En el interior de la casa, Olga se divertía junto a Alex, Oscar y Clara. Y cuando vieron aparecer a Walter vestido también de highlander, con aquellas canillas al aire, el cachondeo entre ellos fue brutal.
Perla y Sabrina, vestidas de reinas, cruzaron sus miradas un par de veces con Olga, y esta vio la advertencia y la rabia en sus ojos. Finalmente se olvidó de aquellas mujeres, se integró en la fiesta y se divirtió.
—¡Vaya novio que tienes, jodía! Anda, ¿que dijiste algo? —susurró Clara y Lidia la miró.
—Perdonad, chicas —se disculpó esta—. Pero cuando supe que mi hermanito y su mejor amigo salían con unas policías, os juro que vi el cielo abierto.
—¿Y cuándo se lo vas a decir? —preguntó Olga con disimulo.
—Esperaba el momento oportuno y tu ayuda —respondió Lidia.
—Mi ayuda la tienes. Creo que Juan es un tipo encantador y además está coladito por ti.
—Llegará de un momento a otro, le invité a la fiesta.
Olga y Clara se hicieron las sorprendidas, aunque sabían de sobra que Juan acudiría aquella noche. Habían trazado un plan.
—Tú estás tonta —susurró Eva—. ¿Cómo se te ocurre hacer eso? Mamá pondrá el grito en el cielo cuando se entere.
—Si mamá no ha dicho nada porque Olga esté aquí, ¿por qué tendrá que decirlo de Juan?
—Ainss… ¡Madre! —rió Clara—. Se masca la tragedia.
En ese momento llegó David hasta ellas vestido de mayordomo. Eva le rozó la mano al coger una copa de su bandeja y sonrió. El muchacho, al sentir aquel contacto, levantó la mirada y sin apenas gesticular, le guiñó un ojo. Cuando este se alejó, Eva dijo:
—Y yo, ¿cuándo podré decir algo de él?
—Otro día, Eva —masculló su hermana—. Hoy llega Juan y creo que con ese disgusto mamá ya tendrá bastante.
—Eres una egoísta. Has planeado esto sin contar conmigo y eso no me gusta.
—Chicas… chicas, no os peleéis o la gente pensará que pasa algo —sonrió Olga; luego miró a Lidia y dijo—: ¿Cuándo llegará tu novio?
—Le he dicho que cuando llegue me dé un telefonazo. Yo misma iré a la entrada a recogerle —y mirando a Olga dijo—: Estoy tan nerviosa que apenas puedo andar.
—Lidia, tranquilízate. Creo que Alex no te lo pondrá difícil. El otro día hablé con él y me dijo que si él se ha podido enamorar de una mujer policía como yo, ¿por qué vosotras no?
Eva y Lidia la abrazaron y Alex las vio desde donde estaba y sonrió. Ver a Olga tan integrada con sus hermanas le encantaba, y por el gesto pícaro de ellas… Le gustaría saber qué tramaban. Aunque no podía pensar lo mismo de su madre. Él mismo había sido testigo de cómo miraba a Olga y a Clara con gesto desaprobador.
—Te compro tus pensamientos —dijo Sabrina en su oído.
—No merecen la pena —sonrió él sin apartar los ojos de Olga.
Sabrina, para atraer su atención, susurró:
—El otro día pensé que ibas a pasar la noche conmigo, como el año pasado.
—¿Qué día?
—La noche de la rifa en el hospital. Pagué dieciocho mil euros por ti y esperaba un poco más —y acercándosele demasiado le susurró—: El año pasado lo pasamos muy bien tras la cena, mi amor, ¿no lo recuerdas?
Alex la miró. Sabrina siempre había sido una mujer sumamente atractiva y ardiente, pero Olga había entrado tan fuerte en su vida que solo podía pensar en ella.
—Escucha, Sabrina. Sabes que te aprecio mucho y que me encanta ser tu amigo, pero no esperes ni busques nada más de mí. Lo pasado, pasado está. ¿De acuerdo?
