En la piscina cubierta, Olga y Clara disfrutaron como en su vida. No estaban acostumbradas a un lujo como aquel y, olvidándose del evento que allí se celebraba, aprovecharon el relax. Las hermanas mellizas de Alex resultaron ser unas chicas simpáticas, para nada acorchadas. Y no se sorprendieron cuando Eva, la más aniñada, les indicó que el camarero rubio de gesto serio que servía bebida frescas a los de la fiesta, era el hombre del que estaba enamorada.
—Mamá no aceptaría mi relación con David —dijo Eva mientras charlaban sentadas al borde de la piscina—. Por eso tenemos que andar con cuidado. Si ella supiera algo, le despediría rápidamente, y David no se lo puede permitir.
—No te preocupes, Eva —indicó Clara—. Tu secreto no se sabrá por nosotras. Pero déjame decirte que tengas cuidado y no repitas lo del parking. Te pueden pillar.
—Eso les he dicho yo a los dos más de una vez —apuntilló Lidia.
—Lo sé —asintió Eva apenada—. Ese día se nos fue de las manos. Habíamos discutido, él me persiguió hasta el parking y bueno… ya sabéis.
Olga asintió y para hacerla sonreír le susurró:
—Vamos, lo que vulgarmente se llama un aquí te pillo, aquí te mato.
De nuevo risas.
—Voy a ser sincera con vosotras —dijo Lidia—. Me encantaría que mis padres no tuvieran el dinero que tienen para poder ser feliz.
—Uf… pero ¿qué dices? Yo sería feliz en una casa así —sonrió Clara.
—Te aseguro que no —apuntó Eva.
—Nuestra vida privada está controlada —dijo Lidia—. Todo lo que hacemos puede ser cuestionado por todo el mundo.
—¿Alex también os cuestiona? —preguntó Olga.
—En cierto modo sí —respondió Eva.
—Él es un poco como mamá —señaló Lidia—. Siempre se preocupa por hacer lo más correcto, lo que se espera de él. Aunque antes me ha sorprendido cuando te ha besado delante de todos.
—A mí también —suspiró Olga.
—Le tienes encelao —se guaseó Clara haciéndolas sonreír—. Ha visto cómo los otros te miraban las pechugas y te ha marcado para que nadie se te acerque. Anda, que no es listo el doctorcito.
Tras un rato de risas y de decir burradas, a Lidia le sonó el móvil. Se alejó para hablar.
—¿Cuánto hace que murió tu padre? —preguntó Olga a Eva.
—Nueve años y tres meses —respondió con tristeza—. El abuelo ya es mayor, y cuando papá murió, Alex decidió que él tomaría las riendas de la familia. Pero sé que es mamá quien le agobia en ocasiones para que sea duro conmigo. Si cualquiera de ellos supiera que amo a David, creo que sería nuestro fin. Pero yo no puedo hacer otra cosa, le quiero y deseo poder ser algún día su mujer.
—Estoy contigo, Eva —opinó Clara con sinceridad—. Tú eres la que ha de elegir a la persona con la que quieres compartir tu vida, ya sea cinco minutos, diez años o el resto de tu vida.
En ese momento se acercó un hombre adulto hasta ellas. Vestía un elegante conjunto de pantalón claro y chaqueta azul con un sombrero muy chic.
—¿Todo bien por aquí, señoritas?
Olga notó que la muchacha se tensaba.
—¡Perfecto James! —dijo Eva con voz neutra.
El hombre se acercó más a ellas, las miró de arriba abajo y murmuró:
—No tengo el gusto de conocer a tus amigas.
—Te las presentaré —respondió Eva—. Ellas son Olga y Clara. Él es James Martin, el novio de mi madre.
«Anda, qué moderna la madre», pensó Olga mientras le saludaba con una sonrisa.
—Encantada de conocerle, señor —saludó Clara; al darle la mano y quitarse el gorro, le miró con intensidad. ¿Dónde había visto antes a ese tipo?
