Capítulo

32

En efecto, la noticia de la convocatoria de la reunión con los altos cargos Nefilim enseguida estuvo en boca de todos. El domingo por la tarde, las líneas telefónicas Nefilim zumbaban con especulaciones y comentarios de expectación. Yo acaparaba toda la atención y ni siquiera se hablaba de la declaración de Dante: le había robado el protagonismo a mi contrincante, pero por el momento él no había protestado. Estaba convencida de que Patch tenía razón: Dante había decidido suspender sus planes hasta saber cuál sería mi siguiente movimiento.

Scott llamaba cada hora con alguna novedad, en la mayoría de los casos la última teoría de los Nefilim acerca de mi primera ofensiva contra los ángeles caídos. Una emboscada, la destrucción de las líneas de comunicación, el envío de espías y el secuestro de alguno de los comandantes de los ángeles caídos encabezaban la celebrada lista. Tal como Patch había predicho, los Nefilim dieron por sentado que la razón por la que convocaba la reunión era la guerra. Me pregunté si Dante había llegado a la misma conclusión. Me habría gustado pensar que así era, que lo había engañado, pero la experiencia me decía que era lo bastante listo como para olerse algo: sabía que yo estaba tramando algo.

—¡Buenas noticias! —exclamó Scott, entusiasmado, por teléfono—. Los altos cargos Nefilim han aprobado tu reunión. Ya han fijado el lugar, y no es el Delphic. Al parecer quieren que sea una reunión más íntima: como era de esperar, solo podrá asistir a la fiesta quien tenga invitación. Veinte Nefilim a lo sumo. Muy privado y con mucha vigilancia. Cada uno de los invitados pasará por un control de seguridad. La buena noticia es que aparezco en la lista. He tenido que mover algunos hilos, pero al final estaré allí contigo.

—Dime dónde será —le pedí tratando de tragarme las náuseas.

—Quieren reunirse en la antigua residencia de Hank Millar.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Nunca podría olvidar el azul gélido de esos ojos que su nombre me traía a la memoria.

Traté de apartar su fantasma de mis pensamientos y me concentré. ¿Una elegante casa georgiana en un respetable barrio humano? No parecía lo bastante discreto para una reunión Nefil secreta.

—¿Por qué allí?

—Los altos cargos han pensado que era un modo de mostrarle sus respetos a la Mano Negra. ¡Claro que sí! ¡Un hurra por el responsable de todo este desastre! —añadió Scott con desdén.

—Si sigues hablando así, te van a borrar de la lista de invitados.

—Han fijado la hora de la reunión a las diez de la noche. Ten el móvil libre, por si surge alguna novedad. Y no te olvides de mostrarte sorprendida cuando te llamen para darte todos los detalles. Que no piensen que ya tienen algún espía dentro. Una cosa más: siento mucho lo ocurrido con Dante. En parte soy responsable. Te lo presenté yo. Si pudiera, lo descuartizaría, ataría un ladrillo a cada una de sus extremidades, me las llevaría a alta mar y las echaría por la borda. Bueno, ¡ánimo! Estaré allí contigo.

Colgué y me volví en busca de Patch, que había estado apoyado en la pared, observándome, mientras mantenía mi conversación con Scott.

—La reunión será esta noche —le dije—. En la antigua residencia de los Millar.

No podía dejar de darle vueltas: ¿una casa privada?, ¿controles de seguridad?, ¿guardias? ¿Cómo se las arreglaría Patch para entrar? Por desgracia, todo indicaba que tendría que quedarse fuera.

—Vale —repuso Patch con calma—. Allí estaré.

Admiraba su aplomo y su seguridad en sí mismo, pero no entendía cómo se las arreglaría para entrar sin ser visto.

—La casa estará muy vigilada. En cuanto pongas un pie en el recinto, lo sabrán. Tal vez si hubieran elegido un museo o el palacio de justicia, habríamos tenido alguna posibilidad, pero allí no. De acuerdo, la residencia de los Millar es grande, pero no tanto. Estará toda vigilada, cada centímetro cuadrado.

