Mientras Olga buscaba nerviosa la presencia de Alex para comentarle lo que iba a ocurrir con respecto a James, oyó a Lidia decir:
—Voy un momento al baño. Cari… te quedas con ellas.
—Por supuesto, tesoro —asintió Juan tras besarla en los labios.
Cuando los tres policías se quedaron solos, Clara miró a Juan y susurró.
—¿Cari?… ¿Tesoro? —los tres comenzaron a reír.
En ese momento se fijaron en David, el novio en las sombras de Eva. De nuevo servía copas cerca de donde ella estaba.
—¡Qué monos son!, ¿verdad? —dijo Clara.
—Creo que tarde o temprano David tendrá que hacer lo mismo que yo —reflexionó Juan.
—Uf… creo que entre los tres nos vamos a cargar a la encantadora Perla —rió Olga.
Durante un buen rato todos observaron a James, que estaba algo bebido. Al ver que este estaba cerca de la joven, David y Olga se miraron y este asintió. David se acercó a Eva, le dijo algo en el oído y ella sonrió. Segundos después, Eva salió al jardín por una de las puertas del salón. Como era de prever. James se fijó en que la muchacha salía sola al jardín. Cuando vio que David dejaba la bandeja, le llamó y le pidió una copa. Él asintió y se marchó a buscarla. Sin perder un segundo, James salió por donde Eva había desaparecido minutos antes.
—Ese tío es un auténtico desgraciado —susurró Olga.
—No me cabe la menor duda —asintió Juan.
Antes de entrar en la cocina, David se volvió y advirtió que James ya no estaba donde segundos antes. Miró a Olga, que asintió, y salió tras él.
—Aquí hay más tomate que en Telecinco —susurró Clara mientras dejaba su copa.
—¡Vamos! —dijo Olga, y Juan las siguió.
Con disimulo, cruzaron el salón mientras la gente continuaba bailando y la música celta sonaba en todo su esplendor. Al salir al jardín, la oscuridad no les dejó ver nada, pero enseguida oyeron la voz de Eva y cuando llegaron hasta ella, vieron a David y a James, peleándose. Ante la palidez de Eva, Clara sujetó al chaval y Juan a James.
—¿Se puede saber qué coño está pasando aquí? —gruñó Clara.
—Este desgraciado me ha atacado —gritó James fuera de control y al ver que Lidia corría hacia ellos, gritó—: Lidia, llama a la policía.
Los tres se miraron y sonrieron. Pero Olga, al ver que Eva y David continuaban callados, preguntó:
—David, ¿me puedes decir tú qué ha ocurrido?
El muchacho observó a Eva y sus ojos llorosos, y dijo finalmente:
—Ya lo sabes, Olga. Me da igual quedarme sin trabajo, pero si ese cabrón vuelve a ponerle un solo dedo encima a ella, te juro que lo mato.
—¡Eso es mentira! —gritó James—. Este salvaje llegó hasta mí y de pronto comenzó a darme puñetazos sin ton ni son. Llamaré yo mismo a la policía. Esto no va a quedar así.
—Tranquilo, James. La policía ya está aquí —indicó Walter con gesto de mala leche. Nunca le había gustado aquel idiota y ahora menos. Olga, al ver que Eva lloraba pero no hablaba, preguntó:
—Eva, necesito que me confirmes si David tiene razón.
—Tesoro mío, ¿cómo no has dicho nada de esto? —susurró Walter acercándose a su nieta con gesto de dolor. Ella le abrazó.
David miró a su novia y en ese momento, James, furioso, se tiró contra él y le dio un fuerte golpe en la cara. Eva gritó:
—¡David dice la verdad! —gimió la muchacha—. James me acosa desde hace tiempo. No puedo andar por la casa sola porque él ha intentado abusar de mí en varias ocasiones.
—¡Mentirosa! —escupió James.
—Cállate, desgraciado —gritó David. De no ser por Olga, le hubiera pateado.
Eva, horrorizada por el disgusto que iba a ocasionar, miró a su abuelo y entre gemidos dijo:
—Abuelo, he intentado solucionarlo yo sola con la ayuda de David. No quería que mamá se enterara —el anciano la acunó.