Segundos después, un segundo hombre se acercó hasta ellas, copa en mano.
—¡Hombre, Giovani! Me extrañaba no verte por aquí —sonrió James.
—Donde estén las bellas mujeres, allí estaré yo —declaró aquel y clavó sus ojos en Olga—. Envidio las gotas de agua que tienen el privilegio de posarse y recorrer el cuerpo de estas señoritas.
Eso las hizo sonreír, pero todas sabían que aquel tipo no era de fiar. Aquel comentario sobraba. Cuando ellos comenzaron a hablar de sus cosas, Clara se acercó a Olga y le susurró:
—El estirado del mechón blanco, ¿no te suena?
Con disimulo, Olga miró al moreno de chaqueta marinera y aires de Fred Astaire.
—Pues la verdad es que no. ¿Por qué lo dices?
—No sé, tengo la sensación de que lo he visto antes.
Como caído del cielo, llegó hasta ellas un camarero con distintos tipos de bebida fresca. Pronto comprobaron que se trataba de David, el amado de Eva, quien sin cambiar su gesto ni mirarlas, les acercó la bandeja para que ellas cogieran algo.
—¡Qué suerte tenemos de poder admirar tanta belleza!, ¿no crees, James? —preguntó Giovani a su amigo, que mirándole sonrió.
—Por supuesto. Además, hoy mi pequeña Eva está especialmente guapa.
A Eva le tembló el vaso, algo que no pasó desapercibido ni para ellas ni para David. De pronto, el muchacho hizo un movimiento brusco y la bandeja cargada de vasos con bebida cayó directamente sobre la chaqueta de aquel.
—¡Maldito inútil! —gritó James al ver el desastre.
—Lo siento, señor. Le pido mil disculpas por mi torpeza —se disculpó el joven mientras recogía los vasos del suelo.
En ese momento llegó hasta ellos una mujer y al reconocerla, Olga y Clara se agacharon con rapidez.
—No me jodas que esa es la avinagrada del ascensor —susurró Clara.
—¡Qué no nos reconozca! —susurró Olga sin entender que hacía aquella allí.
—¡Querido! —exclamó la mujer—, ¡oh, Dios mío! ¿Qué te ha pasado?
—El inútil este —señaló al muchacho que recogía los vidrios rotos—. No sé en qué estaría pensando que me ha tirado la bandeja con la bebida encima.
Con una rápida mirada, Olga y Clara se entendieron.
«Oh, Dios, la avinagrada es la madre de Alex», resopló Olga.
—Lo siento, señora —se disculpó de nuevo David—. Ha sido sin querer.
—Iré a cambiarme —James se alejó con gesto de disgusto.
La avinagrada, con gesto impasible, observó cómo aquellas chicas a las que no conocía ayudaban al camarero a recoger los trozos de vidrio.
—Eva, no me dijiste que ibas a traer invitadas.
—Mamá, son las invitadas de Alex y Oscar.
La madre se extrañó. Su hijo no le había dicho nada. Pero cuando estas se levantaron y quedaron ante ella, la mujer se llevó la mano a la boca. «Las impresentables del ascensor…».
—¿Se puede saber qué ocurre? —preguntó Alex llegando hasta ellos con gesto frío, percatándose de cómo su madre miraba a las muchachas.
Su madre iba a responder, pero Olga, cansada de oír al muchacho disculparse, se le adelantó.
—Ha sido un tonto accidente, Alex. Me moví y sin querer le di al pobre chico; él perdió el equilibrio y se le cayó la bandeja —David, el camarero, la miró, pero ella continuó—. Con la mala suerte de que la bebida manchó a James. Pero quiero aclarar que la culpable de todo este estropicio he sido yo, no él.
—Gracias, señorita —dijo David agradecido—. Pero no se preocupe.