—Es justo lo que esperaba. Ya había pensado en los detalles. Scott me ayudará a entrar.

—No va a funcionar. Seguro que esperan la presencia de ángeles caídos espías. Ya sé que Scott podría abrirte alguna de las ventanas, pero también habrán considerado esa posibilidad. No solo te capturarán, sino que descubrirán que Scott es un traidor…

—Pienso ocupar el cuerpo de Scott.

Me quedé conmocionada. Poco a poco, la solución de Patch fue tomando forma en mi cabeza. Por supuesto. Estábamos en el mes de Jeshván. Patch no tendría ninguna dificultad en hacerse con el control del cuerpo de mi amigo. Y, desde fuera, no habría modo de diferenciar el uno del otro. Patch entraría en la reunión sin ningún problema. Era el disfraz perfecto. Solo había un pequeño problema.

—Scott no lo aceptará.

—Ya lo ha hecho.

Me volví hacia él sin dar crédito.

—¿En serio?

—Lo hará por ti.

Se me hizo un nudo en la garganta. Si Scott odiaba algo en esta vida era la idea de que un ángel caído ocupase su cuerpo. En ese instante me di cuenta de lo mucho que mi amistad debía de significar para él. ¡Scott accediendo a que un ángel caído lo poseyera! ¡Era la cosa que más le repugnaba en este mundo! Me había quedado sin palabras. Solo podía ofrecerle mi gratitud, y poner todo mi empeño en no fallarle.

—Por favor, te pido que esta noche tengas mucho cuidado —le rogué a Patch.

—Lo tendré. No voy a quedarme más de lo necesario. En cuanto hayas abandonado la reunión, trataré de oír todo lo que pueda y le devolveré su cuerpo a Scott. No te preocupes, me aseguraré de que no le suceda nada.

Me lancé a los brazos de Patch y le di un fuerte abrazo.

—Gracias —susurré.

Más tarde, esa misma noche, cuando aún faltaba una hora para las diez, salí de casa de Patch. Me marché sola, en un coche alquilado, de acuerdo con las exigencias de los Nefilim que organizaban la reunión. Se habían ocupado de todos los detalles, y no iban a correr el riesgo de que me siguiera algún Nefil escandaloso o, aún peor, un ángel caído que se hubiera enterado de nuestra reunión.

Las calles estaban oscuras y cubiertas de una capa de niebla húmeda y resbaladiza, y los faros iluminaban la estrecha alfombra negra que serpenteaba entre las colinas. Tenía la calefacción encendida, pero no conseguía librarme de ese frío obstinado que se adhería a mis huesos. No sabía qué me esperaba esa noche, así que no me resultaba fácil trazar un plan. Tendría que actuar de oído, algo que detestaba. Me habría gustado entrar en casa de los Millar con algo más que mis propios instintos, pero eso era todo lo que tenía. Al cabo, aparqué delante de la antigua residencia de Marcie.

Me quedé sentada al volante unos instantes, contemplando las columnas blancas y las persianas negras. El césped había desaparecido bajo las hojas secas, y delgadas ramitas pardas, lo que quedaba de las hortensias del verano, asomaban de las macetas de terracota que flanqueaban el porche. En el pasillo, se amontonaban periódicos en estadios de degradación diversos. La casa había estado desocupada desde la muerte de Hank y no parecía tan acogedora y elegante como recordaba. La madre de Marcie se había mudado a un apartamento junto al río y Marcie… bueno, Marcie se había tomado al pie de la letra la frase «mi casa es tu casa».

Una luz pálida iluminaba tímidamente las ventanas encortinadas y, aunque no distinguía ninguna silueta, sabía que varios de los líderes Nefilim más influyentes y poderosos del mundo me esperaban tras esas cortinas para emitir su juicio acerca de las primicias que estaba a punto de darles. También sabía que Patch estaría allí para asegurarse de que no me sucediera nada malo.

