La escasa vida de Trántor se extinguió cuando se introdujeron entre los espaciados edificios del campus de la Universidad. Reinaba un silencio solemne y solitario.
Los extranjeros de la Fundación no sabían nada de los agitados días y noches del sangriento Saqueo, que había dejado intacta la Universidad. No sabían nada de la época posterior al colapso del poder imperial, cuando los estudiantes, con armas prestadas y un valor inusitado, formaron un ejército de voluntarios para proteger el santuario de la ciencia de la Galaxia. No sabían nada de la lucha de los Siete Días y del armisticio que liberaba a la Universidad cuando incluso en el palacio imperial resonaban las botas de Gilmer y sus soldados durante el breve intervalo de su dominación.
Los de la Fundación, al acercarse por primera vez, comprendieron solamente que, en un mundo de transición entre lo viejo y podrido y lo esforzadamente nuevo, este área era una tranquila y delicada pieza de museo de antigua grandeza.
En cierto sentido, eran intrusos. El vacío grande y solemne rechazaba su presencia. La atmósfera académica parecía vivir aún y temblar airadamente ante su intrusión.
La biblioteca era un edificio de pequeñas dimensiones que en su parte subterránea alcanzaba una enorme extensión de silencio y ensueño. Ebling Mis se detuvo ante los elaborados murales de la sala de recepción.
Murmuró (allí era preciso hablar en susurros):
—Creo que nos hemos dejado atrás la sala de los catálogos. Voy a ver si la encuentro. —Tenía la frente enrojecida y su mano temblaba—. No debo ser molestado, Toran. ¿Me bajarás la comida allí?
—Lo que usted diga. Haremos cuanto sea necesario para ayudarle. ¿Quiere que trabajemos con usted?
—No. Debo estar solo…
—¿Cree que conseguirá lo que quiere?
Ebling Mis replicó con tranquila certidumbre:
—¡Estoy seguro de ello!
Toran y Bayta estuvieron más cerca de «montar una casa» de la forma normal que en cualquier otro momento del tiempo que llevaban casados. Era una especie extraña de «montar una casa». Vivían rodeados de grandeza con una sencillez inapropiada. Su alimento procedía en gran parte de la granja de Lee Senter, y lo pagaban con los pequeños utensilios atómicos de que disponía la nave de cualquier comerciante.
Magnífico aprendió a utilizar los proyectores de la sala de lectura y pasaba las horas leyendo novelas de aventuras y romances de amor, absorto hasta el punto de olvidarse de comer y dormir, como le sucedía a Ebling Mis.
En cuanto a Ebling, estaba completamente aislado. Había insistido en que le instalaran una hamaca en la Sala de Psicología. Su rostro adelgazó y empalideció. Su voz fue perdiendo su fuerza acostumbrada, y olvidó sus maldiciones preferidas. Había momentos en que parecía luchar para reconocer a Toran o a Bayta.
Era más él mismo cuando estaba con Magnífico, que le llevaba las comidas y a menudo se sentaba a contemplarle durante horas con una extraña y fascinada atención, mientras el anciano psicólogo transcribía larguísimas ecuaciones, buscaba referencias en interminables libros audiovisuales, y se paseaba de un lado a otro entregado a un salvaje esfuerzo mental cuyo objetivo sólo él conocía.
Toran tropezó con Bayta en la habitación oscura, y exclamó:
—¡Bayta!
Ella le miró con expresión de culpabilidad.
—¿Qué? ¿Me buscabas, Torie?
—Claro que te buscaba. ¿Qué diablos estás haciendo aquí? Estás actuando de un modo extraño desde que llegamos a Trántor. ¿Qué te pasa?
—¡Oh, Torie, calla! —contestó con gesto de cansancio.
—¡Oh, Torie, calla! —repitió él en son de burla. Y luego, con repentina suavidad—: ¿No quieres decirme qué te pasa, Bay? Algo te preocupa.
