Doce horas después de esa mañana de entreno, estaba tan agarrotada y dolorida que tenía que poner los cinco sentidos para bajar y subir las escaleras de casa: el ejercicio era una auténtica tortura para mis músculos. Pero el descanso tendría que esperar; Vee no tardaría más de diez minutos en pasar a recogerme, y yo aún no me había quitado la ropa con la que me había pasado el día tirada en el sofá.
Patch y yo habíamos decidido escenificar nuestra pelea en público esa misma noche; así quedaría bien claro cuál era el estado de nuestra relación: habíamos cortado y ocupábamos bandos opuestos en esa guerra incipiente. Habíamos acordado hacer nuestra representación en La Bolsa del Diablo, un local muy popular entre los Nefilim. Aunque aún no conocíamos la identidad de mis atacantes ni sabíamos si acudirían allí esa noche, no cabía duda de que después de nuestro espectáculo nuestra ruptura estaría en boca de todos. Patch se enteró de que el dueño del bar había decidido hacer el turno de noche ese día. Era un Nefil irascible y radical, algo de vital importancia para nuestro plan, me aseguró Patch.
Me despojé de esas prendas sudadas y me puse un vestido de punto, unas medias y unos botines. Me recogí el pelo en un moño bajo y me solté un par de mechones a ambos lados del rostro. Contemplé mi reflejo en el espejo con un suspiro y me forcé a sonreír. Al fin y al cabo, tampoco tenía tan mal aspecto para ser una chica que estaba a punto de enzarzarse en una discusión demoledora con el amor de su vida.
«Las consecuencias de la pelea de hoy solo tienen que durar un par de semanas —me dije a mí misma—. Hasta que Jeshván haya pasado».
Además, la pelea no era real. Patch me había prometido que hallaríamos el modo de encontrarnos. En momentos secretos y miradas robadas. Simplemente tendríamos que ir aún con más cuidado.
—¡Nora! —gritó mi madre desde el pie de la escalera—. Vee ya está aquí.
—Deséame suerte —le murmuré a mi propio reflejo; luego cogí la chaqueta y el chal y apagué la luz de la habitación.
—Te quiero en casa antes de las nueve —me dijo mi madre cuando hube bajado las escaleras—. Sin excusas. Mañana tienes clase.
Le di un beso en la mejilla y me marché apresuradamente.
Vee tenía las ventanas del Neon bajadas y el CD de Rihanna puesto a todo volumen. Me acomodé en el asiento del acompañante y le grité para que me oyera:
—¡Me sorprende que tu madre te haya dejado salir: mañana hay que ir al instituto!
—Anoche tuvo que coger un vuelo a Nebraska. Su tío Marvin ha muerto y van a repartirse sus propiedades. La tía Henny se ha quedado conmigo —me explicó mirándome de reojo con una sonrisa traviesa.
—¿No es la que estuvo en una clínica de desintoxicación hace un par de años?
—La misma. Lástima que el tratamiento no le funcionara. Tiene unos treinta litros de zumo de manzana en la nevera, pero es el zumo más fermentado que he probado en mi vida.
—¿Y tu madre cree que está lo bastante capacitada como para cuidar de ti?
—Supongo que la idea de embolsarse parte del dinero del tío Marvin la ha relajado un poco.
Avanzamos por Howthorne cantando a grito pelado y meneándonos en el asiento al ritmo de la música. Estaba hecha un manojo de nervios, pero trataba de actuar con normalidad.
El local de La Bolsa del Diablo estaba solo moderadamente lleno esa noche. Había mucha gente, pero uno todavía encontraba algún lugar donde sentarse. Vee y yo nos acomodamos en uno de los sofás, nos libramos de los abrigos y los bolsos, y le pedimos un par de Coca-Colas a una de las camareras. Eché una mirada furtiva a mi alrededor en busca de Patch, pero aún no había aparecido. Había ensayado mi parte más veces de las que podía recordar y, aun así, no paraban de sudarme las manos. Me las sequé en los muslos, deseando poder hacerlo mejor, deseando ser el tipo de persona a la que le gustan las situaciones dramáticas y llamar la atención.
