Al salir del bar, Olga se deshizo de un tirón de la mano de Alex; él la miró ofuscado.
—Pero ¿tú eres tonto o qué? ¿Por qué te has puesto así? —gritó muy enfadada.
Alex no respondió. Caminó hacia su coche avergonzado por la manera en que había procedido. No era su estilo y aún no entendía por qué se había comportado así.
—¿Me vas a responder de una vez? —gritó Olga siguiéndole.
Él la miró con gesto serio.
—Monta en el coche.
Boquiabierta, vociferó:
—¡Y un cuerno! No pienso montarme en tu espectacular coche hasta que me contestes. Pero ¡serás idiota!
Alex dirigió la vista al cielo e intentó contar hasta diez. Finalmente siseó:
—No… no soy idiota. Sube al coche de una maldita vez.
De inmediato él se montó en el coche, mientras ella permanecía fuera.
En ese momento salieron del bar Clara y Oscar, que los saludaron con la mano y se alejaron en otra dirección.
—¿Vas a subir o qué? —gritó Alex, aún más enfadado.
—¡Joder… que no! Que no voy a montar en tu puto coche.
—Odio cuando te pones grosera y utilizas palabras de alto impacto —recriminó él con gesto adusto.
Incapaz de contener sus impulsos, Olga dio la vuelta al coche con rabia y se agachó junto a la ventanilla del conductor.
—Te voy a decir una cosa, don Alexandro O’Connors —ladró con cara de enfado—. Me importa una mierda, por no decir algo peor, si mi manera de hablar te parece vulgar o no. Yo no soy tu mujer. No soy tu novia. No soy tu amante. Y como no soy nada tuyo, hablo como… como me sale del… del… —se calló la vulgaridad y prosiguió—: y no pienso montar en tu precioso coche ni consentir que un idiota adinerado como tú me crea de su propiedad. ¿Entendiste?
Luego, ante la incredulidad de él, Olga comenzó a caminar calle abajo. Alex estaba furioso por todo lo que había oído. «Maldita cabezona». Arrancó el motor del coche automático y se acercó despacio hasta ella.
—Olga, monta en el coche. Te llevaré a tu casa.
—No.
—Haz el favor de dejar de hacer el tonto —gruñó él mientras su enfado crecía momento a momento.
Volviéndose hacia él con los brazos en jarras, Olga le gritó:
—Deja tú de hacer el idiota, y pírate para que yo pueda regresar a mi vulgar casa con tranquilidad.
—¡Sube al maldito coche! —vociferó—. No te lo voy a decir más veces.
Sin quitarle la vista de encima, ella sonrió. Eso le enfadó aún más.
—¡He dicho que no! —sentenció.
Ofuscado como pocas veces, él dio un acelerón y se marchó mientras Olga, aún dolida por lo ocurrido, le gritaba:
—Eso… gasta rueda tú que puedes, ricachón.
Media hora después, Olga se bajaba de un taxi enfrente de su casa. Durante el camino no había podido parar de pensar en lo ocurrido. Por un lado entendía la tristeza de Roberto. Lo ocurrido a Isabel era una tragedia que por desgracia parecía tener un triste final, y por otro lado no podía dejar de pensar en Alex. En su enfado con ella cuando la vio con Márquez.
Pagó al taxista y caminó hacia el portal sumida en sus pensamientos. Una voz la sorprendió.
—Quiero pedirte disculpas por cómo me he comportado esta noche.
Olga se volvió. Apoyado en su precioso coche, Alex la esperaba.
—No sé qué me ha pasado. Pero cuando he visto que abrazabas a tu ex, he sentido que algo extraño se aceleraba en mí y…
—Eso, en mi lenguaje vulgar, se llama celos —aclaró Olga contenta por verle allí—. Y creo que tú me dijiste que esa palabra no entraba en tu vocabulario… ¿O me equivoco?
Alex sonrió, y acercándose a ella dijo sin tocarla:
—Estaba preocupado por ti, inspectora.
«No contestas, maldito cabezón», pensó ella, pero calló. Sin tocarle ni moverse respondió:
—No tenías por qué preocuparte. Soy policía. Llevo pistola encima. Soy vulgar y mi vocabulario es de alto impacto. Tranquilo, nene, sé defenderme solita.
Alex volvió a sonreír, pero no se movió. Estaban a menos de un palmo el uno del otro, pero ninguno daba el último paso. Él también era cabezón.
—Siento haberte dicho esas palabras. Discúlpame.
—Estás disculpado —asintió Olga, loca por besarle.
Mirándose a los ojos, ambos deseaban abrazarse, pero ninguno se movió.
—Bueno —dijo ella finalmente—. Es tarde y mañana tengo un día bastante liado.
—Sí. Es mejor que nos despidamos —respondió descolocándola—. Por cierto, este sábado en el jardín cubierto de la casa de mi abuelo se va a celebrar un evento con unos colegas.
—¿Tenéis jardín cubierto?
Él asintió, y al ver su cara añadió:
—Y también piscina cubierta.
—¡Ostras… tío! ¡Qué suerte tienes! —respondió haciéndole sonreír.
—Me apetecería mucho que vinieras.
—¿Qué es? ¿Algo tipo picnic?
—Sí —asintió él—. Algo así. ¿Vendrás?
«Tendrá la poca vergüenza de marcharse y no darme un beso».
Olga pensó en la pequeña Luna y dijo:
—Intentaré ir.
—Perfecto. Habla con Clara e invítala de mi parte —sonrió Alex mientras comenzaba a andar hacia el coche ante la incredulidad de ella.
—¿Cuándo dices que es el picnic?
—El sábado —respondió divertido por cómo le miraba ella.
—Muy bien. Allí estaremos.
—De acuerdo. Hasta el sábado —y sin decir nada más se montó en su coche, arrancó y se marchó, mientras Olga estupefacta, le veía marchar.
«Se ha ido… ¡No me lo puedo creer!»
Comenzó a andar hacia el portal molesta porque él no la hubiera besado. Pero de pronto oyó el ruido de un coche y al volverse, vio que de nuevo era él que regresaba marcha atrás. Paró el coche, se bajó de un salto y antes de que ella pudiera decir o hacer nada, la tomó entre sus brazos, la besó en los labios y dijo:
—Me da igual si no eres de mi propiedad. Te deseo, quiero besarte y te beso.
Ella sonrió y agarrándole, le besó. Poco después, Alex se montó en su coche con una bonita sonrisa y definitivamente se marchó.