Cuando Alex despertó, vio que estaba solo en la cama, aunque las sábanas aún olían a ella… a Olga. Inquieto por no tenerla cerca, se levantó y al abrir la puerta de la habitación, la oyó carcajearse. ¿Con quién reía? Se puso un albornoz con celeridad, bajó en su busca y se quedó de piedra cuando entró en la cocina y los vio. No podía creerlo. Allí estaba su fiel Horacio, el hombre que había estado a su lado desde que era un crío, sentado en un taburete de la cocina con Olga, algo que él había conseguido en contadas ocasiones, a pesar del cariño mutuo que se tenían.
—Buenos días —saludó Alex y los dos le miraron.
—Dirás casi buenas tardes, dormilón —se mofó Olga.
Con cariño, él se acercó a ella, le dio un ligero beso en los labios y miró a su buen amigo Horacio.
—No hace falta que te la presente, ¿verdad?
—Oh… no señor, ya se presentó ella.
Horacio y Alex se miraron y sonrieron. Durante años habían vivido juntos muchas cosas, y Olga no se parecía a ninguna de ellas.
—¿Desea un expresso intenso?
—Sí, Horacio, gracias —contestó Alex mientras disfrutaba de la vista tan maravillosa que le proporcionaba Olga, tan bella con aquella coleta alta, que como siempre le recordaba a una fuente.
—¿Qué miras? —sonrió azorada por cómo la observaba.
—Lo bonita que estás en este instante —susurró con una lobuna sonrisa.
Ella le mandó callar. Pensar que Horacio podía oírlos la avergonzaba.
—Horacio, Olga y yo vamos a pasar el fin de semana solos en casa.
—Entiendo, señor. Una excelente idea —sonrió él mientras se dirigía hacia la puerta—. Si necesitan cualquier cosa, no duden en llamar.
Guiñó un ojo con disimulo a Olga y desapareció. Quedaron solos en aquella enorme cocina.
—¿Has dormido bien?
—Oh… sí. Lo que pasa es que cuando me desperté, tenía un hambre atroz y bajé a comer algo. Oye, por cierto, Horacio es un encanto de señor.
—Sí —asintió Alex—, es un hombre excelente. Entró a trabajar para mi padre cuando yo tenía unos ocho años, y ahora trabaja para mí. Es quien se encarga de tener siempre bien esta casa.
—Eso me ha contado. Aunque también me ha dicho que no le das ningún trabajo y que sobre todo se dedica a cuidar de su jardín.
Aquello hizo sonreír a Alex.
—Horacio es un segundo padre para mí y me hace feliz que viva conmigo. Mira, ven —la tomó de la mano para llevarla hasta el ventanal—. ¿Ves esa casa de madera? —ella asintió—. Esa es la casa de Horacio y Bronco. Cuando construí esta casa, él se empeñó en que no quería vivir en ella. Según él, lo que tengo que hacer es llenarla de niños, perros y mujer, y por eso no me quedó más remedio que construir aquella para él.
—¡Madre mía! ¡Qué pasote de chocita! —resopló Olga al ver aquella casa de madera tipo canadiense—. Oye… no me importaría que me construyeras otra casita de esas para mí, para mi cagona, mi abuela y todo mi clan perruno. Te prometo que te ayudaré a tener la casa al día como Horacio.
—¿Quién es tu cagona? —preguntó Alex mirándola.
«Ay, Dios… se me ha escapado antes de tiempo», suspiró al darse cuenta de lo que había soltado.
—Alex, tengo que comentarte una cosa, y por favor, no me interrumpas.
Sorprendido por la seriedad que vio en su rostro, él calló y la miró. Entonces Olga se apoyó en el ventanal de la cocina y mirándole a los ojos dijo:
—¿Recuerdas que en la cita que tuvimos en París te comenté que mi prima… mi prima Susi acababa de morir? —Él asintió—. El caso es que ella tenía una hija, un bebé llamado Luna, y… y… al morir Susi ha quedado bajo mi custodia.
—¿Tienes un bebé? —preguntó incrédulo.
—No… bueno, sí, pero no.
Boquiabierto, Alex se apoyó en la encimera de la cocina y preguntó:
—¿Sí o no?
Nerviosa como pocas veces en su vida, ella se retiró el flequillo de la cara y aclaró:
—El bebé era de Susi, pero al morir ella y el padre, legalmente ahora Luna es mi… bueno… pues eso…
—¡¿Tu hija?!
