz muy baja.
—Impidió que te matara —dijo.
Sintió la llamarada de la cólera defensiva de Stefan, y luego notó cómo se desvanecía lentamente. Algo parecido a la derrota le invadió sigilosamente, e inclinó la cabeza.
—Eso es cierto —reconoció—. Y, de todos modos, ¿quién soy yo para llamarle malvado? ¿Qué ha hecho que no haya hecho yo mismo?
«Tenemos que hablar», pensó Elena, odiando aquel aborrecimiento por sí mismo del muchacho. Pero aquél no era el momento ni el lugar.
—¿Entonces estás de acuerdo? —inquirió, vacilante—. Stefan, dime qué piensas.
—Justo ahora estoy pensando que siempre te sales con la tuya. Porque siempre lo haces, ¿verdad, Elena?
Elena le miró a los ojos, advirtiendo el modo en que estaban dilatadas las pupilas, tanto que sólo un círculo de iris verde aparecía alrededor del borde. Ya no había ira allí, pero el cansancio y la amargura permanecían.
«Pero no lo hago sólo por mí —pensó, arrojando fuera de su mente la repentina oleada de desconfianza en sí misma—. Te lo demostraré, Stefan; ya lo verás. Por una vez no estoy haciendo algo por mi propia conveniencia.»
—¿Entonces estás de acuerdo? —dijo en voz queda.
—Sí. Estoy… de acuerdo.
—Y yo también estoy de acuerdo —indicó Damon, tendiendo su propia mano con exagerada cortesía y capturando la de Elena antes de que ésta pudiera decir nada—. De hecho, todos parecemos poseídos por un frenesí de puro total acuerdo.
«No lo hagas», pensó Elena, pero en aquel momento, de pie en la fresca penumbra de la galería del coro, sintió que era cierto, que estaban conectados los tres, y de acuerdo, y que eran fuertes.
Entonces Stefan apartó la mano. En el silencio que siguió, la muchacha pudo oír los sonidos del exterior y los de la iglesia. Todavía se oían lloros y algún que otro grito, pero la urgencia general había desaparecido. Al mirar por la ventana, vio a la gente abriéndose paso por el mojado aparcamiento entre los grupitos que se acurrucaban sobre los heridos. El doctor Feinberg iba de isla en isla, ofreciendo al parecer consejos médicos. Las víctimas tenían el aspecto de supervivientes de un huracán o un terremoto.
—Nadie es lo que parece —dijo Elena.
—¿Qué?
—Eso es lo que Bonnie dijo durante el funeral. Tuvo otro de sus ataques. Creo que podría ser importante. —Intentó organizar sus ideas—. Creo que hay personas en la ciudad con las que deberíamos tener cuidado. Como Alaric Saltzman. —Les contó, sucintamente, lo que había oído por casualidad a primeras horas de aquel día en casa de Alaric—. Él no es lo que parece, pero no sé exactamente qué es. Creo que deberíamos vigilarle. Y puesto que es evidente que yo no puedo aparecer en público, vosotros dos tendréis que hacerlo. Pero no podéis permitir que sospeche que lo sabéis… —Elena se interrumpió cuando Damon alzó a toda prisa una mano.
Abajo, al pie de la escalera, una voz llamaba:
—¿Stefan? ¿Estás ahí arriba? —Y luego dijo a alguien más—. Me pareció verle subir ahí.
Parecía la voz del señor Carson.
—Vete —siseó Elena, de un modo casi inaudible, a Stefan—. Tienes que actuar con la mayor normalidad posible de modo que puedas permanecer en Fell's Church. Yo estaré bien.
—Pero ¿adónde irás?
—A casa de Meredith. Te lo explicaré luego. Vete.
Stefan vaciló, y luego empezó a descender la escalera, gritando:
—Ya bajo. —Luego se echó hacia atrás—. No voy a dejarte con él —declaró categórico.
Elena alzó las manos en un gesto de exasperación.
—En ese caso marchad los dos. Acabáis de aceptar trabajar juntos; ¿vas a retractarte de tu palabra ahora? —añadió en dirección a Damon, que mostraba una expresión inflexible.
El aludido le dedicó otro de sus ligeros encogimientos de hombros.
—De acuerdo. Sólo una cosa… ¿Tienes hambre?
—Pues… no. —Sintiendo que se le revolvía el estómago, Elena comprendió a qué se refería—. No, en absoluto.
—Eso está bien. Pero más tarde sí la tendrás. Recuerda eso.