—¡No! No me preocupa nada, Torie. Si continúas acusándome, me volverás loca. Sólo estoy… pensando.
—¿Pensando en qué?
—En nada. Bueno, en el Mulo, en Haven, en la Fundación, en todo un poco. En Ebling Mis y si encontrará algo sobre la Segunda Fundación; y si representará una ayuda el hecho de que lo encuentre… y un millón de otras cosas. ¿Satisfecho? —Su voz tenía un timbre de agitación.
—Si sólo estás pensando, ¿te importaría dejar de hacerlo? No es agradable y no mejora la situación.
Bayta se puso en pie y sonrió débilmente.
—Muy bien, soy feliz. Mira, sonrío y estoy alegre.
La voz de Magnífico gritó con ansiedad en el umbral:
—¡Mi señora…!
—¿Qué ocurre? Pasa…
La voz de Bayta se ahogó de repente cuando en el umbral apareció el robusto y severo…
—¡Pritcher! —exclamó Toran.
Bayta tartamudeó:
—¡Capitán! ¿Cómo nos ha encontrado?
Han Pritcher entró en la habitación. Su voz era clara y tranquila, y totalmente desprovista de emoción.
—Ahora ostento el rango de coronel… a las órdenes del Mulo.
—¡A las órdenes del… Mulo! —repitió Toran. Los tres se quedaron inmóviles.
Magnífico le miró fijamente y se escondió detrás de Toran. Nadie reparó en él.
Bayta dijo, juntando fuertemente sus manos temblorosas:
—¿Va a arrestarnos? ¿De verdad se ha pasado a ellos?
El coronel contestó rápidamente:
—No he venido a arrestarles. Mis instrucciones no hacen mención a ninguno de ustedes. En este caso, soy libre de hacer lo que quiera, y, si me lo permiten, me gustaría evocar nuestra vieja amistad.
El rostro de Toran expresaba una furia reprimida.
—¿Cómo me ha encontrado? ¿De modo que estaba en la nave filiana? ¿Nos siguió?
La impasibilidad del rostro de Pritcher esbozó un leve desconcierto.
—Estaba en la nave filiana. Pero les encontré… bueno, por casualidad.
—Es una casualidad matemáticamente imposible.
—No. Es sólo improbable, así que deben creerme. En cualquier caso, ustedes admitieron ante los filianos (por supuesto, la nación de Filia no existe en realidad) que se dirigían al sector de Trántor, y como el Mulo ya tiene contactos en Neotrántor, era fácil detenerles allí. Por desgracia, ustedes se marcharon antes de mi llegada, un poco antes. Tuve tiempo de ordenar a las granjas de Trántor que me advirtieran de su presencia aquí. Así lo hicieron, y por eso he venido. ¿Puedo sentarme? Vengo como amigo, créanme.
Tomó asiento. Toran bajó la cabeza. Con una entumecida falta de emoción, Bayta preparó el té.
Toran alzó bruscamente la vista.
—Bien, ¿a qué está esperando, coronel? ¿En qué consiste su amistad? Si no es un arresto, ¿qué es? ¿Acaso piensa custodiarnos? Llame a sus hombres y dé las órdenes oportunas.
Pacientemente, Pritcher meneó la cabeza.
—No, Toran. He venido por propia voluntad a hablar con ustedes, a persuadirles de la inutilidad de lo que están haciendo. Si fracaso, me iré. Eso es todo.
—¿Eso es todo? Pues bien, vomite su propaganda, pronuncie su discurso y váyase. Yo no quiero té, Bayta.
Pritcher aceptó una taza con una grave frase de agradecimiento. Mientras bebía a sorbos miró a Toran con fuerza serena. Entonces dijo:
—El Mulo es un mutante. No puede ser vencido por la naturaleza de su mutación…
—¿Por qué? ¿Cuál es su mutación? —preguntó Toran con sarcasmo—. Supongo que ahora puede decírnoslo, ¿no?