—No tienes muy buen aspecto —opinó Vee.
Justo cuando iba a replicarle que debía de haberme mareado por culpa de lo mal que conducía, su mirada se perdió al fondo del local y su expresión se agrió.
—Oh, no. Dime que no es Marcie Millar la que está coqueteando con mi hombre.
Estiré el cuello hacia el escenario. Los integrantes de Serpentine ya estaban allí, preparándose para la actuación, mientras Marcie trataba de entablar conversación con Scott con los codos graciosamente apoyados en el suelo del escenario.
—¿Con tu hombre? —le pregunté a Vee.
—Pronto lo será. Da lo mismo.
—Marcie coquetea con todo el mundo. Yo que tú no me preocuparía.
Vee inspiró profundamente y resopló con furia. Marcie debió de percibir sus vibraciones negativas, porque se volvió al punto hacia nosotras y nos saludó moviendo la mano con la parsimonia de la realeza.
—Haz algo —me instó Vee—. Aléjala de él. Vamos.
Me puse en pie y me acerqué a Marcie. Por el camino, me concentré en fingir una sonrisa y, cuando llegué a su lado, estaba bastante segura de que había conseguido que pareciera auténtica.
—Hola —le dije.
—Eh, hola, Nora. Le estaba diciendo a Scott lo mucho que me gusta la música independiente. En esta ciudad nadie llega nunca a nada. Creo que es genial que trate de hacer algo importante.
Scott me guiñó el ojo, y yo tuve que entornar los míos para evitar que viera mi mirada de hastío.
—Bueno… —dije tratando de llenar el silencio que se había impuesto.
Había ido hasta allí siguiendo las órdenes de Vee, pero ¿ahora qué? No podía simplemente llevarme a Marcie a rastras. ¿Y por qué tenía que ser yo la que hiciese de árbitro? Todo eso era asunto de Vee, no mío.
—¿Podemos hablar? —me preguntó Marcie, ahorrándome tener que poner en práctica alguna táctica.
—Claro —le dije—. ¿Por qué no buscamos un lugar más tranquilo?
Como si me hubiera leído el pensamiento, Marcie me cogió de la cintura y me empujó hacia la puerta trasera. Una vez en el callejón, miró a ambos lados para cerciorarse de que estábamos solas.
—¿Te dijo mi padre algo sobre mí? —me soltó y, dejando caer más la voz, añadió—: Me refiero a si soy una Nefil. Últimamente me he sentido algo extraña. Cansada y dolorida. ¿No tendrá que ver con la menstruación Nefil? Porque creía que ya había pasado por eso.
¿Cómo se suponía que tenía que decirle a Marcie que los Nefilim de pura raza, como era el caso de sus padres, raras veces conseguían reproducirse, y, cuando lo lograban, sus hijos eran niños débiles y de poca salud? ¿Cómo contarle que algunas de las últimas palabras de su padre tuvieron que ver con la triste verdad de que Marcie no iba a vivir mucho tiempo?
En resumen: no pude.
—Yo también me siento cansada y dolorida a veces —le dije—. Creo que es normal…
—Sí, pero ¿dijo mi padre algo al respecto? —insistió—. Qué iba a ocurrirme, cómo hacerle frente, ese tipo de cosas.
—Creo que tu padre te quería y habría deseado que siguieras viviendo tu vida sin agobiarte por el tema de los Nefilim. Habría querido que fueras feliz.
Marcie me miró como si no me creyera.
—¿Feliz? Pero si soy un bicho raro. ¡Ni siquiera soy humana! Y no creas que me olvido de que tú tampoco lo eres. Estamos en esto juntas —concluyó blandiendo hacia mí un dedo acusador.
