Cuando los veintisiete Mundos Comerciantes Independientes, unidos por su desconfianza del planeta madre de la Fundación, concertaban entre ellos una asamblea, y cada uno se sentía orgulloso de su propia pequeñez, endurecido por su aislamiento y amargado por el eterno peligro, era preciso vencer negociaciones preliminares de una mezquindad suficiente como para desanimar a los más perseverantes.
No bastaba fijar por adelantado detalles tales como los métodos de votación, o el tipo de representación, ya fuera por mundos o por población. Éstas eran cuestiones de complicada importancia política. No bastaba fijar el asunto de prioridad en la mesa, tanto del consejo como de la cena; éstas eran cuestiones de complicada importancia social.
Se trataba del lugar de reunión, puesto que esto era un asunto de marcado provincialismo. Y finalmente, las dudosas rutas de la diplomacia eligieron el mundo de Radole, sugerido al principio por algunos comentaristas por la lógica razón de su posición central.
Radole era un mundo pequeño, de los que abundan en la Galaxia, pero entre los cuales era una rareza la variedad habitada. Era un mundo, dicho en otras palabras, donde las dos mitades ofrecían los monótonos extremos del frío y el calor, mientras la región de vida posible era la franja de zona crepuscular.
Un mundo semejante parece invariablemente inhóspito a los que no lo han visitado, pero hay lugares estratégicamente situados, y Radole City era uno de ellos.
Se extendía a lo largo de las suaves laderas de las colinas, situadas frente a la cordillera que delimitaba el hemisferio frío y detenía la masa de hielo. El aire cálido y seco acariciaba las ciudades, que recibían el agua de las montañas; y Radole City era un eterno jardín, caldeado por la radiante mañana de un perpetuo junio.
Cada casa tenía su jardín florido, abierto a los benignos elementos. Cada jardín era un lugar de horticultura forzada, donde las plantas de lujo crecían en fantásticas formas para ser exportadas al extranjero, hasta que Radole casi se convirtió en un mundo productor, en vez de un típico mundo comerciante.
De este modo, a su manera, Radole City era un pequeño punto de suavidad y lujo en un horrible planeta —un minúsculo Edén—, y este hecho fue también un factor influyente en la lógica de la elección.
Los extranjeros llegaron de cada uno de los otros veintiséis mundos comerciantes: delegados, esposas, secretarios, periodistas, naves y tripulaciones, y la población de Radole casi se dobló, por lo que sus recursos tuvieron que estirarse hasta el límite. Todos comían a voluntad, bebían sin límite y no dormían en absoluto.
Sin embargo, había pocos entre aquellos vividores que no fueran intensamente conscientes de que toda la Galaxia ardía con lentitud en una especie de guerra quieta y adormecida. Y entre los que tenían esta conciencia, los había de tres clases: la primera estaba constituida por los que sabían muy poco y rebosaban confianza…
Uno de ellos era el joven piloto espacial que llevaba la escarapela de Haven en la hebilla de su gorra, y que consiguió, sosteniendo la copa ante los ojos, reflejar en ella los ojos de la sonriente radoliana que estaba frente a él. Decía:
—Hemos pasado a propósito a través de la zona de guerra para venir aquí. Viajamos alrededor de un minuto luz por la zona neutral, justo delante de Horleggor…
—¿Horleggor? —interrumpió un nativo de largas piernas, que era el anfitrión del grupo—. Eso es donde el Mulo recibió una paliza la semana pasada, ¿no?
—¿Dónde ha oído usted que el Mulo recibió una paliza? —preguntó con arrogancia el piloto.
—Por la radio de la Fundación.
—¿Ah, sí? Pues bien, el Mulo ha conquistado Horleggor. Casi nos topamos con un convoy de sus naves, y era precisamente de allí de donde venían. No recibe una paliza quien se queda en el campo de batalla, y quien ha dado la paliza se aleja a toda prisa.
Alguien dijo en voz alta:
—No hable de este modo. La Fundación siempre acaba venciendo. Usted espere y se convencerá. La vieja Fundación sabe cuándo ha de volver, y entonces… ¡pum! —El hombre estaba ligeramente borracho y sonrió entre dientes.
—Sea como fuere —replicó el piloto de Haven tras una corta pausa—, vimos las naves del Mulo y tenían muy buen aspecto. Incluso le diré que parecían nuevas.
—¿Nuevas? —repitió el nativo con perplejidad—. ¿Las construyen ellos mismos? —Rompió una hoja de una rama colgante, la olió delicadamente y se la metió en la boca. Mientras la masticaba, la hoja despidió un jugo verdoso y un olor de menta—. ¿Está diciéndome que han vencido a las naves de la Fundación con artefactos caseros? Continúe.
—Nosotros las vimos, amigo. Y yo sé distinguir entre una nave y un cometa.
