13

Cuando llegó Olga a su casa eran las seis y media de la mañana. Al entrar, en contraste con el bullicio y la música de la noche, el silencio de su hogar la envolvió. Soltó el bolso, se quitó los zapatos y cogió en brazos a la perra que se había levantado a saludarla.

—Hola, madraza, ¿cómo estás hoy?

La perra le sacó su pequeña y azulada lengua y le lamió la punta de la nariz. Eso la hizo sonreír. Con cuidado se acercó a la caja donde los cachorros de Dolores dormían, los observó durante unos segundos y bostezó; entonces dio un beso a la perra en la cabeza, la dejó en el suelo y se marchó a dormir.

Pepa había estado observándola a través de su puerta entreabierta y sonrió. A pesar de su apariencia de poli dura y machacadora, su nieta necesitaba un hombre que la quisiera y que por supuesto nada tuviera que ver con su ex, Márquez.

Una vez Olga se metió en su habitación, Pepa fue hasta la cocina con cuidado de no hacer ruido y se preparó un Nescafé. Durante un buen rato vio las noticias, y cuando creyó que Olga habría caído rendida en la cama, fue hasta el comedor, retiró el sillón y puso su cinta de Jane Fonda. Necesitaba hacer ejercicio. Tras más de una hora de ejercitar su cuerpo, unos golpecitos le indicaron que Maruja la buscaba para su paseo matutino.

—Buenos díasssssssssssssssssssssss.

Psssss —susurró Pepa—. No grites que Superwoman está durmiendo.

Oy… oy… oy… Pepa, qué bien te queda ese chándal azul.

—Es el que compramos el otro día en el Decathlón.

—¿El de oferta? —preguntó Maruja.

—El mismo, hermosa.

—Hija, de verdad —dijo Maruja mirándola—. Da igual lo que te pongas porque todo te queda bien. Te lo pones con tanto estilo que incluso una mierda en la cabeza la lucirías como un diamante.

Ante aquel comentario, Pepa miró a Maruja y esta aclaró:

—A ver… que me he expresado mal. Me refería a que yo me pongo una falda de oferta y parece que llevo la pegatina con el precio en la frente, pero tú, no sé por qué, te pones esa misma falda y parece comprada en la calle con nombre de jamón.

—¿Serrano? —preguntó divertida Pepa.

—La misma —asintió aquella.

—Tú me miras con muy buenos ojos —sonrió Pepa.

—No, en serio, Pepita. Creo que algo en mí falla y por eso se me ve tan… tan de barrio.

—Pero ¿qué dices, mujer? Las dos somos de barrio, y a mucha honra.

—Que sí. Que no es eso. Me refiero a que no luzco la ropa como tú o como las señoras estas que salen en el Hola.

—Si te quitaras unos kilos y ese pelo rojo y cardado que solo se lo he visto a Antonia, la de los Morancos, ganarías mucho.

Oy… oy… oy… no me digas eso que me irrito, Pepa.

—Pues irrítate y haz algo para poder parecer como recién salida del Hola, o no te irrites y sigue pareciendo la hija de Omaita —Pepa sonrió al ver la cara de Maruja—. No te preocupes, que estos paseítos matinales te van a dejar cintura de avispa.

—Eso espero —rió Maruja—. Porque de momento la tengo de morcilla.

Tras reír las dos Pepa cogió las llaves y la cadenita que había comprado para la perra.

—Ea… Dolores. Hoy te vienes con nosotras a caminar, que tienes que volver a tener cintura.

Cuando llegaron a la calle y comenzaron su marcha, Maruja dijo:

—¿A que no sabes quién me llamó anoche por teléfono y estuvo más de una hora hablando conmigo?

—No me lo digas —suspiró Pepa mientras caminaban a buen ritmo—. El tontuso.

—¡Bingo! Quiere que quedemos para este fin de semana otra vez los cuatro. Dice que su amigo Sebas no hace más que hablarle de ti.

—Mira, Maruja, te voy a decir una cosa. A ti te puede gustar el tontuso, pero déjame decirte que a mí Sebas no me gusta nada de nada. Ese es un galán de geriátrico y a mí me van más los hombres con clase y estilo.

—Mujer… ¡qué exigente eres!

—No se trata de exigencias. Se trata de que no me gusta. A mí un hombre al que se le cae la dentadura mientras cenamos, pues no me agrada.

—Bueno… sí —asintió Maruja—, en eso te entiendo. Pero Sebas es…

—Que no, Maruja, que no y punto. Que yo tendré setenta y dos años, pero soy una mujer que aún está de muy buen ver, y no me veo yo con un hombre como Sebas. Mira, mi Gregorio, que Dios lo tenga en su gloria, era un pincel de hombre. Siempre tan bien vestido, tan maravillosamente perfumado con su colonia de Barón Dandy. Era un galán en toda regla. Sebas a su lado… uf… no… no… no quiero ni decir lo que parece. Pero ¿tú te fijaste en los manchurrones que traía en el pantalón, o el lamparón que llevaba en la solapa del traje? Jesús amante, hermosa, que no, que no… que no.

—Entonces le digo al tontuso que el sábado por la noche los cuatro no, ¿verdad?

—Más bien —asintió Pepa decidida.

Maruja no volvió a mencionar más el tema y ambas continuaron con su atlético paseo matinal.