El bloqueo fue burlado con éxito. Ni siquiera todas las naves existentes podían montar una guardia efectiva en aquel vasto volumen de espacio. Con una sola nave, un piloto hábil y una moderada cantidad de suerte se podían encontrar agujeros por donde escapar.
Con una calma glacial en la mirada, Toran conducía una astronave no excesivamente nueva desde la proximidad de una estrella hasta la de otra. Aunque la vecindad de una gran masa hacía más difícil y arriesgado un salto interestelar, también anulaba casi por completo los aparatos de detección enemigos.
Una vez dejado atrás el cinturón de naves, procedió a pasar por la esfera interior del espacio inerte, a través de cuyo subéter bloqueado no podía recibirse mensaje alguno. Por primera vez en más de tres meses, Toran no se sintió aislado.
Transcurrió una semana antes de que los programas de noticias enemigos emitieran otra cosa que no fuesen los aburridos y arrogantes detalles de un control creciente de la Fundación. Durante aquella semana, la nave acorazada de Toran navegó raudamente alejándose de la Periferia a saltos precipitados.
Ebling Mis llamó a la cabina de mando, y Toran alzó la vista de las cartas de navegación.
—¿Qué ocurre? —Toran bajó a la pequeña cámara central que Bayta, inevitablemente, había convertido en sala de estar.
Mis meneó la cabeza.
—Que me ahorquen si lo sé. Los periodistas del Mulo están anunciando un boletín especial. Pensé que tal vez quisieras oírlo.
—No es mala idea. ¿Dónde está Bayta?
—Poniendo la mesa y eligiendo el menú… o dedicándose a cualquier otra tarea doméstica.
Toran se sentó sobre la litera que servía de cama a Magnífico y esperó. La rutina propagandística de los «boletines especiales» del Mulo era monótonamente invariable. Primero la música marcial, y después la voz almibarada del locutor. Comenzaría con las noticias poco importantes, que se sucederían a ritmo pausado. Luego haría una pausa, y, por fin, sonarían las trompetas y se produciría la habitual excitación creciente y la culminación del parte.
Toran lo soportó; Mis murmuró algo entre dientes.
El locutor iba soltando, con la fraseología convencional de los corresponsales de guerra, las palabras untuosas que complementaban el sonido y la imagen del metal al fundirse y la carne al destrozarse en una batalla en el espacio.
«Escuadrones de rápidos cruceros bajo el mando del teniente general Sammin atacaron hoy durante varias horas a las fuerzas que resisten en Iss…»
El rostro cuidadosamente impasible del locutor desapareció de la pantalla para desvanecerse en la negrura del espacio, surcado por veloces naves que hendían el vacío en el furor de la batalla. La voz continuó, alzándose sobre el tremendo fragor:
—La acción más destacable de la batalla ha sido el combate del crucero pesado Cluster contra tres naves enemigas de la clase «Nova»…
El objetivo se desvió y enfocó el centro de la batalla. Una gran nave lanzaba chispas, y uno de los frenéticos atacantes lanzó un tremendo fulgor, se desenfocó, se tambaleó y cayó. El Cluster describió un furioso vaivén y escapó al golpe de soslayo, mientras el atacante despedía innumerables reflejos.
La voz suave y desapasionada del locutor continuó dando cuenta de todos los combates y pérdidas enemigas.
Entonces se produjo una pausa, y después apareció la imagen de la lucha frente a Mnemon, a cuya descripción se añadió la novedad de una prolija relación del aterrizaje, la vista de una ciudad bombardeada y el desfile de numerosos y extenuados prisioneros.
Mnemon no tardaría en caer.
Otra pausa, y esta vez el ronco sonido de las acostumbradas trompetas. En la pantalla se proyectó el largo corredor franqueado de guardias por el que caminaba rápidamente el portavoz del Gobierno en uniforme de canciller.
El silencio era opresivo.
La voz que sonó finalmente era solemne, lenta y dura.
—Por orden de nuestro soberano, anunciamos que el planeta Haven, hasta ahora en belicosa oposición a su voluntad, ha aceptado la derrota. En estos momentos, las fuerzas de nuestro soberano están ocupando el planeta. La oposición ha sido desarticulada y sofocada rápidamente.
La imagen se desvaneció, y el locutor anterior declaró pomposamente que serían retransmitidos todos los acontecimientos ulteriores a medida que fueran produciéndose.
