Tras un duro día de trabajo en la comisaría, con más horas de las que debían trabajar, Olga deseaba llegar a casa para ver a Luna, pero tenía que ayudar a Clara. Le propuso ir a cenar algo a un restaurante italiano que conocían, y ella aceptó.
Antes de salir de la comisaría, sor Celia le indicó a Olga que tenía varias llamadas de Juan Cruz. El de los GEOS. Extrañada, se lo comentó a Clara.
—Oh… sí, claro que lo recuerdo. Es el bombonazo que el otro día te sonrió en quinientas ocasiones durante la reunión de Márquez.
—El mismo.
—Creo que has ligado… —canturreó divertida.
—Pues habrá ligado él, porque lo que se dice yo, no. No sé quién es ni qué narices quiere. Solo sé que está muy pesadito, y le voy a tener que dar un corte a lo Ramos.
—Uf… animalillo… qué pena me da —se guaseó Clara mientras cogía su bolso y salían para el restaurante.
Cuando llegaron al lugar, Pepe, el dueño del restaurante, las saludó; dejaron sus bolsos y sus abrigos en la mesa y pasaron a la cocina a saludar a Valeria, su mujer. Era simpatiquísima.
Diez minutos después, cuando charlaban de vuelta en su mesa, Olga vio entrar por la puerta a Alex. Durante unos segundos se miraron y ambos recordaron todo lo vivido aquel maravilloso fin de semana, en especial cuando bailaron Shomething Stupid, de Sinatra.
«Me encantas, doctor Pichón», pensó con un suspiro.
Oscar las vio sentadas allí y rápidamente se dio la vuelta para salir. Pero Alex habló con él unos segundos y logró convencerle para que se quedara.
—Buenas noches, señoritas —saludó Alex; luego le dio un beso en los labios a Olga y se sentó a su lado.
Clara, al levantar la cabeza y ver a Oscar, blasfemó.
—Tranquila, Terminator, a mí tampoco me hace demasiada gracia verte —gruñó Oscar.
Pepe les tomó el pedido en cuanto los cuatro se sentaron. Ante el mutismo total, fue Alex el que habló.
—¿Qué tal el día de hoy?
—Lioso —sonrió Olga.
—Un día más. Niños con mocos. Madres histéricas y para remate, dos prematuros.
—Habló el pene taladrador —se mofó Clara. Todos la miraron.
—Te crees muy graciosa, ¿verdad? —preguntó Oscar.
—Qué va… del montón.
Olga miró a su amiga y le dio una patada por debajo de la mesa para indicarle que se callara. Esta lo hizo. Ante el ceño fruncido de su amigo, Alex intentó reconducir la conversación.
—Te dejaste los CD de música en casa y los tengo en el coche.
—No importa, ya me los darás, o mejor hazte una copia, así la podrás escuchar de vez en cuando —sonrió Olga.
—¿Te gustó Marc Anthony? —preguntó Clara y Alex asintió—. Es un cantante sensacional. Tiene una música buenísima, ya lo verás.
—Aménnnnn —suspiró Oscar. Todos le miraron.
—¿Amén qué, payaso? —preguntó Clara.
—Ufff… MacGyver, te noto un poco alteradita —sonrió Oscar al ver cómo aquella le miraba y casi echaba humo por las orejas.
Alex casi no podía creer que aquellos se comportaran como dos críos. Iba a hablar, pero se le adelantó Olga.
—Bueno, ¡basta ya! Parecéis dos niños de teta y no dos adultos. ¿Queréis hacer el favor de comportaros y hablar las cosas como personas normales y dejar de tiraros pullitas para molestaros cada vez más?
—Mira, Olga, ésta te la guardo —le recriminó su amiga—. Sabías que lo último que me apetecía era ver al… al… picha brava del doctor Agobio y aun así me la has jugado.
