El solitario planeta, Haven —único de un solo sol en un sector de la Galaxia que se extendía hasta el vacío intergaláctico—, estaba asediado.
Y lo estaba verdaderamente en el estricto sentido militar, ya que ningún área de espacio en el lado galáctico se hallaba a más de veinte parsecs de distancia de las bases avanzadas del Mulo. En los cuatro meses transcurridos desde la fulgurante caída de la Fundación, las comunicaciones de Haven habían sido cortadas como una red bajo el filo de la navaja. Las naves de Haven convergían hacia su mundo, y ahora el único foco de resistencia que existía era el propio Haven.
En otros aspectos, el asedio era aún más estrecho, porque la sensación de impotencia y derrota se infiltraba ya por doquier…
Bayta recorrió pausadamente el pasillo de ondulantes tonos rosáceos, entre hileras de mesas cubiertas de transparente plástico, y encontró su asiento guiada por la costumbre. Se arrellanó en la alta silla sin brazos, contestó mecánicamente a los saludos, que apenas escuchaba, se frotó los cansados ojos con el dorso de la mano y cogió el menú.
Tuvo tiempo de registrar una violenta reacción mental de repugnancia hacia la repetida presencia de diversos manjares cultivados en hongos, que en Haven eran considerados platos exquisitos y que para su paladar educado en la Fundación resultaban apenas comestibles…, antes de darse cuenta de que alguien sollozaba junto a ella.
Hasta entonces, sus tratos con Juddee, la insignificante rubia de nariz respingona que se sentaba cerca de ella en el comedor, habían sido superficiales. Y ahora Juddee estaba llorando, mordiendo con desespero su húmedo pañuelo y tratando de ahogar sus sollozos hasta que en su rostro aparecieron manchas rojas. Llevaba echado sobre los hombros su informe traje a prueba de radiaciones, y la visera transparente que protegía su cara se le había caído sobre el postre.
Bayta se unió a las tres muchachas que se turnaban en la tarea siempre repetida y siempre ineficaz de dar palmaditas en los hombros, acariciar los cabellos y murmurar cosas incoherentes.
—¿Qué ocurre? —susurró.
Una de las chicas se encogió de hombros, significando que no lo sabía. Entonces, comprendiendo la inutilidad de su gesto, empujó a Bayta a un lado.
—Supongo que ha trabajado demasiado. Y está preocupada por su marido.
—¿Pertenece a la patrulla del espacio?
—Sí.
Bayta alargó una mano amiga hacia Juddee.
—¿Por qué no te vas a casa, Juddee? —Su voz fue como una alegre intrusión después de las banalidades precedentes.
Juddee levantó la vista casi con resentimiento.
—Esta semana ya he salido una vez…
—Pues saldrás dos veces. Escucha, si intentas resistirte, la próxima semana tendrás que salir tres veces, de modo que irte a casa ahora casi equivale a patriotismo. ¿Alguna de vosotras trabaja en su departamento? Pues bien, ¿por qué no os hacéis cargo de su tarjeta? Será mejor que primero vayas al lavabo, Juddee, y te limpies la cara. ¡Vamos, vete!
Bayta volvió a su asiento y cogió de nuevo el menú con un ligero alivio. Aquellos estados de ánimo eran contagiosos. Una chica llorosa podía desorganizar todo un departamento en unos días en que los nervios estaban alterados.
Tomó una desabrida decisión, pulsó los botones indicados que tenía junto al codo y colocó el menú en su lugar.
La chica alta y morena que se sentaba frente a ella le preguntó:
—Aparte de llorar, nos quedan pocas cosas por hacer, ¿no crees?
Sus labios asombrosamente gruesos apenas se movieron, y Bayta advirtió que llevaba las comisuras cuidadosamente retocadas para exhibir aquella artificial media sonrisa que era en aquellos momentos la última moda.
Bayta investigó con los ojos semicerrados la insinuación contenida en las palabras, y acogió con agrado la llegada de su comida cuando se bajó el centro de su mesa y volvió a elevarse con el alimento. Desenvolvió cuidadosamente sus cubiertos y se los pasó de mano en mano hasta que se enfriaron.
Replicó:
—¿De verdad no se te ocurre nada más que hacer, Hella?