Me aferré con fuerza a ese pensamiento, inspiré profundamente y me dirigí hacia la puerta principal.

Llamé.

La puerta se abrió, y una mujer alta me acompañó dentro después de que sus ojos se entretuvieran en mis facciones el tiempo suficiente para identificarme. Llevaba el cabello peinado hacia atrás y recogido en una trenza, y no había en su rostro nada remarcable ni memorable.

Murmuró un «Hola» en un tono educado y a la vez reservado y, alargando la mano con rigidez, me dirigió hacia el interior de la casa.

El sonido de mis pasos resonaba bajo las luces tenues del pasillo. Pasé junto a varios retratos de la familia Millar, que me sonrieron desde detrás de cristales empolvados. Un jarrón de lilas marchitas ocupaba la mesa de la entrada. Toda la casa olía a cerrado. Seguí el camino que me indicaban las luces hasta el comedor.

En cuanto atravesé las puertas acristaladas, el murmullo de la conversación cesó. Había seis hombres y cinco mujeres sentados a cada lado de una larguísima mesa de caoba pulida. Unos pocos Nefilim esperaban de pie junto a la mesa, visiblemente inquietos y asustados. Casi tuve que mirar dos veces cuando mis ojos se encontraron con los de la madre de Marcie: sabía que Susanna Millar era Nefil, pero siempre había tenido este pensamiento intangible guardado en algún lugar remoto de la mente. De pronto, al verla allí esa noche, en una reunión secreta de inmortales, tuve la sensación de que representaba… una amenaza. Marcie no estaba con ella. Quizá no había querido acudir, pero la explicación más plausible era que no la habían invitado. Susanna parecía el tipo de madre que hace todo lo que está en su mano para que su hija tenga una vida sin complicaciones.

Encontré el rostro de Scott entre la multitud. Al saber que Patch había ocupado su cuerpo, las protestas de mi estómago se tomaron un descanso. Me miró a los ojos e inclinó la cabeza, una señal secreta para darme ánimos, y me invadió una profunda sensación de tranquilidad: no estaba sola; Patch me cubría la espalda. Debería haber sabido que encontraría el modo de estar allí, por muy arriesgado que fuera.

Y entonces vi a Dante. Se sentaba al extremo de la mesa, con un jersey negro de cuello vuelto y una expresión de preocupación pomposa en el rostro. Tenía la barbilla apoyada en la mano, y cuando sus ojos se tropezaron con los míos, sus labios dibujaron una sonrisita burlona y levantó las cejas con aire desafiante. Aparté la mirada.

Concentré mi atención en la mujer mayor del vestido de cóctel morado y los pendientes de diamantes que se sentaba en el otro extremo de la mesa. Lisa Martin. Después de Hank, era la Nefil más influyente y respetada que había conocido. No me caía bien, ni tampoco confiaba en ella, ambos sentimientos de los que tendría que prescindir en los siguientes minutos si quería salir airosa de la situación.

—Nos alegramos tanto de que hayas propuesto esta reunión, Nora. —Su voz cálida, suntuosa y aprobatoria fue como una caricia para mis oídos. Mi corazón acelerado se calmó. Si pudiera conseguir que se pusiera de mi lado, ya casi habría ganado la partida.

—Gracias —conseguí responder al cabo.

Alargó la mano hacia una silla vacía, pero no me senté. Me daba miedo perder los arrestos si lo hacía. Me apoyé en la mesa con ambas manos y, ahorrándome los preliminares, me lancé a exponer el auténtico motivo de mi visita.

—Soy muy consciente de que no todos los presentes me consideran la mejor persona para liderar el ejército de mi padre —constaté sin más rodeos. La palabra «padre» me dejó un regusto bilioso en la boca, pero recordé que Patch me había advertido de que esa noche debía vincularme a Hank tanto como pudiera. Los Nefilim lo veneraban y, si podía aprovechar ese sentimiento, aunque solo fuera de segunda mano, debía hacerlo.

