Un par de horas después, tras haber pasado la tarde con López y Marisa decidieron marcharse. Estaban agotadas.
—Y no os peleéis con nadie —bromeó López antes de que ellas cerraran la puerta de la habitación.
Con las gorras y las gafas de nuevo puestas, antes de montar en el ascensor que había junto a la puerta principal, se pararon ante la máquina de los aperitivos. Tenían hambre y unas patatas fritas las calmarían hasta llegar a casa.
—Yo quiero patatas al punto de jamón.
—Que no. Mejor pipas —se quejó Clara.
—Pues no —arremetió Olga dándole un empujón—. Mejor patatas.
Como dos crías divertidas discutían sobre qué sacar de la máquina, cuando una voz les llamó la atención.
—¡Pero qué ven mis ojos! ¿La teniente O’Neill y MacGyver en persona?
Olga y Clara se volvieron y encontraron las miradas chistosas de los doctores Oscar y Alex, junto al viejo O’Connors sentado en una silla de ruedas.
«Los que faltaban», pensó Olga, calándose más la gorra.
—Joder —protestó Clara volviéndose hacia la máquina—. En este puñetero hospital no hay nadie normal que sea capaz de no fijarse en nosotras.
—Muchachitas —se adelantó el anciano para saludarlas—. ¡Qué alegría verlas! Precisamente me dirigía a la habitación de su compañero para visitarle. ¿Cómo están?
Olga se volvió para saludarle, mientras Clara sacaba finalmente una bolsa de pipas.
—Hola, señor O’Connors —sonrió tendiéndole la mano—, me alegro mucho de verle tan recuperado.
—¡Por San Ninian! ¿Qué les ha pasado a ustedes, señoritas? —musitó el anciano al fijarse en ellas. Desde su posición las veía mejor—. Están magulladas como dos boxeadores.
Olga vio que Alex y Oscar torcían las cabezas para intentar distinguir algo bajo las gafas y las gorras.
—Oh, no se preocupe —dijo Clara con una sonrisa—. Es un golpecillo de nada.
—Gajes del oficio —quitó importancia Olga.
Oscar cruzó una mirada con Alex y dijo:
—Eso suele pasar cuando las superhéroes intentan salvar ellas solitas el mundo.
«Este tío es tonto», pensó Clara y respondió:
—Unas salvamos el mundo mientras otros van en pijamita todo el santo día.
Con guasa, el aludido le propuso:
—Si tanto te molesta mi pijamita, me ofrezco a que me lo quites cuando quieras.
Tras un bufido más que entendible, Clara le susurró a su amiga:
—¡Diossssssss! Este tío me pone cardíaca, qué ganitas de jaleo tiene.
—Me ponen los jaleos, MacGyver —admitió él con un gesto que hizo reír a todos menos a Clara.
—Perdona, doctor payaso —se le encaró—. Para ti, soy la inspectora Viñuelas, no te equivoques.
—Vaya… qué interesante conversación —rió el anciano mirándolos.
—De acuerdo, inspectora Viñuelas —respondió sin amilanarse—. A partir de ahora para ti yo también seré el doctor Butler. ¿Te parece?
Clara suspiró y Alex se acercó hasta ellas y sin preguntar ni pedir permiso tiró de las dos gorras, ganándose una mirada dura tras las gafas de Olga.
—¿Golpecillo de nada? —preguntó este al ver los chichones de ambas—. Pero ¡por Dios! ¿Os ha visto eso algún médico?
—Pues mira, sí —respondió Olga—. Ahora mismo creo que lo están mirando dos.
—Tres —corrigió el anciano divertido.
—¿Podéis quitaros las gafas? —preguntó Oscar cambiando el gesto.
—No. —Respondieron al unísono las dos.
—¿Por qué? —preguntó Alex.
—Quítate tú los gayumbos —dijo Olga sorprendiéndoles a todos mientras le quitaba la gorra de malos modos y se la volvía a poner. Eso sí, con gesto de dolor.
Walter, el anciano O’Connors, estaba disfrutando de lo lindo. Por fin era testigo de cómo dos mujeres no caían rendidas a los pies de su nieto y de su mejor amigo, ambos muy bien considerados por toda fémina del hospital y fuera de él.
—Lo dicho. ¡Cómo está el cuerpo! —susurró Oscar e hizo reír a Alex y a su abuelo.
Clara, que no se amilanaba ante nada ni nadie, soltó:
—Así va la sanidad, Olga, como el mismísimo culo —de pronto los tres dejaron de reír mientras ellas soltaban una carcajada.
En ese momento sonó el ruido alto y molesto de varias ambulancias, y de pronto la tranquila entrada se convirtió en un caos; no paraban de entrar camillas con heridos llenos de sangre.