—¡Oh, sí! —exclamó Hella—. ¡Claro que sí! —Con un casual y experto movimiento de sus dedos tiró el cigarrillo a la pequeña ranura, donde el diminuto chorro atómico lo desintegró antes de que llegase al fondo—. Por ejemplo —añadió mientras colocaba bajo la barbilla sus esbeltas y bien cuidadas manos—. Creo que podríamos llegar a un agradable acuerdo con el Mulo y detener toda esta estupidez. Pero yo no tengo los… bueno…, los medios para alejarme rápidamente de los sitios conquistados por el Mulo.
La frente lisa de Bayta no se arrugó. Su voz era ligera e indiferente.
—No tienes marido o un hermano en las naves de guerra, ¿verdad?
—No. Por eso aún tengo más mérito al no ver razón para el sacrificio de los hermanos y maridos de las demás.
—El sacrificio será todavía mayor si nos rendimos.
—La Fundación se rindió y está en paz. Nuestros hombres están lejos y la Galaxia se alza contra nosotros.
Bayta se encogió de hombros y dijo con dulzura:
—Me temo que es lo primero lo que más te preocupa.
Volvió a su plato de verduras y comió con la sensación de que la rodeaba un gran silencio. Nadie había hecho el menor esfuerzo para replicar al cinismo de Hella.
Se marchó con rapidez, después de pulsar el botón que vaciaría la mesa para la ocupante del siguiente turno.
Una chica nueva, que estaba tres asientos más allá, preguntó en un susurro a Hella:
—¿Quién era ésa?
Los gruesos labios de Hella se curvaron con indiferencia.
—La sobrina de nuestro coordinador. ¿No lo sabías?
—¿De verdad? —Buscó con la mirada a la muchacha, que ya había salido—. ¿Qué está haciendo aquí?
—Es sólo una asambleísta. ¿No sabes que está de moda ser patriótica? Es todo tan democrático que me dan ganas de vomitar.
—Vamos, Hella —intervino la chica rechoncha de su derecha—, aún no nos ha acusado nunca ante su tío. ¿Por qué no la dejas tranquila?
Hella ignoró a su vecina echándole una mirada de reojo y encendió otro cigarrillo.
La chica nueva estaba escuchando la charla de una contable de ojos brillantes que tenía enfrente. Las palabras se sucedían rápidamente:
—… y se dice que estuvo en la Bóveda (nada menos que en la Bóveda, chicas) cuando habló Seldon, y que el alcalde tuvo un ataque de furia y se produjeron motines y cosas por el estilo. Ella se escapó antes de que el Mulo aterrizase, y dicen que su huida fue muy emocionante, a través del bloqueo. Me pregunto por qué no escribirá un libro acerca de todo ello; ahora son muy populares los libros sobre la guerra. También se rumorea que ha estado en el mundo del Mulo… ya sabéis, Kalgan, y…
El timbre sonó con estridencia y el comedor se vació lentamente. La voz de la contable siguió zumbando, y la chica nueva sólo la interrumpía con el convencional y admirativo «¿de verdad?», en los momentos apropiados.
Cuando horas después Bayta regresaba a su casa, las luces de las enormes cavernas ya disminuían gradualmente su potencia, y pronto reinaría la oscuridad que significaba el sueño para todos.
Toran la recibió en el umbral con una rebanada de pan untado de mantequilla en la mano.
—¿Dónde has estado? —preguntó, masticando. Después, con mayor claridad—: He preparado una cena improvisada. Si no es abundante, no tengo la culpa.
Pero ella daba vueltas a su alrededor, con los ojos muy abiertos.
—¡Torie! ¿Dónde está tu uniforme? ¿Qué haces con ropa de paisano?
—Órdenes, Bay. Randu está encerrado con Ebling Mis, e ignoro de qué se trata. Ya lo sabes todo.
—¿Me envían a mí también? —Bayta se acercó impulsivamente a él.
Toran la besó antes de contestar:
—Creo que sí. Probablemente será peligroso.
—¿Acaso hay algo que no sea peligroso?
—Exactamente. ¡Ah!, ya he enviado a buscar a Magnífico, así que es probable que él nos acompañe.
—¿Quieres decir que debemos cancelar su concierto en la fábrica de motores?
—Por supuesto.
Bayta entró en la habitación contigua y se sentó ante una comida que ofrecía signos evidentes de ser «improvisada». Cortó los bocadillos por la mitad con rápida eficiencia y dijo:
—Lo del concierto es una lástima. Las chicas de la fábrica lo esperaban con ilusión, lo mismo que Magnífico. Maldita sea. ¡Es un hombre tan extraño!
—Despierta tu complejo maternal, Bay, eso es lo que hace. Algún día tendrás un niño y entonces olvidarás a Magnífico.
