Cuando Clara llegó hasta la mesa, hizo moverse a Luis hasta que consiguió sentarse junto a su amiga. Al igual que ella, llevaba un par de copas de más y reía a mandíbula batiente con Dani mientras contaban chistes, sin percatarse que Alex la observaba con peor cara que Márquez.
—Este es muy machista —advirtió Dani—. ¿Qué hacen tres mujeres en una isla desierta? —todos le miraron—. Pues se juntan dos y critican a la otra.
Todos rieron.
—Espera… espera Dani, que yo sé también uno feminista —interrumpió Olga—. Un hombre se acerca a la bibliotecaria y pregunta: Señorita, ¿dónde está el libro Hombre, un ser perfecto?, y ella le contesta: Al fondo, en la categoría de ciencia ficción.
Nuevamente volvieron a reír todos menos Márquez, que estaba más pendiente de Alex que de otra cosa. Diez minutos después, cuando la tanda de chistes parecía agotada y Olga se encendía un cigarrillo, Clara le dijo:
—No mires a tu derecha. Pero desde hace un buen rato dos eruditos de la medicina apodados El Pichón y El Payaso, alias Agobio, no nos quitan ojo. Pero lo peor de todo es que Márquez los ha visto y me ha preguntado sobre tu relación con el pichón.
Con rapidez, Olga se volvió y se encontró con los oscuros ojos de Alex, que al ver que le miraba, ni gesticuló, mientras ella comprobaba que él se encontraba con un buen nutrido grupo de mujeres muy guapas y muy bien vestidas.
—¡Joder, Olga! Pareces tonta —protestó Clara mientras veía que Alex se acercaba—. Te he dicho que no mires.
En ese momento, Márquez se acercó de nuevo a ella y le puso la mano en el hombro.
—Vaya, vaya, gatita —le susurró al oído—. Tu novio y tú ya vais por separado, ¿no? Ahí le tienes rodeado de preciosas mujeres.
—Vete a la mierda, Roberto —espetó Olga y de un manotazo le quitó la mano.
—Ya te ha cambiado por otra —insistió de nuevo él.
Olga le miró y, sin contestarle, se levantó. No estaba dispuesta a escuchar más tonterías. Pero antes de que ella pudiera dar dos pasos, Alex estaba a su lado. No hizo falta hablar, con la mirada ambos se entendieron.
—Hola, cariñito —saludó este tomándola por la cintura mientras la besaba en los labios—. ¿Lo has pasado bien con tus compañeros?
—Sí —respondió sintiéndose como una idiota—. ¿Y tú qué tal con tus amigas?
Alex sonrió.
—Bien, pero te eché de menos —la besó en el cuello y consiguió que ella se estremeciera con su contacto y Márquez maldijera en voz baja.
Clara no se levantó; miró primero a Márquez y luego a Alex, y en los ojos de ambos vio el reto. Iba a decir algo, pero Dani se le adelantó.
—Pero bueno, inspectora Ramos, ¿no nos vas a presentar a tu amigo?
—Oh… disculpad —contestó aturdida—. Alex O’Connors, ellos son los subinspectores Dani Moreno y Luis March. Él es el comisario Roberto Márquez.
—Encantado —Alex les sonrió sin soltarla de la cintura.
—Es un placer, tío —saludó con amabilidad Dani dándole la mano, y luego lo hizo Luis. Márquez no se la dio. Volvió a su sitio, se encendió un cigarro y en un tono despectivo dijo:
—Por lo que sé de ti, trabajas en el Hospital O’Connors. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Quitar las arruguitas o poner botox?
Alex le miró de arriba abajo y sin amilanarse respondió, mientras Oscar, desde la mesa, distraía a Sabrina para que no molestase. Solo faltaba ella en aquel grupo.
—Soy neurocirujano. Una especialidad en la que los médicos operamos el cerebro, tratamos tumores, lesiones traumáticas del cráneo y de la médula espinal, además de muchas otras cosas que estoy seguro de que a estas horas de la mañana te aburriría conocer.
Con las lanzas en alto, los compañeros miraban a uno y a otro. Todos conocían la relación que hubo entre Olga y Márquez, y cómo acabó. Nadie dijo nada hasta que Clara, con una seña a Dani y Luis, los hizo reaccionar.
—Estoy hecho polvo —afirmó Luis estirándose.
—Y yo —corroboró Dani—. Comisario, ¿quiere que le acerque a su casa? Me pilla de camino.
Márquez asintió, clavó su mirada primero en Alex y luego en Olga, se levantó y sin decir nada salió de la chocolatería.
Luis y Dani dieron la mano a Alex, se despidieron de las chicas y con un gesto de malestar, caminaron tras el comisario.
—¡Pero tú has visto! —gruñó Olga a su amiga—. Este tío es tonto, pero tonto profundo. Pero… pero… ¿cómo se puede ser tan obtuso y prepotente?
—Sí, hija, sí —respondió Clara levantándose—. A este vuestra ruptura le ha jodido el cerebro —y mirando a Alex dijo—: Anda, mira, ¿quizás le vendría bien que le hicieras un retoquito?
Alex sonrió. Su manera de expresarse en cierto modo le hacía gracia, aunque reconocía que eran demasiado bruscas en ocasiones.
—Te juro que cuando se pone tan cerril —prosiguió Olga separándose de Alex—, me dan ganas de darle con la culata en la cabeza, a ver si abriéndosela se le refrescan las ideas.