Se pegó a Stefan, empujándole escaleras abajo, motivo por el que recibió una mirada furibunda de éste. Pero Elena oyó la voz de Stefan en su mente mientras ambos desaparecían.
«Vendré a buscarte más tarde. Espérame.»
La muchacha deseó poder responder con su propia mente. También reparó en una cosa. La voz mental de Stefan era mucho más débil de lo que había sido cuatro días atrás, cuando se había peleado con su hermano. Ahora que lo pensaba, no había sido capaz de hablar mentalmente en absoluto antes de la celebración del Día de los Fundadores. Se había sentido tan confusa al despertar junto al río que no se le había ocurrido, pero en aquellos momentos la intrigó. ¿Qué había sucedido que le había vuelto tan fuerte? ¿Y por qué se desvanecía su fuerza ahora?
Elena tuvo tiempo de pensar al respecto sentada en la galería del coro, mientras abajo la gente abandonaba la iglesia y en el exterior el encapotado cielo se oscurecía poco a poco. Pensó en Stefan y en Damon, y se preguntó si había efectuado la elección correcta. Había jurado no permitir que pelearan por ella, pero ese juramento ya se había roto. ¿Estaba loca por intentar conseguir que vivieran bajo una tregua, aunque fuera una temporal?
Cuando el cielo en el exterior quedó uniformemente negro, se aventuró a descender por la escalera. La iglesia estaba vacía y resonante. No había pensado en cómo podría salir, pero por suerte la puerta lateral tenía el pestillo pasado sólo desde dentro. Salió sigilosamente a la noche con una sensación de gratitud.
No había caído en la cuenta de lo agradable que era estar en el exterior y en la oscuridad. Estar en el interior de edificios hacía que se sintiera atrapada, y la luz diurna le hería los ojos. Esto era mejor, libre y sin trabas… e invisible. Sus propios sentidos se regocijaron ante el exuberante mundo que la rodeaba. Con el aire tan quieto, los olores flotaban en él durante mucho rato, y pudo oler toda una plétora de criaturas nocturnas. Un zorro se dedicaba a hurgar en la basura de alguien. Ratas de alcantarilla masticaban algo en los matorrales. Polillas nocturnas se llamaban unas a otras mediante aromas.
Descubrió que no resultaba difícil llegar a casa de Meredith sin ser descubierta; la gente parecía haber decidido permanecer dentro de casa. Pero una vez que llegó allí, se quedó inmóvil contemplando con desaliento la elegante alquería de porche cubierto. No podía sencillamente ir hasta la puerta principal y llamar. ¿La estaba esperando Meredith realmente? ¿No estaría aguardando fuera en caso de ser así?
Meredith estaba a punto de recibir un terrible sobresalto si no la esperaba, reflexionó Elena, observando la distancia que había hasta el tejado del porche. La ventana del dormitorio de Meredith estaba encima de él, justo al doblar la esquina. Había un buen trecho, pero Elena pensó que podía hacerlo.
Subirse al tejado fue fácil; los dedos de las manos y los de los pies descalzos encontraron asideros entre los ladrillos y la izaron con rapidez. Pero inclinarse al otro lado de la esquina para mirar por la ventana de Meredith le costó una barbaridad. Pestañeó ante la luz que brotaba al exterior.
Meredith estaba sentada en el borde de la cama, con los codos sobre las rodillas, mirando al vacío. Cada dos por tres se pasaba una mano por los oscuros cabellos. Un reloj sobre la mesilla de noche indicaba las 6.43.
Elena golpeó levemente en el cristal de la ventana con las uñas.
Meredith dio un salto y miró en la dirección equivocada, hacia la puerta. Se levantó, adoptando una postura agazapada de defensa, aferrando un cojín en una mano. Cuando la puerta no se abrió, se desplazó sigilosamente uno o dos pasos hacia ella, sin abandonar la postura defensiva.
—¿Quién es? —dijo.
Elena volvió a dar golpecitos en el cristal.
Meredith giró en redondo de cara a la ventana, respirando agitadamente.
—Déjame entrar —pidió Elena; no sabía si Meredith podía oírla, así que lo articuló claramente—. Abre la ventana.
Meredith, jadeando, paseó la mirada por la habitación como si esperara que alguien apareciera para ayudarla. Cuando nadie lo hizo, se aproximó a la ventana como si ésta fuera un animal peligroso. Pero no la abrió.
—Déjame entrar —repitió Elena, y luego añadió con impaciencia—. Si no querías que viniera, ¿por qué me citaste?
Vio el cambio en Meredith cuando los hombros de ésta se relajaron ligeramente. Poco a poco, con dedos que eran insólitamente torpes, la muchacha abrió la ventana y retrocedió.