Ella asintió con decisión. Pasmado por aquella revelación, la miró confundido. Esa mirada no gustó nada a la inspectora y rápidamente preguntó:
—¿Por qué me miras así, joder? Ni que te hubiera dicho que la pequeña Luna es una asesina en serie —murmuró ofendida y triste al pensar en su prima—. Susi… ella… ten por seguro que querría estar aquí con Luna. Ojalá nada de lo que ocurrió hubiera pasado. Ojalá… Susi era buena, sencilla y algo alocada, pero… pero… no merecía morir. Se merecía disfrutar de la preciosa Luna, porque ella es… es… maravillosa y yo…
Con rapidez y sin dejarla continuar, Alex dio un paso hacia ella y la abrazó. Aquel abrazo lleno de ternura hizo que Olga se relajara. Le gustó sentir como él la acunaba mientras ella templaba sus penas, miedos y dudas. Le gustó demasiado. Una vez que Alex consiguió que ella se calmara, la besó en los labios y mirándola a los ojos preguntó:
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
Sin saber qué decir, se encogió de hombros y contestó.
—Alex, nunca pensé que fuera necesario.
—Pero tienes un bebé a tu cargo. ¿Por qué dices que no es necesario?
Sin querer perder toda su dura coraza, pero sin mirarle a los ojos, contestó:
—Si te soy sincera, no pienso ir hablando de mi pequeña a todo tipo con el que salga o tenga una cita.
Aquel comentario le molestó y acercándose a ella susurró:
—No te hará falta hacerlo porque solo te dejaré salir conmigo —y al ver que esta abría la boca añadió—: Y no. No estoy celoso. Estoy celosísimo de solo pensarlo.
Sin poder evitarlo, sonrió.
—Me alegro que lo de la niña no te suponga ningún problema. Sinceramente, me alegra habértelo contado.
—Deberías habértela traído. Me encantan los niños y yo estaría encantado de conocerla —dijo con una sonrisa seductora—. Además, los bebés duermen mucho y hubiéramos tenido tiempo para nosotros.
—¡Ja! Eso es lo que te crees tú. Esa delincuente no duerme ni jarta de vino. ¡Menuda es ella! —resopló Olga contenta—. La muy bruja está acostumbrada a dormir encima de mí escuchándome el corazón. Pero claro, si ella duerme, yo no duermo. Pero ¿sabes?
—¿Qué? —preguntó Alex hechizado por la dulzura en su cara cuando hablaba de la pequeña.
—A pesar de que estoy agotada, de que no me deja dormir, de que es una cagona y me gasto un dineral en pañales y leche en polvo, ¡la adoro! Creo que ya no podría vivir sin ella.
—Estoy seguro de que ella sin ti tampoco. Eres su mamá.
Olga le miró. Nadie de su entorno se había atrevido a pronunciar aquella palabra, pero al oírla de la boca de Alex, Olga torció el cuello y sonrió.
—¡Mi madre, Alex!… Soy su mamá.
—Sí, mi amor, una mamá preciosa —sonrió él besándole el cuello.
—Espero que a pesar de que sea mamá, quieras seguir viéndome alguna vez que otra. Ya sabes, sin compromiso —Alex, puso los ojos en blanco—. Y oye, plantéate en serio eso que te he dicho de la casita de madera junto a la de Horacio. Sería una buena vigilancia para tu familia. Además, la abuela, la cagona, mi clan perruno y yo te lo agradeceríamos horrores.
Alex se carcajeó.
—No te rías —continuó ella—. Podría ocuparme de la seguridad de tu casa, de tus hijos y de tu mujer, incluso de tus perros. No olvides que soy una buena poli.
Alex la miró y se preguntó qué intentaba decir con aquello.
—Vamos a ver, inspectora. ¿Estás diciendo que te contrate para proteger a mi futura familia?
Olga sonrió y dio un paso atrás. Le molestaba pensar en aquella posibilidad, pero debía ser consciente de que era lo que ella quería. Tarde o temprano, Alex encontraría una mujer con la que compartir su vida, tener sus propios hijos y demás.
—Yo creo que me has entendido.
Con una intensidad en la mirada que le provocó multitud de emociones, Alex, con todo su aplomo varonil, volvió a dar otro paso hacia ella.
—Realmente te explicas muy mal, inspectora. No logro captar el significado verdadero de tus palabras.
Olga, retrocedió otro paso, pero su culo topó con la encimera. ¡Mierda!
—Alex, escucha. A veces nos equivocamos y creemos encontrar lo que no es y…
Como si se tratara de una pluma, Alex la cogió por la cintura y la sentó encima de la encimera, junto a la mermelada, la mantequilla y el resto del desayuno. Abriéndole el albornoz, los pechos de ella quedaron expuestos a la vista de él.
—Continua, inspectora —murmuró con una sonrisa diabólica—. Dime a qué te refieres con eso de encontrar lo que no es y equivocarnos.
Azorada por cómo la miraba, casi gritó cuando él se agachó y se metió uno de sus excitados pezones en la boca.
—Me refería a que… quizás… y digo solo quizás… tú creas que yo soy lo que tú buscas… y…
—Mmmm… interesante conversación —suspiró abriéndole el resto del albornoz hasta dejarla desnuda ante él—. ¿Qué es lo que yo busco?
—Alex… yo no quiero ataduras, y con Luna…
Él posó su mano en la nuca de ella y le inclinó la cabeza para besarla. La deseaba, la necesitaba y no estaba dispuesto a perderla. El cuerpo de Olga era cálido y sus labios dulces como la miel. Y no quería perder esa miel.
