Quince minutos después, la pesadilla y el tiroteo habían acabado. El comisario Márquez y su equipo dieron caza al médico convicto y en las ambulancias aparcadas en la calle Arenal atendían a los heridos en un orden que dependía de su gravedad.
—No te preocupes, López. —Clara animó a su compañero mientras le subían a la ambulancia—. En menos que canta un gallo ya estarás de nuevo con nosotros.
—¡Joder! —protestó él, dolorido en la camilla—. Marisa me va a matar. Este fin de semana se casa su hermana y le voy a joder la boda.
—Iré yo en tu lugar —se mofó Luis, haciéndoles sonreír.
—O yo… Marisa es un bombón. —Dani suspiró con comicidad.
—No te preocupes —interrumpió Olga—. Creo que Marisa preferirá que estés en el hospital el sábado a que hubieras estado en el cementerio.
—No sé yo —bromeó López a pesar de su dolor.
—Anda… anda —señaló Clara—, si Marisa está loca por ti. Solo hay que ver cómo te mira, pedazo de burro.
Todos sonrieron y Márquez, que acompañaba a López en la ambulancia, clavó sus ojos verdes en Olga. Ella no le miró.
—Olga, ¿puedes llamar a Marisa y explicarle lo que ha pasado? —pidió López.
—Por supuesto —asintió ella—. No te preocupes.
Cuando el conductor de la ambulancia cerró el portón, Olga le preguntó:
—¿A qué hospital le lleváis?
—Tenemos orden de llevarle al Hospital O’Connors —señaló el muchacho.
—Vaya… ¡Qué nivel, Maribel! —se guaseó Clara mientras miraba a Luis.
—Uis… qué pijo este López —rió Dani.
—Marchaos a casa —dijo Olga a sus compañeros—. Es una tontería que todos vayamos al hospital. Avisaré a Marisa y pasaré a recogerla.
—Ni lo pienses, guapetona —señaló Clara—. Yo me voy contigo.
—Y yo —asintió Dani.
—Pues yo no voy a ser menos —protestó Luis y, tras cruzar una mirada con Dani, dijo—: Llama a Marisa, como te pidió López, y cuéntale lo ocurrido. Nosotros pasaremos a recogerla mientras vosotras vais a casa y os cambiáis de ropa.
—Sí. Creo que será lo mejor —asintió Olga al ver su vestido destrozado.
—La verdad —suspiró Clara al ver las manchas en sus vestidos— es que así vestidas parecemos recién salidas de una orgía satánica.
Se rieron a carcajadas y enseguida Olga llamó a la mujer de López, Marisa, le dio la noticia y la tranquilizó. Luego se montó en el coche de Clara para ir a sus casas a cambiarse de ropa mientras los compañeros se marchaban a buscar a Marisa. A las cinco de la madrugada y vestidas con vaqueros aparcaron el Ford Mondeo de Clara en el parking subterráneo privado del hospital. Mientras caminaban hacia la salida observaron los coches de alta gama que estaban aparcados allí.
—¡Madre mía! —murmuró Olga—. ¿Has visto aquel Jaguar XK?
—Bueno… bueno… bueno… ¿ese de ahí es un Lotus Evora?
—Guauuuuu —asintió Olga con los ojos como platos—. ¡Qué maravilla de juguete! Lo que daría yo por darme una vueltecita con él. Tiene que ser una pasada conducirlo.
—Me cago en la leche, Olga —exclamó Clara—. Pero si está el coche de Batman.
Olga se dio la vuelta y las dos se quedaron sin palabras ante un Lamborghini Murciélago LP640 Versace color negro.
—Doce cilindros, cambio de caja automático, seiscientos cuarenta caballos de potencia, de 0 a 100 en 1,6 segundos, suspensión independiente, asientos de cuero, articulación de acero y amortiguadores hidráulicos —suspiró Olga.
—Uf… —susurró Clara—. Qué orgasmo.
De pronto un ruido las sacó de sus sueños y las dos giraron la cabeza para fijarse en un Porsche 911 amarillo que se bamboleaba y tenía los cristales empañados.
—¡Joder, qué ímpetu! —sonrió Olga—. ¿Piensas lo mismo que yo?