Entonces sonó música de baile, y Ebling Mis pulsó el mando que desconectaba el aparato.
Toran se levantó y se alejó con paso vacilante, sin decir una palabra. El psicólogo no intentó detenerle.
Cuando Bayta salió de la cocina, Mis le indicó con un gesto que guardara silencio, y dijo:
—Han tomado Haven.
Y Bayta murmuró: «¿Ya?», con los ojos redondos y llenos de incredulidad.
—Sin lucha, sin un mal… —Se interrumpió y tragó saliva—. Será mejor que dejes solo a Toran. No es agradable para él. ¿Y si comiéramos solos?
Bayta miró hacia la cabina, y luego dijo con desaliento:
—Bueno.
Magnífico se sentó a la mesa y su presencia pasó desapercibida. No hablaba ni comía, sino que miraba frente a sí con fijeza, lleno de un temor reconcentrado que parecía agotar toda la vitalidad de su delgado cuerpo.
Ebling Mis empujó ausente su postre de fruta helada y observó con dureza:
—Están luchando dos Mundos Comerciantes. Luchan, se desangran y mueren, pero no se rinden. Sólo Haven… igual que la Fundación…
—Pero ¿por qué? ¿Por qué?
El psicólogo meneó la cabeza.
—Es parte de todo el problema. Cada extraña faceta es una muestra de la naturaleza del Mulo. Primero está el problema de cómo pudo conquistar la Fundación, con poca sangre y esencialmente de un solo golpe… mientras los Mundos Comerciantes Independientes resistían. La paralización de las reacciones atómicas fue un arma insignificante (hemos discutido a este respecto hasta el hastío), y no surtió efecto más que en la Fundación. Randu sugirió —y Ebling enarcó sus pobladas rejas— que pudo ser una radiación represora de la voluntad. Esto es tal vez lo que han usado en Haven. Pero, entonces, ¿por qué no lo usan en Mnemon e Iss, que están luchando incluso ahora con tal intensidad que necesitan la mitad de la Flota de la Fundación, además de las fuerzas del Mulo, para conquistarlos? Sí, he reconocido naves de la Fundación en el ataque.
Bayta susurró:
—La Fundación, y después, Haven. El desastre parece seguirnos, pero sin tocarnos. Siempre da la impresión de que logramos escapar por un pelo. ¿Cuánto durará?
Ebling Mis no la escuchaba; estaba argumentando consigo mismo.
—Pero existe otro problema…, otro problema, Bayta, ¿recuerdas la noticia de que el bufón del Mulo no había sido encontrado en Términus; que se sospechaba que había huido a Haven o le habían llevado allí sus secuestradores? Bayta, le conceden una importancia que no disminuye, y nosotros aún no hemos descubierto el motivo. Magnífico debe de saber algo que es fatal para el Mulo. Estoy seguro de ello.
Magnífico, con el rostro lívido, protestó tartamudeando:
—Señor…, noble señor…, le juro de verdad que está más allá de mi pobre entendimiento penetrar lo que desea. Le he dicho cuanto sé hasta la última gota, y con su sonda ha sacado de mi escasa inteligencia aquello que sabía, pero que ignoraba que sabía.
—Lo sé, lo sé. Se trata de algo pequeño, de una alusión tan pequeña que ni tú ni yo podemos reconocerla. No obstante, tengo que encontrarla… porque Mnemon e Iss sucumbirán pronto, y cuando lo hagan, nosotros seremos el último resto, el último vestigio de la Fundación independiente.
Las estrellas empiezan a agruparse estrechamente cuando se penetra en el núcleo de la Galaxia. Los campos de gravitación comienzan a superponerse en intensidades suficientes como para producir perturbaciones en un salto interestelar, lo cual no se puede pasar por alto.
Toran se dio cuenta de ello cuando un salto lanzó su nave contra el fiero resplandor de un gigante sol rojo al que se agarró obstinadamente, y cuya atracción no pudo vencer hasta pasadas doce horas de insomnio y angustioso esfuerzo.
Con cartas limitadas en extensión y una experiencia no desarrollada lo suficiente, ni operacional ni matemáticamente, Toran se resignó a días enteros de cuidadoso estudio entre salto y salto.
