Capítulo

16

En cuanto Scott y yo hubimos llenado de hojas secas un buen número de bolsas de basura naranja y las hubimos decorado como si fueran calabazas para repartirlas luego por el jardín, entramos en casa para tomarnos un vaso de leche y probar las deliciosas galletas de chocolate y menta de mamá. Creía que Marcie se habría retirado a su habitación, pero nos la encontramos esperándonos en la cocina.

—He pensado que deberíamos celebrar una fiesta de Halloween —sugirió.

Solté un bufido aún con el vaso de leche en los labios.

—No te ofendas, pero en esta familia no se nos dan muy bien las fiestas.

A mi madre se le iluminó el rostro.

—A mí me parece una idea estupenda, Marcie. No hemos celebrado una desde que Harrison murió. Podría pasarme por la tienda de adornos para fiestas, a ver qué tienen.

Miré a Scott en busca de ayuda, pero se encogió de hombros y opinó:

—Podría estar bien.

—Tienes un bigote de leche —repuse con acritud como respuesta.

Se lo limpió con el dorso de la mano… y luego se secó en mi brazo.

—¡Eh! —grité, dándole un empujón en el hombro.

—Creo que deberíamos tener un tema… Como, por ejemplo, parejas famosas de la historia, y decirle a todo el mundo que venga con acompañante —propuso Marcie.

—¿No es algo que se hecho ya…? —dije—. ¿Como un millón de veces?

—El tema debería ser: personajes famosos de las películas sobre Halloween —replicó Scott con una sonrisa sádica.

—Eh, eh. Tranquilos. Frenad un poco —salté levantando las manos—. Mamá, ¿te das cuenta de que para eso tendríamos que limpiar la casa de arriba abajo?

Mi madre soltó una risa forzada, claramente ofendida.

—La casa no está tan sucia, Nora.

—¿Cada invitado traerá algo o lo ponemos todo nosotros? —quiso saber Scott.

—Nada de cerveza —dijimos mi madre y yo a coro.

—Pues a mí me gusta la idea de las parejas famosas —insistió Marcie, sin duda con un plan en mente—. Scott, tú y yo podríamos ir juntos.

Scott no desaprovechó la ocasión.

—¿Qué tal si yo soy Michael Myers y tú una de las canguros a las que mutilo?

—No —espetó Marcie—. Seremos Tristán e Isolda.

Saqué la lengua con actitud burlona.

—¡Qué original!

Scott me dio una patadita en la pierna en tono de broma.

—¡Vaya, menuda aguafiestas estás hecha!

«Me parece una frivolidad planificar una fiesta de Halloween cuando estamos en pleno Jeshván —le dije críticamente en pensamientos—. Puede que los ángeles caídos se estén conteniendo, pero no seguirán así para siempre. Los dos sabemos que se está cociendo una guerra, y todo el mundo espera que yo haga algo al respecto. Así que ¡perdona si no estoy como unas castañuelas!»

«De acuerdo —repuso Scott—, pero puede que la fiesta te ayude a desconectar un poco».

«¿En serio piensas ir con Marcie?»

Me miró con una sonrisa.

«¿Crees que debería ir contigo?»

«Creo que deberías ir con Vee».

Cuando aún no había tenido tiempo de evaluar la reacción de Scott, Marcie dijo:

—¿Qué le parece si vamos todos a comprar los adornos, señora Grey? Y luego podemos parar en la papelería, así podré encargar las invitaciones. Me gustaría algo festivo y espeluznante, pero al mismo tiempo refinado. —Agitó los hombros y soltó un gritito—. Oh, ¡esto va a ser muy divertido!

—¿A quién vas a traer de acompañante a la fiesta, Nora? —me preguntó mamá.

Fruncí los labios, incapaz de dar con la respuesta acertada. Scott ya estaba pillado, a Dante lo descartaba —habría ayudado a hacer correr el rumor de que salíamos juntos, pero la verdad era que yo no estaba de humor— y mi madre no soportaba a Patch. Es más, se suponía que yo lo odiaba: éramos enemigos mortales, al menos eso tenía que pensar todo el mundo.

No me apetecía acudir a esa fiesta. Tenía problemas más importantes de los que ocuparme: me perseguía un arcángel vengativo; era el jefe de un ejército y no sabía hacia dónde tirar (a pesar de mi pacto con los arcángeles, estaba empezando a pensar que la guerra no solo era inevitable, sino también la opción más adecuada); mi mejor amiga me ocultaba secretos que me quitaban el sueño; y ahora eso, una fiesta de Halloween. En mi propia casa, y encima tendría que hacer de anfitriona.

Marcie me ofreció una sonrisa burlona.

—Anthony Amowitz está loco por ti.

—Oh, háblame más de ese Anthony —la animó mi madre.

A Marcie le encantaban las buenas historias, y no dudó ni un segundo en contar aquella.

—Estaba en nuestra clase de Educación Física el año pasado. Cada vez que jugábamos al softball, él era el que cogía la pelota y, cuando le tocaba batear a Nora, no paraba de mirarle las piernas. El pobre estaba tan distraído que se le escapaban todas las pelotas.

—Es que Nora tiene unas piernas preciosas —dijo mi madre bromeando.

Levanté el pulgar hacia las escaleras y dije:

—Subo a mi habitación para darme con la cabeza en la pared unos miles de veces. Lo prefiero a esto.

—¡Tú y Anthony podríais ser Scarlett y Rhett! —me gritó Marcie mientras me iba—. O Buffy y Angel. ¿Y qué me dices de Tarzán y Jane?

