Aquella noche, superado el enorme jaleo en la casa del abuelo de Alex, Clara y Oscar se marcharon a la casa de él. Después de ponerle Clara al día sobre lo que había pasado, lo que habían descubierto de James y el porqué de aquella encerrona, él le sonrió admirado.
—Me encantas, ¿lo sabías? —le dijo mientras ella se miraba el anillo de compromiso.
—Lógico. Con mi enorme sex appeal, no es para menos —rió Clara y añadió—: ¡Ah, y no olvidemos mi casi recién estrenada nariz!
Acercándose a ella, Oscar preguntó mientras la abrazaba:
—Esta noche te quedarás toda la noche en casita y podremos dormir juntitos, ¿verdad?
Ella se tensó y con rapidez dijo:
—Pse… creo que va a ser imposible, corazón.
—¿Por qué? —sonrió Oscar.
—A ver… tengo que poner una lavadora. Luego quiero descongelar carne picada para hacer albóndigas para esta semana. También tengo que planchar un cerro de ropa que quité ayer, y…
—No me importa que ronques —dijo de pronto Oscar.
—¿Qué? —susurró al oírle.
Divertido por la cara de ella, él repitió:
—He dicho que te quiero aunque ronques.
—Oye, guapo, ¡yo no ronco! Tú sí que roncas.
Oscar se carcajeó y, cogiéndola en brazos, se sentó en el sillón.
—Sí, cariño, yo ronco. Lo admito. Ronco como un hipopótamo los días en que llego a casa agotado tras más de veinticuatro horas trabajando y…
—¡Ay, Dios! ¡Qué vergüenza! —suspiró tapándose la cara con las manos—. ¿Cómo sabes que ronco?
—Vamos a ver, MacGyver. Llevo contigo más de cinco meses y aunque siempre te has negado a pasar conmigo la noche entera, en un par de ocasiones, después de un estresante día de trabajo, has llegado aquí y mientras veíamos una película en la tele, te has quedado traspuesta y has roncado.
—¡Joder! ¡Qué horror! —chilló, pero se carcajeó—. ¿Y aun así quieres casarte conmigo?
Con un gesto que demostraba todo el amor que sentía por ella, Oscar susurró:
—Vale, cariño, lo confieso. Realmente lo que me tiene enamorado de ti son esos ruiditos que haces cuando duermes. ¡Me enloquecen!
—Por favor, doctor Agobio, no me avergüences más —le besó en la boca y él rápidamente la agarró y la tumbó en el sofá.
—Mmmm… ¿Sabes que me encantas toda tú?
—¿Incluidas lorzas, michelines y ronquidos? —rió ella y Oscar asintió.
—Incluido todo, mi amor. A ti no te sobra ni te falta nada.
—Vaya, me alegra saberlo. En mi próxima vida quiero tener un cuerpo diez, porque ahora lo tengo once.
Oscar sorprendido por aquello preguntó:
—¿Once?
—Sí, porque me sobra un poquito —dijo ella y ambos rieron.
Oscar, feliz, la miró. Clara era divertida e ingeniosa, y eso era algo que a él le volvía loco.
—Bueno, ¿qué? ¿Te quedas conmigo toda la noche?
Clara sonrió y asintió. Él dijo:
—Perfecto. Así podré estrenar los tapones que compré en la farmacia, para ver si insonorizan o no.
Muerta de vergüenza, Clara cogió un cojín y se lo estampó en la cabeza. Divertido le siguió el juego hasta que los dos terminaron exhaustos en el suelo carcajeándose.
—Por cierto, doctor Agobio —dijo sentándose a horcajadas sobre él—. Creo recordar que esta noche, al principio de la velada, me dijiste que tenías que enseñarme un disfraz que me gustaría mucho.
—Mmmm… Es cierto —susurró mientras le besaba el cuello.
—Pues venga, muéstramelo —apremió con un suspiro.
Él se negaba a dejar lo que tenía en mente y susurró con voz ronca:
—Ahora, cielo. ¿No puede ser más tarde? En este momento estoy terriblemente ocupado —y posando sus manos en el trasero de ella dijo mientras subía las faldas del disfraz—: ¡Dios santo! Me encanta tu cuerpo once.
Eso la hizo reír, pero le hizo una llave de kárate, se lo quitó de encima y dijo:
—Quiero que me enseñes el disfraz que tanto me iba a gustar.
Oscar se levantó, sonrió y dijo mientras la besaba:
—De acuerdo, MacGyver. No te muevas de aquí que no tardo ni dos minutos.
—Aquí te espero. Prometo no moverme.
Con una pícara sonrisa, Clara vio que él se metía en su dormitorio y pocos segundos después preguntaba desde allí:
—¿Estás preparada, MacGyver?
—Sí —gritó ella.
Y de pronto se oyó la cañera música de Bon Jovi. Dos segundos después apareció Oscar, con una pícara sonrisa, vestido solo con la bata de doctor, un gorrito de aviones, el estetoscopio al cuello y nada más. Clara se llevó las manos a la boca y sonrió, momento en que él dijo:
—Señora Butler, creo que una de sus fantasías era conocer al doctor Agobio, ¿verdad?
Clara asintió divertida, y él se acercó desnudo, con su erección ante ella y el estetoscopio colgado al cuello. Mientras la música roquera los envolvía, preguntó:
—Dígame, preciosa, ¿dónde le duele?
«Ay, Dios… cómo me pones», pensó ella.
—La verdad es que me duele por aquí —dijo Clara tocándose el pecho.
El doctor Agobio, mirándola a los ojos, le desabrochó los cordones del corpiño, lo tiró a un lado, le quitó la camisa y después el sujetador. Desnuda de cintura para arriba, con una sonrisa vio que Oscar ponía primero el estetoscopio en su corazón y la auscultaba. Luego lo ponía en un pecho y después en el otro, hasta que lo apartó y besó en los mismos lugares donde la había rozado segundos antes el estetoscopio. Cuando volvió a mirarla ardiendo de deseo, preguntó:
—¿Siente algo de dolor en algún otro lugar, preciosa?
Clara excitadísima le susurró:
—Mmmmm… Ahora que lo dice, doctor, también percibo una tremenda palpitación por aquí —señaló su bajo vientre.
Oscar le quitó la falda, las enaguas y el tanga, la besó en la boca con toda la pasión que sentía por ella, y mirándola con una sonrisa muy pícara, propuso:
—Creo que lo mejor que puedo hacer, señora Butler, es ponerle urgentemente una inyección marca XL, especial del doctor Agobio.
Clara sonrió y levantó una ceja.
—Es usted un poco fanfarrón, ¿no cree, doctor?
—No, preciosa, no lo soy —susurró colocándose entre sus piernas—. Relájate y enróscate a mí. Una vez te pinche con la XL, tú misma dirás si soy fanfarrón o no —ella sonrió y él prosiguió—. Y si quieres repetir o quieres que el doctor Payaso te haga un examen más en profundidad, tranquila, estará encantado de satisfacer todos y cada uno de tus más ardientes, oscuros y mojados deseos.
Con aquel juego morboso entre ellos tuvieron una estupenda noche de pasión en la que Clara disfrutó de sus doctores preferidos y de sus inyecciones de amor.