Capítulo

36

Un timbre lejano sonó en mi bolsillo. Patch aparcó inmediatamente la moto junto a la calzada y yo contesté el teléfono con el corazón en un puño.

—T… tengo las plumas —dijo Pepper, con voz aguda y temblorosa.

Dejé escapar un suspiro de alivio y choqué los cinco con Patch; ambos entrelazamos los dedos y acabamos uniendo nuestras manos. Teníamos las plumas. El duelo que iba a celebrarse a la mañana siguiente ya no era necesario: los contrincantes muertos no blanden espadas, ni encantadas ni de ningún tipo.

—Buen trabajo, Pepper —dije—. Ya casi has terminado tu parte. Tienes que entregarnos las plumas y la daga, y luego ya podrás olvidarte de todo. Patch matará a Dante en cuanto tenga la daga. Pero debes saber que Dante también va tras esas plumas. —No había tiempo de andarse con delicadezas—. Las desea tanto como nosotros. Te está buscando, de modo que no bajes la guardia. Y no permitas que se apodere ni de las plumas ni de la daga.

Pepper aspiró ruidosamente por la nariz.

—E… estoy asustado. ¿Cómo sé que no me encontrará? ¿Y si los arcángeles se dan cuenta de que las plumas no están? —Su voz se convirtió en un chirrido—. ¿Y si descubren que he sido yo?

—Tranquilízate. Todo irá bien. Haremos la entrega en el parque de atracciones Delphic. Podemos encontrarnos dentro de cuarenta y cinco minutos…

—Pero ¡eso es casi una hora! —me interrumpió Pepper, exaltado—. ¡No puedo tener las plumas en mi poder durante tanto tiempo! Debo librarme de ellas. Ese era el trato. Nunca me dijisteis que tendría que custodiarlas. Y mientras ¿qué pasa conmigo? Dante me está buscando. Si queréis que vigile las plumas, entonces que Patch vigile a Dante y se asegure de que no es una amenaza para mí.

—Ya te lo he explicado —repuse con impaciencia—. Patch matará a Dante en cuanto tenga la daga.

—¡Pues ya ves de qué me servirá si Dante me encuentra antes! Quiero que Patch vaya a buscarlo ahora mismo. De hecho, no os entregaré la daga hasta que tenga pruebas de que Patch está con Dante.

Me aparté el teléfono de la oreja para evitar que los chillidos de Pepper me reventaran los tímpanos.

—Está histérico —le dije a Patch, preocupada.

Patch cogió el teléfono.

—Escucha, Pepper. Lleva las plumas y la daga al parque de atracciones Delphic. Habrá dos ángeles caídos esperándote en la entrada. Ellos se ocuparán de que llegues sano y salvo a mi estudio. Pero no les digas lo que llevas encima.

La respuesta estridente de Pepper hizo crepitar el teléfono.

—Deja las plumas en mi estudio y quédate allí hasta que lleguemos —repitió Patch.

Un lamento ensordecedor.

—No se te ocurra dejar las plumas sin vigilancia —le advirtió Patch poniendo en cada palabra un empeño homicida—. Siéntate en mi sofá y asegúrate de que aún siguen ahí cuando lleguemos.

Más gritos frenéticos.

—Deja ya de gimotear. Perseguiré y encontraré a Dante ahora mismo, si es eso lo que quieres, y luego iré a buscar la daga sobre la que vas a sentarte hasta que nos reunamos contigo en el estudio. Ve al Delphic y haz exactamente lo que te he dicho. Una cosa más: deja ya de llorar. Estás dando una imagen penosa de los arcángeles.

Patch colgó y me devolvió el teléfono.

—Cruza los dedos para que esto funcione.

—¿Crees que Pepper se quedará esperando con las plumas?

Se restregó la cara con las manos y su garganta soltó un sonido extraño, entre una sonrisa áspera y un gemido.

—Tendremos que separarnos, Ángel. Si vamos a buscar a Dante los dos, nos arriesgamos a dejar las plumas sin vigilancia.

—Tú ve a buscar a Dante. Yo me encargo de Pepper y las plumas.

Patch se me quedó mirando fijamente.

—Sé que lo harás, pero no me gusta la idea de dejarte sola.

—Estaré bien. Vigilaré las plumas y llamaré a Lisa Martin ahora mismo para informarla. Ella me ayudará a ejecutar nuestro plan. Terminaremos con esta guerra y devolveremos la libertad a los Nefilim. —Le estreché la mano para tranquilizarlo—. Ya verás, todo terminará esta noche.

Patch se pasó la mano por la barbilla, pensativo y visiblemente descontento.

—Para mi propia tranquilidad, llévate a Scott contigo, ¿vale?

—¿Confías en Scott? —le pregunté con una sonrisa irónica.

—Confío en ti —respondió con una voz ronca que me subió la temperatura.

Patch me apoyó contra un árbol y me besó, apasionadamente.

Cuando recuperé el aliento, le dije:

—Chicos, tomad nota: ¡eso era un beso!

Patch no se rio. Sus ojos se ensombrecieron y, aunque no pude determinar qué le ocurría, de pronto sentí un gran peso en el estómago. Tenía la mandíbula como una roca y los músculos de los brazos en tensión.

—Estaremos juntos hasta el final —dijo mientras una nube de ansiedad le oscurecía el rostro.

—Si depende de mí, sí.

—Pase lo que pase, quiero que sepas que te quiero.

—No hables así, Patch —le susurré con la voz rota por la emoción—. Me estás asustando. Localizarás a Dante y nos encontraremos en el estudio, donde terminaremos esta guerra juntos. Así de sencillo.

Volvió a besarme, delicadamente, en cada párpado, luego en cada mejilla y, finalmente, en los labios.

—Nunca volveré a ser el mismo —dijo con la voz bronca—. Tú me has transformado.

Le rodeé el cuello con los brazos y presioné mi cuerpo contra el suyo, pegándome a él, tratando de librarme del frío que había calado en mis huesos.

—Bésame como nunca —le insté atrayendo sus ojos con la mirada—. Dame un beso que me acompañe hasta que vuelva a verte.

«Porque volveremos a vernos muy pronto».

Los ojos de Patch me acariciaron en silencio. Me veía reflejada en ellos: mi pelo rojizo y mis labios ardientes. Estaba unido a él por una fuerza que no podía controlar, un hilo muy fino que ataba mi alma a la suya. Tenía la luna a sus espaldas y las sombras dibujaban pálidos huecos bajo sus ojos y sus pómulos, dándole un aspecto irresistiblemente atractivo y al mismo tiempo diabólico.

Sus manos me abrazaban el rostro, reteniéndome. El viento enredó mis cabellos en sus muñecas, atándonos el uno al otro. Sus pulgares se deslizaron por mis pómulos en una caricia lenta e íntima. A pesar del frío, un calor constante se arremolinaba en mi interior, vulnerable a su tacto. El rastro de sus dedos fue descendiendo, abajo, más abajo, provocándome un dolor delicioso y ardiente. Cerré los ojos; mis entrañas se derretían. Y, de pronto, el fuego prendió, desatado, y yo sentí arder las brasas en lo más profundo de mi ser.

Su pulgar me acarició los labios con una provocación sutil e irresistible. Dejé escapar un suspiro de placer.

«¿Quieres ese beso ahora?», preguntó.

No podía hablar; toda mi respuesta fue una leve inclinación de cabeza.

Su boca, cálida y audaz, se encontró con la mía. El juego había acabado, y Patch me besó con su auténtico fuego negro, profunda y apasionadamente, consumiendo mi cuerpo, mi alma, y dejando en ridículo toda noción de lo que se entiende por beso.