—Sí, se lo diré. El hecho de que ustedes lo sepan no le perjudicará. Verán… es capaz de dirigir el equilibrio emocional de los seres humanos. Parece un pequeño truco, pero es totalmente efectivo.
Bayta interrumpió:
—¿El equilibrio emocional? —Frunció el ceño—. ¿Quiere explicarnos eso? No lo entiendo del todo.
—Quiero decir que es fácil para él inspirar, por ejemplo, en un general, la emoción de completa lealtad al Mulo y de completa fe en la victoria del Mulo. Sus generales están controlados emocionalmente. No pueden traicionarle, no pueden flaquear… y el control es permanente. Sus enemigos más inteligentes se convierten en sus más fieles subordinados. El señor guerrero de Kalgan le entregó su planeta y se convirtió en virrey de la Fundación.
—Y usted —añadió amargamente Bayta— traiciona su causa y se convierte en el enviado del Mulo en Trántor. ¡Comprendo!
—No he terminado. La facultad del Mulo funciona a la inversa todavía con mayor efectividad. ¡El desespero es una emoción! En el momento crucial, hombres clave de la Fundación, hombres clave de Haven, se desesperaron. Sus mundos cayeron sin apenas luchar.
—¿Quiere usted decir —preguntó tensamente Bayta— que la sensación que me invadió en la Bóveda del Tiempo fue provocada por el Mulo, que controlaba mi estado emocional?
—Sí, y el mío, y el de todos. ¿Qué pasó en Haven cuando se acercaba el fin?
Bayta miró hacia otra parte.
El coronel Pritcher continuó con vehemencia:
—Del mismo modo que actúa sobre los mundos, actúa sobre los individuos. ¿Podría usted luchar contra una fuerza capaz de hacer que se rinda voluntariamente en un momento determinado? ¿Capaz de convertirle en un fiel servidor cuando se le antoja?
Toran preguntó con lentitud:
—¿Cómo puedo saber si todo esto es cierto?
—¿Puede explicar la caída de la Fundación y de Haven de alguna otra manera? ¿Puede explicar mi conversión? ¡Reflexione, hombre! ¿Qué hemos hecho usted o yo, o toda la Galaxia en todo este tiempo, contra el Mulo? ¿Hemos hecho algo, aunque sea poca cosa?
Toran aceptó el reto.
—¡Por la Galaxia que puedo explicarlo! —Y gritó con repentina y fiera satisfacción—: Su maravilloso Mulo tiene contactos con Neotrántor que, según usted, debieran habernos detenido, ¿verdad? Esos contactos ya no existen. Nosotros matamos al príncipe heredero y convertimos al otro en un idiota inútil. El Mulo no nos detuvo allí ni pudo hacer nada contra nosotros.
—No, no, de ninguna manera. Ésos no eran nuestros hombres. El príncipe heredero era una mediocridad, y borracho por añadidura. El otro hombre, Commason, es totalmente estúpido. Tenía poder en su mundo, pero eso no le impidió ser vicioso, malévolo y por completo incompetente. No teníamos nada que ver con ellos. En cierto sentido marionetas…
—Pero fueron ellos quienes nos detuvieron, o lo intentaron.
—Se equivoca de nuevo. Commason tenía un esclavo personal, un hombre llamado Inchney. La idea de su detención fue suya. Es viejo, pero servirá para nuestros propósitos momentáneos. Ustedes no habrían podido matarle.
Bayta se encaró con el coronel. No había tocado su taza de té.
—Pero, según usted mismo ha confesado, sus emociones están controladas. Tiene fe en el Mulo, una fe antinatural y enfermiza en el Mulo. ¿Qué valor tienen sus opiniones? Ha perdido toda su capacidad de pensar objetivamente.