Bayta contestó con la boca llena:
—Se me ocurre que tú eres quien más despierta mi instinto maternal.
Entonces dejó el bocadillo y adoptó una actitud grave.
—Torie.
—¿Qué?
—Torie, hoy he estado en el Ayuntamiento…, en la Oficina de Producción. Por eso he llegado tan tarde.
—¿Qué has hecho allí?
—Pues… —vaciló, indecisa—. He estado incubándolo. Ha llegado un momento en que ya no soportaba la fábrica. Ya no existe la moral. Las chicas tienen un ataque de llanto sin un motivo en particular. Las que no enferman, se agrían. Incluso sollozan las menos sensibles. En mi sección, la producción ha descendido a una cuarta parte de lo que era cuando llegué, y ningún día acude toda la plantilla de obreras.
—Está bien —dijo Toran—, y ahora háblame de la Oficina de Producción. ¿Qué has hecho allí?
—Formular unas cuantas preguntas. Y ocurre lo mismo, Torie, lo mismo en todo Haven. Baja de la producción, sedición e indiferencia por doquier. El jefe de la Oficina se limitó a encogerse de hombros (después de que yo hiciera una hora de antesala para verle, y sólo lo conseguí porque soy la sobrina del coordinador), y dijo que el asunto no es de su incumbencia. Francamente, creo que no le importaba.
—Vamos, Bay, no exageres.
—No creo que le importase —repitió fieramente Bayta—. Te digo que algo va mal. Es la misma horrible frustración que me asaltó en la Bóveda del Tiempo cuando Seldon nos falló. Tú también la sentiste.
—Sí, es cierto.
—¡Pues aquí está de nuevo! —continuó ella con salvaje ímpetu—. Jamás seremos capaces de resistir al Mulo. Incluso aunque tuviéramos el material, nos falta el valor, el espíritu, la voluntad… Torie, no sirve de nada luchar…
Toran no recordaba haber visto nunca llorar a Bayta, y tampoco lloró ahora, al menos, no del todo. Pero Toran le puso con suavidad una mano sobre el hombro y murmuró:
—Será mejor que lo olvides, cariño. Ya sé a qué te refieres, pero no podemos…
—Ya sé, ¡no podemos hacer nada! Todo el mundo dice lo mismo, y nos quedamos sentados, esperando que caiga la espada.
Volvió a dedicar su atención al bocadillo y el té. Sin hacer ruido, Toran arreglaba las camas. Fuera, la oscuridad era completa.
Randu, como recién nombrado coordinador —en realidad era un cargo de tiempos de guerra— de la Confederación de Ciudades de Haven, ocupaba por propia elección una habitación del piso superior, tras cuya ventana podía reflexionar por encima de los tejados y jardines. Entonces al extinguirse las luces de las cavernas, la ciudad no podía verse entre las sombras oscuras. Randu no quería meditar sobre este simbolismo.
Dijo a Ebling Mis, cuyos ojos pequeños y claros parecían interesarse exclusivamente por la copa llena de líquido rojo que tenía en la mano:
—En Haven existe el proverbio de que cuando se extinguen las luces de las cavernas, es hora de que todos se entreguen al sueño.
—¿Duerme usted mucho últimamente?
—¡No! Siento haberle llamado tan tarde, Mis. Ignoro por qué en estos momentos prefiero la noche. ¿No es extraño? La gente de Haven está condicionada muy estrictamente para que la falta de luz signifique el sueño. Yo también. Pero ahora es diferente…
—Se está ocultando —dijo Mis en tono terminante—. Está rodeado de gente durante el período de vela, y siente sobre usted sus miradas y sus esperanzas. No puede soportarlo, y en el período de sueño se siente libre.
—¿Usted también siente esta terrible sensación de derrota?
Ebling Mis asintió lentamente con la cabeza.
—Sí. Es una psicosis masiva, un incalificable pánico de masas. Por la Galaxia, Randu, ¿qué espera usted? Tiene aquí a toda una civilización basada en la ciega creencia de que un héroe popular del pasado lo tiene todo planeado y cuida de cada detalle de sus vidas. La pauta mental así evocada tiene características ad religio, y ya sabe usted lo que eso significa.
—En absoluto.
