Capítulo

30

Una vez a los pies de la colina, miré hacia arriba. No vi a Dante. El perro negro había corrido tras de mí, y caminaba a mi alrededor mirándome con una expresión casi de preocupación. Me incorporé como pude y me senté. Nubes espesas ocultaban la luna, y cuando el frío arañó mi piel, temblé violentamente. De pronto, tomé consciencia de dónde me encontraba: me puse en pie de un salto y corrí a través del laberinto de tumbas hacia el mausoleo. Para mi sorpresa, el perro brincaba delante de mí, volviendo la cabeza de vez en cuando, como si quisiera asegurarse de que aún lo seguía.

—¡Scott! —grité abriendo la puerta del mausoleo de par en par e irrumpiendo en el interior.

No había ventanas. No veía nada. Levanté las manos con impaciencia, con la intención de palpar lo que tenía alrededor. Tropecé con un objeto pequeño y lo oí alejarse rodando por el suelo. Pasando los dedos por las losas heladas del suelo, encontré la linterna que Scott se había llevado con él y que debía de haber perdido en el ataque. La encendí.

Ahí estaba. En un rincón. Echado sobre su espalda; Scott tenía los ojos abiertos, pero parecía como aturdido. Corrí hacia él y tiré del látigo que le abrasaba las muñecas hasta que conseguí liberarlo. Tenía la piel en carne viva y soltó un quejido de dolor.

—Creo que Dante se ha marchado, pero de todos modos mantente alerta —le advertí—. En la puerta hay un perro guardián: está de nuestro lado. Quédate aquí hasta que yo vuelva, ¿vale? Tengo que encontrar a Patch.

Scott gruñó de nuevo, esta vez para dedicarle un par de insultos a Dante.

—No lo he visto venir —murmuró.

Ya éramos dos.

Salí fuera y corrí como el viento por el cementerio, sumido en una oscuridad casi perfecta. Pasé a través de una pared de seto, para acortar el camino hasta el parking. Salté por encima de la verja de hierro forjado y fui directa al camión negro que estaba aparcado, solitario, en el parking.

Cuando aún me encontraba a unos pasos del vehículo, distinguí el espeluznante brillo azul a través de las ventanas. Abrí la puerta de un tirón y saqué a Patch a rastras. Una vez echado en el suelo del parking, empecé el laborioso proceso de deshacer el látigo que le rodeaba el cuerpo como una serpiente, sujetando sus brazos a ambos lados, como un corsé mortífero. Tenía los ojos cerrados y su piel despedía una tenue luz azul. Finalmente conseguí liberarlo y dejé el látigo a un lado, sin siquiera pensar en las llagas que me cubrían las manos.

—Patch —le dije sacudiéndolo. Las lágrimas me nublaban la vista y una bola me oprimía la garganta de la emoción—. Despierta, Patch.

Lo sacudí con más fuerza.

—Enseguida te pondrás bien. Dante se ha marchado, y ya te he librado del látigo. Por favor, despierta —le pedí con insistencia—. Te recuperarás. Ahora ya estamos juntos. Necesito que abras los ojos. Vamos, dime que me oyes.

Todo su cuerpo ardía: el calor se filtraba a través de la ropa, y le abrí la camisa para examinarlo. Solté un grito ahogado al ver su piel en carne viva allí donde había estado en contacto con el látigo. Las peores heridas se replegaban sobre sí mismas, como el papel consumido por el fuego. Era como si lo hubieran quemado con un soplete.

Sabía que no sufría, pero yo sí. Las lágrimas rodaban por mis mejillas; sin embargo, al pensar en Dante, apreté los dientes atravesada por la punzada del odio. Dante había cometido un error imperdonable. Patch lo era todo para mí y, si la hechicería diabólica le dejaba alguna secuela, haría lo que estuviera en mi mano para que ese traidor lamentara lo que había hecho durante lo que le quedaba de vida, que, si de mí dependía, sería poco. Pero la angustia arrolladora que sentía por Patch eclipsaba esa ira irrefrenable. El dolor, la culpa y el pánico cayeron a plomo en mi interior.

