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Una semana después de la boda, Olga estaba de los nervios. Alex no paraba de enviarle flores a casa y a la oficina. Ambos lugares parecían el jardín del Edén.

—¡Ramos! —gritó Márquez al ver entrar al repartidor de flores—. Haz el favor de decir a tu admirador que deje de enviar flores a la comisaría. Esto parece Interflora.

Varios de los compañeros sonrieron. Olga no.

—Tiene razón el jefe —dijo Dani divertido—. Con tanta flor por aquí nos vamos a amariconar.

—Sería una sorpresa para tus innumerables conquistas —resopló Patricia sorprendiéndolos.

«Vaya… vaya… la novata está coladita por nuestro Dani» —pensó Clara divertida.

—Aprovecha el tirón y regala flores a quien quieras, Dani —suspiró Olga, molesta por tanta flor—. Tienes para elegir desde las simples margaritas a las rosas roja de la pasión.

En ese momento llegó sor Celia con cara de circunstancias y un nuevo ramo de flores en la mano.

—Celia, te he dicho mil veces que tires las puñeteras flores a la basura —gruñó Olga.

—Por Dios, Olga, ¿cómo voy a hacer eso? Son preciosas y cuestan un pastón. Además, las pobres flores no tienen la culpa de nada —y sin hacerle caso, soltó el ramo en su mesa y se marchó.

Clara, que frente a ella comía Lacasitos, dijo:

—Si no coges y lees lo que pone en la tarjeta antes de que yo cuente hasta cinco, te juro que voy yo y lo miro.

Con gesto cansado, Olga arrancó la tarjeta de las flores, abrió el sobrecito y leyó:

Cada hora, minuto y segundo del día y de la noche, pienso en ti. Te quiero.

Doctor Pichón.

Con una angustia que no la abandonaba tiró la tarjeta a la basura y mientras llevaba las rosas a recepción, Clara cogió la tarjeta, la leyó y la volvió a tirar.

—Como se te ocurra abrir tu piquito de oro, me voy a enfadar, señora Butler —bufó Olga al regresar. Clara sonrió y calló.

Una hora después, Márquez reunió a todo su equipo. Debían ir a la calle Rubén Darío con urgencia. Estaban atracando una sucursal bancaria.

Con rapidez todos corrieron a los coches patrulla. López, Clara y Olga se montaron en uno. Pero cuando llegaron a la sucursal, los atracadores huían en una furgoneta oscura. Sin parar, los coches policiales comenzaron a perseguirlos por las calles de Madrid. De pronto, un coche se les cruzó y se estrellaron contra ellos.