Molesta por sus palabras y por cómo miraba a la idiota de la policía, contraatacó:
—¿Por qué no vienes esta noche a mi hotel? Tú y yo somos buenos en la cama y lo pasamos bien. No me puedes decir que no, mi amor.
—Tienes razón, Sabrina, lo pasamos muy bien. Pero ahora no me apetece pasarlo bien contigo. Me apetece pasarlo bien con otra. Y por favor, llámame Alex y no mi amor. Creo que tanta familiaridad entre nosotros sobra.
—Ella no tiene la clase ni la formación necesaria para ser tu mujer.
Con gesto contrariado, Alex la miró.
—Soy yo quien debe sopesar eso, no tú.
—Siempre has querido tener tu propio hijo. Tu propio varón. O acaso me vas a decir que tu gusto ha cambiado tanto como para querer a la hija bastarda de esa.
Aquello no se lo iba a consentir. Luna era un bebé encantador y ni ella ni nadie iba a hablar así de ella.
—Sabrina, si vuelves a hablar de ese modo tan despectivo de la niña o de su madre, tendrás problemas conmigo. Por lo tanto, cállate.
—De acuerdo, mi amor —asintió—. Pero recuerda: Yo siempre estaré para cuando me necesites.
En ese momento, Olga iba hacia ellos y Sabrina se alejó.
—¿Molesto? —preguntó Olga sin quitarle el ojo a aquella.
—Tú nunca molestas, cariño —sonrió besándola en los labios.
Pocos minutos después se vieron rodeados por un nutrido grupo de hombres.
—Señores, les presento a mi novia, la señorita Olga Ramos —dijo Alex y Olga sintió un extraño calor que le subió por la garganta, entre emoción y pavor, mientras Alex continuaba—: Cariño, ellos son los doctores Andrés López, John McPherson y Howard Martorell. Eran amigos de mi padre y fundadores junto con él de la asociación Escocia y España Tu Casa, de la que ahora yo soy presidente.
—Encantada de conocerla, señorita Ramos-dijo uno de los hombres con una grata sonrisa.
—Oh, por favor, pueden llamarme Olga.
—¿Quiere bailar, Olga? —dijo Howard Martorell; ella sonrió a Alex y asintió.
Mientras bailaban, Olga se fijó en que Sabrina se acercaba de nuevo al grupo donde estaba Alex y se ponía a su lado. Pero su acompañante comenzó a contarle anécdotas del padre de Alex y del magnífico trabajo que este hacía, y Olga le prestó toda su atención. Después de bailar dos piezas, Howard se interesó por la vida de ella.
—¿Y en qué trabaja una joven tan adorable como tú?
—Soy inspectora.
—Ah, ya entiendo —sonrió él—. Seguro que conociste a nuestro Alex en alguna de tus inspecciones sanitarias, ¿verdad?
—Pues no —rió ella—. Soy inspectora de policía, y sí… conocí a Alex en un operativo policial.
—Pero ¿qué me dices? —señaló el hombre mirándola—. Me dejas impresionado. Una guapa mujercita como tú en un trabajo tan duro y varonil.
—Bah… tampoco es para tanto. Cuando se le coge el truquillo es igual de duro que ser neurocirujano o dermatólogo —se guaseó y el hombre volvió a sonreír.
Cuando terminó la pieza, volvieron junto al grupo y el hombre, acercándose a Alex, dijo:
—¡Vaya, muchacho! Te has buscado a toda una joven de armas tomar, ¿eh? —rió este y luego volviéndose hacia el grupo dijo—: Aquí donde la veis, esta dulce muchachita es inspectora de policía.
Incrédulos, los hombres comenzaron a hablar con Olga sobre los peligros que conllevaba aquel trabajo. Media hora después, suspiró cuando Alex le invitó a bailar.
—Mi nieto bailando —aplaudió Walter ante el gesto despectivo de Sabrina.