—Por favor —le susurré con la voz ronca—. Por favor, Patch, despierta —le rogué, besándole en los labios con la esperanza de despertarlo milagrosamente. Sacudí la cabeza para librarme de los peores pensamientos. No iba a dejar que se hicieran realidad. Patch era un ángel caído. No podían herirle. Así no. Por muy potente que fuera la hechicería diabólica, no le causaría un daño irreparable.

Sentí que los dedos de Patch se enlazaban con los míos solo un segundo antes de que su voz grave vibrara débilmente entre mis pensamientos. «Ángel».

Al oírlo, mi corazón saltó de alegría. «¡Estoy aquí! Estoy a tu lado. Te quiero, Patch. ¡Te quiero mucho!», sollocé. Y, sin poder contenerme, acerqué mis labios a los suyos. Me incliné a horcajadas sobre él, plantando un codo a cada lado de su cabeza para no hacerle daño, incapaz sin embargo de contener el impulso de abrazarlo. Y entonces, de pronto, me estrechó entre sus brazos con tanta fuerza que me desplomé sobre él.

—¡Ten cuidado! ¡Estás herido! —grité retorciéndome para apartarme y echarme a su lado—. La hechicería diabólica… Tu piel…

—Tú eres lo único que puede hacerme sentir mejor, Ángel —murmuró encontrando mi boca y acallando mis protestas. Tenía los ojos cerrados y las arrugas del cansancio y el estrés endurecían sus facciones, pero su beso ahuyentó todas las preocupaciones.

Relajé mi postura y me apoyé en la parte superior de su cuerpo fuerte e interminable. Deslizó la mano por mi espalda y, cuando me estrechó contra él, me sentí segura de nuevo.

—Me aterrorizaba pensar en lo que podría haberte pasado —dije con la voz entrecortada.

—Y a mí me aterrorizaba pensar en lo que podía haberte pasado a ti.

—La hechicería diabólica… —empecé a decir.

Patch respiró profundamente debajo de mí, y mi cuerpo se sumergió en el suyo. Su aliento estaba cargado de alivio y emoción pura. Su mirada, sincera como nunca, encontró la mía.

—Mi piel es sustituible. Pero tú no, Ángel. Cuando Dante se ha marchado, he pensado que se había terminado. He pensado que te había fallado… Nunca había rezado con tanto fervor en toda mi vida.

Cerré los ojos tratando de ahogar las lágrimas que se agolpaban en mis pestañas.

—Si se te hubiera llevado de mi lado… —Estaba demasiado emocionada para acabar la frase.

—Ha tratado de arrebatarte de mi vida y esa es razón suficiente para considerarlo hombre muerto. No se va a salir con la suya. Le he perdonado más de una y de dos pequeñas transgresiones solo porque trataba de ser civilizado y comprensivo en relación con tu papel como jefe del ejército Nefil, pero esta noche ha violado las antiguas reglas. Ha usado hechicería diabólica conmigo. No le debo ningún tipo de consideración. La próxima vez que nos encontremos, jugaremos con mis reglas.

A pesar del cansancio, visible en cada músculo de su cuerpo, su voz era toda contundencia, sin un atisbo de compasión.

—Trabaja para los ángeles caídos, Patch. Lo tienen en el bolsillo.

Nunca hasta entonces había visto a Patch tan sorprendido. Sus ojos oscuros se dilataron; le costaba asimilar la noticia.

—¿Te lo ha dicho él?

Asentí con expresión grave.

—Ha dicho que los Nefilim no podrán ganar esta guerra, a pesar de las palabras esperanzadoras, contradictorias y convincentes que les ha dedicado a los de su pueblo —añadí amargamente.

—¿Ha nombrado a algún ángel caído en concreto?

—No. Su único objetivo es salvarse: por eso ha montado todo este lío. Dice que cuando las cosas se pongan feas, los arcángeles tomarán partido por los ángeles caídos. Al fin y al cabo, tienen un vínculo estrecho. Es difícil darle la espalda a la sangre, aunque haya hostilidades. Y aún hay más —dije inspirando profundamente—: El siguiente paso de Dante es arrebatarme el puesto de jefe del ejército de la Mano Negra y conducir a los Nefilim directamente a manos de los ángeles caídos.

Patch se quedó en silencio un buen rato, pero yo veía sus pensamientos pasando a toda velocidad por detrás de sus ojos negros y su mirada cortante. Patch, como yo, sabía que si Dante conseguía arrebatarme el título, se rompería el juramento que le había hecho a Hank. Y eso solo significaba una cosa: la muerte.