El nativo se inclinó hacia él.
—¿Sabe lo que pienso? Escuche, no se engañe a usted mismo. Las guerras no empiezan por sí solas, y nosotros contamos con un grupo de gente astuta que nos gobierna y que sabe muy bien lo que hace.
El borracho dijo con la voz repentinamente alta:
—Observe a la Fundación. Esperan hasta el último minuto y entonces… ¡pum! —Sonrió con la boca abierta a la muchacha, que se apartó de él.
El radoliano prosiguió:
—Por ejemplo, amigo, tal vez usted piense que el Mulo está dirigiendo el cotarro. Pues no es así. —Movió horizontalmente un dedo—. Por lo que he oído decir, y en boca de gente importante, no lo dude, trabaja para nosotros. Nosotros le pagamos, y es muy probable que hayamos construido esas naves. Seamos realistas al respecto; es muy probable que sea así. Es evidente que a la larga no puede derrotar a la Fundación, pero puede fastidiarla, y cuando lo hace… intervenimos.
La muchacha preguntó:
—¿No puedes hablar de otra cosa, Klev? ¡Sólo de la guerra! Me aburres.
El piloto de Haven dijo en un arranque de galantería:
—Cambie de tema. No debemos aburrir a las chicas.
El borracho adoptó la frase y la repitió mientras golpeaba la mesa con una jarra. Los pequeños grupos que se habían formado se disolvieron en risas y bufonadas, y de la casa que daba al jardín emergieron grupos similares compuestos por dos personas cada uno. La conversación se generalizó y se hizo más variada, más insustancial…
Después estaban los que sabían un poco más y sentían menos confianza.
Entre ellos se contaba Fran, representando a Haven como delegado oficial y que, a raíz de su corpulencia, vivía por todo lo alto y cultivaba nuevas amistades, con mujeres cuando podía, y con hombres cuando tenía que hacerlo.
Se hallaba descansando en la plataforma soleada de la casa de uno de sus nuevos amigos, situada en la cima de una colina. Era la primera vez que la visitaba, y sólo la visitaría una vez más durante su estancia en Radole. Su nuevo amigo se llamaba Iwo Lyon, un alma gemela de Radole. La casa de Iwo se levantaba lejos de las otras viviendas, aparentemente aislada en un océano de perfume floral y zumbido de insectos. La plataforma solar era una franja de césped colocada formando un ángulo de cuarenta y cinco grados, y Fran yacía tendido sobre la hierba, absorbiendo los rayos solares. Comentó:
—No tenemos nada parecido en Haven.
Iwo contestó, con voz soñolienta:
—No ha visto aún el lado frío. Hay un lugar, a unos treinta y cinco kilómetros de aquí, donde el oxígeno fluye como el agua.
—¿En serio?
—Es un hecho.
—Bien, le diré, Iwo… En los viejos tiempos, antes de que me arrancaran el brazo, me pasó algo… bueno, ya sé que no va a creérselo, pero… —La historia que siguió tuvo una duración considerable, e Iwo no se la creyó.
Una vez finalizada, observó:
—Los viejos tiempos eran mejores, ésta es la verdad.
—Desde luego que sí. Oiga —se animó Fran—, le he hablado de mi hijo, ¿verdad? También es de la vieja escuela: será un magnífico comerciante. Ha salido en todo a su padre. Bueno, en todo no, porque se ha casado.
—¿Quiere decir un «contrato legal», y con una muchacha?
—Eso es. Yo no le veo ningún sentido. Fueron a Kalgan en su luna de miel.
—¿Kalgan? ¿Kalgan? ¿Y cuándo demonios fueron allí?
Fran sonrió y contestó con acento misterioso:
—Justo antes de que el Mulo declarase la guerra a la Fundación.
—Conque sí, ¿eh?
Fran asintió e hizo una seña a Iwo para que se acercara:
—Voy a contarle algo, si me promete no difundirlo. Mi hijo fue enviado a Kalgan para realizar una misión. No me gustaría revelar la índole de la misma, pero si usted repasa ahora la situación, puede adivinarla. En cualquier caso, mi hijo era el hombre adecuado para el trabajo. Nosotros, los comerciantes, necesitábamos algo de alboroto. —Sonrió astutamente—. Y lo tuvimos. No le diré cómo lo hicimos, pero mi hijo fue a Kalgan y el Mulo envió sus naves. ¡Mi hijo!
Iwo estaba francamente impresionado, y también él se puso confidencial.
—Estupendo. Dicen que disponemos de quinientas naves listas para intervenir en el momento apropiado.
Fran rectificó con tono autoritario:
—Y aún más, tal vez. Esto es verdadera estrategia, de la clase que me gusta. —Se pellizcó la piel del vientre—. Pero no olvide que el Mulo es también un chico listo. Lo ocurrido en Horleggor me preocupa.
