El sábado 14 de febrero amaneció nuboso, pero no llovió. Úrsula, la amiga peluquera de ellas, fue a casa de Clara para peinarla y la dejó guapísima.
Cuando Pepa, Maruja y el señor Luis subieron al piso de Clara junto con Olga y la pequeña, la novia se emocionó al verlos tan guapos.
—Olé… olé… y olé… ¡Lo guapa que está mi preciosa Clara vestida de novia! —sonrió el señor Luis. Ella le besó.
Para Clara, aquellas personas que desde hacía años la cuidaban y la mimaban, eran su familia. Una familia que nunca tuvo, pero que encontró el día en que Olga entró en su vida.
—¡Bendito sea Dios! —susurró Pepa emocionada—. Clarita, mi amor, estás guapísima.
—Oy… oy… oy… Eres una novia preciosa —gimió Maruja y entregándole un anillo añadió—: Este anillo me lo dio mi esposo el día que nos casamos para que se lo entregara a mi hija o una nuera. Como no he tenido hijos y yo te quiero a ti como si fueras mi hija, te lo regalo para que el día de mañana tú se lo des a tu hija, ¿vale, mi amor?
Con los ojos llenos de lágrimas, Clara tragó el nudo de emociones que no la dejaba hablar y asintió.
—Ten, preciosa. —El señor Luis le entregó un sobrecito—. Con este dinero, Maruja, Pepa y yo te deseamos que seas muy feliz.
Clara lloró por aquellos gestos. Los adoraba y los iba a echar mucho de menos cuando se trasladara a vivir a la casa de Oscar. Al ver aquello y sentir la emoción que se agitaba en el aire, Olga tomó aire para no llorar y dijo:
—Bueno… bueno… bueno… Clara, estás que crujes. Cuando te vea el doctor Agobio, sinceramente creo que se va a quedar sin palabritas.
La novia miró a su amiga, que con la pequeña Luna en brazos estaba adorable, las abrazó y el señor Luis comenzó a hacer fotos. Todos sonrieron.
Diez minutos después, Olga se despidió; un taxi la esperaba. Tenía que ir a casa de Oscar para acompañar al novio hasta el altar. Mientras iba en el taxi rezó para no encontrarse con Alex, aunque tarde o temprano se lo encontraría.
Cuando llegó a la casa de Oscar, él y su familia la recibieron con cariño. Olga no les entendía, no sabía hablar inglés, pero el cariño que le demostraron todos ellos, la hicieron estar feliz y tranquila.
A las doce y media partieron los dos en su cochazo biplaza hacia la iglesia. A Olga comenzó a temblarle la pierna. Lo que llevaba tiempo evitando, en media hora no lo podría esquivar.
—Relájate, Olga, te noto muy tensa —dijo Oscar mientras conducía.
—Sí, sí… es que estoy muy feliz por vuestra boda. No te preocupes.
Oscar no quiso decir nada más. El color ceniciento de su tez le preocupaba. Pero no quería agobiarla. Sabía por Clara que ella no quería hablar de Alex. Quince minutos después, Oscar aparcó el coche y del brazo de una sonriente pero pálida Olga, llegó a la iglesia donde Márquez, Luis, Marisa, López y demás ya esperaban.
Mientras todos bromeaban con Oscar sobre si la poli le había cercado para que no escapara, Olga vio llegar a Juan y Lidia junto a David y Eva. Al verla se acercaron a saludarla. Poco después, mientras los compañeros seguían bromeando con un sonriente novio, por el rabillo del ojo vio llegar a Perla con Walter. Rápidamente se alejó y fue a saludar a sor Celia y su marido.
Diez minutos después, llegaron Maruja, el señor Luis y Pepa. Olga, al no ver a su pequeña, se acercó a ellos y preguntó:
—¿Dónde está Luna?
—¡Ay, hermosa! No me mates. Pero cuando la niña ha visto llegar a Alejandrito se ha tirado a sus brazos y no ha habido manera de arrancarla de él.
—¡Joder, abuela! ¿Por qué me lo pones tan difícil?-resopló al pensar en ello.
—Créela, guapetona. La niña se ha puesto a llorar de tal forma cuando hemos intentado arrebatarla de ese hombretón, que al final no nos ha quedado más remedio que dejarla con él —aseguró el señor Luis.
—Es que mi nieto tiene mucho gancho con las mujeres —bromeó Walter acercándose. Pero al ver el gesto de Olga, se arrepintió.
—Hola, Walter. ¡Qué guapo te veo! —intentó bromear Olga, pero en su mirada se veía la tristeza.
—Tú sí que estás guapa, preciosa —saludó besándola con afecto.
Por el rabillo del ojo volvió a ver a Perla junto a aquel, y dándose la vuelta se marchó mientras ellos se saludaban. Pero al ver acercarse el cochazo de Alex, el corazón comenzó a latirle con tal desenfreno que si no hubiera sido porque Márquez la agarró por la cintura, se habría caído al suelo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó este con disimulo. Ella asintió una sonrisa nerviosa.
