Una semana después, Olga se incorporó de nuevo a su trabajo. Como siempre, el humor de Márquez era pésimo. Desde que apareció por la comisaría aquella mañana no había parado de reprenderla por todo. Algo que ella asumió, aunque en un par de ocasiones Clara tuvo que pararla para que no le pusiera la papelera de sombrero.
Aquella mañana López había aparecido feliz y contento. Iba a ser padre. Después de más de cuatro años de matrimonio, Marisa y él por fin iban a conseguir lo que llevaban buscando casi todo ese tiempo.
—Enhorabuena, papito —sonrió Clara abrazándole—. Vas a ser un padre genial.
—¡Joder!, no me lo puedo creer todavía —sonrió emocionado—. Esta mañana nos hemos levantado juntos para hacer la prueba del predictor y uf… cuando ha salido el circulito rosa nos hemos puesto a llorar como dos imbéciles.
—Marisa estará muy contenta, ¿verdad? —preguntó Olga y él asintió—. Pues no es por nublaros la felicidad, pero preparaos para no dormir, y olvidaos de la tranquilidad, el descanso y el silencio. Ah… y ve guardando la Play Station para dejar espacio para cientos y cientos de cosas para el bebé.
—Cállate, cenizo —protestó López y preguntó—: Y tu pequeña, ¿qué tal?
Olga sintió un pellizco en el corazón. Cada vez que recordaba a Luna, el dolor por la pérdida de Susi le atenazaba el cuerpo. Por eso se tragó las lágrimas y mientras se sentaba en su mesa dijo:
—En su línea. Llorar, comer, cagar y volver a llorar.
—Qué alegría, ¿verdad? —susurró Clara sentándose encima de la mesa de Olga con un paquete de Doritos, mientras el resto de compañeros felicitaban al futuro y nervioso padre—. Ver a López tan feliz y enamorado es maravilloso, ¿verdad?
—Sí —asintió Olga mientras cogía los Doritos.
—Oye, reina, ¡que son míos!
—Anda, calla y no seas rata.
Clara sonrió y al ver como entre varios compañeros manteaban a López dijo:
—La verdad es que al ver a López y Marisa tan enamorados, te hace pensar que a veces el amor triunfa, y que quizás como dijo la gitana en Ibiza, llegue nuestro príncipe azul.
Al oírla, Olga le devolvió los Doritos con gesto amargo.
—Lo que dijo la gitana fue una chorrada. Además, los príncipes azules, Clarita, se quedan atrapados en las novelas cuando las cerramos.
—¡Mujer!, mira que eres negativa. Todo el mundo ha tenido decepciones amorosas en la vida y tarde o temprano encuentra el verdadero amor.
—¿Verdadero amor? Anda ya, Clara, pero si eso no existe. Cree en el sexo mondongo y lorondo, y acertarás.
—Vete al cuerno, petarda —replicó aquella tirándole los Doritos—. Yo quiero creer en el amor. Solo tienes que conocer a la persona indicada para que esa magia surja.
—La magia no existe y el amor es un asco —se quejó Olga y abrió un expediente—. Créeme. Te lo digo porque lo sé.
—En tu caso, creo que tienes el radar estropeado.
—¿Que tengo el radar estropeado? —se guaseó esta.
—Por Dios, Olga, si hasta tu abuela Pepa o la mismísima Maruja ligan más que tú.
—¿A cualquier cosa le llamas tú ligar?
—Por lo menos tienen citas, se ilusionan y se lo pasan bien.
—Yo también me lo paso bien… cuando me dejan —se defendió Olga.
—Sí, claro, con Lucas Fernández, siempre y cuando no se le acaben las pilas —se mofó Clara.
Olga abrió mucho los ojos y la boca, pero Clara fue más rápida.
—Vale. Lo retiro. Adoro a mi Montoya, y con solo nombrarlo ya me palpita la pepitilla. Ainsss… ¡Dios!, qué potencia tiene el jodío.
Ambas sonrieron.
—Mira, Clara. Yo no digo que no existan los príncipes azules, pero lo que tengo claro es que no existen para mí.
—Dices eso porque el cabronazo de Márquez te la jugó. Le perdonaste tantas veces, durante tantos años, que al final se cepilló tu autoestima como mujer.
—Ahí le has dado, compañera —admitió Olga y cogió un puñado de Doritos.
—Pero, escucha, Olga. A pesar de que yo no tengo mejor suerte que tú en ese tema, creo que no todos los tíos son unos desgraciados. Me gusta pensar que el amor existe, que la pareja es algo bonito y que algún día aparecerá mi maravilloso y tremendo príncipe azul.
—Yo lo que creo es que tú eres tonta. Pero tonta de remate.
—Y tú idiota. Pero idiota de narices —se defendió Clara.