—Calla y bésame, tonta —susurró a escasos centímetros de su boca.
Excitadísima, le besó con un húmedo y caliente beso, mientras le desabrochaba el cinturón del albornoz, que pocos segundos después cayó a sus pies.
Con deleite Olga le miró, movió la mano y esta rozó el bote de mermelada. Con una sonrisa lo cogió y decidió jugar tan fuerte como él. Metió el dedo en ella y al sacarlo untó la mermelada de melocotón por su cuerpo, ante la hipnótica mirada de él.
Sin necesidad de hablar, Alex guió su boca por el recorrido donde ella había dejado mermelada. Que comenzaba en su ombligo, subía hacia sus pechos y terminaba en su boca.
—Tú eres lo que yo busco —susurró cogiéndola por las mejillas—. Ahora solo tengo que convencerte de que yo soy lo que tú buscas también.
—No hagas eso, Alex. No es buena idea. Ni siquiera nos gustan las mismas cosas.
—Es una idea excelente —sonrió besándola—. Y voy a hacer todo lo posible para que al final no puedas vivir sin mí, inspectora.
Oírle decir aquello hizo que en el corazón de Olga se contrajera de alegría. Le gustara o no, deseaba oír aquellas palabras, aunque luchara contra ello.
Incapaz de decir nada, le miró. Tenerle desnudo era una visión perfecta. Alex era armonioso, ancho de espalda, excelentes bíceps, cintura estrecha, y abdominales fuertes y marcados. Mientras él continuaba besándola por el cuello y diciéndole bonitas palabras de amor, ella le tocaba con deleite y le rodeaba la cintura con sus piernas. No podía hablar, solo deseaba que la poseyera.
—Te deseo, Alex.
Él sonrió, posó sus exigentes manos en el trasero de ella y lo atrajo hacia su caliente y dura erección que, guiada por sus manos, encontró la entrada húmeda de su desahogo. Mirándola a los ojos comenzó a penetrarla. Primero lenta y pausadamente hasta que ella se arqueó y dejó el camino libre a las embestidas que deseaba recibir. Cuando Olga se tensó y gimió, del pecho de Alex surgió un profundo gruñido varonil.
Empapados en sudor, desnudos y abrazados, Alex le dio un beso en la punta de la nariz, la tomó en brazos y caminó con ella hasta el salón, donde sin soltarla se sentó en el cómodo sillón con ella encima.
—¿Te apetece escuchar un poco de música?
Olga asintió. Él cogió un mando plateado, lo pulsó y la música sonó.
—Pero bueno… ¿Qué has puesto?
—La Bohème, de Giacomo Puccini. ¿No te gusta?
—Pché —contestó ella haciéndole sonreír—. No es que me horrorice, pero ¿no tienes nada más actual?
—Sinatra.
Olga puso los ojos en blanco.
—¿Solo escuchas este tipo de música?
—Me temo que sí. Vivaldi, Tchaikovsky, Puccini y Sinatra… es una música maravillosa y…
—No lo dudo guapetón, pero dame un segundo. Yo te enseñaré lo que creo que es buena música.
Levantándose desnuda, fue hacia su trolley, lo abrió y sacó de él varios CD de música que le mostró.
—¿Ves esto? —Él asintió divertido—. Aquí tengo a Marc Anthony, Coldplay, Robbie Williams, La Quinta Estación, Seal, Chenoa, Rosario Flores, Duffy, Maná… Te suena a chino, ¿verdad?
—Se puede decir que sí —sonrió mientras disfrutaba de su espontaneidad y de su cuerpo.
—A ver… dale al cachirulo ese para que pueda meter los CD.
—¡¿Cachirulo?!
—El mando, Alex, el mando. Pero ¿en qué mundo vives?
Divertido, le hizo caso. Paró la música de Puccini, el compartimento de los CD se abrió y ella colocó varios. Poco después comenzó a sonar la salsa de Marc Anthony y ella se sentó de nuevo con él.
—Este es un cantante de Puerto Rico que hace una música maravillosa. Clara y yo hemos ido en ocasiones a verle actuar cuando ha venido a Madrid, y nos encanta. ¿Sabes bailar salsa?
Alex la miró, negó con la cabeza y sonrió.
—La única salsa que conozco es la vichyssoise.
Olga puso los ojos en blanco y él se carcajeó.
—No te preocupes, yo te enseñaré.
Alex, maravillado por la magia que aquella mujer desprendía, la besó en el cuello.
—De acuerdo, inspectora. Pero no hay prisa —susurró cerca de su boca—. Así, mientras tú me enseñas todo lo que quieras, yo tengo tiempo de convencerte de que yo soy lo que tú buscas.
«Ay, Dios, esto va a terminar muy mal», pensó Olga, pero le besó. Segundos después mientras sonaba la canción Te amaré, Alex le volvió a hacer el amor.