A Mis no le entusiasmó la necesidad de una explicación. Nunca le había gustado dar explicaciones. Por eso gruñó, miró con fijeza el largo cigarro que enrollaba entre sus dedos y dijo:
—Caracterizada por fuertes reacciones religiosas. Las creencias sólo pueden ser desarraigadas por una sacudida importante, en cuyo caso resulta un desequilibrio mental bastante completo. Casos leves: histeria, un morboso sentido de inseguridad. Casos graves: locura y suicidio.
Randu se mordió la uña del pulgar.
—Cuando Seldon nos falla, o, en otras palabras, cuando desaparece nuestro escenario, en el que hemos descansado durante tanto tiempo, nuestros músculos se atrofian y no podemos movernos sin él.
—Eso es. Una metáfora torpe, pero cierta.
—¿Y qué me dice de sus propios músculos, Ebling?
El psicólogo filtró una larga bocanada de aire a través de su cigarro y dejó salir todo el humo.
—Oxidados, pero no atrofiados. Mi profesión me ha procurado unos pocos pensamientos independientes.
—¿Y atisba una salida?
—No, pero tiene que haberla. Tal vez Seldon no previó lo del Mulo. Tal vez no garantizó nuestra victoria. Pero tampoco garantizó nuestra derrota. El caso es que ha desaparecido del juego y nos ha dejado solos. El Mulo puede ser vencido.
—¿Cómo?
—Del mismo modo que se puede vencer a cualquiera: atacando con fuerza el punto débil. Escuche, Randu; el Mulo no es un superhombre. Si le vencemos, todo el mundo lo verá por sí mismo. Sucede que no le conocemos, y las leyendas se amontonan rápidamente. Se dice que es un mutante. ¿Y qué? Un mutante significa un «superhombre» para los ignorantes de la humanidad. Pero no es eso en absoluto. Se ha estimado que diariamente nacen en la Galaxia varios millones de mutantes. De estos millones, todos menos un uno o un dos por ciento pueden ser detectados solamente por medio de microscopios y de la química. De este uno o dos por ciento de macromutantes, es decir, los de mutaciones que pueden ser detectadas a simple vista o por la mente, todos menos un uno o un dos por ciento son monstruos destinados a los centros de diversión, los laboratorios y la muerte. De los pocos macromutantes cuyas diferencias constituyen una ventaja, casi todos son curiosidades inofensivas, raros en un solo aspecto, normales (y a menudo subnormales) en la mayoría de los otros. ¿Lo comprende, Randu?
—Sí. Pero ¿qué me dice del Mulo?
—Suponiendo que el Mulo sea un mutante, daremos por sentado que posee algún atributo, indudablemente mental, que puede utilizarse para conquistar mundos. En otros aspectos debe tener imperfecciones, las cuales habremos de localizar. No sería tan misterioso, no rehuiría tanto a los demás, si estas imperfecciones no fueran aparentes y fatales. Suponiendo que sea un mutante.
—¿Existe una alternativa?
—Podría existir. La evidencia de la mutación se debe al capitán Han Pritcher, de lo que era el Servicio Secreto de la Fundación. Sacó sus conclusiones partiendo de las débiles memorias de los que pretendían conocer al Mulo, o alguien que podía haber sido el Mulo, en su infancia y primera niñez. Pritcher trabajó con material dudoso, y la evidencia que encontró pudo ser implantada por el Mulo para sus propios fines, porque es seguro que el Mulo ha recibido una considerable ayuda de su reputación de mutante-superhombre.
—Esto es muy interesante. ¿Cuánto tiempo hace que opina usted así?
—No es una opinión en la que yo pueda basarme; se trata únicamente de una alternativa digna de consideración. Por ejemplo, Randu, supongamos que el Mulo ha descubierto una forma de radiación capaz de anular la energía mental, del mismo modo que posee una capaz de anular las reacciones atómicas. ¿Qué pasaría entonces? ¿Podría ello explicar lo que nos ocurre ahora a nosotros, y lo que ocurrió a la Fundación?
Randu parecía inmerso en profunda meditación. Preguntó:
—¿Qué hay de sus investigaciones en torno al bufón del Mulo?
Entonces fue Ebling Mis quien vaciló.
—Infructuosas, hasta ahora. Hablé con valentía al alcalde antes del colapso de la Fundación, principalmente para infundirle valor, y en parte para infundírmelo a mí mismo. Pero, Randu, si mis instrumentos matemáticos estuviesen a la suficiente altura, por medio del bufón podría analizar completamente al Mulo. Entonces le atraparíamos. Entonces podríamos resolver las extrañas anomalías que ya han llamado mi atención.
—¿Cuáles?