Soltaron una carcajada y Olga declaró:
—Los hombres son como los cuartos de baño, o son una mierda o están ocupados.
—Uissss…, ¡qué buena conclusión! —rió Clara—. Pero mira, yo tengo otra.
—A ver… ilumíname con tu saber.
—Los hombres que se visten bien, se desvisten mejor.
Las carcajadas de ambas llegaron hasta los compañeros, que al verlas tan divertidas, las miraron. En ese momento sonó el móvil de Olga y ella lo cogió.
—Inspectora Ramos al habla.
—Hola, inspectora —dijo una voz grave—. Soy el doctor O’Connors. ¿Te pillo en mal momento?
Al oír su voz, Olga se quedó paralizada. Alex al ver que no respondía prosiguió.
—Vale, antes de que me cuelgues por no haber llamado antes, déjame decirte que me surgió un viaje de trabajo y he estado fuera de España casi un mes, hasta ayer.
—Ah… hola, Alex —dijo por fin, y Clara con una sonrisa aplaudió, mientras ella se alejaba para hablar con algo de intimidad—. No te preocupes, no pasa nada, yo también he estado muy liada.
—Te llamaba para saber si esta noche te venía bien quedar conmigo para cenar.
«Ay Dios mío, se ha acordado», pensó Olga, mientras sentía que su estómago se encogía.
—Pues… la verdad es que no sé si voy a poder —dijo al pensar en que su abuela tenía bingo con las amigas y alguien tenía que cuidar a la pequeña cagona.
—¿Mañana por la noche? —insistió Alex.
No pensaba colgar el teléfono sin conseguir una cita. Durante el tiempo que había estado de viaje, no había podido dejar de pensar en ella.
«Qué hago… qué hago,» dudó Olga, mientras se subía la pata del pantalón y se miraba las piernas. Lo que vio no le gustó y rápidamente la bajó.
Clara, que comía Doritos encima de la mesa, al verle la pierna soltó un exabrupto.
—¿Ocurre algo? —preguntó Alex al notarla dudosa.
—Eh…
—Mira, inspectora. Te prometo que la cena será en un lugar muy especial y que no te arrepentirás. Y por supuesto, me comportaré como todo un caballero.
Ella reaccionó con rapidez.
—Te dije que te invitaba yo a ti.
—Y yo te dije que eso estaba por ver, ¿no lo recuerdas?
«Oh… sí, claro que lo recuerdo. Cada vez que tengo un segundo libre, no puedo dejar de pensar en ti».
—Te prometo que me pensaré si la siguiente cena la pagas tú. Pero está ya está preparada y no me puedes decir que no. Como mucho, podemos aplazarla para mañana —insistió él.
Confusa y atontada, Olga miró hacia Clara, que sentada en su mesa, gesticulaba mientras comía Doritos. Realmente le apetecía quedar con él. Le apetecía mucho. Pero su radar estropeado le pitaba y le indicaba «cuidado».
Al final se armó de valor y mientras cerraba los ojos dijo:
—De acuerdo. Cenaré contigo, pero mañana.
—Estupendo —se alegró él—. A las siete pasaré a recogerte.
—¿A las siete? ¿No es un poco pronto para cenar? —preguntó sorprendida.
—Confía en mí —respondió Alex con un tono sonriente—. Hasta mañana a las siete.
Entonces colgó y dejó a Olga desconcertada.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Clara acercándose.
—¡Ay, Dios! —exclamó mientras cogía un nuevo puñado de Doritos—. He quedado para cenar mañana. Pasará por casa a buscarme a las siete.
—¡Toma ya! Tienes una cita con el doctor Pichón —aplaudió Clara.
—¡Mi madre! ¿Qué estoy haciendo?
—Pasarlo bien —replicó Clara y mirándola a los ojos dijo—: No te tomes a mal lo que te voy a decir, pero ¿desde cuándo no te depilas? ¡Joder, Olga!, casi me atraganto con los Doritos cuando he visto las lianas que cuelgan de tus piernas.
—Uf… si es que desde que tengo a la cagona no me queda tiempo ni para mear —suspiró ella.
—Mira, entiendo lo de la niña y que tu Lucas Fernández no es exigente —eso hizo sonreír a Olga—. Pero mujer, si hasta el mismísimo Tarzán se perdería entre el matojo de pelos que tienes en las patorras. Anda y tira para la puerta que ahora mismo llamo a Úrsula, para que nos haga un hueco ipso facto en su peluquería.
Aún atontada Olga asintió con la cabeza. Clara cogió su bolso y gritó:
—López, si alguien pregunta por nosotras, tardaremos dos horas en regresar.
De inmediato se encaminaron a la peluquería de Úrsula, donde a Olga le hicieron una depilación como Dios manda.