FUNDACIÓN — …Tras cuarenta años de expansión, la Fundación se enfrentó a la amenaza de Bel Riose. Los épicos días de Hardin y Mallow habían desaparecido, y con ellos cierta dura osadía y resolución…
Enciclopedia Galáctica
Había cuatro hombres en la habitación, situada de forma que nadie podía acercarse a ella. Los cuatro se miraron rápidamente y después contemplaron durante un buen rato la mesa que les separaba. Sobre la misma había cuatro botellas, y otros tantos vasos, pero nadie los había tocado.
A continuación, el hombre más próximo a la puerta extendió un brazo y tamborileó un ritmo lento y suave sobre la mesa, al tiempo que decía:
—¿Van a continuar sentados y callados eternamente? ¿Acaso importa quién hable primero?
—Pues hágalo usted —dijo el hombre corpulento sentado frente a él—. Usted es el que debería estar más preocupado.
Sennett Forell rio en silencio y sin humor.
—Porque se imaginan que soy el más rico. O tal vez esperan que continúe, ya que he empezado. Supongo que no han olvidado que fue mi propia flota comercial la que capturó esa nave exploradora…
—Usted tenía la flota más grande —dijo un tercero— y los mejores pilotos; lo cual es otra manera de decir que es el más rico. Fue un riesgo tremendo, y hubiera sido aún mayor para uno de nosotros.
Sennett Forell volvió a reír silenciosamente.
—Tengo cierta facilidad para correr riesgos, ya que ello lo he heredado de mi padre. Después de todo, el punto esencial en la aceptación de un riesgo es que los resultados lo justifiquen, y, en cuanto a eso, no cabe la menor duda de que la nave enemiga fue aislada y capturada sin pérdidas por nuestra parte y sin poner sobre aviso a los demás.
El hecho de que Forell fuese un lejano pariente colateral del gran desaparecido Hober Mallow era sabido abiertamente en todo el ámbito de la Fundación. El hecho de que fuera hijo ilegítimo de Mallow era aceptado en silencio por todos.
El cuarto hombre pestañeó subrepticiamente. Las palabras se escaparon de sus labios.
—El haber capturado esa navecilla no es como para ponerse a dormir sobre los laureles. Lo más probable es que ese joven se enfurezca aún más.
—¿Usted cree que necesita motivos? —preguntó desdeñosamente Forell.
—Pues sí, lo creo, y esto podría ahorrarle, mejor dicho, le ahorrará la molestia de inventarse uno. —El cuarto hombre hablaba despacio—. Hober Mallow trabajaba de otra manera, y también Salvor Hardin. Dejaban que otros usaran el dudoso medio de la fuerza, mientras ellos maniobraban tranquilamente y con seguridad.
Forell se encogió de hombros.
—Esa nave ha probado su valor. Los motivos son baratos y éste lo hemos vendido con beneficios. —Se advertía en sus palabras la satisfacción del comerciante nato. Continuó—: Ese joven es del viejo Imperio.
—Ya lo sabemos —comentó el segundo hombre, un tipo corpulento, con un gruñido de desagrado.
—Lo sospechábamos —rectificó suavemente Forell—. Si un hombre viene con naves y riqueza, con talante de amistad y con ofertas comerciales, es de sentido común evitar su enemistad hasta estar seguros de que su buena disposición no es una máscara. Pero ahora…
Había un ligero tono de lamentación en la voz del tercer hombre cuando interrumpió:
—Podríamos haber sido aún más cautelosos. Podríamos habernos enterado primero, antes de permitirle que se marchara. Hubiera sido lo más sensato.
—Este punto ya ha sido discutido y desechado —dijo Forell, apartando el tema con un ademán concluyente.
—El Gobierno es blando —se lamentó el tercer hombre— y el alcalde es un idiota.
El cuarto miró de uno en uno a los otros tres y se quitó de la boca la colilla del cigarro. La dejó caer en la ranura situada a su derecha, donde desapareció con una chispa final.
Dijo con sarcasmo:
—Espero que el caballero que ha hablado últimamente lo haya hecho sólo por hábito. Aquí nos podemos permitir el lujo de recordar que el Gobierno somos nosotros.
Hubo un murmullo de asentimiento.
Los ojos diminutos del cuarto hombre estaban fijos en la mesa.
—Entonces, dejemos en paz a la política del Gobierno. Ese joven… ese extranjero, podía ser un cliente potencial. Ha habido otros casos. Todos ustedes intentaron adularle para conseguir un contrato previo. Tenemos un acuerdo, un acuerdo entre caballeros, que va en contra de esto, pero a pesar de todo lo intentaron.
—Y usted también —gruñó el segundo.
—Lo sé —replicó con calma el cuarto.
—Pues olvidemos lo que hubiéramos podido hacer —interrumpió Forell con impaciencia— y continuemos pensando en cómo debemos actuar ahora. En cualquier caso, ¿qué habría pasado si le hubiésemos matado o hecho prisionero? Aun ahora no estamos seguros de sus intenciones, y en el peor de los casos no podríamos destruir un Imperio quitando la vida a un solo hombre. Podría haber montones de flotas esperando por si se daba el caso de que el joven no regresara.
—Exactamente —aprobó el cuarto—. Veamos, ¿qué se consiguió con la captura de esa nave? Soy demasiado viejo para tanta charla.
—Puedo decírselo con muy pocas palabras —repuso Forell secamente—. Se trata de un general imperial, o lo que sea en el rango correspondiente entre ellos. Es un joven que ha probado sus dotes militares (así me lo han dicho) y que es el ídolo de sus hombres. Una carrera muy romántica. Las historias que se cuentan de él serán indudablemente mentiras en su mayor parte, pero incluso así le han convertido en una especie de portento.