—Sí, chica. Los ricos también tienen apretones.
Con una sonrisa se encaminaron hacia el ascensor sin poder dejar de sorprenderse por los coches allí aparcados y en especial sin poder dejar de oír los gemidos que salían del Porsche.
—Uf… eso mismo necesito yo con urgencia —dijo Clara mientras llamaba el ascensor.
—Pídeselo al abogado. Estoy segura de que no te dirá que no.
—Este fin de semana le veré —suspiró Clara— y que se prepare porque estoy calentita.
Mientras se reían a carcajadas de aquel comentario vieron que las puertas del Porsche 911 se abrían. De él salieron una chica morena muy guapa y un muchacho de pelo castaño. Se dieron un beso, él se montó en un Twingo azul y se marchó, y la chica se encaminó hacia el ascensor, que en ese momento se cerraba.
—¡Esperadme, por favor! —gritó mientras echaba a correr.
Olga y Clara retuvieron el ascensor hasta que ella entró.
—Muchas gracias. No me gusta nada quedarme sola en el parking. ¡Me dan pánico! —explicó mientras se miraba en el espejo del ascensor y se arreglaba el pelo.
Al llegar a la primera planta, se despidieron de la mujer y salieron del ascensor. Preguntaron en recepción y les indicaron que pasaran a la sala de espera donde estaban Marisa, Dani, Luis y Márquez. Marisa se levantó y las abrazó. Márquez cruzó una mirada con Olga y también se levantó para ir hasta la máquina de café.
Una hora después, las puertas del quirófano se abrieron y tres médicos vestidos de verde salieron de allí. Solo uno se dirigió a ellos para informarles que la operación había ido bien y que en unas semanas López estaría de nuevo en su casa. Alegres por la noticia, fueron hasta la habitación que ocuparía López. Más tarde comprobaron que este despertaba y mientras Marisa se lo comía a besos, Luis y Dani se marcharon. A Clara le sonó el móvil y salió al pasillo. Dos minutos después Olga, emocionada por cómo se miraban Marisa y López, se despidió y Márquez la siguió.
—Tenemos que hablar.
—Disculpa, Roberto, pero yo no tengo que hablar contigo —respondió molesta mientras veía a Clara hablar por teléfono.
Incapaz de continuar donde estaba, Olga se encaminó hacia la máquina de café.
—Maldita sea, Olga —gruñó Márquez tomándola por el brazo para que se parara—. Creo que nosotros teníamos algo bonito, algo que merece la pena retomar.
«Este está tonto, pero de remate», pensó ella.
—Ni lo sueñes —espetó incrédula ante semejante morro—. Mira, siempre he sido clara contigo, y creo que te dije que si alguna vez me engañabas, lo nuestro se acababa. Si no recuerdo mal, me engañaste y tú solito la cagaste.
—Fue un error —dijo acorralándola entre él y la máquina de café—. Por Dios, Olga, dame una oportunidad para poder demostrarte cuánto siento lo que hice.
—No.
—Olga —insistió acercando sus labios a los de ella—, me deseas. Lo sé. Te conozco y lo veo en tus ojos.
Su olor, aquel olor que tanto había añorado, la inundó de sensaciones y recuerdos, pero no estaba dispuesta a volver a caer en el mismo error. Si la había engañado una vez, lo haría dos.
—Por favor, suéltame —susurró a punto de desfallecer.
—Escúchame, gatita —murmuró cerca de su oído. Eso la hizo reaccionar.
Con un fuerte empujón consiguió apartarlo de ella sin ser consciente de que varios médicos que pasaban por allí se volvían a mirarlos.
—No vuelvas a llamarme así —se revolvió indignada. Comenzó a andar por el pasillo.
—Por favor, Olga, dame un segundo para que…
De pronto un médico vestido con patucos y gorro verde, adelantó a Márquez haciéndole frenar en seco y, tomando la mano de Olga, gritó para que esta le escuchara:
—Cariñito… llevo buscándote un buen rato.
Al sentir que la tomaban de la mano, Olga se paró y al darse la vuelta se encontró con que el Pichón vestido de verde, le guiñó un ojo, la tomó por la cintura y atrayéndola hacia él, la besó.