—Oh… esto es inaudito —protestó Perla, que se encaminó hacia los músicos.
Una vez en la pista, y feliz por el momento que estaba viviendo, Olga le susurró al oído:
—Eres el hombre más guapo que he visto en mi vida.
—Cariño, ¿puedo pedirte un favor?
—Dime, doctor —sonrió besándole en el cuello para rabia de Sabrina.
—¿Podrías dejar de decir a todo el mundo en qué trabajas?
Olga se paró y le miró, pero Alex la hizo moverse.
—Pero bueno… Y esa tontería, ¿a qué viene ahora?
Pero cuando iba a contestar se paró la música y Perla comunicó a todos los asistentes que su hijo Alexandro O’Connors iba a decir unas palabras. Con rapidez él sonrió, besó a Olga y se dirigió hacia donde estaba su madre.
Desde su posición, Olga vio que Perla le cedía el puesto a Sabrina. Junto a Alex y con una sonrisa de lo más absurda, esta escuchaba lo que él decía. Cuando acabó aquel improvisado discurso, la música celta prosiguió. Olga observó cómo Perla agarraba a su hijo del brazo y hablaba con él. En ese momento, Walter apareció junto a ella, la invitó a bailar y la sacó a la pista.
—¡Vaya, Walter! ¡Eres un fantástico bailarín! —rió Olga.
—Oh, en mis tiempos mozos me encantaba bailar. Por cierto —susurró—, si no cogéis pronto a ese desgraciado de James, creo que voy a cogerle yo y voy a arrancarle la cabeza.
Con disimulo, Olga le respondió:
—Tranquilo, Walter, está todo controlado. Por favor, confía en mí y continúa bailando, lo haces de vicio.
—Tú sí que lo haces de vicio. Has conseguido que mi nieto baile —rió aquel ante la cara de guasa de ella—. Y oye… tranquila. Llevo horas observando cómo la ex de mi nieto intenta acercarse a él, pero esa estirada no tiene nada que hacer. Mi nieto solo tiene ojos para ti, encanto.
Eso la llenó de felicidad, y continuó bailando y riendo con Walter sin percatarse que Alex la miraba luciendo en su boca una sonrisa.
Un par de horas después, tras picotear algo del cáterin, Olga y su compañera fueron al baño.
—Anda, pasa tú, que eres de vejiga generosa —rió Clara y Olga pasó rápidamente.
—Oye… eres mu pesadita con eso… ¡Oh, qué gustoooooo!
Clara sonrió mientras observaba en el tocador una bonita botella de cristal.
—Pero si es verdad, Olga; meas más que una embarazada.
—¡Joer!… Menos mal que ya no llevamos estas vestimentas, porque no veas si es difícil sujetarse la puñetera falda para mear y que el chorrillo no te corra por la pierna.
—Anda, deja de hablar y date prisa que hoy mi vejiga revienta —rió Clara. Rápidamente Olga salió del baño a medio vestir para dejarle paso.
Mientras esperaba se miró en el espejo del baño y comprobó que aquel disfraz de campesina le quedaba muy bien. Deshizo los cordones del corpiño y decidió apretárselo un poco más, pero cuando el aire comenzó a faltar de los pulmones, se lo aflojó. En ese momento entraron Perla y Sabrina con un par de pijas más. Olga resopló al verlas. Aquello no podría traer nada bueno.
Durante unos segundos, Olga las escuchó hablar de dietas, kilos y demás, y rápidamente intuyó cómo la miraba Sabrina, la muy bruja.
—Yo soy de la talla 36 hasta en las pestañas, incluso de la 34 dependiendo del diseñador —aclaró Sabrina—. Adoro el shushi y la comida baja en calorías. ¿Y tú, Olga, qué talla utilizas?
Olga la miró. No tenía nada que esconder. Pero no le daba la gana decirle que utilizaba la talla 42 o 44. Con su pregunta aquella estúpida la estaba llamando gorda, por lo que apoyándose en la puerta del baño, respondió con sinceridad:
—Pues una diferente a la tuya. Yo soy más de bocata jamón, tortilla o en su defecto, patatas bravas o alioli.