Al ver aquello las muchachas se paralizaron. Con un gesto serio, Oscar las llevó a un lado junto a Walter, mientras Alex escuchaba a los médicos de las ambulancias.
—Avisad a Pedro, Aránzazu y Jonás. ¡Quiero varios quirófanos ya! —ordenó Alex con un cambio en su tono de voz y su gesto que sorprendió a Olga.
«Vaya, si al final el doctorcito me va a resultar interesante y todo», pensó mientras le observaba trabajar.
—Hola, cariño, soy el doctor que te va a poner buena. ¿Cómo te llamas? —saludó Oscar a una niña de no más de seis años que, tumbada en la camilla, permanecía rígida y lloraba.
—La… Laura —gimoteó la niña.
—Qué nombre más precioso, ¿verdad, Silvia? —preguntó a una enfermera mientras le cogía una vía en el brazo y la niña ni se percataba.
Al ver aquello, Olga se encogió y al verla, Clara le dijo:
—Respira y no mires, que tú eres capaz de caerte aquí redonda.
Olga le hizo caso e intentó mirar para otro lado.
—¿Don… dónde está mi mamá y mi hermanito Nacho? —preguntó la niña.
—Están con otro doctor, no te preocupes, cariño —respondió Oscar mientras con una jeringuilla le introducía algo a la niña por la vía—. ¿Cómo se llama tú mamá?
—Mi mamá, Alicia y m…
La niña cerró los ojos y su gesto de dolor se dulcificó.
—Llevaos a Laura a rayos. Creo que tiene un brazo roto, y por cómo se encogía, creo que algo más. Mantenedme informado en todo momento. ¿Qué tenemos, Jorge?
—Tres adultos y dos niños —respondió el médico de la ambulancia.
—Uno de los hombres ha fallecido en la ambulancia, el otro ya lo mandé al quirófano cinco —dijo Alex con gesto serio—. Yo me llevo a la mujer al quirófano dos. No me gusta nada la herida que tiene en la cabeza.
Mirar aquella cabeza abierta hizo que a Olga se le revolviera el cuerpo.
—Quiero a todo mi equipo en el quirófano dos. ¡Localízamelos! —pidió Alex mientras examinaba a la mujer que parecía más muerta que viva.
Olga y Clara apenas podían respirar, mientras ellos, con una profesionalidad increíble, distribuían y diagnosticaban con rapidez.
—Doctor O’Connors —dijo una enfermera—, su equipo ya va para quirófano.
—Perfecto —asintió Alex muy serio.
—¡Doctores! —gritó otra enfermera—. Código azul. Este niño ha entrado en parada.
Con una rapidez increíble, le metieron en un pequeño box donde Oscar y Alex, tras tres intentos con el desfibrilador, reanimaron al niño.
—Me llevo al niño al quirófano tres —dijo Oscar mientras sacaba de su bolsillo un gorro de pececitos con el que se recogió el pelo.
A Clara se le secó la boca.
«Ay, Dios… cómo me ha puesto», pensó avergonzada por la situación.
—Vamos… vamos… rápido. La mujer al quirófano dos —gritó Alex con prisa, olvidándose de todo su entorno.
Sin decir nada más, los dos doctores desaparecieron sin siquiera mirarlas, y el lugar volvió a la tranquilidad.
—Muchachitas… muchachitas, se han quedado pálidas —sonrió el anciano—. Las invito a un café.
—Se lo agradecemos, pero tenemos trabajo —mintió Olga.
—De acuerdo —se despidió mientras hacía rodar las ruedas de su silla—. Voy a visitar a su compañero. Hasta pronto, señoritas.
Paradas ante la máquina de aperitivos, se quedaron solas. Parecía mentira que allí hubiera pasado lo que acababa de pasar y que la vida continuara como si nada.
—¿Qué haces? —preguntó Olga al ver a su amiga rebuscar en su bolso.
—Necesito un euro para sacar una botella de agua. Tengo la boca seca.
—Toma —entregó Olga algunas monedas—. Pilla también chocolate.
Con el agua y unas barritas de chocolate se encaminaron hacia el ascensor; calladas y sin decir nada bajaron hasta el garaje. Esa vez no hicieron ningún comentario sobre los coches.
Cuando por fin se sentaron en el Mondeo, Clara dijo:
—No te lo vas a creer, reina, pero acabo de descubrir al tipo más sexy del mundo.
Ambas se miraron y se entendieron.
—Toma chocolate —invitó Olga—. Dicen que es buen sustituto del sexo.
Clara cogió una barrita, la peló abstraída y la mordió.
—Ay, madre… ¿cómo me puede pasar esto a mí? ¿Por qué ese payaso tan sexy como Bon Jovi ha tenido que salvarle la vida a un niño delante de mis narices?
—Quizás porque es médico —respondió Olga.
Mientras comenzaban a reír, Clara arrancó su coche y se marcharon.