Al principio, Olga pensó gritar o darle un puñetazo. Pero rápidamente entendió que aquel le estaba devolviendo el favor, y sin oponer ninguna resistencia se dejó besar. Esta vez comprobó lo dulces que eran los labios de aquel extraño, y sobre todo lo bien que besaba.
Márquez, al ver aquello, apretó los puños dispuesto a liarse a mamporros con aquel tipo, pero una mano le tocó en el hombro. Al volverse se encontró con la sonrisa de otro médico vestido de verde.
—Uf… qué envidia —suspiró aquel—. Cómo me gustaría encontrar una mujer tan maravillosa y apetecible como la de Alex. Pero, claro… el doctor O’Connors no tiene rival.
Márquez se volvió hacia Olga y aquel extraño, que continuaban pegados como lapas mientras se besaban. Finalmente, lanzó una furiosa mirada al médico que estaba junto a él y se marchó.
Atontada, Olga continuó besando a aquel tipo hasta que él de pronto la soltó. Durante un momento ella mantuvo los ojos cerrados para intentar retener unos segundos más aquella dulce y maravillosa sensación.
«Madre mía… cómo besa este hombre», pensó excitada.
Nunca la habían besado así y eso le gustó. Aunque lo que no le gustó fue la cara de guasa con que la miraban aquellos dos tipos cuando abrió los ojos.
—¿Estás bien? —preguntó el médico al verla tan desconcertada mientras cogía del suelo una cazadora vaquera que se le cayó.
Apenas podía dejar de mirarla. Estaba preciosa a pesar de su cara de agotamiento y su desastrosa apariencia.
—Sí… perfectamente —y cambiando el tono le recriminó—: ¿Por qué has hecho eso? ¿Quién te ha dado permiso para besarme de esa forma?
Él sonrió y eso la desarmó a pesar de llevar la pistola en el bolso.
—Creí que era buen momento para devolverte el favor —y extendiendo la mano hacia ella dijo—: Y ahora, si me permites, me presentaré. Me llamo Alexandro O’Connors Sanz, pero puedes llamarme Alex.
—Olga Ramos Ortiz —respondió tomándole la mano. Se quedó sin habla cuando en vez de estrechársela, él se la besó—. Pero puedes llamarme Olga.
—Ejem… —tosió el hombre que estaba junto a ellos—. Sigo aquí doctor O’Connors.
—Encantado de conocerte —sonrió Alex sin apartar un segundo los ojos de ella.
—¿Fuiste tú quien indicó que trajeran aquí a mi compañero? —preguntó Olga, impresionada por aquellos preciosos ojos oscuros.
—Es lo menos que debíamos hacer para agradeceros vuestro trabajo, ¿no crees?
—Tu abuelo, el señor O’Connors… ¿está bien?
—Perfecto. Solo era una herida superficial —sonrió Alex al ver que le recordaba—. Dejé a un colega curándole el brazo antes de entrar en la operación de tu compañero.
—¿Has operado tú a López?
—Sí. El doctor Peláez estaba en otra operación, y aunque soy neurocirujano, me encargué de él —asintió divertido—. ¿Por qué te extraña tanto?
—No… Por nada.
Olga se mordió la lengua. Un tipo como aquel, con tanto dinero, no necesitaba trabajar. Podía vivir de la sopa boba de su abuelo. Pero prefirió callar y no ser desagradable.
—Ejem… ejem… —intervino el compañero de Alex—. Doctor O’Connors, sigo aquí.
—Disculpa, compañero —sonrió Alex al ver su cara de guasa—. Doctor Butler, te presento a la inspectora Olga Ramos Ortiz.
—Encantado —saludó este y tomándole la mano, preguntó—: ¿Inspectora de sanidad?
—No, del Cuerpo Nacional de Policía —aclaró ella con una sonrisa, y al ver la cara de sorpresa de él, preguntó—: ¿Algún problema por ello, doctor Butler?
—Prefiero que me llames Oscar —y acercándose a ella, añadió—: Ningún problema. Siempre he imaginado a los inspectores de policías grandes y gordos, y con un puro en la boca.
—Los tiempos cambian —replicó Olga.