Y ella misma se carcajeó mientras las otras la miraban sin entender.
—¡Ay!… Perdonad mi humor. Pero ante una pregunta tan impertinente no existe nada mejor que una respuesta ingeniosa —dijo Olga, y al mirar a Sabrina le dijo con descaro—: Chica, me parto el eje de risa contigo.
Perla sonrió con malicia. Sin prestarle atención volvió a hablar pero esta vez en inglés y Olga sonrió. ¡Qué maleducada! En ese momento salió Clara del baño, miró a Olga y vio la inseguridad en sus ojos; con una sonrisa le recomendó tranquilidad.
—Olga, ¿cómo me queda mejor la camisa? ¿Por dentro o por fuera? —preguntó Clara. Todas se volvieron a mirarla—. Anda, pero si tenemos overbooking en el baño.
—El mundo es un pañuelo —suspiró Perla.
—Sí, pero en ocasiones lleno de mocos —puntualizó Clara ante el gesto de horror de aquellas.
Olga no pudo por menos que sonreír. Sabía que aquella contestación no era la correcta. Pero aquellas, con su indiferencia, se lo ponían a huevo.
—¿De qué hablabais todas tan animadas? —preguntó Clara.
—De cosas de mujeres —respondió Sabrina—. Ya sabes, menús calóricos, kilos extras, masajes, etc.
«Zorra, al final te tragas los dientes», pensó Olga.
—¡Oh, masajes! —rió Clara y Olga también comenzó a reír—. Justamente antes pensaba pedirle a mi churry que esta noche me haga el masaje del asno, que me pone toda burra.
Las mujeres, escandalizadas por lo que oían, se miraron sin realmente llegar a entender aquel absurdo lenguaje.
—Realmente hablaban de kilos extra —metió cizaña Olga sin importarle lo que la madre de Alex pensara de ella. Hiciera lo que hiciera, pensaría mal; pues mejor divertirse.
—Ah, bueno, pues no cabe duda de que a los hombres les encanta eso de tener donde agarrar. Las escuchimizadas cada vez gustan menos. ¡Gracias a Dios! —Clara señaló a Sabrina y esta dio un respingo para atrás—. Y yo como buena española, y como mujer que sabe disfrutar de la vida, me dejo de remilgos y lechuguitas, y hago lo que dice el refrán: «Del cerdo me como hasta el rabo».
—¡Oh, Dios mío! ¡Qué vulgaridad! —susurró Perla incrédula.
Clara, que había oído desde el aseo como aquella intentaba ridiculizar a Olga, salió de allí como un toro de miura.
—Creo que estás muy equivocada —señaló Sabrina alejándose de ellas—. A los hombres les gustan las mujeres con bonitos cuerpos. No las que son un cúmulo de grasa deformado.
«Hija mía… Tienes menos ida y vuelta que el Titanic», pensó Clara, que estaba dispuesta a soltar las mayores burradas con tal de no parecerse a aquellas finolis.
—A veces, esas mujeres a las que tú llamas cúmulo de grasa deformado, están enfermas o por desgracia para ellas su naturaleza es así —defendió Olga.
—¿Por qué reaccionas así? —preguntó Sabrina con maldad—. ¿Acaso te sientes mal por no tener un cuerpo perfecto?
Clara, asombrada ante aquel ataque, miró a su amiga, pero la dejó hablar. Olga comenzaba a disfrutar con aquello.
—¿Sabes, guapa? —rió Olga—. Estoy tranquila conmigo y con mi cuerpo. Y no es que lo diga yo, es que me lo hace saber Alex cuando me mira y me dice «que estoy en el punto exacto».
Sin darle tiempo a contestar, Clara dijo con mala leche a Sabrina:
—Te lo juro por Chanel y Bulgary que se lo dice cada vez que le hace el amor.