—Ha sido el camarero —afirmó Giovani con mal gesto—. Yo estaba delante y esta preciosa señorita no hizo nada para que el inútil este tirara la bandeja.
«Este tío es idiota… por no decir algo peor», pensó Olga.
—De eso nada —protestó Clara—. Yo también estaba delante y he visto cómo ha ocurrido todo y Olga tiene razón.
Al reconocerlas completamente, la madre de Alex se volvió hacia él con gesto contrariado y dijo:
—No me habíais dicho ni tú ni Oscar que traíais invitadas.
—Disculpa, mamá, no creí que fuera necesario —contestó Alex, y volviéndose hacia ellas dijo—. Olga Ramos, Clara Viñuelas, os presento a mi madre, Perla O’Connors.
Las muchachas saludaron con una sonrisa y la mujer las imitó, pero la frialdad en su mirada hizo entender a Olga que había encontrado una nueva enemiga.
—Encantada —saludó aquella con una sonrisa más falsa que un billete de un euro.
—Sigo pensando en lo ocurrido —insistió de nuevo el italiano—. Y creo que usted, jovencita, no ha tenido nada que ver.
Cansada por lo pesado que era aquel tipo, Clara dio un paso adelante y dijo:
—Esto es muy fácil. Reconstruyamos los hechos. Yo haré de camarero, usted, de James y Olga, de ella misma. ¿Les parece bien?
Nadie contestó. Olga miró la piscina y sonrió. Eran especialistas en montar numeritos como aquel.
—Su nombre era Giovani Caracole, ¿verdad? —preguntó Olga.
—Para ti, bella, solo Giovani —indicó el italiano en un tono que disgustó a Alex.
—Muy bien, Giovani, póngase aquí —ordenó Clara.
David, el camarero, y Eva no cabían en sí de asombro. ¿Qué estaban haciendo aquellas? Pero Olga prosiguió y se sentó en la hamaca, mientras Clara cogía la bandeja vacía y se ponía entre su amiga y el italiano.
—El caso es que yo estaba hablando con Eva y al volverme para tomar una copa, le di con la pierna al camarero —en ese momento Olga propinó un golpe a Clara, que instintivamente se apoyó en Giovani. Le tiró la bandeja encima y este perdió el equilibrio e iba directo a la piscina. La rapidez de Oscar le salvó del desastre. Aunque nada evitó el grito de susto de Perla, la madre de Alex.
—Ay… ¡Qué angustia, Giusepe! —suspiró aliviada—. Te creí en la piscina.
—Tranquila, Perla —sonrió este peinándose—. Gracias a la destreza del doctor Butler he podido evitarla. Gracias, Oscar.
—De nada, hombre —se mofó este que al mirar a Clara le transmitió: «A mí no me engañáis».
Fracasado el intento de chapuzón, Alex miró a Olga sin poder creer lo que aquellas habían estado a punto de hacer, y entonces la oyó decir:
—¡Mi madre, Giusepe! Casi te tiramos a la piscina.
—Uf… el canto un duro ha faltado —puntualizó Clara.
Aquel teatrillo era lo más divertido que Oscar había visto en su vida, pero no dijo nada. Se percató de que Alex le miraba y sonreía.
—No os preocupéis, bellezas, estos son accidentes tontos que pueden pasar.
Estupefacta ante las invitadas chabacanas y maleducadas que su hijo y Oscar habían traído a su casa, Perla dijo con gesto agrio:
—Vayamos a por una copa de champán, Giovani. Estoy muerta de sed.
Alex vio alejarse a su madre, y tras mirar a todos dijo:
—No te preocupes, David, termina de recoger esto y vuelve a tu trabajo. —El chaval asintió y Alex se acercó a Olga, la tomó del brazo, la levantó de la hamaca y añadió—: Tú… ven conmigo.
Olga cruzó una mirada con Clara y Eva, que los observaban con extrañeza, y sin decir nada casi corrió para poder seguir las zancadas de Alex, que la tenía bien sujeta del brazo.