—Eva, ¿por qué nunca me lo has dicho? —sollozó Lidia.
Al sentirse acorralado, James gritó fuera de sí:
—Eras tú quien me buscaba a mí. ¡Maldita niñata! ¡Eras tú!
—¡Será cabrón! —gritó Olga lanzándole un derechazo que le hizo caer de bruces contra el suelo.
James, dolorido por el golpe, escupió sangre, pero Olga, sin ningún tipo de escrúpulo, se agachó junto a él y le dijo poniéndole el pie sobre la espalda:
—Hasta aquí has llegado, amiguito. Tenemos en nuestro poder más de quince denuncias en Londres y Holanda por acoso a mujeres y menores. Prepárate, chato, porque cuando te enchirone, te van a dejar el culo en el trullo como la bandera de Japón.
Clara sonrió, aunque no era momento para ello.
En ese momento, el chillido histérico de Perla hizo que Olga cerrara los ojos.
—Si éramos pocos, parió la burra —suspiró Clara.
Dos segundos después, unos descolocados Oscar y Alex, junto a Perla y Sabrina, llegaban hasta ellos.
—James, amado mío, ¿qué ha pasado? —Perla y Sabrina corrieron para socorrerle.
Al levantar la vista, Olga vio que Perla corría hacia su novio y pasaba junto a su llorosa hija sin prestarle atención. David, harto, sin importarle las consecuencias, con calidez la abrazó.
Ante su gesto, Alex se movió para decir algo, pero su abuelo Walter dijo alto y claro:
—Déjalos. Son pareja desde hace tiempo.
—¡Qué le habéis hecho a mi novio! —gritó Perla horrorizada al verle sangrar.
—James, debería contarle algo a su novia, ¿no cree? —siseó Olga mientras le colocaba las esposas.
—Son todos unos delincuentes —gimió aquel—. No les creas nada, Perlita mía. Se han inventado una serie de cosas que nada tienen que ver conmigo.
—¡Ay, Dios mío! Pero ¿qué le han hecho? —gritó ella mientras la gente de la fiesta se arremolinaba a su alrededor.
—Señora, creo que la pregunta exacta sería: ¿Qué ha intentado hacer James a su hija Eva? —gritó Clara incapaz de seguir aguantando la frialdad de aquella mujer.
Alex se tensó. ¿De qué hablaban? Y como un autómata se acercó a James, le cogió de la pechera y le dio tal puñetazo que la sangre salpicó a su madre, que esta vez sí se desmayó. Oscar y Walter acudieron a auxiliarla.
—Más te vale que no sea cierto lo que mi mente imagina, porque como lo sea, te las verás conmigo —siseó Alex antes de que uno de los asistentes de la fiesta le sujetara.
Pasados unos segundos, Perla volvió en sí y cuando se sentó, miró a su hija Eva. Al verla en brazos del chico de servicio, gritó:
—Eva María O’Connors. ¿Se puede saber qué haces en brazos de ese muchacho? ¡Apártate de él!
—No, mamá. David es mi novio. Le quiero y no pienso apartarme de él.
Olga la miró y sonrió. De pronto, Eva, aquella jovencita, se había convertido en una mujer capaz de defender su amor a capa y espada.
—No digas tonterías y apártate inmediatamente de ese… ese… —regañó de nuevo Perla al verse rodeada por la gente de la fiesta.
—No, mamá, no lo haré. Amo a David y pienso casarme con él. Me da igual si tú o Alex me desheredáis. No necesito vuestro dinero. Solo quiero ser feliz y con David lo seré.
Todos se observaban entre sí en silencio hasta que Sabrina habló:
—Os habéis vuelto todos locos —y acercándose a Eva, que la rechazó, dijo—: Déjate de bobadas, Eva María, y no le des ese disgusto a tu madre. Aléjate de ese muchacho de servicio. Sé juiciosa e intentemos arreglar este embrollo absurdo con James.