Establecí contacto visual con todos los Nefilim que había sentados a la mesa, y algunos de los que estaban de pie detrás. Debía mostrarles que tenía fortaleza y coraje, y, lo que era más importante, que me disgustaba su falta de apoyo.

—Sé que algunos de vosotros habéis elaborado ya una lista con los nombres de los hombres y las mujeres a las que consideráis más adecuados para el puesto. —Hice otra pausa, y deposité todo el peso de mi mirada en Dante. Él me contemplaba impasible, pero vi crepitar el odio en el fondo de sus ojos pardos—. Y sé que Dante Mazzeratti la encabeza.

Un murmullo recorrió la sala, pero nadie contradijo mi afirmación.

—No os he convocado aquí para discutir mi primera ofensiva en nuestra guerra contra los ángeles caídos, sino porque sin un líder fuerte que cuente con vuestro apoyo esa guerra no será posible. Los ángeles caídos nos comerán vivos. Necesitamos unidad y solidaridad —les apremié con convicción—. Estoy convencida de que soy la mejor líder que podéis tener, y mi padre pensaba lo mismo. Sin embargo, está claro que no os he sabido convencer. Y esta es la razón por la que esta noche quiero retar a Dante Mazzeratti a un duelo, un duelo cuyo ganador será el jefe del ejército.

Dante se puso en pie de un salto.

—¡Pero si salimos juntos! —Su expresión era la reproducción perfecta del asombro mezclado con el orgullo herido—. ¿Cómo puedes sugerir que nos retemos en duelo? —dijo con la voz rota por la humillación.

No me había esperado que recurriera a nuestra falsa relación, construida sobre los débiles fundamentos de un acuerdo verbal que nunca llegó a concretarse, una relación que había olvidado enseguida y que ahora me revolvía el estómago; sin embargo, no me había dejado sin habla. Dije fríamente:

—Estoy dispuesta a luchar con quien sea: esto es lo que significa liderar a los Nefilim para mí. Así que te reto oficialmente a batirte en duelo conmigo, Dante.

Ninguno de los presentes dijo nada. Llevaban la sorpresa y también la satisfacción escritas en el rostro. Un duelo. El ganador se lo llevaba todo. Patch había tenido razón: los Nefilim vivían en un mundo arcaico, regido por principios darwinianos. Estaban encantados con el giro que habían dado los acontecimientos y, a juzgar por las miradas de afecto que le dedicaron a Dante, no cabía duda de que todos los allí presentes pensaban que iba a ser el ganador.

Dante trataba de mantener una expresión impasible, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa velada ante mi locura y su buena fortuna. Pensaba que había cometido un error garrafal, de acuerdo. Pero enseguida entornó los ojos con recelo. Aparentemente no iba a morder el anzuelo tan fácilmente.

—No puedo hacerlo —anunció—. Sería traición. —Sus ojos barrieron la sala, como si quisiera evaluar si sus palabras caballerosas le habían valido más partidarios—. He prometido ser leal a Nora y no puedo hacer un acto que contradiga esa promesa.

—Como tu comandante, ¡te ordeno que te batas en duelo conmigo! —repliqué con resolución. Aún era el jefe de ese ejército y no iba a permitir que me desautorizara con palabras dulces y halagos—. Si de verdad eres el líder más conveniente, me retiraré. Quiero lo mejor para mi pueblo. —Había ensayado esas palabras cientos de veces y, aunque el discurso estaba preparado, salieron todas de mi corazón. Pensé en Scott, en Marcie, en miles de Nefilim a los que no conocía, pero que aun así me importaban: eran buenas personas que no merecían que los ángeles caídos las esclavizaran año tras año. Merecían una lucha justa. Y yo iba a hacer lo posible para que la tuvieran.

Me había equivocado… y mucho. Había tratado de evitar defender a los Nefilim por miedo a los arcángeles. Y, lo que aún era más reprobable, había empleado la guerra como excusa para tomar más hechicería diabólica. Durante todo ese tiempo me había preocupado más por mí misma que por la gente a la que se suponía que tenía que liderar. Pero eso se había acabado. Aunque Hank me había confiado esa misión, no iba a cumplirla por él, sino porque era lo correcto.