—Ahora pídeme que entre. De lo contrario no puedo hacerlo.
—En… —A Meredith le flaqueó la voz y tuvo que volver a intentarlo—. Entra —dijo.
Elena, con un gesto de dolor, se impulsó por encima del alféizar, y mientras se dedicaba a flexionar los adormecidos dedos, Meredith añadió, casi como aturdida:
—Tienes que ser tú. Nadie da órdenes de ese modo.
—Soy yo —dijo Elena, que dejó de retorcerse las manos para eliminar los calambres y miró a su amiga a los ojos—. Realmente soy yo, Meredith —repitió.
Meredith asintió y tragó saliva visiblemente. Justo en aquel momento, lo que Elena más habría deseado en el mundo habría sido que la otra muchacha la hubiese abrazado. Pero Meredith no era precisamente de las que daban abrazos, y lo que hizo entonces fue retroceder despacio para volver a sentarse en la cama.
—Siéntate —dijo con un tono de voz artificialmente calmado.
Elena retiró la silla del escritorio y adoptó maquinalmente la misma postura que había tenido Meredith momentos antes, con los codos sobre las rodillas y la cabeza inclinada. Luego alzó los ojos.
—¿Cómo lo supiste?
—Yo… —Meredith se limitó a mirarla fijamente por un instante, y luego se estremeció—. Bueno. Tu… tu cuerpo no llegó a encontrarse, por supuesto. Eso era extraño. Y luego esos ataques que padecieron el anciano y Vickie y Tanner…, y Stefan y cosas pequeñas que había ido juntando respecto a él… Pero realmente no lo sabía. No con seguridad. No hasta ahora. —Finalizó casi en un susurro.
—Bien, fue una buena suposición —indicó Elena.
Intentaba comportarse con normalidad, pero ¿qué era normal en aquella situación? Meredith actuaba como si apenas pudiera soportar mirarla, y eso hacía que Elena se sintiera más aislada, más sola de lo que recordaba haber estado nunca.
Sonó un timbre abajo. Elena lo oyó, pero se dio cuenta de que Meredith no lo había oído.
—¿Quién viene? —preguntó—. Ha llamado alguien.
—Pedí a Bonnie que viniera a las siete, si su madre la dejaba. Probablemente sea ella. Iré a ver.
Meredith parecía casi indecentemente ansiosa por marchar
—Aguarda. ¿Lo sabe ella?
—No… Ah, te refieres a que debería darle la noticia con suavidad.
Meredith volvió a pasear la mirada por la habitación con aire vacilante, y Elena presionó el interruptor de la pequeña luz de lectura que había junto a la cama.
—Apaga la luz de la habitación. Me lastima los ojos, de todos modos —dijo en voz baja, y cuando Meredith así lo hizo, el dormitorio quedó bastante en penumbra para que pudiera ocultarse en las sombras.
Mientras aguardaba a que Meredith regresara con Bonnie, se quedó de pie en un rincón, abrazándose los codos con las manos. Tal vez fuera una mala idea intentar involucrar a Meredith y a Bonnie. Si la imperturbable Meredith no era capaz de manejar la situación, ¿qué haría Bonnie?
Meredith anunció la llegada de las dos muchachas mascullando una y otra vez: «No chilles ahora; haz el favor de no chillar», mientras empujaba a Bonnie al otro lado del umbral.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Qué haces? —jadeaba Bonnie—. Suéltame. ¿Sabes lo que tuve que hacer para conseguir que mi madre me dejara salir de casa esta noche? Quiere llevarme al hospital de Roanoke.
Meredith cerró la puerta de una patada.
—De acuerdo —le dijo a Bonnie—. Ahora, vas a ver algo que te… bueno, va a provocarte una conmoción. Pero no puedes chillar, ¿me entiendes? Te soltaré si lo prometes.
—Está demasiado oscuro para ver nada, y me estás asustando. ¿Qué te pasa, Meredith? Ah, de acuerdo, lo prometo, pero de qué estás hablando…
—Elena —dijo Meredith, y Elena lo tomó como una invitación y dio un paso al frente.