Sin importarle las consecuencias ni la dura mirada de Alex ni estar atrayendo la mirada de todos, Olga sugirió:
—Quizá en este caso su madre debería ser la juiciosa, y darse cuenta de que con ese muchacho Eva es feliz. Y de que gracias a él, el asqueroso de James no ha cumplido sus sucios propósitos.
—No hables así de mi suegra —espetó Sabrina, muy digna.
—Te prohíbo que hables así de mi James —gritó Perla casi al tiempo.
Olga se cuadró antes ellas y antes de que nadie pudiera hacer algo, soltó:
—A ti, pija de la talla 36, ¡que te follen! —y volviéndose hacia Perla dijo—: Y a usted, por respeto a su edad y a sus canas, solo le voy a decir una cosa: ¡Váyase a la mierda!
Al decir aquello se oyó un «ohhhhh» general, pero Olga sin inmutarse miró a Alex y dijo:
—Te pido mil perdones por lo de tu madre, pero es que si no lo decía reventaba.
—Cierra tu sucia boca, maldita chabacana —gritó Sabrina.
—Oh, habló la finura en persona-se mofó Clara.
Incrédula, Perla miró a su hijo, que aún no había reaccionado y con un grito, dijo:
—¡Hijo! ¿Cómo puedes permitir esto delante de nuestros invitados?
—Lo permito yo porque esta es mi casa —sentenció Walter.
Sabrina, incapaz de callar ante lo que oía, gritó:
—Alexandro, mi amor, ¿no te das cuenta de que las compañías que frecuentas últimamente están destruyendo la familia? Si ella, esa poli, no estuviera aquí, nada de esto habría pasado.
A punto de tirarse sobre ella, con gesto furioso Olga espetó:
—Si me vuelves a señalar con tu dedito pringoso, te juro por mi abuela y por mi vecina Maruja que te lo comes, mi amor.
Sabrina miró a su ex marido y dijo:
—Mi amor, ¿entiendes ahora lo que antes intenté explicarte?
—¡Basta ya! —vociferó Alex incapaz de entender nada.
Sabrina tenía razón en una cosa: todos se habían vuelto locos.
—No. No basta, Alex —se encaró Olga—. Esta idiota no ha parado de hacerme la vida imposible en toda la noche. Ha insultado a mi hija, he tenido que soportar sus continuas humillaciones, incluso que te llame «mi amor» delante de todo el mundo. Ah… y eso sin contar con que me ha contado lo bien que os lo pasáis juntos en la cama.
—No me he acostado con ella —siseó Alex mientras miraba con dureza a su ex.
Pero Olga, lanzada y harta, prosiguió:
—Esa santa que crees que es tu ex mujer, ha intentado cortarme el cuello con la botella rota del baño —se abrió la camisa para que Alex le viera la sangre—. Y en vez de preocuparte por mí, tú has decidido creerles a ellas —luego mirando Perla dijo—: Por cierto, señora, entre otras cosas, esta noche su James se la estaba pegando con su amiga Caritina, ¿verdad, guapa?
Al ver Perla que su amiga Caritina se quedaba blanca ante la acusación, hizo otro ademán de desmayarse pero no se desmayó. Olga prosiguió, mirando a Alex:
—Y como fin de fiesta, el santo de James ha caído en la trampa que le habíamos tendido y David, el ángel de la guarda de Eva, la ha protegido. ¿Quieres que continúe o con eso te vale?
—Olga, basta ya —susurró Alex.
Si todo había sido tal y como ella contaba, tendría que hablar muy seriamente con su ex, con su madre y con mucha gente.
—¡Sí, mejor será que me calle! —gritó Olga. Juan la tomó de la mano.
En ese momento, Alex le reconoció y sintió unos irrefrenables deseos de golpearle. ¿Qué hacía ese estúpido allí? ¿Por qué le tomaba la mano?
—No lo soporto un segundo más —sollozó Perla atónita por todo lo que había oído—. Quiero que esta ultrajadora se vaya inmediatamente de mi casa.
—Señora, cállese, por favor, y escuche —dijo Juan con gesto serio.
—¿Y tú quién eres para mandarme a mí callar? —preguntó Perla a aquel joven de aspecto fornido y agradable.
