21

Feliz tras el encuentro con Alex a la hora de la comida, Olga llegó a la comisaría y se extrañó de no ver a su compañera por allí. Marcó su número de móvil, pero lo tenía apagado o fuera de cobertura. La reunión con el jefe comenzaría en menos de cinco minutos y si algo odiaba este era la impuntualidad.

Llamó a su abuela. Ella le dijo que la niña estaba bien y que había visitado al veterinario y le había dicho que podía buscar un hogar para los cachorros de Dolores. Pensar en separarse de ellos… a Olga le encogió el corazón. Ya volverían a hablarlo…

—¿Qué pasa? —preguntó acercándose a sus compañeros.

—Uf… el jefe está muy mosqueado —contestó Patricia, la nueva, con gesto de terror.

—No lo sé —susurró Luis—. Pero para variar, Márquez está que trina.

Olga miró hacia el despacho de Márquez. Por su gesto supo que, fuera lo que fuera, no pintaba bien. Sus ojos eran crueles y su rictus daba miedo. Le conocía mejor que nadie y sabía que cuando se pasaba la mano por el cabello tantas veces seguidas algo representaba un problemón. Márquez la vio y se pasó una vez más la mano por el pelo. Luego se acercó hasta la puerta de cristal y cerró de golpe la cortinilla.

En ese momento llegó Clara con una extraña y radiante sonrisa.

—¿Dónde te habías metido? —preguntó Olga aún extrañada por lo que Márquez había hecho. Era como si no quisiera que ella pudiera leer sus pensamientos.

Clara no contestó. Parecía estar en la inopia. Olga se concentró en ella y volvió a preguntarle:

—Oye, ¿te ocurre algo?

Clara la miró y con un más que significativo suspiro, contestó:

—Hoy he estado a punto de ahogarme con un trozo de hamburguesa, pero un pedazo de macho andante me salvó. Luego me cautivó y al final me besó.

Olga seguía sin comprender nada.

—¡Mi madre! ¿Has conocido a alguien?

Su amiga asintió con una tonta sonrisa.

—Clara Viñuelas… cuéntame ahora mismo.

En ese momento Márquez abrió la puerta y rugió como un león.

—¿A qué coño estáis esperando para entrar a la reunión?

Todos le miraron y sin decir nada, entraron en su despacho.

Una hora después, la puerta del despacho se abrió. Todos salían con una sonrisa, menos Olga. Sabía que a Márquez le ocurría algo, y eso la preocupaba. En un principio creyó que se trataba de algo laboral, pero en la reunión solo hablaron del operativo que tenían para el viernes, y cuando Márquez acabó, se marchó. La oficial nueva se fue llorar a los brazos de sor Celia. Estaba aterrorizada.

—A este hombre las almorranas le deben estar matando —se guaseó Dani al ver a su jefe marchar con el ceño fruncido.

—Le regalaremos un bote de Hemoal. Creo que va fenomenal —contestó López desde su mesa.

—No seáis crueles —dijo Olga—. Algo le pasa y no lo está pasando bien.

—Mira, inspectora —indicó Luis—, me importa un carajo lo que le pase a este tío. Lo que realmente me importa es que nos hace la vida imposible desde hace meses, y todos comenzamos a pensar si en todo esto no tendrás nada que ver tú.

—¿Yo? No digas tonterías, por favor —protestó Olga.

Pero todos la miraron, Luis, López y Dani, incluso Patricia, la nueva oficial que en mal momento se acercó. Entonces sonó el móvil de Clara; para contestar, ella se separó del grupo.

—Escuchadme todos porque no lo voy a repetir —gritó Olga mirándoles—. Mi relación con Márquez se acabó hace tiempo y soy una mujer libre de hacer lo que me dé la gana, con quien me dé la gana y como me dé la gana. Y si Márquez está así porque no lo soporta, hay dos soluciones: que pida mi traslado a otra comisaría o que se vaya él ¿Lo habéis entendido? —todos asintieron—. Por lo tanto, no quiero volver a oír que yo tengo la culpa de que él esté así. Su vida y la mía dejaron de tener que ver hace tiempo. ¿Lo entendéis?

La novata comenzó a llorar. Era la sensibilidad en persona y por todo lloraba. Con un gesto de infinita paciencia, sor Celia se acercó a ella y se la llevó.

—¿Pero esta tía solo sabe llorar? —gruñó Olga.

—Mear, meará poco —se mofó Dani siguiéndola con la mirada.

—No te pongas así —sonrió con complicidad López—. Todos entendemos perfectamente lo que has dicho. Pero nos cabrea que por el hecho de que él esté cabreado con sus problemas, lo termine pagando con nosotros.

Olga los entendía. Cuando se lo proponía, Márquez era un verdadero tostón.

—De verdad que lo siento —suspiró agobiada.

—Eso se remedia con unas cervecitas a la salida. Os invito a una ronda —sonrió Dani acercándose a ella.

—Venga, yo pago una ronda por mi próxima paternidad —gritó López.

—Yo pago otra por ser un bocazas y decir cosas que no son verdad —admitió Luis haciéndola sonreír.

—Venga… va —suspiró Olga—. Si cuando llame a casa mi abuela me dice que la cagona está bien, yo me pago otra para que me perdonéis por como os he hablado.

—¡Madraza! —rió Dani y sorprendida le miró.

—Y yo pago otra porque he conocido al hombre de mis sueños —gritó Clara, dejándolos a todos boquiabiertos mientras sonreía como una tonta.