Aquella noche —para una maldita noche que la pequeña Luna decidía dormir de un tirón—, ella no pudo dormir. Estaba tan enfadada y humillada que apagó el móvil y descolgó el teléfono. No quería hablar con Alex en el caso de que se le ocurriera llamar. No tenía ningún derecho a enfadarse, pero algo en su interior, se empeñó en recordarle que estaba celosa perdida y que Alex era suyo.
Cuando llegó a la comisaría, llevaba la moral por los suelos. Y se sorprendió cuando oyó que Clara les comentaba sin ningún escrúpulo la rifa en el hospital del día anterior.
—Pero bueno… ¿Tú estás tonta o qué?
—Pues no…
Dani, que ya estaba totalmente recuperado, al ver a su compañera tan enfadada fue a decir algo, pero Luis le paró. Conocía a la inspectora Ramos y cuando ella torcía la boca hacia un lado, mejor callar.
—Chico listo —sonrió Clara, al ver aquello.
Con gesto huraño, Olga se dirigió hacia la máquina de café. Como era de esperar, Clara fue detrás.
—No me puedo creer que estuvieras contando lo de la rifa.
—Mira, Olga, te puedo asegurar que lo de ayer me mosqueó a mí tanto como a ti, ¿pero sabes? He decidido relajarme y vivir. Si el doctor Payaso prefiere a la siliconada aquella, ¡adelante! Pero no esperes que yo vuelva a llorar como una idiota otra vez por él, porque no estoy dispuesta. ¿Y sabes? Tú deberías hacer lo mismo.
Olga no podía creer lo que oía y la miró.
—¿Quién eres tú y dónde está mi Clara Viñuelas?
Ambas comenzaron a reír. Sonó el móvil de Clara, y ella sonrió al ver que era el doctor Payaso. Olga, muerta de envidia, la escuchó hablar y se fijó en que no mencionaba el incidente del día anterior y quedaba para verle aquella noche. Diez minutos después, las chicas se marcharon al bar a desayunar junto con Dani, López, Luis y la oficial nueva, Patricia, apodada Baby Lloriqueos. Lo necesitaban.
En el bar, mientras bromeaban, se les unió sor Celia.
—Bueno, ahora que os tengo aquí a todo el grupito —comenzó sor Celia al tiempo que sacaba un listado—: La cena de Navidad es este sábado. Hoy es el día tope para saber quién viene y quién no. Y tengo que deciros que este año estará muy bien. A pesar de la crisis, los jefes han tirado la casa por la ventana y habrá cóctel, cena y bailoteo con copas incluidas.
—Apúntanos a Marisa y a mí —dijo López—. Aprovecharemos este año por si el año que viene cuando nazca el niño no podemos ir.
—¿Alguien más? —preguntó sor Celia.
—¡Hombre, por favor! ¿Qué sería una fiesta sin Dani y sin mí? —se mofó Luis.
—Es necesario que vengáis en pareja —advirtió sor Celia.
La oficial nueva, Patricia, pestañeó para atraer la atención de Dani. Pero él ni la miró.
—¿Quién te ha dicho a ti que nosotros no llevaremos pareja? —rió Dani, y tras llamar por teléfono, dijo—: Apunta a Luis con Lorena y a mí con Vanesa.
Tras un pitorreo mientras ellos explicaban a todos quiénes eran aquellas, las miradas se centraron en Olga y Clara.
—Y vosotras, ¿qué?
—A mí apúntame con Oscar Butler —dijo Clara con seguridad.
—Buenos días —saludó una voz detrás de ellos.
Al volverse, Olga se quedó sin palabras al ver a Alex tan guapo con su traje oscuro.
—¡Hombre, Alex! —saludaron Dani y Luis al reconocerle—. ¿Te apetece un café?
Clara le dio un codazo a Olga. Se había quedado tan parada como una estatua de sal. Tres segundos después cambió el gesto con rapidez, pero no se acercó para besarle. A él le extrañó, pero no dijo nada. Por su gesto, y en especial por no haber atendido sus llamadas, sabía que estaba enfadada.