—Para suerte de todos —sonrió Alex mirándola.
—Sí… sí, por supuesto —asintió Oscar, y con una mirada divertida dijo—: Y déjame confesarte que siempre he fantaseado con que una mujer con uniforme, pistola y esposas me salvara la vida.
Aquel comentario le hubiera molestado en cualquier otro momento, pero curiosamente, al ver los ojos chispeantes de aquel médico, sonrió.
—¿Sabes, Oscar? Hay muchas maneras de salvar la vida. Unos utilizamos pistola y otros, pijamitas verdes con gorritos de aviones.
Alex y Oscar se miraron.
—Pues a mí el gorro de aviones me gusta —sonrió Alex con picardía.
—¡Lo del pijamita verde me ha matado! —Con una carcajada, Oscar se quitó el gorro y añadió—: Y en cuanto a los gorritos de aviones, tengo que decir que hemos comenzado a utilizarlos con dibujo desde que en España se ve la serie Anatomía de Grey.
—¿Y tú quién eres? ¿El doctor macizo o el doctor caliente? —preguntó Clara que en ese momento llegó hasta ellos luciendo unos vaqueros y una camiseta negra.
Al ver aparecer a aquella mujer de pelo claro, Oscar la miró de arriba abajo y dijo:
—Para ti yo soy quien tú quieras.
—Pues me encantaría que fueras Marc Sloan, el doctor caliente —respondió Clara—. Pero si te miro con detenimiento, me parece que a ti ese apodo te queda grande.
Sorprendida por aquella contestación, Olga miró a su compañera. ¿Qué le pasaba? No entendía nada. En cualquier otro momento le hubiera gustado un tipo alto, con pinta de chuleras y guapetón.
—Eso lo podemos discutir —respondió Oscar después de guiñar un ojo a una joven enfermera que pasaba por allí—. Y te aseguro que no serías la primera que tras cenar conmigo cambia de opinión.
—Lo dudo —susurró Clara sin apenas mirarle—. Te faltan demasiadas cosas, entre ellas un poco de cerebro, elegancia y sus preciosos ojos azules.
Los hombres se miraron sorprendidos y tras una sonrisa, Alex dijo:
—Pues a mí tus ojos me parecen bonitos, doctor Butler.
—Gracias, doctor O’Connors. Siempre creí que eran parte de mi atractivo.
Olga reprimió una sonrisa, pero Clara no parecía estar de humor. Con voz cargada de tensión dijo:
—Inspectora Ramos, ¿qué te parece si nos vamos antes de que tire de placa y me lleve por delante a algún payaso en pijama y gorrito de aviones?
—De acuerdo, inspectora Viñuelas. —Olga sonrió y volviéndose hacia Alex, añadió—: Muchas gracias por todo. Ahora estamos en paz.
—Oye, me gustaría que… —comenzó a decir Alex, pero Olga con gesto serio le interrumpió.
—No —negó con firmeza—. Esto ha sido muy divertido. Ambos nos hemos salvado el culo en un momento dado, pero hasta aquí llegó la tontería. A partir de este instante usted pasa a ser de nuevo el señor Alexandro O’Connors. Encantada y adiós.
Sin mirar atrás, las mujeres se encaminaron hacia el ascensor y desaparecieron al cerrarse las puertas.
—Demasiado monos, Olga —resopló Clara al ver el gesto de aquella—. Recuerda lo que siempre nos dice Maruja: «Echaos un novio feo para que nadie os lo quite».
Ambas sonrieron.
Oscar y Alex, considerados los dos solteros más sexys y atractivos del hospital, se quedaron como dos pasmarotes mirando hacia el ascensor. El efecto ocasionado en aquellas dos mujeres no era el que habitualmente percibían. Oscar fue el primero en hablar.
—¿Crees que lo de payaso en pijama iba por mí?
—No me cabe la menor duda —asintió Alex, quien de pronto se percató de que aún tenía en la mano la cazadora vaquera de Olga.
—¡Madre mía! Cómo está el cuerpo de policía, ¿no?
Y riendo suavemente, se encaminaron a la cafetería del personal del hospital y por primera vez en su vida, a Alex O’Connors se le aceleró el corazón al pensar en una mujer.