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El domingo por la mañana Alex y Olga salieron a dar un paseo por la finca cogidos de la mano, mientras Bronco, el perro de Horacio, corría como un loco alrededor de ellos.

—¿Sabes, Alex? Me muero por preguntarte una cosa, pero en el fondo me da un poco de vergüenza —rió Olga.

—¡Dispara! —contestó Alex y los dos sonrieron.

—Se refiere a Sabrina, tu ex. ¿Qué hacía el día de la rifa en el hospital? —Él la miró y calló—. Hay silencios que lo dicen todo y palabras que no dicen nada, ¿lo sabías?

Alex sonrió. Llevaba esperando esa pregunta dos días y por fin aquella cabezona se atrevía a hacérsela.

—La invitó mi madre. Ellas tienen una buena relación y hablan bastante por teléfono. —«Maldita bruja», pensó Olga—. Mamá aún no ha superado mi separación. Tenían una relación muy especial y creo que aún reza porque Sabrina y yo terminemos juntos.

Incómoda por aquella revelación Olga asintió.

—¡Eh, inspectora! —dijo él parándose para abrazarla—. He contestado a lo que me has preguntado. Pero déjame decirte que en mi vida, en mi cabeza y aquí en mi corazón, solo hay espacio para una. Y esa es mi teniente O’Neill. Por lo tanto, sonríe y no temas nada, que mi relación con Sabrina nunca será más de lo que es.

—La noche de la rifa, ¿qué hicisteis?

—Como manda la tradición, la invité a cenar. Fuimos a Sorinos, un restaurante que sé que a ella le gusta mucho…

—Oh… ¡Qué detallazo recordar su restaurante favorito! —frivolizó separándose de él, pero Alex rápidamente la volvió a coger—. Y dime, ¿tras la cena también la llevaste a su hotel favorito?

—La llevé a su hotel y después me marché a casa.

—Ah… —asintió Olga con cientos de preguntas en el tintero.

—¿Estás celosa? —rió Alex besándola primero en la frente, luego en los parpados y por último en los labios.

Olga ladeó la cabeza y tras pensar en todo lo que habían hablado la tarde anterior, contestó:

—Estoy tremendamente celosa, cariñito. Es más. Cuando pienso en ti, en Sabrina o en cualquier otra mujer que no sea yo junto a ti, me sube un calor por el estómago que me hace pensar en hacer verdaderas burradas y en gritar palabras de alto… altísimo impacto.

Encantado, Alex la besó. ¡Por fin!

—Te juro por mi hija que cuando te vi marchar con ella sentí unas inmensas ganas de asesinar a alguien. Y te aseguro que en ese lote estabas tú.

—Uf… tendré que tener cuidado contigo, inspectora.

—Sí, doctor Bombón —sonrió ella con perversión en la mirada—, tendrás que tener mucho cuidado si no quieres que yo te pague con la misma moneda. —Eso hizo que el ceño de este se frunciera y Olga, divertida, continuó—: Si tú tienes una legión de enfermeras y ex mujer detrás de ti, deseosas de tus afectos, yo solo tengo que recordarte que deseosos de mis afectos hay más de uno, de dos e incluso de tres… Oh… y de cuatro… ¡Ostras!, ahora que lo pienso… y de cinco —terminó riendo.

—¿Intentas hacerme sentir mal?

—Solo intento dejar claras las cosas y marcar lo que considero que es mío. Ni más ni menos.

Encantado, Alex suspiró y dijo.

Umm… Como buen escocés, me gusta saber que me consideras tuyo.

—Lo eres. Y si los escoceses presumís de ser posesivos y varoniles, ándate con ojo y no olvides que yo soy latina y española. ¡Casi ná! —Alex, sorprendido, sonrió. Ella con gesto resuelto dijo—: Le hubiera arrancado las extensiones a esa pija y a todas las enfermeras que se atrevieron a pujar por ti. Cada vez que pujaban, las muy asquerosas me miraban con un gesto nada sano. Y te lo digo yo que soy mujer y entre nosotras nos entendemos —y señalándole con el dedo dijo en tono cómico—: Que te quede muy claro que no soporto que nadie que no sea yo vuelva a tocar a mi doctor Pichón. Y como el año que viene, a tu santa madre se le vuelva a ocurrir rifarte, allí va a haber más que palabras y miraditas insanas. Porque si me tengo que poner a repartir leches a diestro y siniestro, lo voy a hacer. Quedas avisado.

Divertido por semejante parrafada, Alex soltó una carcajada y la besó. La adoraba y por fin podía hablar con ella de amor y de sentimientos con total claridad.

—No te preocupes, española. No volveré a dejarme liar por mi madre para la rifa. Y a partir de mañana, cuando vuelva al hospital, prometo ir con un cartel que ponga, «soltero fuera de cobertura».

—¡Oh, sí! —asintió Olga divertida—. Pero yo te acompañaré para que todas vean quién tiene en exclusividad tu número PIN.