—Tengo entendido que perdió diez naves.
—Sí, pero tenía cien más, y la Fundación se vio obligada a retirarse. Está muy bien que derrotemos a esos tiranos, pero no me gusta que tardemos tanto. —Y sacudió la cabeza.
—Me pregunto de dónde sacará el Mulo sus naves. Corre el rumor de que nosotros las fabricamos para él.
—¿Nosotros? ¿Los comerciantes? Haven tiene los mayores astilleros de todos los mundos independientes, y no hemos hecho ninguna nave que no fuera para nosotros. ¿Supone que algún mundo puede construir una flota para el Mulo sin tomar la precaución de una acción conjunta? Esto es… un cuento de hadas.
—Entonces, ¿dónde las consigue?
Fran se encogió de hombros.
—Las fabricarán ellos mismos, supongo. Esto también me preocupa.
Y, por último, estaba el reducido número de los que sabían mucho y no sentían la menor confianza.
Entre ellos se contaba Randu, quien al quinto día de la convención de los comerciantes entró en la Sala Central y encontró en ella, esperándole, a los dos hombres que había citado allí. Los quinientos asientos estaban vacíos… y así iban a seguir.
Randu dijo con rapidez, casi antes de sentarse:
—Nosotros tres representamos alrededor de la mitad del potencial militar de los Mundos Comerciantes Independientes.
—En efecto —repuso Mangin de Iss—, mis colegas y yo ya hemos comentado el hecho.
—Estoy dispuesto —dijo Randu— a hablar con prontitud y seriedad. No me interesan la sutileza ni los regateos. Nuestra posición ha empeorado radicalmente.
—Como consecuencia de… —urgió Ovall Gri de Mnemon.
—De los sucesos de última hora. ¡Por favor! Empecemos desde el principio. Primero, la precaria posición en la que nos hallamos no es culpa nuestra, y dudo de que esté bajo nuestro control. Nuestros tratos originales no fueron con el Mulo, sino con otros, especialmente con el ex señor guerrero de Kalgan, a quien el Mulo derrotó en el momento menos propicio para nuestros planes.
—Sí, pero ese Mulo es un digno sustituto —adujo Mangin—. No me preocupan los detalles.
—Tal vez le preocupen cuando los conozca todos. —Randu se inclinó hacia adelante y colocó las manos sobre la mesa, con las palmas hacia arriba. Continuó—: Hace un mes envié a Kalgan a mi sobrino y a su esposa.
—¡A su sobrino! —gritó con asombro Ovall Gri—. Yo ignoraba que fuese su sobrino.
—¿Con qué propósito? —preguntó secamente Mangin—. ¿Éste? —Y dibujó un círculo en el aire con el pulgar.
—No. Si se refiere a la guerra del Mulo contra la Fundación, no. No podía apuntar tan alto. El muchacho no sabía nada, ni de nuestra organización ni de nuestros objetivos. Le dije que yo era miembro menor de una sociedad patriótica de Haven y que su función en Kalgan era sólo la de un observador aficionado. Debo admitir que mis motivos eran bastante confusos. Principalmente sentía curiosidad por el Mulo. Se trata de un extraño fenómeno, pero esto ya es un tema trillado y no me extenderé sobre él. En segundo lugar, era un interesante proyecto de adiestramiento para un joven que tiene experiencia con la Fundación y su resistencia, y da muestras de poder sernos útil en el futuro.
El largo rostro de Ovall se contrajo en líneas verticales cuando enseñó sus grandes dientes.
—Entonces debió sorprenderle el resultado, pues creo que no hay nadie entre los comerciantes que no sepa que ese sobrino suyo raptó a un servidor del Mulo en nombre de la Fundación, y con ello suministró al Mulo un casus belli. ¡Por la Galaxia! Randu, está usted confeccionando novelas. Me cuesta creer que no tuviese parte en ello. Reconozca que fue un trabajo hábil.
Randu meneó su cabeza plateada.
—No participé, y mi sobrino, sólo involuntariamente. Ahora es prisionero de la Fundación, y es posible que no viva para ver completado su habilidoso trabajo. Acabo de recibir noticias suyas. La Cápsula Personal ha podido salir clandestinamente, cruzar la zona de guerra, ir a Haven, y viajar de allí hasta aquí. Su viaje ha durado un mes.
—¿Y qué?
Randu apoyó una pesada mano en el hueco de su palma y dijo tristemente:
—Me temo que estamos destinados a jugar el mismo papel que el ex señor guerrero de Kalgan. ¡El Mulo es un mutante!
Hubo una tensión momentánea; una ligera impresión de pulsos acelerados. Randu podía haberlo imaginado fácilmente.