—Mi nombre es Juan Cruz. Soy compañero de Olga y de Clara, y para más señas, el novio de su hija Lidia.
Alex se quedó sin palabras. Aquel al que quería patear y que en la fiesta de la policía no se había separado de Olga, ¿era el novio de su hermana Lidia?
Sin palabras, Oscar miró a Clara; ella, guiñándole el ojo, le sonrió. Lidia se acercó a Juan, le cogió por la cintura y dijo muy claro ante todo el mundo:
—Sí, mamá. Juan es mi novio. Y antes de que lo digas, no pienso separarme de él.
—Oh, Dios mío, creo que voy a volver a desmayarme —murmuró Perla.
En ese momento llegaron hasta ellos unos policías y Olga les entregó al detenido, James. Ante el horror de todos los presentes, se lo llevaron. Como era de esperar, Perla se desmayó. Los asistentes a la fiesta se arremolinaban a su alrededor, hablaban y los miraban con extrañeza hasta que Alex reaccionó y dijo:
—Amigos, como habrán podido imaginar, la fiesta se ha acabado.
La gente, asombrada por lo que habían presenciado y oído, comenzó a marcharse.
—Sabrina —dijo Oscar al ver que Perla volvía en sí—, llévate a Perla al interior de la casa antes de que nos regale otro de sus teatrales desmayos, y por favor, cierra el pico y no la líes más, ¿vale, guapa?
—Yo la ayudaré —se ofreció Walter.
Sabrina, con mal gesto, cogió a su ex suegra de la cintura. Las dos, junto a Walter, se marcharon hacia el interior de la casa.
Del brazo de Lidia, Juan se acercó hasta Alex, que los observaba en silencio. Le tendió la mano y dijo:
—Siento mucho todo lo que ha ocurrido con James, pero el único modo de pillarle antes de que hiciera algo irremediable era tenderle una trampa —Alex asintió aún en estado de shock—. En cuanto a mi relación con tu hermana, cuando quieras estoy dispuesto a hablar y aclarar contigo lo que quieras.
Tomándole la mano, Alex asintió:
—No te preocupes, ya está todo aclarado.
Lidia miró a Olga. Esta respondió con una sonrisa triste. Por lo menos algo bueno podría salir de toda aquella mierda.
—Gracias, Alex —sonrió Lidia mientras le besaba.
Cuando pasaban a su lado, Eva y David le miraron sin moverse del sitio. Fue Eva quien habló:
—Alex… yo… —comenzó a decir pero su hermano la calló, miró a David y tendiéndole la mano, le dijo:
—David, gracias por lo que has hecho por Eva. Estoy encantado de que mi hermana tenga a alguien que dé la cara por ella como tú. Bienvenido a la familia.
—Gracias, señor —respondió el muchacho.
—Alex, por favor. Llámame Alex.
—De acuerdo, Alex. Gracias —sonrió aquel.
Eva se soltó de David, y tras agarrar a su hermano con todo el cariño del mundo y besarle en la cara, dijo:
—Alex, siento no haberte contado nada, pero tenía miedo y…
—No vuelvas a tenerlo, ¿entendido? —suspiró él mientras la abrazaba.
Emocionada, Eva asintió y mirándole con adoración susurró:
—Por supuesto, hermanito. Olga tiene razón. Eres el mejor.
Después de besarla con amor en la cabeza, ella volvió con David y las dos nuevas parejas se marcharon. Allí quedaron las otras dos.
—Si os dejamos solos, ¿prometéis comportaros? —preguntó Oscar mirándolos.
—Tranquilo, no te preocupes —asintió Alex con seriedad.
Clara y Olga se miraron, esta última asintió con la cabeza y aquellos dos se marcharon. Durante unos minutos ambos permanecieron callados hasta que, finalmente, Olga dijo:
—Quiero marcharme a mi casa.
—Antes muéstrame la herida del cuello.
Pero Olga, muy enfadada con él, le miró y repitió:
—He dicho que quiero irme a mi casa.
Alex la observó durante unos segundos, vio lo tensa que estaba y asintió.
—Iré por el coche.