En cierto modo, se convirtió en un proyecto de comunidad. Ebling Mis comprobaba las matemáticas de Toran y Bayta calculaba posibles rutas por medio de los diversos métodos generalizados, en busca de las soluciones reales. Incluso Magnífico tuvo que trabajar con la máquina calculadora para las computaciones rutinarias, un tipo de trabajo que, una vez explicado, le resultó muy divertido y en el que era sorprendentemente hábil.
Así, al cabo de un mes poco más o menos, Bayta pudo estudiar la línea roja que serpenteaba a través del modelo tridimensional de la Galaxia hasta medio camino de su centro, y decir con satírico placer:
—¿Sabes a qué se parece? Da la impresión de ser una lombriz de tres metros con un tremendo caso de indigestión. Eventualmente nos vas a llevar de nuevo a Haven.
—Lo haré —gruñó Toran, arrugando la carta— si no cierras el pico.
—Y, sin embargo —continuó Bayta—, es probable que haya una ruta directa, rectilínea como un meridiano.
—Conque sí, ¿eh? Pues bien, en primer lugar, insensata, lo más seguro es que fueran precisos quinientos años para que quinientas naves dieran con esa ruta por casualidad, y mis asquerosas cartas de navegación no la señalan. Además, tal vez sea conveniente evitar esas rutas directas; es muy probable que estén atestadas de naves. Y otra cosa…
—¡Oh, por la Galaxia! Cesa de desvariar y exhibir tu virtuosa indignación —exclamó Bayta, tirándole del pelo.
—¡Ay! —gritó él—. ¡Suéltame! —Y la agarró por las muñecas derribándola al suelo, tras lo cual Toran, Bayta y la silla rodaron en desordenado montón. La lucha degeneró en un combate de boxeo, compuesto en su mayor parte por risas ahogadas y diversos golpes cariñosos.
Toran interrumpió la pelea cuando vio entrar a Magnífico sin aliento.
—¿Qué pasa?
Arrugas de preocupación surcaban la cara del bufón, y la piel de su nariz estaba tan tirante que parecía blanca.
—Los instrumentos se comportan de forma extraña, señor. Sabiendo mi ignorancia, no he tocado nada…
Toran llegó a la cabina de mando en dos segundos. Dijo en voz baja a Magnífico:
—Despierta a Ebling Mis. Dile que venga aquí.
Se dirigió a Bayta, que estaba intentando ordenar sus cabellos con los dedos:
—Hemos sido detectados, Bay.
—¿Detectados? —repitió Bayta, dejando caer los brazos—. ¿Por quién?
—La Galaxia lo sabe —murmuró Toran—, pero me imagino que será alguien armado y apuntándonos.
Se sentó, y con voz serena empezó a enviar al subéter la clave de identificación de la nave.
Cuando entró Ebling Mis, en bata y con los ojos adormilados, Toran dijo con una calma desesperada:
—Parece ser que estamos dentro de las fronteras de un reino local que se llama la Autarquía de Filia.
—Nunca la había oído nombrar —repuso Mis.
—Yo tampoco —dijo Toran—, pero la cuestión es que nos ha detenido una nave filiana e ignoro lo que puede suceder.
El capitán inspector de la nave filiana subió a bordo con seis hombres armados a la zaga. Era bajo, casi calvo, de labios delgados y piel reseca. Tosió violentamente al sentarse y abrió la carpeta que llevaba bajo el brazo. La hoja estaba en blanco.
—Sus pasaportes y la documentación de la nave.
—No tenemos ni lo uno ni lo otro —repuso Toran.
—Conque no, ¿eh? —Agarró un micrófono suspendido de su cinturón y habló con rapidez—: Tres hombres y una mujer. Sus documentos no están en orden. —Hizo una anotación en la hoja mientras hablaba. Preguntó—: ¿De dónde vienen?
—De Siwenna —contestó Toran con precaución.
—¿Dónde está eso?
—A cien mil parsecs, ochenta grados al este de Trántor, cuarenta grados…
—¡No importa, no importa!
Toran vio que su inquisidor había anotado: «Punto de origen: Periferia».
El filiano continuó:
—¿Adónde se dirigen?
Toran respondió:
—Al sector de Trántor.
—¿Motivo?
—Viaje de placer.
—¿Llevan algún cargamento?
—No.
—Hum. Lo comprobaremos. —Hizo una seña y dos hombres se pusieron en movimiento.
Toran no trató de intervenir.
—¿Qué les trae a territorio filiano? —Los ojos del filiano brillaban malévolamente.