—Lo mismo te digo, Alex —dijo Oscar—. Nunca me hubiera esperado esto de ti —y volviéndose hacia Clara, añadió—: Y tú, no vuelvas a llamarme picha brava.
Clara iba a responder cuando Alex se le adelantó.
—Vamos a ver, Olga y yo hemos hablado y…
—Pues me parece muy mal que habléis de nosotros —gruñó Clara y cruzó los brazos ante ella.
—Mira, Terminator, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo contigo —convino Oscar.
—Odio que estés de acuerdo conmigo, Bon Jovi de pacotilla.
Oscar la miró y no supo qué decir.
—Esto no es normal, estamos aquí por vosotros —se desesperó Olga—. Cuando estoy como loca por ver a mi pequeña.
—Oh, ¡qué enternecedor! —se mofó Clara y al mirar a Alex dijo—: Vaya… veo que por fin te ha contado lo de la cagona.
—Hablando se entiende la gente —asintió Alex.
Clara chilló:
—¡Hablando!… ¿Te parece normal oír a una tía decir que espera a tu hombre con las bragas en la mano, y a otra hablar de su pene taladrador como el que habla de pendientes?
—¡Tu hombre! —sonrió Oscar, pero nadie le oyó.
—Vamos a ver —volvió a decir Alex—. Si hablarais, tú le podrías decir que esas mujeres son agua pasada y…
Pero Oscar no le dejó terminar.
—¿Le has contado a Olga que Rosa, la doctora de Neonatos, o Marisa, la de Quirófanos, entre otras, son agua pasada? —Alex negó con cara de circunstancias.
Olga le miró.
—¿Quiénes son Rosa, Marisa y «entre otras»?
—Nadie de quien merezca la pena hablar —bufó Alex y miró a su amigo con dureza.
Pero Olga insistió.
—Si no merece la pena hablar, ¿por qué las ha mencionado él?
—Cariño, hemos venido a que estos dos hagan las paces, no a que nosotros discutamos —recordó y ella molesta, ni le miró.
—¿Estarás contento ahora? —preguntó Alex a su amigo.
—No… pero comienzo a disfrutar.
—¡Anda! ¡Qué casualidad! —se mofó Clara al ver la cara de su amiga—. ¿A qué jode no saber?
Olga asintió, se levantó y salió del restaurante. Dos segundos después él estaba detrás abrazándola.
—Eh… ¿Qué pasa contigo?
Molesta por su reacción, se volvió hacia Alex y al ver cómo la miraba, le susurró:
—Lo siento. Perdóname, no sé qué me ha pasado.
Con una sonrisa la mar de provocadora, él la besó y le susurró al oído:
—Mmmmm… ¿Te has puesto celosona?
Cambiando el peso de pie, ella murmuró:
—Ni lo sueñes.
Al ver su gesto contrariado, él sonrió.
—Escucha, cariño. Hasta que te conocí, yo era un hombre sin compromisos, ¿entiendes?
—Y sigues siéndolo. Lo nuestro no es nada serio. ¿O acaso lo has olvidado?
Le molestaba que dijera eso. Sabía que con ella las cosas no serían fáciles. Iba a decir algo cuando ella se le adelantó.
—No digas nada más, Alex, porque esto no tiene sentido. Lo que pasa es que no sé por qué narices estamos discutiendo, cuando no tenemos por qué discutir.
—¿Sabes que estoy loco por ti?
Una tonta sonrisa se instaló en la cara de Olga, y aunque intentó deshacerla, le fue imposible.
—No me has respondido. —Y volvió a preguntar—: ¿Sabes que estoy loco por ti?
Ella le miró y asintió. Él la besó. Momentos después con una sonrisa en los labios entraron en el restaurante y se quedaron boquiabiertos. Clara y Oscar se besaban con ardor.
—¿Qué hacemos? ¿Los matamos? —bromeó Alex.
Mirando a su loca amiga, Olga suspiró y con una sonrisa dijo:
—Déjalo… si lo hacemos, luego les echaríamos de menos.