Alex salió del acristalamiento y llegó al camino de losas que llevaba hasta la entrada de la casa. Abrió la puerta principal y entró en un recibidor inmenso y muy bien decorado. Alex comenzó a subir una escalera hasta el primer piso y allí continuó por el pasillo, y sin mirarla, abrió la puerta de una habitación donde de un tirón la metió y cerró la puerta.
Olga, muerta de frío y sin aliento por aquella carrera, le miró. Se sorprendió cuando le vio quitarse el polo con urgencia y tirarlo sin preocupación.
—Ven aquí.
Sin entender bien lo que decía, ella gesticuló. Él repitió con voz ronca.
—He dicho que te acerques a mí.
Atraída por cómo la miraba, se acercó despacio hasta él. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la agarró y la besó como el que teme perder algo, mientras la cogía en brazos y ella enroscaba sus piernas en él para sujetarse.
Con una ronca exclamación, Alex le arrancó el pareo y la parte de arriba del bikini. Después de mirar unos segundos los duros y tersos pechos que ante él se alzaban, llevó su boca hasta ellos y los lamió. Primero uno y luego otro hasta que consiguió que a Olga se le pusiera la carne de gallina y suspirara.
Olga intentó abrir la hebilla del cinturón de él con una mano mientras con la otra se sujetaba a su cuello, pero le era imposible. Sentir la pasión que aquel volcaba sobre ella, la volvió loca, y más cuando Alex deslizó su posesiva mano por los laterales del bikini, deshizo el nudo y la braga cayó al suelo dejándola desnuda ante él.
—Nunca vuelvas a ponerte ese bikini… —susurró mientras la posaba sobre una mesa—; solo para mí.
—Vale…
—Y… nunca más vuelvas a intentar tirar a un invitado mío a la piscina…
Olga asintió y quiso añadir algo:
—Pero…
—… te deseo tanto que te haría el amor en cualquier lugar —su aliento al hablar le recorría el cuello y eso la hizo estremecer.
Olga sonrió. Nunca pensó que gastarse ciento veinte euros en un bikini de Armani sería tan productivo.
Al sentirse segura encima de aquella mesa, se soltó del cuello de él para tocarle los fuertes brazos, mientras separaba los muslos en actitud provocadora y le invitaba a continuar.
—Alex… mírame.
Controlando sus apetencias la miró mientras su respiración hablaba por él. Ella, acercando su cara a la de él, le susurró con sensualidad:
—Quiero que me hagas, todo… todo… lo que hoy has deseado.
Alex la devoró con la mirada, sonrió como un lobo hambriento y la besó. Cuando sus manos tocaron todo lo deseado, la tumbó sobre la mesa y abriéndole los muslos, posó su caliente boca sobre su húmedo sexo y tomando su clítoris, jugó con él hasta que ella gritó de placer.
—Así —murmuró él roncamente mientras se izaba de nuevo…— así deseaba tenerte.
Al sentirla abandonada a sus caricias, Alex la observó durante unos segundos. No era la primera mujer a la que hacía chillar de placer. Pero era especial. No sabía bien si era por su carácter retador o por su entrega total, pero lo que Alex sentía por ella era adoración total.
Incapaz de resistirse, Olga disfrutó del momento hasta que un movimiento le advirtió que él se quitaba los pantalones; luego la cogió en brazos y la llevó a la cama.
Cómo atraído por un imán, Alex la besó con suavidad, pero Olga no deseaba eso, estaba demasiado excitada como para andar con dulzuras. Le hizo rodar sobre la cama y se colocó a horcajadas encima de él. Hechizado al ver su mirada peligrosa, tragó saliva, estiró una mano y del cajón de su mesilla sacó un preservativo. Olga lo abrió sin hablar y arrancándole oleadas de placer, lo desenrolló sobre su duro pene erecto.
