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Finalmente el grupo se desplazó al bareto de la esquina, un bar al que casi por norma solían ir únicamente policías. Cuando los chicos se pusieron a jugar a los dardos, Olga miró a su amiga y preguntó:

—Vamos a ver, ¿quieres hacer el favor de decirme de una santa vez quién es ese tremendo caballero desconocido que te ha salvado la vida y por el que no paras de sonreír?

—Oscar.

—Oscar… ¿Qué Oscar? —preguntó Olga.

—El doctor Agobio. Oscar Butler.

Olga se quedó alucinada y repitió:

—El doctor Payaso, alias doctor Agobio.

Clara, al ver que se quedaba boquiabierta, le contó con pelos y señales lo ocurrido.

—Mira… yo solo sé que ha surgido así y me gusta la idea.

Aún un poco sorprendida, la inspectora Ramos concretó:

—A mí me parece fenomenal, pero me has dejado un poco descolocada. Cada vez que os encontrabais, no parabais de discutir.

—Te entiendo. Ese hombre es un poco insoportable. ¡Pero me gusta!

Olga sonrió, pero luego miró a su amiga y susurró:

—Oye… no vayas a decir nada de Luna. Alex no sabe nada.

—Pues ya te vale. ¿A qué esperas? —reprendió Clara.

Olga hizo como si no la oyera y para divertirla susurró:

—Y recuerda: mírale la etiqueta por si es Made in China o le huelen los pies.

Se abrió la puerta del local y apareció Márquez con un gesto adusto. Las miró, pero se sentó justo al otro lado del local.

—Menos mal —suspiró Clara—, si llega a venir aquí nos joroba la noche.

Clavando su mirada en él, Olga dijo:

—Le conozco y cuando pone ese gesto es que le pasa algo gordo. Voy a ver de qué va.

—¿Tú estás tonta? —protestó Clara—. Ni se te ocurra acercarte a él. Luego ya sabes que se pone en plan pesado. Y yo tengo planes para nosotras.

—Será un segundo —concretó Olga.

Con paso firme se acercó hasta él y sentándose enfrente, le saludó.

—Hola, Roberto, ¿estás bien?

Él se fijó en su cara de preocupación y gruñó:

—¿Qué coño quieres?

—Solo saber que estás bien, nada más.

Con gesto brusco y levantando las manos hacia el techo, protestó.

—A ti no hay quien te entienda. Si me acerco a ti, huyes, y si no me acerco, vienes a molestar.

—¿Sabes? Eres insoportable. Intento ser tu amiga a pesar de todo el daño que me hiciste, pero eres tan bruto que no logras darte cuenta. ¡Que te den!

Dicho esto se levantó, pero la mano de Márquez la sujetó y la hizo volver a su sitio.

—Lo siento. Perdóname. Soy un bruto.

—Pero de los gordos —asintió ella y él sonrió.

—Olga, en este tiempo he pensado mucho y creo que tienes razón en cuanto a lo nuestro.

—¿A qué te refieres?

—A ser amigos —ella se sorprendió—. Me ha costado asumirlo, pero creo que nosotros no estamos hechos para vivir juntos. Somos demasiado diferentes para ello y…

—Yo estoy encantada de ser tu amiga. Lo sabes. Con seguridad seremos mejores amigos que pareja, ¿no crees?

Roberto asintió; de pronto, su humor volvió a cambiar al ver entrar en el local al medicucho y su amigo, pero no dijo nada.

—Gracias por preocuparte por mí, es un detalle por tu parte —respondió él mientras con premeditación cubría con su mano la de ella justo en el momento en que Alex los miraba.

—Tu problema es personal, ¿verdad? —preguntó Olga sin percatarse de nada.

Él asintió. Ella se levantó de su sitio y se sentó junto a él.

—Olga, las últimas pruebas de Isabel indican que su estado no ha cambiado. Creen que nunca despertará —al decir aquello, aquel grandullón se echó a llorar. Entristecida por lo que oía, le abrazó. Alex, furioso, los observaba desde el otro lado de la barra sin entender qué ocurría allí.

«¿Qué hacía Olga abrazada a aquel imbécil?»

—Roberto, mírame —suspiró Olga preocupada—. Tú sabías que esto podía pasar. Los médicos siempre contemplaron esa posibilidad y…

—Lo sé, lo sé —asintió avergonzado por las lágrimas—. Pero ella es… es lo único que tengo. Pensar que no puedo hacer nada… me está matando. No puedo dejar que viva su vida así, ¿no lo entiendes?

Por desgracia para Roberto, Isabel, su hermana menor, decidió ser policía, como él. Era una chica encantadora, llena de vida, pero cuatro años antes, durante una persecución policial, sufrió un accidente de tráfico que la dejó en coma. Roberto nunca superó eso.

—Escúchame. Hablaré con Alex —dijo abrazándole—. Él es médico y quizás…

En ese momento una voz profunda tras ella preguntó:

—Hablarás conmigo ¿qué?

Olga se volvió a toda prisa y se encontró con la cara de enfado de aquel. Levantándose, quedó entre los dos. Por un lado tenía a Roberto hundido con un problema familiar, y por otro estaba Alex, que la miraba con gesto enfadado.

—¿Qué ocurre aquí, Olga? —preguntó Alex.

—¿Tú qué crees, medicucho? —bramó Márquez levantándose.

Olga, incrédula, los empujó a los dos.

—Pero bueno —les gritó—. ¿Qué vais a hacer ahora? ¿Levantar la pata como los perros y mearme para marcarme?

Ninguno contestó. Olga continuó.

—¡Roberto! ¡Basta ya! Tranquilízate —y volviéndose hacia Alex dijo—: Estaba hablando con él, ¿ocurre algo?

—¿Terminaste de hablar con él? —preguntó este sorprendiéndola.

—No —bramó Márquez y ella le miró.

Tras un incómodo silencio por parte de los tres, Alex la agarró del brazo y tirando de ella espetó mientras comenzaba a andar a grandes zancadas:

—¡Vámonos!

Olga, incapaz de decir nada, se dejó arrastrar ante la cara de enfado de Márquez y los ojos sorprendidos de Clara y de sus compañeros.

Ellos salieron y Oscar, que observaba la situación apoyado en la barra del bar, le guiñó un ojo a Clara y dijo:

—¿Nos vamos de aquí, preciosa?

Esta vez fue ella quien le cogió del brazo y le arrastró.