—¡Oh, Dios santo! —suspiró Caritina, la amiguísima de Perla.
—Esto es vergonzoso —se abanicó Perla horrorizada.
—Hablaré con Alexandro y le pediré que las eche de aquí —susurró Sabrina.
Clara vio cómo miraba Olga a esa mujer y leyó en su mente que le iba a arrancar la corona de un momento a otro. Por ello decidió acabar con aquello de una vez antes de que las cosas pasaran a peores.
—Y digo yo, ahora que estamos aquí entre amigas y confidencias. ¿A vuestros maridos les pone tocaros el culo? ¿Habéis practicado sexo anal?
Las mujeres soltaron un grito de horror y con rapidez abandonaron el baño. De un tirón, Olga agarró a Sabrina y no la dejó salir. Clara se quedó fuera custodiando la puerta, muerta de risa al ver a Perla y sus amigas marchar escandalizadas.
En el interior del baño, Olga miró con gesto irónico a Sabrina. Al verse sola, se lanzó contra Olga y la estampó contra la puerta del aseó. Pero ella se defendió y agarrándole la corona, se la arrancó.
—Te lo dije —le susurró al oído—. Te dije que si no dejabas de tocarme los ovarios, por no decir algo peor, te las ibas a ver conmigo.
—O me dejas salir de aquí ahora mismo —chilló Sabrina— o te juro que le contaré a Alex que me has pegado.
Sin poder remediarlo, Olga le cogió del brazo y se lo retorció mientras la ponía contra la pared.
—Mira, guapa, tú has empezado este jueguecito, y visto que vas a contar una mentira a mi chico, disfrutaré este momento yo también.
—¡Suéltame ahora mismo!
—Te voy a decir una cosa tonta de los cojones —bufó Olga—. Quien me busca, me encuentra. ¿Me has oído?
—Eres vulgar. Perla, mi suegra, tenía razón.
—Ah, ya entiendo. Tu querida suegra y tú os habéis…
—Tú no estás a la altura de lo que Alexandro necesita en su vida.
—¿Y tú sí? —preguntó Olga mientras se encendía un cigarro.
—Por supuesto que sí.
—Ah… y por eso eres su ex mujer, ¿verdad?
—Eso se solucionará. Sé cómo hacerlo antes de que una mujerzuela sin clase ni estilo como tú lo haga.
Con un rápido movimiento Olga acercó su cara a la de ella y siseó:
—Ah, ¿sí? ¿Y cómo lo harás?
—Le daré un hijo. Y ni tú ni tu bastarda vais a remediarlo.
Al oír cómo insultaba a su pequeña, Olga no se lo pensó y le pegó un bofetón que le dolió hasta a ella.
—Vuelve a hablar de esa forma de mi hija y te calzo otro —siseó Olga.
Sabrina, rabiosa por aquello, tomó fuerzas y de un empujón lanzó a la policía contra la pared. Cogió la botella de cristal del tocador, la rompió con furia y se la pasó a Olga por la cara.
—Tú no vas a remediarlo. Tendré un hijo suyo —gritó Sabrina con el cristal roto en la mano.
—Antes tendrás que acostarte con él, ¿no crees? —resopló Olga esquivando sus ataques con el cristal. Al final la cortó en el cuello.
—¿Y quién te ha dicho que no lo he hecho ya? Alexandro y yo nos compenetramos en la cama, y él disfruta mucho de mi compañía. ¿O acaso crees que la noche de la rifa no estuvo conmigo?
Cada vez más enfadada por lo que oía, Olga gruñó:
—Suelta el cristal antes de que hagas algo de lo que te puedas arrepentir.
—Si ese algo eres tú, no me arrepentiré.
Al oírla, la agarró del moño, le hizo una llave para inmovilizarla, le quitó la botella rota de la mano y, sin compasión, la puso debajo del secador de mano. Con rabia, Olga le dio al botón y el secador empezó a funcionar ante la cara de aquella bruja.