—Me vas a matar —susurró retirándole del pelo para besarla.
—Te quiero matar… pero de placer —sonrió sentándose de nuevo a horcajadas.
Cuando Olga descendió lentamente sobre aquel gran miembro para encajarse en él, Alex la agarró por la cintura y alzó sus caderas para llegar más al interior. En ese momento cerró los ojos y soltó un varonil gemido que la hizo sonreír. Sin darle tregua movió sus caderas de adelante atrás y comenzó a cabalgar sobre él.
Ver cómo disfrutaba con cada cabalgada conseguía excitar más y más a Olga, que comenzó también a buscar su placer. Cuando Alex abrió sus ojos y la miró, un escalofrío le corrió por toda la espina dorsal; de pronto ella se agachó y le susurró cerca de la oreja:
—Alex… tengo que decirte una cosa que…
Pero no pudo continuar, un jadeo de placer la hizo gemir y suspirar; él la asió por la cintura y tras un fuerte empellón, la apretó contra él.
—Luego, mi amor… luego.
Enloquecido por lo que sentía, deslizó una mano por la nuca de Olga y la atrajo hacia su boca para besarla. Ella le devoró los labios con pequeños mordiscos lujuriosos, hasta que Alex no pudo más y sacó toda la fuerza de su interior para acelerar el ritmo de sus acometidas. Al sentir que el clímax explotaba en ella, apretó sus muslos contra él hasta que el placer la desplomó. Alex, al sentirla agotada y saciada de él, agarró con más fuerza sus caderas y comenzó a entrar y salir de ella hasta que un maravilloso orgasmo le derrotó.
Con la respiración entrecortada por el esfuerzo, Alex acunó a Olga sobre su pecho. Sabía que aquel momento debía acabar, pero se resistía a soltarla. Lo que acababan de hacer no era lo apropiado. La casa estaba llena de gente y en el jardín había una fiesta, pero no pudo evitarlo. Olga le excitaba de tal manera que conseguía que cometiera verdaderas locuras.
—Alex.
—Umm…
—¿Te he matado de placer?
Eso le hizo sonreír; la besó en la cabeza, la abrazó con fuerza y asintió:
—No lo dudes.
Minutos después, con las respiraciones más normalizadas, Olga susurró.
—Alex, tengo que pedirte un favor muy grande que no es para mí.
Acomodándose en la cama, él la miró y ella continuó:
—El favor es para Márquez —al ver que él fruncía el entrecejo dijo—. Pero antes de que digas nada ni saques conclusiones erróneas, déjame contarte que el favor realmente es para Isabel, la hermana de Márquez. Ella es policía como yo, y… tuvo un accidente que la dejó en coma. Así lleva varios años. Yo quería pedirte si tú puedes echarle un vistazo en tu hospital —al ver cómo él la miraba ella prosiguió—. Entiendo que es tu negocio y que no puedes ir ayudando a la gente así como así, pero Isabel era una chica fantástica y…
—No sigas cariño, lo haré.
A Olga se le puso la carne de gallina. Suspiró y dándole un sonoro beso en la mejilla, le susurró mirándole a los ojos con adoración.
—Gracias, doctor. ¡Eres la leche!
Aquello le hizo sonreír. Pensó que aquella mujer podía pedirle la luna y él trataría de proporcionársela.
—Tú sí que eres la leche, inspectora —sonrió.
—Eres consciente de que nosotros no pegamos ni con cola.
Alex asintió. Era consciente.
—Sí… pero quizás con esparadrapo especial lo consigamos.
Ella rió a carcajadas.
—Alex, tú y yo somos una bomba de relojería.
Él aspiró su perfume y la atrajo de nuevo hacia sí; después contestó:
—Lo sé… y me gusta.
Volvieron a hacer el amor y una hora después se reunieron de nuevo con los invitados. Esta vez Alex no la soltó.