—Bueno, Olga, ¿tú con quién asistirás a la cena de Navidad? —preguntó sor Celia con una sonrisa bobalicona al ver como aquel la miraba.
«Tierra trágameeeeeeeeeeeeeeeeeee» —gritó en su interior.
Todos la miraron y ella con un gesto despreocupado, respondió:
—Pues la verdad, chicos, todavía no lo sé. Además, tengo a la pequeña Luna y…
—No me jodas, Ramos —protestó López—. Tu abuela estará encantada de cuidarla.
Clara volvió a darle un codazo que no pasó desapercibido para Alex, que sonrió.
—Invita a Alex a venir —ofertó Dani—. Quizás le agrade.
«Te mato, Dani», pensó Olga mirándole.
—Anda… pues sería una idea estupenda, ¿no crees, Olga? —metió cizaña Clara.
Alex la miró con gesto divertido, pero no habló.
—Bah… no creo que ese tipo de fiestas a Alex le gusten, ¿verdad?
—No lo sé —respondió apoyándose en la barra—. Nunca he asistido a una fiesta de la policía.
—Oh, creo que son divertidísimas —aplaudió Patricia, la nueva—. Aunque yo nunca he asistido.
—Por cierto, ¿y tú con quién irás? —preguntó sor Celia.
—Pues no lo sé. De momento no tengo pareja —respondió aquella y con un mohín miró a Alex. A Olga se le encogió hasta el ombligo.
«Tendrá cara dura la puñetera llorona esta».
—A ver, compañeros, ¿no veis que estáis poniendo a Alex en un compromiso? —gruñó Olga en busca de apoyo. Pero no lo encontró.
—¿Qué día es la cena? —preguntó Alex.
—Este sábado. Para más señas dentro de dos días —asintió sor Celia.
Alex la miró, pero Olga se volvió a la barra para tomar un sorbo de café. Los demás comenzaron a explicarle a Alex las fiestas anteriores.
—¿Qué narices haces? —susurró Clara con disimulo.
—Odio las encerronas.
—Olga —llamó Alex—, de verdad, no me importaría acompañarte. Después de lo que me han contado tus compañeros parece divertido.
—Y lo es —respondió con una falsa sonrisa—, aunque creo que la música no te gustaría, suele ser música pachanguera, nada que ver con Strauss.
Alex comenzó a desesperarse. ¿Acaso no se daba cuenta de que quería ir con ella?
—Déjame que sea yo el que juzgue si me gusta o no la música.
—Uf… no quiero que te sientas obligado…
Patricia, la oficial nueva, al ver que Olga intentaba quitárselo de encima, dijo:
—Alex, si a la inspectora Ramos no le importa, ¿te gustaría acompañarme a mí a la fiesta? Yo no tengo acompañante.
«Te arranco el moño», pensó Olga.
Todos se callaron y la miraron estupefactos. ¡Vaya con la nueva! ¡Y parecía tonta! Alex miró con descaro a Olga durante un par de segundos, y al ver que ella no decía nada respondió:
—Me parece una idea excelente —le dijo a la jovencita—. Pídele a la inspectora Ramos mi teléfono. Llámame para pasar a buscarte.
Alex se despidió y, sin mirar a Olga, se marchó.
—Apuntados —suspiró sor Celia, y le dijo a Olga—: Tú, ¿qué haces al final? ¿Vienes o no?
Incapaz de creer que Alex hubiera tenido el morro de emparejarse con otra para el baile, Olga apenas podía articular palabra. La nueva sonreía y sus compañeros la miraban boquiabiertos.
—Sí, apúntame también. Y no te preocupes, acudiré con compañía.
Sus compañeros silbaron. Con rapidez salió a la calle, justo para ver alejarse a Alex en su cochazo.
—¡Mierda! —gruñó enfadada consigo misma.
—Desde luego, Olga —susurró Clara al pasar junto a ella—. Cuando tu cabecita entra en conflicto con tu corazón, hija mía, no sé cómo te lo montas, pero terminas cagándola con el culo.
Olga la miró y asintió. ¡La había cagado!