Cuando la puerta del piloto del coche se abrió y apareció Alex, tan guapo e impresionante con aquel traje oscuro, asustada cerró los ojos.
«Mierda… mierda… Olga… haz el favor de espirar e inspirar y demostrar la raza española que el señor Luis siempre se empeña en que tienes», se regañó y abriendo los ojos, sonrió y se dispuso a ganar el Goya a la mejor interpretación.
Como si hubiera resurgido de las cenizas, Olga se acercó hasta el coche, saludó a Alex con la cabeza y cogió a su pequeña para que la novia pudiera salir del coche.
—¿Estás bien? —preguntó Clara al verla.
—Perfectamente —respondió con una encantadora sonrisa.
Alex todavía no había reaccionado y se quedó como un pasmarote al lado del coche mientras ella sacaba a la niña y, sin mirarle, se la llevaba a su abuela. Llevaba casi un mes sin verla y en ese momento deseó abrazarla para no soltarla más. Estaba preciosa con aquel bonito vestido azul y el pelo recogido en un moño italiano, aunque la encontró más delgada y con unas oscuras ojeras que el maquillaje intentaba tapar.
Como si le hubieran metido un petardo en el culo, Olga no paró de moverse hasta que por fin llegaron al altar. Allí se sentó al lado de Oscar y suspiró por el mal momento pasado. Durante la misa, Alex intentó mirarla con disimulo. Parecía muy atenta a lo que el cura decía. Al cruzar sus miradas cuando el sacerdote dijo que se dieran la paz, con rapidez Olga le ofreció la mano y él disfrutó de aquel pequeño contacto.
Acabada la ceremonia y las correspondientes fotos, Olga con su niña agotada, se metió en el coche de Dani junto a Patricia y Luis para ir al salón.
Durante la comida, la pequeña Luna pasó de mano en mano como la falsa moneda. Todos se partían de risa con ella. Aquella niña era una monada. No extrañaba a nadie y con todo el mundo era feliz. Cuando la comida se acabó para alegría de Olga, los señores Butler abrieron el baile y Olga sonrió al ver a Clara. Se le notaba en la cara la felicidad. Por fin había encontrado a ese príncipe azul que siempre había buscado y Olga, de todo corazón, les deseó lo mejor.
Consiguió escaquearse del baile de los padrinos, que para más inri, los puñeteros señores Butler encargaron que fuera Something stupid. Dani, su simpático compañero, la encontró fumándose un cigarro fuera del salón. La hizo reír, la retó a que no sabía bailar la canción del Coyote Dax que sonaba en ese momento y luego la hizo entrar a la fiesta donde bailó con él y con todos los compañeros de comisaría. Eso hizo feliz a Clara y aún más a su abuela. Con la tensión por las nubes, Olga se dio cuenta de que Alex no le quitaba ojo de encima, y cuando hizo ademán de dejar de bailar, él caminó hacia ella. Eso la asustó y decidió seguir en la pista bailando. Era la única manera de que él no se le acercara.
Media hora después, agotada y con la lengua fuera, comprobó que él se sentaba junto a su madre y su abuelo. Con rapidez se escabulló y fue hasta la barra para pedir algo de beber. Estaba seca. Desde su privilegiado sitio, Olga vio que su abuela pasaba con la niña cerca de Alex y cómo la pequeña al verle comenzó a llorar y a extender sus bracitos hacia él. Alex, enternecido, se levantó, la cogió y se sentó con la pequeña junto a su madre.
—Maldita chaquetera —susurró Olga molesta con la niña.
La pequeña era feliz con Alex. Se volvía loca con él, incluso parecía besarle con pasión. Eso hizo sonreír a Perla. Nunca había visto a su hijo tan atontado con un bebé en brazos. Y verle con aquella muñequita de pelo oscuro y ojos marrones tan parecidos a los de Olga, la emocionó.
—Esta niña es una preciosidad —susurró Perla acercándose a él.
La canija pareció entenderla. Alargó su manita, le tocó la nariz a Perla y sonrió. Aquello los hizo reír y Perla, feliz, vio por primera vez en muchos días a su hijo sonreír.
Desde el otro lado del salón, Olga veía furiosa la escena. ¿Qué hacían esos idiotas con su hija? Pero no podía hacer nada. No quería aguar la boda de su amiga. Finalmente decidió salir a tomar el aire.
Apoyada en una columna, Olga se fumaba un cigarrillo, mientras escuchaba la música sonar en el salón.
—Tienes una hija preciosa.
Al volverse se quedó sorprendida al encontrarse con Perla. Enjoyada como siempre, la miraba desde cierta distancia.
—Gracias. Ya lo sé —respondió volviéndose para no mirarla. Pero al notar que aquella continuaba plantada allí, preguntó—: ¿Qué quiere señora O’Connors?