En ese momento se oyó jaleo en el exterior y antes de que Olga pudiera soltar a Sabrina, se abrió la puerta. Alex la miró con gesto indescriptible.
—Suéltala ahora mismo —bufó al ver el bote roto de cristal en su mano.
Olga le dio una patada en el culo y la soltó. Sabrina despeluchada y con gesto de humillación fue directa a los brazos de Alex.
—Oh, mi amor, esta mujer ha intentado matarme.
«Es que es para matarte», pensó Clara desde la puerta.
Olga gritó.
—Como vuelvas a llamarle «mi amor» te juro que te meto la cabeza en el retrete. ¡Recuérdalo!
Alex apenas podía hablar. Encontrar de aquella guisa a su ex mujer y a Olga era lo último que pensaba, a pesar de que su madre le alertó de que algo ocurría en el baño entre aquellas dos.
—Alex —gritó Perla—. Echa inmediatamente a esa mujer de mi casa. ¡Qué bochorno!
—No, señora. A mí nadie me insulta ni me echa de ningún lugar. En todo caso me voy yo —gritó Olga incapaz de continuar un segundo más en aquella casa.
Pero Alex reaccionó.
—Tú —dijo a Olga—. No te muevas de aquí. Y por favor, mamá, cállate y llévate a Sabrina a que se adecente un poco.
Tras unas lágrimas de cocodrilo por parte de su ex, Alex la dejó con su madre. Cuando estas se marcharon, se volvió hacia Clara y dijo:
—Oscar te está buscando.
—Y yo estoy esperando a Olga —declaró con gesto chulesco sin moverse.
—Déjanos un momento a solas —pidió Olga. Clara asintió y cerró la puerta del baño.
Después de unos segundos en silencio, Olga dijo:
—Alex, lo siento pero ella…
—Cállate e intenta comportarte —bufó con un gesto que a Olga no le gustó—. Arréglate y sal a la fiesta. Ahora no es momento de hablar.
Luego abrió la puerta y se marchó. Dos segundos después, entró Clara con cara de disgusto.
—¿Será posible? La que han liado las subnormales esas.
Olga ni habló. Solo podía pensar en los ojos de Alex.
—Pues no va la avinagrada de tu suegra y le dice a su hijo que lo que está haciendo sufrir a su ex, la está destrozando. ¡Oh, Dios! Es que te juro que en ese momento le habría arrancado hasta los empastes, por falsa y puta.
—Será mejor que me vaya a casa —susurró Olga.
—De eso nada, monada. Tú no has hecho nada para tener que irte de aquí. Si acaso que se pire la gilipichi esa, que no sabe comportarse.
Cuando Olga salió del baño se encontró con la dura mirada de Alex. Sin hacerle caso y del brazo de Clara fue hasta la zona de las bebidas. Allí se tomó varias cervezas y advirtió que muchas de las mujeres las miraban, Clara levantó su cerveza y haciéndoles un gesto dijo:
—Va por vosotras, chatungas.
Aquello las hizo sonreír y, olvidándose de ellas, salieron al enorme jardín para darse una vuelta y despejarse. Ambas se encendieron un cigarro.
—¡Qué gustazo tener una casa así para poder pasear por tus jardines con tranquilidad!, ¿verdad?
—Sí, la verdad es que este lujo no se puede pagar —asintió Olga.
La noche estaba despejada y no corría ni pizca de aire. Era la noche perfecta para pasear sin sentir frío. Olvidándose de lo ocurrido, comenzaron a bromear y cuando encontraron un lugar donde la hierba estaba seca se sentaron a charlar.
—Tengo que contarte una cosa, Olga.
—Ummm… Por tu mirada percibo que va a ser un bombazo.
Clara sonrió y dijo enseñándole una mano.
—El doctor Agobio me ha pedido que me case con él. Y yo, como una imbécil, le he dicho que sí.