—Y Dante es el chantajista de Pepper —le informé.

Patch asintió.

—Lo he supuesto cuando me ha atacado. ¿Cómo le ha ido a Scott?

—Está en el mausoleo, bajo la vigilancia de un perro callejero increíblemente listo.

Patch levantó las cejas, desconcertado.

—¿Y eso?

—Creo que ese perro está tratando de arrebatarte el puesto y convertirse en mi ángel guardián. Ha conseguido sacarme a Dante de encima y es la única razón por la que he podido escapar.

Patch resiguió la curva de mi pómulo con los dedos.

—Tendré que darle las gracias por salvar a mi novia.

A pesar de las circunstancias, sonreí.

—Te va a encantar. Tenéis los mismos gustos en el vestir.

Dos horas más tarde, aparqué la pickup de Patch en su garaje. Patch se había desplomado en el asiento del pasajero, completamente agotado; toda su piel seguía recubierta por ese halo azul. Me ofrecía su sonrisa perezosa cuando me hablaba, pero yo sabía que todo le costaba un gran esfuerzo; era una táctica para tranquilizarme. No cabía duda de que la hechicería diabólica lo había debilitado; lo que nadie sabía era para cuánto tiempo. Estaba agradecida de que Dante se hubiera marchado cuando lo había hecho. Supongo que debía darle las gracias a mi nuevo amigo, el perro. Si Dante se hubiera quedado por allí para terminar lo que había empezado, todos habríamos corrido mucho más peligro y probablemente no podríamos haber escapado. Una vez más, debía expresar mi gratitud al perro callejero, un animal luchador y curiosamente listo. Y leal, casi a riesgo de su propia integridad física.

Patch y yo nos habíamos quedado con Scott en el mausoleo hasta que había recuperado fuerzas suficientes como para conducir solo hasta su casa. En cuanto al perro, a pesar de los múltiples intentos de despedirnos, alguno de los cuales pasó por sacarlo a rastras de la zona de carga de la pickup de Patch, persistió en saltar dentro del vehículo una y otra vez. Al final tiramos la toalla y dejamos que nos acompañara. Lo llevaría a alguna asociación de animales en cuanto hubiera dormido lo suficiente para empezar a pensar con claridad.

Aunque suspiraba por desplomarme en la cama de Patch en cuanto pusiera los pies en su casa, aún quedaba trabajo por hacer. Dante nos llevaba ventaja. Si nos relajábamos antes de tomar medidas en contra, probablemente ya podíamos ir sacando la bandera blanca de la rendición.

Entré en la cocina de Patch y me llevé las manos a la nuca, como si ese gesto fuera a desvelarme cuál debía ser nuestro siguiente movimiento. ¿Qué pensaba hacer Dante? ¿Cuál sería su siguiente paso? Me había amenazado con destruirme si lo acusaba de traición, así que al menos había considerado la posibilidad de que lo hiciera. Lo cual significaba que probablemente estaba ocupado en una de las siguientes cosas: fabricando una coartada perfecta o (y eso era mucho más problemático) adelantándose a mis movimientos y haciendo correr la noticia de que la traidora era yo. Se me heló la sangre solo de pensarlo.

—Empieza desde el principio —me pidió Patch desde el sofá. Lo dijo con voz fatigada, pero en sus ojos brillaba la ira. Sacudió un cojín con ambas manos, se lo colocó debajo de la cabeza y concentró toda su atención en mí—. Cuéntame exactamente todo lo que ha pasado.

—Cuando Dante me ha confesado que está trabajando para los ángeles caídos, lo he amenazado con delatarlo, pero se ha echado a reír y ha dicho que nadie me creería.

—Y tiene razón —coincidió Patch sin ambages.

Apoyé la cabeza en la pared y dejé escapar un suspiro de frustración.

—Entonces me ha contado sus planes de arrebatarme el puesto de líder. Los Nefilim lo adoran. Desearían que el líder fuera él. Lo veo en sus miradas. Por mucho que me esfuerce en gustarles, lo recibirán con los brazos abiertos si se convierte en su nuevo líder. No veo ninguna solución. Nos ha vencido.