—No sabíamos dónde estábamos. Carezco de una carta de navegación detallada.
—Por carecer de ella se verá obligado a pagar cien créditos… y, naturalmente, los acostumbrados derechos del arancel de aduanas, etc.
Habló de nuevo al micrófono, pero en aquella ocasión escuchó más que habló. Entonces preguntó a Toran:
—¿Sabe algo sobre tecnología atómica?
—Un poco —contestó precavidamente Toran.
—¿Sí? —El filiano cerró la carpeta y añadió—: Los hombres de la Periferia tienen fama de ser entendidos en esta materia. Póngase un traje y venga conmigo.
Bayta dio un paso adelante.
—¿Qué van a hacer con él?
Toran la apartó suavemente y preguntó con frialdad:
—¿Adónde quiere que vaya?
—Nuestra planta de energía necesita una pequeña reparación. Él vendrá con usted. —Y señaló directamente a Magnífico, cuyos ojos marrones se abrieron con evidente angustia.
—¿Qué tiene que ver él con esto? —preguntó furiosamente Toran.
El oficial le dirigió una mirada glacial.
—Me han informado de actividades piratas por estos alrededores. La descripción de una de sus naves concuerda con la de usted. Se trata de una cuestión rutinaria de identificación.
Toran vaciló, pero seis hombres y seis pistolas eran argumentos elocuentes. Abrió el armario para sacar los trajes.
Una hora más tarde se encontraba en el interior de la nave filiana, gritando con furia:
—No veo nada estropeado en los motores. Las barras están bien, los tubos L están alimentando como es debido y el análisis de la reacción es correcto. ¿Quién manda aquí?
El ingeniero jefe dijo en voz baja:
—Yo.
—Pues bien, diga que me saquen de aquí…
Le condujeron a la planta de oficiales, y en la pequeña antesala encontró sólo a un alférez indiferente.
—¿Dónde está el hombre que vino conmigo?
—Espere, por favor —repuso el alférez.
Quince minutos después hicieron entrar a Magnífico.
—¿Qué te han hecho? —inquirió rápidamente Toran.
—Nada, nada en absoluto —negó Magnífico, moviendo la cabeza con lentitud.
Tuvieron que pagar ciento cincuenta créditos para satisfacer las exigencias de Filia —cincuenta de ellos para su inmediata liberación—, y volvieron a su nave.
Bayta dijo con una risa forzada:
—¿No merecemos una escolta? ¿No van a acompañarnos a cruzar la frontera?
Y Toran replicó con acento sombrío:
—No era una nave filiana… y no podremos marcharnos enseguida. Venid aquí.
Todos se agruparon a su alrededor.
Toran dijo con voz átona:
—Era una nave de la Fundación, y sus tripulantes eran hombres del Mulo.
Ebling se agachó para recoger el cigarro que se le había caído. Preguntó:
—¿Aquí? Estamos a treinta mil parsecs de la Fundación.
—Y nosotros estamos aquí. ¿Por qué no pueden ellos hacer el mismo viaje? Por la Galaxia, Ebling, ¿no cree usted que sé distinguir las naves? He visto sus motores, y eso me basta. Le digo que eran motores de la Fundación, una nave de la Fundación.
—¿Y cómo han llegado hasta aquí? —inquirió Bayta con lógica—. ¿Cuáles son las posibilidades de un encuentro casual, en el espacio, de dos naves determinadas?
—¿Y eso qué tiene que ver? —replicó Toran acaloradamente—. Sólo demostraría que nos han seguido.
—¿Seguido? —repitió Bayta—. ¿Por el hiperespacio?
Ebling Mis intervino con acento cansado:
—Eso se puede hacer… con una buena nave y un piloto eficiente. Pero la posibilidad no es lo que me impresiona.
—Yo no he ocultado mi rastro —insistió Toran—. He mantenido la velocidad en línea recta. Un ciego podría haber calculado nuestra ruta.
—¡Que te crees tú eso! —gritó Bayta—. Con los saltos dementes que has dado, observar nuestra dirección inicial no hubiera servido de nada. Hemos salido de varios saltos en la dirección opuesta.
—¡Estamos perdiendo el tiempo! —estalló Toran—. Se trata de una nave de la Fundación en poder del Mulo. Nos ha detenido. Nos ha registrado. Nos ha llevado a Magnífico y a mí como rehenes para que vosotros estuvierais indefensos en caso de que sospecharais. Y nosotros vamos a destruir su nave inmediatamente.