—Piense, amigo mío. El Mulo derrotó a voluntad a las naves de la Fundación, pero en cambio no ha conseguido que las débiles flotas de los Comerciantes Independientes se batan en retirada. La Fundación cayó de un solo golpe; los Comerciantes Independientes resisten contra toda su fuerza. Primero usó su Campo de Extinción contra las armas atómicas de los Comerciantes Independientes de Mnemon. El elemento de sorpresa les hizo perder aquella batalla, pero hicieron frente al Campo. El Mulo no pudo volver a usarlo con éxito contra los Comerciantes. Sin embargo, surtió efecto una y otra vez contra las fuerzas de la Fundación, y al final contra la Fundación misma. ¿Por qué? Partiendo de nuestros conocimientos actuales, todo esto es ilógico. Por consiguiente, debe de haber factores que nosotros desconocemos.
—¿Traición?
—Eso es absurdo, Randu, un incalificable absurdo. No había un solo hombre en la Fundación que no estuviera seguro de la victoria. ¿Quién traicionaría al bando que sin duda alguna ha de ganar?
Randu se acercó a la ventana curvada y contempló, sin ver nada, la oscuridad del exterior. Replicó:
—Pero ahora nosotros estamos seguros de perder. Aunque el Mulo tuviese mil debilidades; aunque fuese como una red, toda llena de agujeros…
No se volvió. Era como si hablase su espalda encorvada, sus dedos que se buscaban nerviosamente unos a otros. Prosiguió:
—Escapamos fácilmente después del episodio de la Bóveda del Tiempo, Ebling. También otros podían haber escapado; unos cuantos lo hicieron, pero la mayoría no. El Campo de Extinción pudo ser neutralizado; sólo hacía falta ingenio y un poco de esfuerzo. Todas las naves de la Fundación podrían haber volado a Haven o a otros planetas vecinos para continuar luchando como lo hicimos nosotros. Ni siquiera un uno por ciento lo hizo. De hecho, se pasaron al enemigo. La resistencia de la Fundación, en la que casi todo el mundo aquí parece confiar a ciegas, no ha hecho nada de importancia hasta el momento. El Mulo ha sido lo bastante diplomático como para prometer salvaguardar la propiedad y los beneficios de los grandes Comerciantes, y éstos se han pasado a su bando.
Ebling Mis protestó tercamente:
—Los plutócratas siempre han estado contra nosotros.
—Y siempre han tenido el poder en sus manos. Escuche, Ebling. Tenemos razones para creer que el Mulo o sus instrumentos, ya han estado en contacto con hombres poderosos de los Comerciantes Independientes. Se sabe que por lo menos diez de los veintisiete Mundos Comerciantes se han unido al Mulo. Tal vez diez más estén a punto de hacerlo. Hay personalidades en el propio Haven a las que no disgustaría el dominio del Mulo. Al parecer es una tentación irresistible renunciar a un poder político en peligro, si ello asegura un control sobre los asuntos económicos.
—¿Usted no cree que Haven pueda luchar contra el Mulo?
—No creo que Haven luche contra él. —Y Randu volvió su rostro preocupado hacía el psicólogo—. Creo que Haven está esperando para rendirse. Le he llamado para decírselo. Quiero que usted abandone Haven.
Ebling Mis infló sus rechonchas mejillas, asombrado.
—¿Ya?
Randu sintió un terrible cansancio.
—Ebling, usted es el mejor psicólogo de la Fundación. Los verdaderos maestros de la psicología se acabaron con Seldon, pero usted es el mejor que tenemos. Usted es nuestra única posibilidad de derrotar al Mulo. Aquí no puede hacerlo; tendrá que marcharse a lo que queda del Imperio.
—¿A Trántor?
—En efecto. Lo que un día fue el Imperio es hoy una partícula, pero aún debe de quedar algo en el centro. Allí tienen los archivos, Ebling. Podrá aprender más de psicología matemática; quizá lo suficiente como para que pueda interpretar la mente del bufón. Irá con usted, naturalmente.
Mis replicó con sequedad:
—Dudo de que esté dispuesto a acompañarme, ni siquiera por temor al Mulo, si la sobrina de usted no viene con nosotros.
—Lo sé. Toran y Bayta irán con usted precisamente por este motivo. Y, Ebling, hay otro objetivo todavía más importante. Hari Seldon fundó dos Fundaciones hace tres siglos; una en cada extremo de la Galaxia. Debe encontrar esa Segunda Fundación.