—Creo que Nora ha puesto de relieve algo importante —observó Lisa Martin—. No hay nada menos estimulante que un líder sin el apoyo del pueblo. Tal vez la Mano Negra tuviera razón con ella. —Se encogió de hombros—. O quizá cometiera un error. Tomaremos nosotros las riendas del asunto y lo resolveremos de una vez por todas. Y luego podremos emprender una guerra contra nuestros enemigos, como un pueblo unido con un líder fuerte.

Asentí, agradecida. Si la tenía de mi lado, los demás no tardarían en apoyarme también.

—Estoy de acuerdo —dijo un Nefil desde el otro extremo de la sala.

—Yo también.

Las voces de apoyo se sucedieron en un murmullo que fue recorriendo el comedor.

—Los que estén a favor, que levanten la mano —pidió Lisa.

Una a una, las manos fueron elevándose por encima de las cabezas. Patch me miró a los ojos, y a continuación levantó el brazo. Sabía que lo había hecho a regañadientes, pero no nos quedaba otra alternativa. Si Dante me arrebataba el poder, yo moriría. Mi única posibilidad era luchar y tratar de hacer todo lo posible para ganar.

—Somos mayoría —concluyó Lisa—. El duelo tendrá lugar mañana lunes, al alba. Os comunicaré el lugar en cuanto lo hayamos determinado.

—Dos días —dijo Patch de inmediato, empleando la voz de Scott—. Nora no ha disparado nunca una pistola. Necesita tiempo para entrenarse.

Y también necesitaba darle a Pepper el margen suficiente para que volviera del cielo con la daga encantada y convirtiera ese duelo en un ejercicio innecesario.

Lisa negó con la cabeza.

—Demasiado tarde. Los ángeles caídos podrían venir a por nosotros en cualquier momento. No sabemos por qué razón han esperado hasta ahora, pero nuestra suerte puede cambiar de hoy para mañana.

—Y nadie ha hablado de pistolas —apuntó Dante alto y claro, mirándonos a Patch y a mí con astucia, como si tratara de adivinar qué estábamos tramando. Escrutó mi rostro en busca de cualquier atisbo de emoción—. Yo prefiero las espadas.

—Es Dante quien decide —puntualizó Lisa—. El duelo no ha sido idea suya. Tiene derecho a elegir el arma. Así pues, ¿te decides por las espadas?

—Me parecen más femeninas —explicó Dante, tratando de conseguir hasta la última gota de aprobación de sus compañeros Nefilim.

Me envaré, resistiéndome al impulso de suplicarle a Patch ayuda.

—Nora no ha tocado una espada en su vida —replicó Patch, de nuevo con la voz de Scott—. No sería una lucha justa si no tiene tiempo de entrenarse un poco. Concededle hasta el martes por la mañana.

Nadie se precipitó a secundar su petición. El desinterés que se respiraba era tan palpable que casi podría haber alargado el brazo y cogerlo con las manos. Mi entrenamiento era la menor de sus preocupaciones. De hecho, cuanto antes subiese Dante al poder, mejor: eso es lo que se desprendía de su actitud apática.

—¿Vas a encargarte tú de entrenarla, Scott? —le preguntó Lisa a Patch.

—A diferencia de algunos de vosotros, yo no me he olvidado de que aún es nuestra líder —respondió él con frialdad.

Lisa inclinó la cabeza como diciendo «Muy bien».

—Entonces ya está decidido. Será pasado mañana, al amanecer. Hasta entonces, os deseo lo mejor a los dos.

No me quedé allí por más tiempo. Ya se había decidido que se celebraría el duelo y que yo iba tomar parte en ese peligroso plan, así que me marché. Sabía que Patch tendría que quedarse allí un poco más, para calibrar las reacciones de la gente y tal vez enterarse de información vital, pero deseaba que se diera prisa.

No era una noche en la que me apeteciera estar sola.