58

El ruido intenso de las sirenas había desaparecido. Olga solo oía un murmullo de voces en medio del silencio.

—Olga… Olga… ¿Me oyes?

Abrió los ojos, y aunque al principio lo veía todo distorsionado, al final su vista se aclaró y se encontró con la mirada preocupada de su compañera.

—¿Qué ha pasado?

—¡Oh, Dios! ¡Qué susto! —suspiró Clara abrazándola.

De pronto, Olga lo recordó todo. Se habían estrellado contra un coche. Cogiendo a su compañera de la pechera gritó:

—¿Dónde está López?

—Está fuera hablando con el jefe. No te preocupes, está bien.

—¿Tú estás bien? —preguntó preocupada al verla con un brazo en cabestrillo.

—Sí, tranquila. De esta me salvo —sonrió con cariño—. Y mi preciosa nariz Pataky no ha sufrido ningún daño.

Sentándose en la camilla, se llevó la mano la cabeza y al notarse puntos, susurró:

—¡Ay, Dios! ¡Me han dado puntos en la frente!

—Sí, pero tranquilízate. Te has dado un buen golpe en la cabeza y han tenido que darte seis puntos encima de la ceja. Pero no te preocupes, estás bien.

En ese momento pasó un doctor que miró a Olga y preguntó:

—¿Cómo se encuentra?

—Bien… Me duele un poco la cabeza, pero bien.

—El dolor y el aturdimiento son normales —dijo el doctor—. Se ha dado un buen golpe contra el cristal del coche. Por eso le hemos tenido que dar seis puntos encima de la ceja. No se asuste si dentro de unas horas aparece un gran hematoma en la cara. Eso es normal.

Olga pensó en su abuela y en el disgusto que aquello le ocasionaría.

—Uf… no se preocupe doctor —sonrió Clara—. Los hematomas y nosotras somos compañeros de trabajo.

El hombre sonrió, miró unos papeles que traía en la mano y dijo:

—Señorita Ramos, tengo que hablar con usted en privado.

Al escuchar aquello Olga, le miró y dijo:

—Pues hable.

El médico miró a Clara y esta dijo con rotundidad:

—Diga lo que tenga que decir porque de aquí no me mueve ni la grúa municipal.

El doctor vio que Olga asentía y dijo:

—Señorita Ramos, ¿sabía usted que está embarazada?

Olga se quedó sin habla. Miró a Clara y de nuevo a aquel hombre y susurró:

—Imposible. Yo no estoy embarazada. Ha debido confundirse usted.

—Le hicimos una analítica y los valores demuestran que no me equivoco. ¿Recuerda usted la fecha de su último periodo?

Olga comenzó a marearse. Embarazada. Pero ¿cómo podía pasarle también aquello? El médico al ver su estado, la ayudó a tumbarse en la camilla y ella respondió tapándose la cara, consciente de la cruda realidad.

—Creo que fue en noviembre… pero no lo recuerdo bien. En casa lo tendré apuntado en el calendario.

—¡Mi madre! —exclamó Clara alucinada.

—Estamos casi en marzo, señorita Ramos —señaló el doctor, y sin darle tiempo a hablar dijo—: Tome este volante. Lléveselo a su médico de cabecera y él le asignará un tocólogo. Y por favor, cuídese. Debe estar usted de tres meses o más.

Dicho esto el hombre salió. Olga comenzó a agobiarse y con rapidez Clara entró en acción.

—A ver, reina mora… espira… inspira… espira… —y con guasa señaló—: ¡Joder! ¡Parece que ya estás de parto!

Pero Olga no quería reír. Solo quería soltar palabras de alto impacto y gritar.

—¡Ay, Dios mío! ¡Joder… joder… y joder! —gritó finalmente—. He estado tan liada con la niña, el trabajo y mi desgraciada vida personal que no me he dado cuenta de ello. —Tapándose la cara susurró—: Esto no me puede estar pasando a mí.

—Me encantaría decirte que no —dijo Clara mirando unos papeles—. Pero aquí lo pone muy claro. Embarazo. Positivo.