Patch se tomó un tiempo antes de contestar y, cuando lo hizo, habló con voz calmada.

—Si atacas a Dante públicamente, les darás a los Nefilim una excusa para que se pongan en tu contra, eso es cierto. El ambiente está muy tenso, y están buscando el modo de salir de la incerteza. Por eso no denunciaremos a Dante públicamente. No es ese el paso que vamos a dar.

—Entonces, ¿cuál es? —pregunté volviéndome para mirarle directamente a los ojos. Estaba claro que se traía algo entre manos, pero no alcanzaba a imaginar de qué se trataba.

—Dejaremos que Pepper se encargue de Dante en nuestro lugar.

Estudié con detenimiento la lógica de Patch.

—¿Y Pepper lo hará porque no puede correr el riesgo de que Dante lo delate a los arcángeles? Pero, entonces, ¿por qué no ha hecho desaparecer antes a Dante?

—Pepper no va a ensuciarse las manos. No quiere dejar un rastro que luego los arcángeles puedan seguir para llegar hasta él. —Patch frunció los labios y añadió—: Creo que comienzo a comprender lo que Pepper quería de mí.

—¿Quieres decir que esperaba que hicieras desaparecer a Dante por él? ¿Era esa su supuesta oferta de trabajo?

Patch me miró al fondo de los ojos.

—Solo hay un modo de averiguarlo.

—Tengo el número de Pepper. Prepararé el encuentro ahora mismo —dije, asqueada. Y yo que creía que Pepper no podía caer más bajo. En lugar de comportarse como un hombre y hacerse cargo de sus problemas, el muy cobarde había tratado de que Patch corriera el riesgo por él.

—¿Sabes una cosa, Ángel? Pepper tiene algo que podría sernos de utilidad —añadió Patch con aire reflexivo—. Y, si jugamos bien nuestras cartas, tal vez podríamos convencerlo de que lo robe del cielo y nos lo traiga. He tratado de evitar la guerra, pero quizás ha llegado la hora de luchar. Hay que ponerle fin a esto. Si vences a los ángeles caídos, habrás cumplido con el juramento. —Me miró a los ojos—. Y los dos seremos libres. Los dos juntos. Adiós a la guerra y al Jeshván.

Cuando empecé a preguntarme en qué estaba pensando, yo misma encontré la respuesta. ¡Era tan obvio! No podía creer que no se me hubiera ocurrido antes. En efecto, Pepper tenía acceso a algo que nos proporcionaría poder de negociación con los ángeles caídos… y que me garantizaría la fe de los Nefilim. Aunque ¿realmente queríamos tomar ese camino? ¿Teníamos derecho a poner en peligro a toda la población de los ángeles caídos en peso?

—No lo sé, Patch…

Patch se puso en pie y cogió su chaqueta de piel.

—Llama a Pepper. Nos reuniremos con él ahora mismo.

El parking que se extendía detrás de la gasolinera estaba desierto. El cielo era negro, como las ventanas empavonadas de la tienda. Patch aparcó la moto y ambos nos bajamos. Una silueta pequeña y regordeta salió balanceándose de entre las sombras y, después de mirar con desconfianza a un lado y al otro, se nos acercó a toda prisa.

Un aire de superioridad moral se instaló en la expresión de Pepper en cuanto vio a Patch.

—Vaya, no tienes muy buen aspecto, amigo mío. Creo que es justo decir que la vida en la Tierra no ha sido muy amable contigo.

Patch pasó por alto el insulto.

—Sabemos que Dante es el chantajista.

—Sí, sí, Dante. ¡El muy cerdo! Dime algo que no sepa.

—Quiero que me hables de tu oferta de trabajo.

Pepper unió ambas manos e hizo tamborilear los dedos sin apartar sus ojos astutos de los de Patch.

—Sé que tú y tu novia matasteis a Hank Millar. Necesito a alguien así de despiadado.

—Contamos con la ayuda de los arcángeles —le recordó Patch.

—Yo soy un arcángel —repuso Pepper con displicencia—. Quiero a Dante muerto: yo te proporcionaré las armas necesarias.

Patch asintió.

—Lo haremos. Al precio que se merece.

Pepper se quedó desconcertado. No creo que se esperara llegar a un acuerdo con tanta facilidad. Se aclaró la garganta.

—¿En qué estás pensando?