—Quisiera pedirte perdón por lo mal que me porté contigo. Te juzgué sin conocerte y me he dado cuenta que eso es algo inadmisible.
Olga la miró, apagó el cigarro y dijo con educación:
—La honra decirme eso, pero discúlpeme, no quiero continuar hablando con usted.
—Lo entiendo, y asumo mi culpa —asintió desesperada la mujer—, pero mi hijo…
—Mire, señora —gruñó Olga tras respirar con fuerza—, oír hablar de su hijo es lo último que me apetece en este mundo.
Luego entró en la sala donde todo el mundo bailaba. No quería oírla.
El resto de la velada fue una tortura para ella. Ver a Alex y sentir su mirada la estaba volviendo loca. Por ello a las nueve de la noche, cuando la niña ya estaba insoportable por no haber dormido la siesta, Olga se acercó a su amiga, ahora la señora Butler, le dio un beso y quedó en llamarla al día siguiente. Por sus compromisos laborales, los novios no podían tomarse vacaciones hasta un mes después.
Márquez, que durante aquel tiempo había conseguido hablar con Olga en un par de ocasiones como amigos, al ver que ella cogía el bolso y a la niña, se ofreció a llevarla. Pero ella con una sonrisa le contestó que se marchaba con su abuela, Maruja y el señor Luis en el coche de este.
Olga se despidió de todos, excepto de Perla y Alex, y con su pequeña en brazos salió del salón. Pero antes de poder dar dos pasos, Alex estaba junto a ella agarrándole el brazo. Durante unos segundos se miraron. Pepa aprovechó para quitarle a la pequeña de los brazos e ir hacia el coche con Maruja y Luis.
Al quedar solos, ella resopló y Alex sonrió.
—No sé dónde le ves la gracia —protestó ella con gesto serio.
—Te echo de menos, Olga. Añoro tu risa, tu voz…
—Cómprate un loro —dijo ella dándose la vuelta.
Alex de nuevo la paró.
—Quiero hablar contigo.
Furiosa por aquellas palabras, para desagradarle gruñó:
—Vete a la mierda, O’Connors.
—¿Cómo puedes ser tan borde? —preguntó él.
—Con práctica, nene —resopló con chulería.
Alex volvió a sonreír. Esa era su chica. La mujer de las contestaciones ingeniosas.
—Por favor, dame un minuto. Necesito hablar contigo.
Pero ella no quería y cada vez más borde, espetó:
—Pues yo contigo, no. Creo que la última vez que nos vimos todo quedó muy clarito.
—La última vez que nos vimos estabas borracha y…
Olga, con gesto serio, le cortó:
—Te equivocas. La última vez que nos vimos estábamos en el hotel Ritz y me ignoraste. Me humillaste. ¿Qué pretendes ahora?
—Pretendo pedirte perdón. Fui un necio, un idiota, un imbécil. Cariño, mi vida sin ti no tiene sentido. Odio cómo me comporté contigo el último mes que…
—Olvídame, señor O’Connors. No quiero saber nada de ti.
—Te quiero, Olga, por Dios, créeme —dijo desesperado.
Notó que las piernas le temblaban, pero sin querer dar su brazo a torcer dijo:
—Sólo creo en que lo poco gusta y lo mucho cansa. Y cuando conseguiste de mí ese mucho… te cansaste de mí.
—Teniente O’Neill, estoy loco por ti y no voy a dejar de repetírtelo hasta que te des cuenta de que digo la verdad.
Al oír cómo la llamó, durante unos segundos le miró embobada. Pero se obligó a no creerle. No se lo merecía. La había tratado como a una mierda.
—Pues no es por desmoralizarte, ricachón, pero te vas a quedar afónico. —Y con rabia añadió—: Gracias a ti, he vuelto a dejar de creer en esa tontería llamada amor.
—Haré todo lo que esté en mi mano para que vuelvas a creer.
—Lo llevas claro, hermoso —se mofó mientras caminaba hacia su abuela.
Él la siguió. No le importaba que le oyeran. Solo le importaba que ella lo supiera.
—Te quiero, inspectora.
—A palabras necias, oídos sordos —respondió negándose a mirarle.
Incapaz de darse por vencido Alex gritó:
—Volveré a hacer que me quieras.
Con una frialdad que los dejó pasmados a todos, ella respondió:
—Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi pistola.
Sin dar crédito a la mofa de ella, la volvió a agarrar del brazo y atrayéndola hacia él la besó. A Olga la pilló tan de sorpresa aquel beso que fue incapaz de reaccionar hasta pasados unos segundos; entonces le dio un pisotón con el tacón y él, dolorido, se apartó.
—Vuelve a hacer eso y te juro que te tragas los dientes —siseó enfadada.
Mientras la veía alejarse con gesto enfadado, Alex suspiró. Adoraba a esa mujer e iba a hacer todo lo posible para reconquistarla.