La reacción de Bonnie no fue la que esperaba. Frunció el entrecejo y se inclinó al frente, atisbando en la débil luz, y, al ver la figura de Elena, lanzó una exclamación ahogada. Pero luego, mientras contemplaba con fijeza el rostro de la muchacha, batió palmas con un gritito de alegría.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que se equivocaban! Ya lo ves, Meredith… Y tú y Stefan pensabais que sabíais tantas cosas sobre ahogarse y todo eso. ¡Pero yo sabía que os equivocabais! ¡Oh, Elena, te echaba de menos! Todo el mundo va a estar tan…
—¡Haz el favor de callar, Bonnie! ¡Silencio! —instó Meredith—. Te dije que no gritaras. Escucha, idiota, ¿crees que si Elena realmente estuviera bien estaría aquí de noche sin que nadie lo supiera?
—Pero está bien, mírala. Está ahí de pie. Eres tú, ¿verdad, Elena?
Bonnie empezó a ir hacia ella, pero Meredith volvió a sujetarla.
—Sí, soy yo.
Elena tenía la extraña sensación de haber ido a parar a una comedia surrealista, tal vez algo escrito por Kafka, sólo que no se sabía su papel. No sabía qué decir a Bonnie, que parecía extasiada.
—Soy yo, pero… no estoy exactamente bien —dijo un tanto violenta, sentándose otra vez.
Meredith le dio un codazo a Bonnie para que se sentara en la cama.
—¿Por qué estáis siendo tan misteriosas vosotras dos? Está aquí, pero no está bien. ¿Qué se supone que significa eso?
Elena no sabía si reír o llorar.
—Mira, Bonnie… Vaya, no sé cómo decirte esto. Bonnie, ¿te habló alguna vez tu abuela médium sobre vampiros?
El silencio descendió sobre la habitación, pesado como un hacha. Pasaron los minutos. Aunque pareciera imposible, los ojos de Bonnie se abrieron aún más; luego se deslizaron hacia Meredith. Hubo varios minutos más de silencio, y a continuación Bonnie se removió en dirección a la puerta.
—Uh, mirad, chicas —dijo en voz baja—, esto está empezando a resultar realmente raro. Me refiero a realmente, realmente, realmente…
Elena rebuscó en su mente.
—Puedes mirarme los dientes —dijo.
Tensó hacia atrás el labio superior, dando golpecitos a un colmillo con el dedo. Percibió cómo se alargaba y afilaba de un modo reflejo, igual que la zarpa de un gato se extiende perezosamente.
Meredith se adelantó y miró, y luego desvió la mirada rápidamente.
—Ya, no hace falta sacarle más punta al asunto —dijo, pero en su voz no había nada del antiguo placer irónico ante su propio ingenio—. Bonnie, echa un vistazo —añadió.
Todo el júbilo, toda la excitación, habían desaparecido de Bonnie, que daba la impresión de estar a punto de vomitar.
—No, no quiero hacerlo.
—Tienes que hacerlo. Tienes que creerlo, o jamás llegaremos a ninguna parte. —Meredith forcejeó con una Bonnie rígida y combativa para empujarla hacia adelante—. Abre los ojos, pequeña imbécil. Eres tú la que adora todas esas cosas sobrenaturales.
—He cambiado de idea —replicó ella casi sollozando, y había genuina histeria en su voz—. Déjame en paz, Meredith; no quiero mirar. —Se desasió violentamente.
—No tienes que hacerlo —musitó Elena, anonadada; el desaliento se acumuló en su interior, y los ojos se inundaron de lágrimas—. Esto fue una mala idea, Meredith. Me iré.
—No. No lo hagas. —Bonnie se dio la vuelta con la misma rapidez con que había girado para apartarse de ella y se arrojó en los brazos de Elena—. Lo siento, Elena; lo siento. No me importa lo que seas; simplemente me alegro de que hayas regresado. Ha sido terrible estar sin ti. —Sollozaba ahora con todas sus fuerzas.
Las lágrimas que no quisieron surgir cuando Elena había estado con Stefan salieron entonces. Lloró, abrazada a Bonnie, mientras sentía cómo los brazos de Meredith las rodeaban a ambas. Todas lloraban, Meredith en silencio, Bonnie ruidosamente, y Elena, por su parte, con apasionada intensidad. Sintió como si llorara por todo lo que le había sucedido, por todo lo que había perdido, por toda la soledad, el miedo y el dolor.
Al final, acabaron todas sentadas en el suelo, rodilla contra rodilla, como lo habían hecho de niñas cuando se quedaban a dormir en casa de una de ellas para urdir planes secretos.
—Eres muy valiente —le dijo Bonnie a Elena, sorbiéndose la nariz—. No entiendo cómo puedes ser tan valiente respecto a eso.
—No sabes cómo me siento por dentro. No soy nada valiente. Pero tengo que lidiar con ello de algún modo, porque no sé qué otra cosa puedo hacer.