Patch me miró y yo incliné la cabeza. Había llegado el momento de sacarnos el as de la manga. No habíamos tenido mucho tiempo para considerarlo, pero esa era una carta que no nos podíamos permitir no jugar.

—Queremos acceso a todas las plumas de los ángeles caídos que se guardan en el cielo —anuncié.

Pepper dejó de mirarnos con su sonrisa pomposa y, tras un silencio, soltó una carcajada glacial.

—¿Os habéis vuelto locos? No puedo conseguiros eso. Se necesita a todo el comité para retirar esas plumas. Además, ¿qué pensáis hacer con ellas? ¿Quemarlas? ¡Mandaríais a todos los ángeles caídos de la Tierra al infierno!

—¿De veras te disgustaría eso? —le pregunté, muy seria.

—¿Qué importa lo que yo piense? —refunfuñó—. Hay normas. Hay procedimientos. Los únicos ángeles caídos que son condenados al infierno son aquellos que han cometido un delito o una infracción grave contra la humanidad.

—No te sobran las opciones —observó Patch fríamente—. Sabemos que puedes conseguir esas plumas. Sabes dónde se guardan y conoces el procedimiento para retirarlas. Tienes todo lo que necesitas. Traza un plan y llévalo a cabo. O enfréntate solo a Dante.

—¡Una pluma, tal vez! Pero ¿miles? ¡Nunca lo conseguiría! —protestó Pepper con voz estridente.

Patch dio un paso hacia él y Pepper retrocedió, asustado, levantando las manos para protegerse el rostro.

—Mira a tu alrededor —le dijo Patch empleando un tono suave y letal—. No creo que sea este el lugar que te gustaría considerar tu casa. Serás el ángel caído más reciente y harán todo lo posible para recordártelo. No aguantarás la semana de iniciación.

—¿I… ini… iniciación?

Contemplé la mirada oscura de Patch y un escalofrío me recorrió la espalda.

—¿Qu… qué voy a hacer? —sollozó Pepper suavemente—. No puedo pasar esa iniciación. No puedo vivir siempre en la Tierra. Necesito poder volver al cielo cuando quiera.

—Entonces consigue las plumas.

—N… no puedo —tartamudeó Pepper.

—No tienes elección. Tú me vas a conseguir esas plumas y yo voy a matar a Dante. ¿Te parece un buen plan?

Asintió a regañadientes.

—Te traeré una daga especial. Para matar a Dante. Si los arcángeles van detrás de ti y tratas de darles mi nombre, te cortarás tu propia lengua con la daga. La he encantado. La daga no dejará que me traiciones.

—Me parece justo.

—Si seguimos adelante con esto, no debéis poneros en contacto conmigo, al menos cuando esté en el cielo. No podemos comunicarnos por los medios habituales hasta que termine… Si es que puedo terminar —gimoteó miserablemente—. Cuando tenga las plumas, os lo haré saber.

—Las necesitamos mañana —le dije a Pepper.

—¿Mañana? —protestó alborotado—. ¿Sois conscientes de lo que me estáis pidiendo?

—A medianoche del lunes a más tardar —concedió Patch sin dejar margen para negociaciones.

Pepper asintió visiblemente angustiado.

—Os traeré todas las que pueda.

—Tienes que vaciar las existencias —le dije—. Este es el trato.

Pepper tragó saliva.

—¿Hasta la última?

Esa era la idea, exacto. Si Pepper conseguía las plumas, los Nefilim dispondrían de un modo de ganar la guerra sin tener que mover ni un dedo. Como nosotros no podíamos encadenar a los ángeles caídos en el infierno, dejaríamos que sus talones de Aquiles (es decir, sus antiguas plumas de ángel) lo hicieran por nosotros. Cada ángel caído tendría que elegir: o liberaba a su vasallo Nefil de su juramento y juraba la paz, o se montaba una casa nueva en un lugar mucho más caluroso que Coldwater, Maine.

Si nuestro plan funcionaba, poco importaría que Dante me acusara de traición. Mientras ganara esa guerra, a los Nefilim no les importaría nada más. Y, a pesar de que no tenían fe en mí, yo deseaba ganar por ellos. Era lo correcto.

Miré a Pepper directamente a los ojos y le confirmé fríamente:

—Hasta la última.