—Tienen que haberse equivocado —dijo Olga incorporándose—. Yo no puedo estar embarazada. Ya tengo una niña y llevo sin acostarme con un tío más… más de dos meses. ¿Cómo coño voy a estar embarazada?

—Si llevas más de dos meses sin acostarte con Alex, solo me queda preguntarte una cosa —se guaseó Clara—. ¿El padre es Lucas Fernández? ¿Ese que guardas en la mesilla de noche y que tras su uso te deja la cama para ti solita?

Al oírla y verle la cara, Olga, inexplicablemente, comenzó a reír. Era todo tan surrealista que era imposible no reír. Ahora entendía su malestar general, sus ojeras y su continuo sueño, algo que achacaba a la ruptura con Alex, a Luna y a su agotamiento general.

En ese momento, como si de una tromba se tratara, se abrió la puerta. Ante ellas aparecieron Oscar y Alex con gesto de preocupación.

Oscar, al ver a Clara, suspiró y rápidamente la abrazó. Alex no se movió.

—Pero bueno —dijo Clara al ver la efusividad de su marido—. ¿Quién ha sido el listo que te ha avisado antes que yo?

—Márquez. Me llamó para decirme que habíais tenido un accidente de coche y que os traían en una ambulancia al Hospital Doce de Octubre —suspiró Oscar mientras comprobaba que su mujercita estaba entera.

—Este Márquez es una auténtica portera —resopló Olga.

—¿Por qué no habéis dicho a los del Samur que os llevaran al Hospital O’Connors? —dijo con voz autoritaria Alex, mirándolas.

—Ese hospital no es de la seguridad social y no nos corresponde —contestó Olga con voz estridente.

Alex la miró enfadado. Pero al ver su gesto cansado y su frente de nuevo hinchada y con puntos, se acercó a ella y con deseos de abrazarla, le susurró.

—Cariño, me vas a matar cualquier día con tus sustos.

«Uff… doctor Pichón, si tú supieras», pensó Clara pero calló.

Su voz hizo que Olga cerrara los ojos. Le encantaba aquel acento con que le hablaba, y le encantaba en especial, cuando le hacía el amor. ¡Amor!… En ese momento se acordó de lo que el médico le había dicho, y sin querer mirar a Alex, llamó a su amiga.

—Clara. Pídeme un taxi. Quiero irme echando leches a mi casa.

—De eso nada —afirmó Alex—. Ahora mismo las dos y López os venís con nosotros para el O’Connors. Allí os haremos un chequeo general. No me fío de la seguridad social.

Olga abrió los ojos y gritó:

—Y una mierda. Yo no voy contigo a ningún lado y menos a tu puñetero hospital.

—Esto tiene rápida solución —se guaseó Oscar mirándola—. Te enseñamos una jeringuilla y dejarás de replicar.

Olga le miró con gesto serio y dijo:

—Por tu bien, cierra el pico si no quieres vértelas conmigo.

—Y conmigo —aseguró Clara, y al verla tan nerviosa dijo acercándose a ella—: A ver… espira… inspira… espira…

Una vez le hizo caso y controló su respiración, pidió ayuda a su amiga con la mirada. Clara la entendió y dijo:

—Por favor, doctores, ¿serían tan amables de esperar fuera un segundito?

—Ni lo pienses —gruñó Alex.

No pensaba ir a ningún sitio si no era con aquella cabezona delante.

—O te vas ahora mismo o te juro que me pongo a chillar como una energúmena hasta que te echen —gritó Olga.

Clara miró a su marido, le hizo un puchero para que le ayudara y susurró:

—Doctor Agobio, por favor.

Sin poder negarle aquella ayuda, Oscar cogió a su amigo del brazo y dijo:

—Doctor Pichón, salgamos un momento.

—No —repitió aquel sin quitarle la vista de encima a Olga.

—Vamos a ver —insistió su amigo—. Hay dos opciones: o le enseñas una jeringuilla para que se calle o sales conmigo.

Finalmente, Alex claudicó y con gesto serio abandonó la habitación momentáneamente. Clara con rapidez se acercó a su marido y le dio un beso, pero este antes de salir, le cuchicheó.