—Está usted en un error. —El coronel negó lentamente con la cabeza—. Sólo las emociones me han sido dictadas. Mi razón es la misma de siempre. Puede ser influenciada hacia cierta dirección por mis emociones dirigidas, pero no es forzada. Y hay algunas cosas que puedo ver más claramente ahora que estoy libre de mi anterior tendencia emocional. Puedo ver que el programa del Mulo es inteligente y práctico. Desde que he sido… convertido, he seguido su carrera desde su comienzo, hace siete años. Con su poder mental mutante empezó venciendo a un caudillo y a su banda. Después conquistó un planeta. Con eso, y su poder, extendió su influencia hasta que pudo vencer al señor guerrero de Kalgan. Cada uno de sus pasos siguió al anterior de manera lógica. Con Kalgan en el bolsillo, tuvo en sus manos una flota de primera clase, y con eso, y su poder, pudo atacar a la Fundación. La Fundación es la clave. Es el área de mayor concentración industrial de la Galaxia, y ahora que las técnicas atómicas de la Fundación están en sus manos, es el verdadero dueño de la Galaxia. Con esas técnicas, y su poder, puede obligar a los restos del Imperio a reconocer su dominio, y eventualmente, cuando muera el viejo Emperador, que está loco y no vivirá mucho tiempo, a coronarle Emperador. Entonces lo será de nombre y no sólo de hecho. Con eso, y su poder, ¿dónde está el mundo de la Galaxia que pueda hacerle frente? En estos últimos siete años ha establecido un nuevo imperio. En otras palabras: en siete años habrá realizado lo que toda la psicohistoria de Seldon no podría haber hecho en menos de setecientos. La Galaxia disfrutará por fin de paz y de orden. Y ustedes no podrían detenerlo, como no podrían detener con sus hombros el curso de un planeta.
Un largo silencio siguió al discurso de Pritcher. El resto de su té se había enfriado. Vació su taza, la volvió a llenar y bebió lentamente. Toran se mordía la uña del pulgar. El rostro de Bayta era frío, distante y lívido.
Entonces Bayta dijo con voz débil:
—No estamos convencidos. Si el Mulo desea que vivamos, que venga aquí y nos influya él mismo. Usted luchó contra él hasta el último momento de su conversión, ¿no es verdad?
—En efecto —afirmó solemnemente Pritcher.
—Entonces concédanos el mismo privilegio.
El coronel Pritcher se levantó. Con tono decidido e irrevocable, dijo:
—En este caso, me voy. Como he dicho antes, mi actual misión no les concierne en modo alguno. Por consiguiente, no creo que sea necesario informar de su presencia aquí. No se trata de un gran favor. Si el Mulo desea detenerles, sin duda dispone de otros hombres para hacer el trabajo, y ellos les detendrán. Pero, aunque no sirva de nada, yo no contribuiré a menos que reciba una orden.
—Gracias —musitó Bayta.
—¿Y Magnífico? ¿Dónde está? Sal de ahí, Magnífico, no te haré ningún daño…
—¿Qué hay de él? —preguntó Bayta con repentina animación.
—Nada. Mis instrucciones tampoco le mencionan. He oído decir que le buscan, pero el Mulo le encontrará cuando le convenga. Yo no diré nada. ¿Quieren estrechar mi mano?
Bayta negó con la cabeza. Toran le miró con furioso desprecio. El coronel bajó casi imperceptiblemente los hombros. Se fue hacia la puerta, y allí se volvió y dijo:
—Una última cosa. No crean que desconozco el motivo de su terquedad. Se sabe que están buscando la Segunda Fundación. El Mulo tomará sus medidas a su debido tiempo. Nada puede ayudarles… Pero yo les conocí en otros tiempos y tal vez haya algo en mi conciencia que me ha impulsado a hacer esto; en cualquier caso, he tratado de ayudarles y evitarles el peligro final antes de que fuera demasiado tarde. Adiós.
Se cuadró rígidamente… y desapareció.
Bayta se volvió hacia Toran y murmuró:
—Incluso están enterados de lo de la Segunda Fundación.
En la escondida biblioteca, Ebling Mis, ajeno a todos, se acurrucaba bajo un rayo de luz en la penumbra de la enorme sala, y mascullaba triunfalmente para sí.