—¿Quién las cuenta? —inquirió alguien.
—La tripulación de la nave capturada. Escuchen, tengo todas sus declaraciones grabadas en microfilme, que guardo en un lugar seguro. Más tarde podrán oírlas si lo desean. Ustedes mismos pueden hablar con los hombres en caso de que lo consideren necesario. Yo sólo les he dicho lo esencial.
—¿Cómo logró sonsacarles? ¿Cómo sabe que han dicho la verdad?
Forell frunció el ceño.
—No me anduve con miramientos, señores míos. Les golpeé, les drogué de forma masiva y empleé despiadadamente la sonda. Hablaron. Y podemos creerles.
—En los viejos tiempos —dijo el tercer hombre con repentina incongruencia— se habría utilizado la psicología pura. Indolora, ya saben, pero muy segura y sin posibilidad de engaño.
—Bueno, había muchas cosas antiguamente —comentó Forell con sequedad—, pero éstos son otros tiempos.
—Pero… —dijo el cuarto hombre— ¿qué buscaba aquí ese general, ese romántico héroe? —Había en él una persistencia monótona y tenaz.
Forell le miró con fijeza.
—¿Cree usted que confió a su tripulación los detalles de la política estatal? Ellos no lo sabían. No podemos sacarles nada a este respecto, y bien sabe la Galaxia que lo hemos intentado.
—Lo cual significa…
—Que hemos de llegar a nuestras propias conclusiones, naturalmente. —Los dedos de Forell empezaron a tamborilear de nuevo—. Ese joven es un jefe militar del Imperio, y sin embargo fingió ser un príncipe menor de algunas estrellas dispersas en un rincón cualquiera de la Periferia. Sólo esto ya prueba que no le interesa dejarnos entrever sus verdaderos motivos. Añadamos a la naturaleza de su profesión el hecho de que el Imperio ya financió un ataque contra nosotros en tiempos de mi padre, y veremos que hay motivos para que nos preocupemos. Aquel primer ataque fracasó, y dudo que el Imperio nos lo haya perdonado.
—¿No hay nada en lo que ha descubierto —preguntó con cautela el cuarto hombre— que nos dé alguna seguridad? ¿No nos está ocultando algo?
Forell contestó serenamente:
—No puedo ocultar nada. En lo sucesivo no podrá haber ninguna rivalidad comercial. Nos veremos forzados a la unidad.
—¿Patriotismo? —La débil voz del tercer hombre tenía un acento burlón.
—Al diablo con el patriotismo —dijo Forell con voz ecuánime—. ¿Creen que daría tan sólo dos soplos de emanación atómica por el futuro Segundo Imperio? ¿Suponen que arriesgaría una sola misión comercial para allanarle el camino? Pero… ¿acaso se imaginan que la conquista imperial ayudará a mi negocio o al de ustedes? Si el Imperio vence habrá cantidad suficiente de cuervos para acabar con los despojos de la batalla.
—Y nosotros seremos los despojos —añadió secamente uno de los presentes.
El segundo hombre rompió el silencio de improviso, cambiando su enorme cuerpo de posición y haciendo crujir la silla.
—¿Por qué hablar de eso? El Imperio no puede ganar, ¿verdad? Contamos con la afirmación de Seldon de que al final formaremos el Segundo Imperio. Esto no es más que otra crisis. Ha habido tres con anterioridad.
—¡Sólo otra crisis, sí! —Forell estaba furioso—. Pero en las dos primeras teníamos a Salvor Hardin para guiarnos; en la tercera, a Hober Mallow. ¿A quién tenemos ahora?
Miró fríamente a los otros y prosiguió:
—Las reglas de psicohistoria de Seldon, en las que es tan cómodo confiar, tienen probablemente entre sus variables una cierta iniciativa normal por parte del pueblo mismo de la Fundación. Las leyes de Seldon ayudan a quienes se ayudan a sí mismos.
—Los tiempos hacen al hombre —dijo el tercero—. Éste es otro proverbio.
—No es posible fiarse de él con seguridad absoluta —gruñó Forell—. Bien, yo opino lo siguiente: si ésta es la cuarta crisis, Seldon la habrá previsto. De ser así, será posible vencerla, y entonces tiene que haber un modo de conseguirlo. Ahora el Imperio no es más fuerte que nosotros; siempre lo ha sido. Pero es la primera vez que estamos en peligro de un ataque directo por su parte, por lo que su fuerza se convierte en una temible amenaza. Si hemos de vencerla, ha de ser nuevamente, como en todas las crisis pasadas, por medio de un método, y no por la fuerza. Hemos de encontrar el punto débil del enemigo… y atacarlo.
—¿Y cuál será ese punto débil? —interrogó el cuarto hombre—. ¿Piensa adelantarnos una teoría?
—No. A eso quiero ir a parar. Nuestros grandes jefes del pasado siempre vieron los puntos débiles de sus enemigos y los atacaron. Pero ahora…
Había indecisión en su voz. Y por un momento nadie hizo ningún comentario. Luego, el cuarto personaje tomó nuevamente la palabra y dijo:
—Necesitamos espías.
Forell se volvió rápidamente hacia él.
—¡Tiene razón! Ignoro cuándo atacará el Imperio. Es posible que aún tengamos tiempo.
—El propio Hober Mallow entró en los dominios imperiales —sugirió el segundo.
Pero Forell movió la cabeza.
—Nada tan directo como eso. Ninguno de nosotros es precisamente joven, y todos estamos enmohecidos por la burocracia y los detalles administrativos. Necesitamos jóvenes que ya estén trabajando…
—¿Los comerciantes independientes? —preguntó de nuevo el cuarto.
Forell asintió con la cabeza y murmuró:
—Si aún hay tiempo…