—Cuando lleguemos a casa, tú y yo vamos a hablar muy seriamente de esto. Y prepárate porque te voy a hacer pagar, muy caro, el susto que me has dado.

Una vez quedaron solas las dos, Olga se levantó con rapidez de la camilla y le pidió a su amiga:

—Necesito que me ayudes. Alex no puede enterarse del embarazo.

Clara la miró boquiabierta y sujetándola por el brazo, preguntó:

—¿Cómo que no se lo vas a decir?

—No sé lo que voy a hacer, ¡joder! Ya tengo una hija y me está volviendo loca. ¿De dónde crees que voy a sacar el dinero para mantener a dos?

—Olga, el padre de esos niños está ahí afuera. No lo entiendes.

—Alex no es su padre —dijo sin querer gritar para que nadie se enterara.

—¡Ah, vale! Se me olvidaba la posible paternidad de Lucas Fernández —se mofó, pero mirándola volvió al ataque—. Deja de hacer el tonto. Alex es tan padre de Luna como del pequeño fetillo que crece en tu interior.

—Pero ¿qué dices?

—Digo la verdad, y si me dices que Alex no es el padre de Luna, tú tampoco eres su madre. ¿Me entiendes ahora?

—No, no te entiendo.

Con las miradas enfrentadas como pocas veces en su vida, Clara añadió:

—Mira, guapa. Un padre es quien te cuida, quien te arropa por las noches, quien te saca de paseo, el que te hace creer que la magia de los Reyes Magos y Papá Noel existen, quien se desvive cuando enfermas y quien nunca permite que estés solo. Y eso te lo digo yo, que me he criado en la soledad de un orfanato hasta que os conocí a vosotros y por fin pude tener mi propia familia. Por lo tanto, si me dices que Alex no es el padre de Luna porque su sangre no corre por sus venas, tendré que dejar de sentir que tú eres mi hermana, que Pepa es mi abuela y que Maruja y el señor Luis son mis tíos. Y si por tu culpa —Olga gimió— yo dejo de pensar eso, te voy a odiar como nunca antes te odié.

Al oírla y verla llorar, Olga se emocionó y lloró. Sin haberlas pronunciado nunca, ambas sentían así las palabras de Clara. Al final, Olga susurró:

—Si fueras mi hermana no te podría querer más, so tonta. Pero por favor, necesito tiempo para pensar qué voy a hacer con mi vida o te juro que me voy a volver loca.

Clara asintió justo en el momento en que la puerta se abría. Alex y Oscar entraban y se preguntaban por qué lloraban.

—Pero MacGyver, ¿por qué lloras? —dijo Oscar tomándole la mano.

—Porque soy muy feliz y tengo una familia encantadora. —Le dio un beso en los labios y se dirigió a Alex, que con gesto de preocupación miraba a su compañera—. Alex, sé que eres un tipo maravilloso y quieres a Olga, pero por favor, ella está cansada y quiere regresar a su casa sin ti. No hagas que ella monte en cólera ni nada por el estilo. Necesita descansar.

—Cariño, yo me quedaría más tranquilo si os hiciéramos un chequeo en el O’Connors —insistió Oscar.

—Estamos bien, tesoro, ¿no nos ves? —sonrió Clara con tristeza.

Saber lo que sabía y no poder decirlo, le amargaba la existencia, pero quería tanto a Olga que no podía traicionarla.

—Ahora mismo os llevo al O’Connors a las dos. Después regresareis a vuestras casas —siseó Alex, molesto por cómo le miraban.

—Alex —habló Olga partiéndole el corazón—, no tengo fuerzas para discutir contigo. Nunca te he pedido nada. Pero esta vez te pido por favor que me dejes marchar a mi casa. Lo necesito. Por favor.

La voz de Olga, el cansancio que reflejaba su cara y el ojo que por momentos se le ponía morado, lograron que Alex desistiera. No podía seguir atosigándola de aquella manera. La miró con intensidad, asintió y se marchó. Al verle desaparecer, Olga se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar.