Diez días después a las ocho de la tarde, junto a la máquina de café de la comisaría de Chamberí, Olga y Clara hablaban.
—¿Sabes algo del doctor Pichón? —preguntó Clara.
—No —gruñó Olga dándole con fuerza al botón de doble de azúcar.
Le molestaba hablar de él. Como una idiota esperó aquella llamada durante días, pero no la recibió.
—Uis…, reina, si ese bombón se presentó en tu casa, te aseguro que quiere algo —sonrió Clara.
—Por su bien y por el mío espero no volver a verle. No le di mi móvil y como casi nunca estoy en casa, dudo que me encuentre.
—No es por meter cizaña que, bueno… sabes que me encanta. Pero con doña Pepa y su secuaz Maruja, te encontrará.
Ambas sonrieron al pensar en ellas.
—Ya me he encargado yo de hablar con ellas y de decirles que no se metan donde no tienen que meterse o al final tendremos problemas.
En ese momento pasó por delante de ellas Márquez, con Luis y Dani, y tras mirarla de arriba abajo, preguntó:
—¿Cómo va tu mano, Ramos?
—Estupenda. En cuanto al operativo de esta noche…
—No cuento contigo —cortó Márquez.
«La madre que lo parió», pensó Olga.
—¿Por qué? —preguntó enfadada.
—No estás en condiciones de empuñar un arma.
Olga sonrió con acidez, pero sin dejarse achicar, señaló:
—Llevo meses trabajando en este caso, ansío la detención de Escudero más que nadie y no voy a permitir que una simple quemadura en la mano, que ya desapareció, no me permita ver la cara de ese cabrón cuando le detengamos.
Clara la miró y Márquez torció el gesto. Detener a Escudero, un proxeneta conocido como El Marquesito, era algo que les había traído de cabeza. Una de sus chicas informó que ese canalla estaba organizando una subasta entre gente de alta categoría para ofrecer la virginidad de niñas de no más de dieciséis años.
—Inspectora Ramos, pase a mi despacho. Tenemos que hablar. Y vosotros, id a dar una vuelta —ladró Márquez—. Pero en quince minutos os quiero a todos aquí.
Sin mirar atrás, Márquez se marchó.
—¿Estás loca? —exclamó Clara sujetándole el brazo—. No te enfrentes con él. No seas tonta y no te preocupes…
—Olga, cállate —le pidió Dani.
—Cerrad el pico —gruñó Olga y comenzó a caminar tras Márquez.
Una vez los dos estuvieron dentro del despacho del comisario, este la miró fijamente y dijo:
—Vamos a ver, Olga. Creo que lo más juicioso es que te mantengas un poco al margen del caso. Con tu mano así no…
—¿Qué le pasa a mi mano? Con mi mano así puedo hacer muchas cosas —cortó, incapaz de seguir escuchándole—. Si no quieres que esté en primera fila, déjame al menos que esté en segunda. Pero no me pidas que esta noche no vaya a esa jodida subasta porque voy a ir aunque tú no quieras.
Márquez la miró. La conocía muy bien y sabía que no la haría desistir. Se acercó a ella y tomándole la barbilla dijo:
—¿Cuándo me vas a perdonar?
—¡Por favor! —gruñó molesta—. No quiero hablar de eso. Para mí es un tema zanjado desde hace ya tiempo. No sé por qué te empeñas en continuar machacándome con lo mismo.
—Olga, lo que ocurrió fue un simple ligoteo.
Olga miró un pisapapeles que había en la mesa.
«Hoy te abro la cabeza, so… desgraciado», pensó mientras contenía sus instintos.
—No me mientas. Una relación de meses es mucho más que un simple ligoteo.
—Ella no fue nadie para mí. Tú sí lo eres, ¿no te das cuenta? Llevo más de dos años suplicando tu perdón. No sé qué más quieres que haga.
—Que te olvides de mí —ladró cansada.
Tras un incómodo silencio, fue ella la que habló.
—Por favor, Roberto, basta ya.
—Pero…
—No, Márquez. No continúes porque no te voy a escuchar. No quiero volver contigo. No quiero estar contigo. No. No. No. ¿Cómo tengo que decírtelo?
—Ese tipo, el médico que te besaba la otra noche, ¿desde cuándo sales con él?
Olga vio en sus ojos lo que en los suyos propios había visto meses atrás: celos y dolor.
—No es asunto tuyo —respondió con sequedad—. Por favor, Márquez, acabemos ya de una vez con esto y organicemos el operativo. Al fin y al cabo para eso estamos aquí.
Furioso, Márquez miró hacia el exterior del despacho. Su gente esperaba.
—De acuerdo, vendrás —asintió carraspeando—. Pero estarás en segunda fila hasta que todo esté controlado.
Olga asintió, y sin darle tiempo a decir nada más abrió la puerta para que Clara y sus compañeros entraran a organizar el operativo.