Genial. Justo lo que necesitaba: solidaridad… con Marcie Millar.
—A ver, ¿exactamente qué quieres de mí, Marcie? —le pregunté.
—Quiero dejarte claro que si le insinúas a alguien que no soy humana, lo vas a pasar muy mal. Te enterraré viva.
Se me estaba empezando a acabar la paciencia.
—En primer lugar, si hubiera querido anunciarle al mundo que eres una Nefil, ya lo habría hecho. Y, en segundo lugar, ¿quién iba a creerme? Piénsalo un momento: «nefilim» no es una palabra que forme parte del vocabulario de la mayoría de gente a la que conozco.
—Genial —resopló Marcie aparentemente satisfecha.
—¿Eso era todo?
—¿Y si necesito a alguien con quien hablar? —insistió—. No es algo que una pueda soltarle tranquilamente a su psiquiatra.
—¿Y qué tal si lo hablas con tu madre? —le sugerí—. Ella también es una Nefil, ¿recuerdas?
—Desde la muerte de mi padre, se niega a aceptar la verdad. Se niega a aceptar un montón de cosas. Está convencida de que él regresará, de que aún la quiere, de que anulará el divorcio y todo volverá a ir sobre ruedas.
Vale, tal vez pasaba por una fase de negación. Pero yo no descartaría que Hank le hubiera lanzado a su ex mujer un embrujo lo bastante potente como para que sus efectos perduraran incluso después de su muerte. Hank y la vanidad siempre habían ido juntos, como un par de calcetines. Sin duda no habría querido que nadie hablara mal de él después de su muerte. Y, por lo que sabía, nadie en Coldwater lo había hecho. Era como si una niebla adormecedora hubiera caído sobre la comunidad y hubiera disuadido a todos los residentes, tanto humanos como Nefilim, de plantearse la gran pregunta: ¿qué le había pasado? No se oía ni una sola conjetura en la ciudad. Cuando la gente hablaba de él, simplemente murmuraba:
—Ha sido tan inesperado. Que descanse en paz. Menudo golpe para la familia: iré a ver cómo puedo ayudarlos…
Marcie prosiguió:
—Pero no va a volver. Está muerto. No sé ni cómo murió, ni por qué, ni tampoco quién lo mató, pero estoy segura de que está muerto. Lo sé.
Traté de mostrar una actitud cercana y comprensiva, pero empezaron a sudarme las manos de nuevo. Patch era la única persona en el mundo que sabía que yo había mandado a Hank a la tumba. Y yo no tenía ninguna intención de añadir el nombre de Marcie a esa lista.
—No pareces muy afectada —observé.
—Mi padre estaba mezclado en asuntos muy turbios. Se merece lo que le ocurrió.
Podría haber aprovechado el momento para sincerarme con Marcie, pero algo no me encajaba. No apartó su mirada cínica de mi rostro ni por un instante y tuve la sensación de que sospechaba que yo tenía información vital sobre la muerte de su padre; probablemente esa indiferencia que mostraba no era más que un modo de invitarme a que le revelara lo que sabía.
Si era una trampa, no pensaba caer en ella.
—No es fácil perder a un padre, créeme —le dije—. El dolor nunca desaparece, pero con el tiempo acaba siendo soportable. Y, de un modo u otro, la vida sigue adelante.
—No necesito que me consueles, Nora.
—Vale —repuse encogiéndome de hombros con indiferencia—. Si necesitas hablar, puedes llamarme.
—No hará falta. Me voy a vivir contigo —anunció Marcie—. Llevaré mis cosas como muy tarde esta semana. Mi madre me está volviendo loca, y las dos hemos coincidido en que necesito un lugar donde quedarme durante un tiempo. Tu casa es tan buena como cualquier otra. Bueno, la verdad es que estoy muy contenta de que hayamos tenido esta charla. Si algo bueno me enseñó mi padre es que los Nefilim tienen que estar unidos.