—Tus manos no están frías. —Meredith oprimió los dedos de Elena—. Sólo algo frescas. Pensaba que estarían más frías.
—Las manos de Stefan tampoco están frías —dijo Elena, e iba a seguir hablando, pero Bonnie chirrió:
—¿Stefan?
Meredith y Elena la miraron.
—Ten un poco de sentido común, Bonnie. Una no se convierte en vampira por sí misma. Alguien tiene que convertirte.
—Pero ¿te refieres a que Stefan…? ¿Quieres decir que él es un…? —Bonnie se quedó sin voz.
—Creo —dijo Meredith— que tal vez éste sea el momento para que nos cuentes toda la historia, Elena. Como, por ejemplo, todos esos detalles menores que dejaste fuera la última vez que te pedimos toda la historia.
Elena asintió:
—Tienes razón. Es difícil de explicar, pero lo intentaré. —Aspiró profundamente—. Bonnie, ¿recuerdas el primer día de escuela? Fue la primera vez que te oí hacer una profecía. Miraste la palma de mi mano y dijiste que conocería a un chico, un chico moreno, un desconocido. Y que no era alto, pero que lo había sido en una ocasión. Bueno… —miró a Bonnie y luego a Meredith—, Stefan no es realmente alto ahora. Pero lo fue en una ocasión…, comparado con otras personas del siglo xv.
Meredith asintió, pero Bonnie emitió un sonido quedo y se tambaleó hacia atrás, como conmocionada.
—Quieres decir que…
—Quiero decir que vivió en la Italia del Renacimiento, y la gente era por lo general más baja entonces. Así que Stefan parecía alto en comparación. Y, aguarda, antes de que te desmayes, aquí hay algo más que deberíais saber. Damon es su hermano.
Meredith volvió a asentir.
—Me imaginé algo parecido. Pero entonces, ¿por qué ha estado diciendo Damon que es un estudiante universitario?
—No se llevan demasiado bien. Durante mucho tiempo, Stefan ni siquiera sabía que Damon estaba en Fell's Church.
Elena titubeó. Se estaba acercando a la historia personal de Stefan, algo que siempre había considerado que era un secreto que debía contar él, y no otros. Pero Meredith tenía razón: era hora de sacar a la luz toda la historia.
—Escuchad, la cosa fue como sigue —dijo—: Stefan y Damon estaban ambos enamorados de la misma chica, allá en la Italia del Renacimiento. Era alemana y se llamaba Katherine. El motivo por el que Stefan me esquivaba al inicio del curso era que se la recordaba; también era rubia y tenía los ojos azules. Ah, y éste era su anillo. —Soltó la mano de Meredith y les mostró el intrincadamente grabado aro de oro con el solitario lapislázuli.
»Y lo que sucede es que Katherine era una vampira. Un tipo llamado Klaus la había convertido en su pueblo de Alemania para salvarla de morir debido a la última enfermedad que había padecido. Tanto Stefan como Damon lo sabían, pero no les importó. Le pidieron que eligiera con quién de ellos se quería casar.
Elena se detuvo y les dedicó una sonrisa torcida, pensando que el señor Tanner había tenido razón; la historia sí se repetía. Sólo esperaba que su historia no finalizara como la de Katherine.
—Pero ella los eligió a los dos. Intercambió sangre con ambos, y dijo que los tres podían ser compañeros durante toda la eternidad.
—Suena rarillo —murmuró Bonnie.
—A lo que suena es a estúpido —dijo Meredith.
—Tú lo has dicho —le indicó Elena—. Katherine era encantadora, pero no muy lista. Ya desde antes, Stefan y Damon no se caían bien. Le dijeron que tenía que elegir, que ni considerarían compartirla. Y ella echó a correr llorando. Al día siguiente… Bueno, hallaron su cuerpo, o lo que quedaba de él. Veréis, un vampiro necesita un talismán como este anillo para salir a la luz del sol sin morir. Y Katherine salió a la luz del sol y se quitó el suyo. Pensó que si ella desaparecía, Damon y Stefan se reconciliarían.
—Ah, cielos, qué rom…
—No, no lo es. —Elena interrumpió a Bonnie con ferocidad—. No es romántico en absoluto. Stefan lleva viviendo con un sentimiento de culpa desde entonces, y creo que también Damon, aunque jamás conseguiríais que lo admitiese. Y el resultado inmediato fue que ellos cogieron un par de espadas y se mataron el uno al otro. Sí, se mataron. Por eso son vampiros ahora y por eso se odian tanto. Y por eso probablemente estoy loca al intentar conseguir que cooperen ahora.