Cuando Mangin habló, su voz era serena:
—¿Cómo lo sabe?
—Sólo porque mi sobrino lo dice, pero es que él ha estado en Kalgan.
—¿Qué clase de mutante? Hay muchas clases, como usted ya sabe.
Randu se esforzó por dominar su impaciencia.
—Muchas clases de mutantes, ya lo sé, Mangin. ¡Innumerables clases! Pero sólo hay una clase de Mulo. ¿Qué otra clase de mutante empezaría de la nada, reuniría un ejército, establecería, según dicen, un asteroide de ocho kilómetros como base original, conquistaría un planeta, después un sistema, después una región, y entonces atacaría a la Fundación y la derrotaría en Horleggor? ¡Y todo en dos o tres años!
Ovall Gri se encogió de hombros.
—¿De modo que usted cree que vencerá a la Fundación?
—Lo ignoro. ¿Y si lo consigue?
—Lo siento, no puedo ir tan lejos. No se vence a la Fundación. Escuche, el único hecho del que partimos es la declaración de un… bueno, de un muchacho inexperto. ¿Y si lo olvidáramos por un tiempo? Pese a todas las victorias del Mulo, no nos hemos preocupado hasta ahora, y a menos que vaya mucho más lejos de lo que ha ido, no veo razón para cambiar de actitud. ¿De acuerdo?
Randu frunció el ceño y se desesperó ante la complejidad de su argumento. Dijo a los otros dos:
—¿Han tenido ya algún contacto con el Mulo?
—No —contestaron ambos.
—Sin embargo, es cierto que lo hemos intentado, ¿verdad? Es cierto que nuestra reunión no servirá de mucho si no le encontramos, ¿verdad? También es cierto que hasta ahora hemos bebido más que pensado, y proferido quejas en lugar de actuar, cito un editorial del Tribuna de Radole aparecido hoy, y todo porque no podemos encontrar al Mulo. Caballeros, tenemos casi mil naves esperando entrar en liza en el momento apropiado para apoderarnos de la Fundación. Creo que deberíamos cambiar las cosas. Creo que deberíamos hacer zarpar a esas naves ahora… contra el Mulo.
—¿Quiere decir a favor del tirano Indbur y los vampiros de la Fundación? —preguntó Mangin con ira contenida.
Randu alzó una mano cansada.
—Ahórrese los adjetivos. He dicho contra el Mulo y a favor de quien sea.
Ovall Gri se levantó.
—Randu, yo no quiero tener nada que ver con esto. Preséntelo esta noche al pleno del consejo si realmente lo que desea es un suicidio político.
Se marchó sin añadir nada más y Mangin le siguió en silencio, dejando a Randu en la soledad de una consideración interminable e insoluble.
Aquella noche, ante el pleno del consejo, no dijo nada.
Ovall Gri irrumpió en su habitación a la mañana siguiente; un Ovall Gri someramente vestido y que no se había afeitado ni peinado.
Randu le miró con tanto asombro que se le cayó la pipa de la boca.
Ovall dijo con voz brusca y ronca:
—Mnemon ha sido bombardeado a traición desde el espacio.
—¿La Fundación? —preguntó Randu, ceñudo.
—¡El Mulo! —explotó Ovall—. ¡El Mulo! —Hablaba rápidamente—. Fue deliberado y sin provocación. La mayor parte de nuestra Flota se había unido a la flotilla internacional. Las pocas naves que quedaban de la Escuadra Nacional eran insuficientes y volaron por los aires. Aún no ha habido desembarcos, y tal vez no se produzcan, pues se ha informado que la mitad de los atacantes han sido destruidos; pero se trata de una guerra, y yo he venido a averiguar la posición de Haven en esta coyuntura.
—Estoy seguro de que Haven se adherirá al espíritu de la Carta de la Federación. ¿Lo ve? También nos ataca a nosotros.
—Este Mulo es un loco. ¿Acaso puede derrotar al universo? —Vaciló, se sentó y agarró la muñeca de Randu—. Nuestros escasos supervivientes han informado de la posesión por parte del Mulo… del enemigo… de un arma nueva. Un depresor de campo atómico.
—¿Un… qué?
Ovall prosiguió:
—La mayoría de nuestras naves se ha perdido porque les han fallado sus armas atómicas. No puede deberse a sabotaje ni accidente. Tiene que haber sido un arma del Mulo. No ha funcionado de manera perfecta; el efecto ha sido intermitente, había modos de neutralizarla…, mis despachos no son detallados. Pero comprenderá que este arma podría cambiar el curso de la guerra y hasta inutilizar a toda nuestra Flota.
Randu se sintió muy viejo. Su rostro era fláccido.
—Temo que ha surgido un monstruo que nos devorará a todos. Pero hemos de luchar contra él.