—Cálmate —dijo Ebling Mis, sujetándole—. ¿Acaso vas a perdernos por una sola nave que crees enemiga? Recapacita, hombre. ¿Crees que nos iban a perseguir por una ruta imposible a través de media Galaxia para echarnos un vistazo y luego dejarnos marchar?
—Todavía siguen interesados en saber adónde vamos.
—Entonces, ¿por qué nos han detenido poniéndonos en guardia? No es lógico, y tú lo sabes.
—Voy a hacer lo que me he propuesto. Suélteme, Ebling, o le derribaré de un puñetazo.
Magnífico se inclinó hacia adelante desde el respaldo de su silla favorita a la que se había encaramado. Las aletas de su nariz se movían por la excitación.
—Les pido perdón por interrumpirles, pero mi pobre mente se ve de improviso atormentada por un extraño pensamiento.
Bayta adivinó la reacción impaciente de Toran y le agarró, junto con Ebling.
—Adelante, habla, Magnífico. Todos te escucharemos con atención.
Magnífico dijo:
—Durante mi estancia en su nave, mis embotados sentidos apenas me servían por el terrible miedo que llevaba encima. A decir verdad, casi no recuerdo lo ocurrido. Muchos hombres me miraban con fijeza y hablaban de cosas que no entendía. Pero hacia el final, como si un rayo de sol atravesara una nube, vi un rostro conocido. Fue sólo un instante, y, sin embargo, cada vez adquiere en mi memoria más fuerza y claridad.
—¿Quién era? —preguntó Toran.
—Aquel capitán que estuvo con nosotros tanto tiempo después de que ustedes me salvaran de la esclavitud.
Era evidente que el propósito de Magnífico había sido el de causar un gran efecto, y una sonrisa de deleite asomó bajo su enorme nariz demostrando que estaba satisfecho del éxito de sus intenciones.
—¿El capitán… Han… Pritcher? —preguntó Mis con expresión severa—. ¿Estás seguro? ¿Completamente seguro?
—Señor, lo juro. —Y colocó su mano huesuda sobre su hundido pecho—. Mantendría la verdad de mi afirmación ante el propio Mulo, y lo juraría en su presencia aunque él lo negase con todas sus fuerzas.
Bayta murmuró, anonadada:
—Entonces, ¿qué significa todo esto?
El bufón se volvió hacia ella ansiosamente.
—Mi señora, tengo una teoría. Se me ocurrió de repente, como si el espíritu galáctico la hubiese colocado en mi mente con toda suavidad. —Levantó la voz cuando oyó que Toran empezaba a poner objeciones—. Mi señora —continuó, dirigiéndose exclusivamente a Bayta—, si ese capitán hubiera huido con una nave, como nosotros, si como nosotros estuviera haciendo un viaje con un plan determinado, y nos hubiera encontrado de pronto… sospecharía que nosotros le perseguimos, del mismo modo que hemos sospechado de él. ¿Sería entonces extraño que organizase esta comedia para entrar en nuestra nave?
—Pero ¿por qué nos ha llevado a su nave? —arguyó Toran—. No tiene sentido.
—Sí, sí que lo tiene —replicó el bufón, muy inspirado—. Envió a un subordinado que no nos conocía, pero que nos describió por el micrófono. El capitán debió recordarme por la descripción de mi pobre persona, pues en verdad que no hay muchos en esta gran Galaxia que puedan compararse con mi delgadez. Y yo fui la prueba de la identidad de todos ustedes.
—¿De modo que nos permitirá marcharnos?
—¿Qué sabemos nosotros de esta misión y de su secreto? Nos ha espiado y comprobado que no somos enemigos, y, en este caso, ¿por qué ha de arriesgar su plan con más complicaciones?
Bayta dijo lentamente:
—No seas terco, Toran. Esto explica la situación.
—Podría ser —convino Mis.
Toran parecía impotente ante aquella resistencia conjunta. Algo en los argumentos del bufón no le convencía; algo no encajaba. Pero estaba desconcertado y, a pesar de sí mismo, su cólera fue cediendo.
—Durante un rato —murmuró—, creí que estábamos ante una de las naves del Mulo.
Y en sus ojos se reflejaba el dolor que sentía por la pérdida de Haven.
Los otros lo comprendieron.