Boquiabierta, Olga sonrió y abrazó a su amiga.
—Me alegro muchísimo por ti —susurró conmovida—. Pero ¿cuándo ha ocurrido?
—Un poco antes del episodio del baño y…
—¡Mi madre! —silbó Olga al ver el anillo que esta llevaba—. El doctor Agobio te ha comprado un buen pedrusco. Es precioso.
—¡Ay, Olga! No me creo que algo así me esté sucediendo a mí. Estoy tan feliz que siento hasta miedo.
—Olvida el miedo, tonta. Por fin has encontrado a ese príncipe azul que buscabas, y lo mejor de todo es que te quiere como eres y por quien eres. Eso es muy importante.
—Alex también te quiere como eres —aclaró Clara mirándola.
—Buf… no sé. Creo que en momentos como el de esta noche se da cuenta de que lo nuestro no tiene futuro.
—No digas tonterías. Alex no es tonto y sabe perfectamente de qué pie cojean su querida madre y la asquerosa de su ex mujer.
—No lo sé, Clara. Sinceramente, no lo sé —suspiró, pero sonriendo dijo—: Pero oye, olvidémonos de eso ahora y cuéntame. ¿Para cuándo la boda?
—El loco ese quería casarse mañana mismo, pero le he convencido y nos vamos a casar el 14 de febrero, el Día de los Enamorados. ¿Puede haber algo más pasteloso?
—Futura señora Butler —rió Olga—, eres una romántica empedernida.
Ella asintió con una enorme sonrisa.
—Hay una cosa más. Oscar y yo queríamos pediros a ti y a Alex que fuerais los padrinos.
—Es una idea estupenda —asintió Olga besándola—. A partir de este momento me tienes a tu disposición para lo que necesites de la boda.
—Eso ya lo sabía —sonrió su amiga.
Volvieron a abrazarse mientras calladas escuchaban el sonido de la noche. Justo en ese momento, la risotada de una mujer llamó su atención. Ambas se miraron, recogieron sus faldas para levantarse, se escondieron tras un enorme seto y se quedaron sin palabras al ver lo que vieron.
—¡Mi madre! —susurró Olga.
—Esto sí que es un bombazo —murmuró Clara.
Ante ellas, semiescondidos tras un seto, estaban James, el novio de Perla, y Caritina, una de sus amigas, metiéndose la lengua y lo que no era la lengua hasta la campanilla.
—¿Qué hacemos? —preguntó Clara.
—Absolutamente nada. No quiero tener más líos de los que tengo —susurró Olga.
Pocos segundos después, ellos se recompusieron y salieron de la oscuridad. Cada uno tiró hacia un lado diferente. Cuando desaparecieron, ellas, sin reponerse de la sorpresa, comenzaron a caminar hacia la casa.
—Sinceramente, Olga, ese James es un pájaro de mucho cuidado.
—Lo sé. —Sacó el móvil de un disimulado cinturón, hizo una llamada y colgó—. Ea… solucionado. A James, esta noche se le acaba el chollo.
Las dos estuvieron más de una hora charlando en la oscuridad del jardín. Olga recibió una llamada perdida en su móvil. Era el aviso de que debían de entrar en la casa. Dentro, buscó con la mirada a Alex, necesitaba hablar con él antes de que se liara parda. Entonces vio a Lidia con una enorme sonrisa del brazo de Juan.
—Prepárate, Clara, ha llegado Juan.
—Uf… comienza el ambientillo.
Olga asintió mientras Lidia con su flamante chico se acercaban.
—Vaya… vaya… has traído armadura y todo —rió Olga al verle vestido de caballero medieval.
—En situaciones así, más vale prevenir —bromeó él tras besarlas con afecto.
—Di que sí, hermoso. Chico precavido vale por dos —se guaseó Clara.
Pasados los primeros minutos en los que Lidia apenas podía contener su histerismo, Olga buscó a Alex. Necesitaba hablar con urgencia con él. ¿Dónde estaba?