En ese momento llegó Oscar, que al oírla sonrió. Sabrina y otra pesada se habían dejado una chaqueta en la sala de fiestas y habían ido a por ella.
—No te lo aconsejo. Podrías hacerle más mal que bien.
—Lo corroboro —asintió Alex sin dejar de mirarla.
—El que faltaba —protestó Clara—. El doctor Payaso.
—¿Pero no me habías ascendido a doctor Agobio? —se guaseó él.
—Oh… no, no tengo paciencia para esto…
—Pero vamos a ver, ¿tú tienes paciencia para algo? —volvió a atacar Oscar.
Clara, enfadada sin saber realmente por qué, dijo:
—Olga, vámonos antes de que sea yo la que pruebe lo del golpe con la culata.
—Pero ¿por qué siempre estás tan a la defensiva? —volvió a preguntar Oscar.
Ella clavó sus impresionantes y divertidos ojos azules en él y respondió:
—Porque no soporto a los chulazos ligones que van de listillos como tú.
«Esto va por lo de la tonta de Sabrina», pensó divertido él.
—¿Me has llamado chulazo a mí, MacGyver? —preguntó Oscar divertido.
—Sí, y también te he llamado ligón y listillo, y añado otro: ¡IMBÉCIL!
—¡Qué áspera eres, mujer! —murmuró él mirándola.
—Y tú tienes la misma sensibilidad que una almeja.
Alex se apartó de aquellos dos que parecían no soportarse y se acercó a Olga que, acalorada, recogía su bolso y su cazadora.
—¿Quieres que te lleve a casa? Tengo el coche aparcado cerca y no me cuesta nada…
—No. Tú estás con tu gente y…
—Mi gente puede vivir sin mí —respondió él, y tomándole la barbilla para que le mirara preguntó mientras observaba los moratones y chichones—: ¿Cómo van esos… golpes?
—Bien —suspiró al responder—. Ya casi no se ven.
Al responderle y ver cómo la miraba, tuvo que sonreír. Eso le gustó a Alex.
—¿Sabes, inspectora, que tienes una sonrisa preciosa?
Qué fácil podría ser llevarse bien con aquel tipo.
—Gracias, doctor. La tuya tampoco está mal.
En ese momento un insulto de Clara los trajo de vuelta a la realidad. Se volvieron y vieron que Oscar se marchaba con las manos en los bolsillos mientras ella gritaba.
—Que te den morcillas, payaso —y volviendo la mirada hacia Olga, dijo—: Pues ¿no me dice el atocinado este que lo que yo necesito es un buen revolcón porque tengo cara de amargada?
Olga levantó la ceja y tuvo que hacer un gran esfuerzo por no reír. Le gustara o no a Clara, tenía más razón que un santo.
—Anda, reina, vámonos. Estoy cansada de soportar imbéciles esta noche.
—Un segundo —pidió Olga.
—Te espero fuera. Date prisa porque estoy deseando conocer a Montoya —refunfuñó Clara.
—¿Montoya? —preguntó despistada Olga.
—Sí, Montoya. El primo hermano de Lucas Fernández —gesticuló Clara señalando su bolso.
Olga se llevó las manos a la boca y soltó una carcajada. Clara, con cara de guasa, salió como un rayo de la chocolatería.
Cuando Olga y Alex se quedaron solos, se miraron. Finalmente fue Olga la que habló:
—Quería pedirte disculpas por lo de la otra noche y agradecerte lo que has hecho esta noche. Márquez es…
—No quiero hablar de ese idiota y quiero que sepas que para mí es un placer besarte y ayudarte todas las veces que necesites… cariñito.
Olga sonrió, tragó saliva y dijo:
—¿Te apetecería cenar conmigo alguna noche en esta semana? —Al ver la extraña mirada de él se puso nerviosa y para quitar hierro al asunto dijo—: Me encantaría invitarte a una cena estupenda en París, pero con mi minisueldo solo puedo prometerte una estupenda cena y que no me comportaré como la teniente O’Neill.
Sorprendido por aquella parrafada, Alex sonrió. Aquella preciosidad le estaba proponiendo una cita y no la iba a rechazar.
—Estaré encantado de cenar contigo, pero pago yo.
—Bueno, bueno… eso está por ver.
—Tú lo has dicho —asintió él—. Está por ver.
—Muy bien —dijo alejándose con una tonta sonrisa en la boca—. Llámame e intentaremos quedar, ¿te parece?
Alex asintió. Pero al ver que se alejaba, anduvo hacia ella, la agarró por la cintura y la besó. Fue un beso intenso, lleno de lujuria y desenfreno. Aquella mujer le volvía loco y aún no había descubierto por qué. Al soltarla y ver cómo le miraba, le susurró:
—Tienes una cita conmigo. No lo olvides.
Olga, excitada por el beso, la mirada y la voz, le dio otro rápido beso y se marchó con Clara; Alex la observó como un tonto hasta que desapareció.
—Ejem… —tosió Oscar y Alex se volvió—. No es por nada. Pero esa mirada tuya me hace suponer que te gusta mucho la amiga de Terminator. ¿Estás bien de la cabeza?
—Sí. Perfectamente —contestó Alex mientras regresaba con una sonrisa divertida a la mesa del resto de sus amigos.