Dos meses después, Olga jugaba en la playa de Benidorm con la pequeña Luna, que ya tenía casi nueve meses. Después del accidente, y sin decir lo que realmente le pasaba a sus compañeros, excepto a Márquez, pidió una excedencia de un año y se trasladó a la costa a vivir. Cuando Pepa supo que su nieta estaba embarazada, en un principio, se asustó. Pero al hablar con ella y ver que necesitaba descansar, recogió sus cosas y se marchó con ellas a Benidorm, para pena de Maruja y del señor Luis, que las añoraban todos los días.
En Benidorm la vida era fácil y tranquila. Por la mañana Olga paseaba con su abuela y la pequeña por la playa, y por la tarde, hasta que el sol se marchaba, bajaba ella sola a la playa o jugaba con Luna a hacer castillos en la arena. La niña en ese tiempo parecía haberse relajado. Desde que Olga pasaba el día entero con ella, había normalizado hasta el sueño. Por las noches, le daba de cenar a las nueve y se dormía en su cuna. Después, Olga se tiraba en el sillón a leer, a ver una película o simplemente a pensar, mientras su abuela se marchaba con las amigas.
Pensaba mucho en Alex. Le añoraba cada instante del día. Pero no había vuelto a saber nada de él. Hablaba con Clara todos los días, pero nunca le preguntó por él ni su amiga le hizo la más mínima mención. El día en que Clara le dijo que ella también estaba embarazada, se alegró mucho por ellos. Y sonrió al pensar en sus hijos juntos. Sería maravilloso.
Pasado un tiempo, el embarazo de Olga iba viento en popa. Al principio pensó qué hacer al respecto, pero luego fue incapaz de tomar una decisión drástica. Ya estaba de casi seis meses y aún se sorprendía cuando se miraba en el espejo y veía su redonda tripa crecer.
Alex intentó centrarse en su trabajo. Aunque se le cayó el alma a los pies cuando Oscar le dijo que Olga se había marchado a vivir a Benidorm con su abuela y la niña.
Pensó en ir a buscarla. ¿Cómo no buscarla? Pero lo habló con Oscar y este le aconsejó que la dejara respirar. Al final dominó sus deseos e hizo caso a su amigo. Olga se merecía un tiempo para pensar, y él no era quién para acosarla. Por ello se limitó a pensar en ella y a recordar muchas de las cosas de las que ella le habló y que él desconocía.
Una mañana, cuando Oscar se marchó a trabajar, Clara y Olga hablaban por teléfono. Clara le contaba sus sinsabores y lo mal que le estaba sentando el embarazo.
—¡Ay, Clarita! Yo creo que eres una lamentosa.
—¡Y una mierda lamentosa! Me encuentro fatal. Tan mal que estoy de baja y no paro de comer pepinillos en vinagre. ¡Pero joder! Si a mí los pepinillos no me gustan —se desesperó—. ¡Oh, Dios! Esto es muy duro, no sé cómo lo aguantas.
—A ver… espira… inspira… —bromeó Olga—. Los vómitos son normales al principio, pero verás cómo luego se pasan.
—Bueno, vale, si tú lo dices, te haré caso —suspiró sin fuerzas.
Oscar entró por sorpresa en casa; se le habían olvidado unos papeles que necesitaba, y la oyó hablar.
—A ver, Olga, escúchame. Si tu médico te ha dicho que la fecha del parto es para el diecisiete de agosto, yo intentaré estar allí a partir del diez por si se adelanta.
Oscar se quedó paralizado. ¿Parto? De pronto, su mente comenzó a trabajar con rapidez, unió varias conversaciones que había oído, blasfemó y lo entendió todo. Olga estaba embarazada. Sentándose en la silla del recibidor continuó escuchando sin hacer ruido hasta que su mujer colgó. En ese momento, decidido, se plantó delante de ella y rugió:
—A ver, MacGyver, ¿no tienes nada que contarme?
Ella dio un respingo, pero al verle el gesto se quedó sin habla. Oscar vio que a su mujer se le había comido la lengua el gato, y exigió una explicación:
—¿Qué es eso que he oído de embarazo y diecisiete de agosto? Porque si no recuerdo mal, tu fecha de parto es el 26 de diciembre.
—¡Oh, Dios! —gimió al sentirse descubierta—. Olga me va a matar.
—¡¿Te va a matar?! —gritó mirándola—. No, preciosa, no. Alex me va a matar a mí cuando se entere de esto. Pensará que yo lo sabía y se lo oculté.
—No se lo irás a decir, ¿verdad? Por favor, dime que no.
—Lo siento, pero esto es algo tan importante que por supuesto se lo voy a decir.
Abriendo un bote de pepinillos que tenía al lado, Clara blasfemó.
—¡Joder, cielo! ¿Cómo puedes no entenderlo? Es su decisión. Ella no quiere decirle nada. Maldita sea, ¿por qué has tenido que escuchar?
Atónito, la miró con intensidad y preguntó:
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso crees que si el caso fuera al contrario yo no querría saberlo?
—Los hombres no entendéis nada. Nada —gritó Clara señalándole con un pepinillo.
—La que no entiende nada eres tú. Alex va a ser padre. Lleva meses destrozado por la ausencia de tu querida amiga y…
—Ella también está mal —aseguró Clara.
—Alex adora, ama, enloquece y moriría por Olga y Luna, y… ¡joder, cariño! ¡Va a ser padre! Se merece saberlo, ¿no crees?
Ella sabía que tenía razón, pero odiaba saber que por su culpa todo se había descubierto. Finalmente dio un paso hacia su marido y le abrazó. Oscar, deseoso de contar aquella noticia a su amigo, le dio un beso en la punta de la nariz a su mujercita y mientras cogía las llaves del coche, dijo:
—MacGyver, ve preparando tu artillería más pesada porque cuando el doctor Pichón venga a por ti, yo no pienso intervenir —al ver que esta le miraba boquiabierta, añadió—: Y por tu bien y el de O’Neill, no le avises. Dejemos que entre ellos se cueza lo que se tenga que cocer.
Entonces Oscar sonrió y se marchó. Por primera vez en su vida, Clara no supo qué hacer.