Esa noche dejé la ventana entreabierta y, justo después de las doce, Patch se deslizó dentro. Olía a tierra y a bosque, cuando se echó sigilosamente en la cama junto a mí. A pesar de que me habría gustado poder gritar a los cuatro vientos que teníamos una relación, había algo innegablemente sexy en nuestros encuentros secretos.

—Te he traído una cosa —me dijo depositando una bolsa de papel de embalar encima de mi barriga.

Me incorporé en la cama y examiné el contenido.

—¡Una manzana bañada en caramelo de Delphic Beach! —exclamé con una sonrisa—. Son las mejores. Y también has traído otra con ralladura de coco: ¡son mis preferidas!

—Es para que te mejores. ¿Cómo tienes la herida?

Me levanté la chaqueta del pijama para mostrarle la buena noticia.

—Ya está bien.

El último rastro de la mancha azulada había desaparecido hacía solo unas horas y la herida se había curado casi instantáneamente. Lo único que quedaba era una pálida cicatriz.

Patch me besó.

—Qué buena noticia.

—¿Se sabe algo de Blakely?

—No, pero es solo cuestión de tiempo.

—¿Has notado que te siguiera?

—No. —La frustración tiñó ligeramente su voz—. Pero estoy seguro de que no me pierde de vista. Necesita recuperar el cuchillo.

—La hechicería diabólica está cambiando las reglas, ¿verdad?

—Yo diría más bien que me está obligando a tener más inventiva.

—¿Llevas el cuchillo de Blakely encima? —le pregunté con la mirada puesta en sus bolsillos, que parecían vacíos.

Se levantó la camiseta y vi el mango del cuchillo, que sobresalía por encima de su cinturón de piel.

—No lo pierdo de vista ni un segundo.

—¿Estás seguro de que vendrá a buscarlo? Tal vez sepa que los arcángeles no son tan santos como todos creíamos, y esté convencido de que puede seguir adelante con la hechicería diabólica.

—Es una posibilidad, pero no lo creo. Los arcángeles son muy hábiles a la hora de esconder sus secretos, especialmente de los Nefilim. Creo que Blakely está asustado, y juraría que no tardará en hacer algún movimiento.

—¿Y si trae refuerzos? ¿Y si somos tú y yo contra veinte Nefilim?

—Vendrá solo —aseguró Patch—. La ha cagado y tratará de arreglar su metedura de pata en privado. A juzgar por lo valioso que es para los Nefilim, seguro que no tenía permitido acudir a un partido de fútbol por su cuenta. Estoy convencido de que se escapó a hurtadillas del laboratorio, pondría la mano en el fuego. Debe de estar muy nervioso: sabe que tiene que arreglar este asunto antes de que alguien se entere. Pienso utilizar su miedo y su desesperación a nuestro favor. Sabe que seguimos juntos. Lo obligaré a hacer un juramento en el que se comprometa a no decir una palabra sobre nuestra relación y lo amenazaré con no devolverle el cuchillo si se niega.

Cogí uno de los pedazos de manzana cubierto de caramelo y lo partí en dos.

—¿Algo más? —preguntó Patch.

—Mmm… Sí. En el entreno de esta mañana, Dante y yo hemos sido interrumpidos por un grupito de gamberros que eran ángeles caídos. —Me encogí de hombros—. Nos hemos escondido hasta que se han marchado, pero diría que este Jeshván los ánimos están muy caldeados. ¿No conocerás a un ángel caído delgaducho con el pecho cubierto de marcas? Es la segunda vez que lo veo.

—No me suena. Pero mantendré los ojos bien abiertos. ¿Seguro que estás bien?

—Segurísimo. Cambiando de tema: Marcie va a celebrar una fiesta en la granja.

Patch sonrió.

—El drama de la familia Grey-Millar…

—El tema será parejas famosas de la historia. ¿Se te ocurre algo más trillado? Y, lo que es peor, ha involucrado también a mi madre. Hoy irán juntas a comprar todos los adornos. Durante tres horas. Es como si de pronto fueran amigas del alma. —Cogí otro pedazo de manzana e hice una mueca—. Marcie lo va a estropear todo. Yo quería que Scott fuera a la fiesta con Vee, pero Marcie ya lo ha convencido de que sea su acompañante.

Patch amplió su sonrisa.

Y yo le dediqué una de mis miradas de disgusto.

—No tiene gracia. Marcie me está destrozando la vida. Oye, ¿se puede saber de qué parte estás tú?

Patch levantó las manos en señal de rendición.

—A mí no me metas.

—Necesito un acompañante para esa dichosa fiesta. Tengo que eclipsar a Marcie. —Y, con una chispa de inspiración, añadí—: Quiero ir cogida del brazo de un chico aún más guapo que el suyo y llevar un vestido mejor. Y se me ocurrirá algo mil veces más original que Tristán e Isolda.

Miré a Patch esperanzada, pero me rehuyó.

—No deben vernos juntos.

—Pero irías disfrazado. Piénsalo como un reto: conseguir que no nos descubran. Tienes que admitirlo: esto de andar a escondidas es bastante sexy.

—Yo no voy a fiestas de disfraces.

—Porfa, porfa, porfa… —le rogué batiendo los párpados.

—Me vas a volver loco.

—Solo conozco a un chico que sea más atractivo que Scott…

Esperé que la idea tentara su ego.

—Tu madre no me dejará poner los pies en vuestra casa. He visto el arma que guarda en el último estante de la despensa.

—Ya te lo he dicho: irás disfrazado, tonto. No sabrá que eres tú.

—No vas a rendirte, ¿verdad?

—No. ¿Qué te parece John Lennon y Yoko Ono? ¿O Sansón y Dalila? ¿Y Robin Hood y Lady Marian?

Levantó una ceja.

—¿Has pensado en Patch y Nora?

Entrelacé los dedos encima del estómago y miré hacia el techo con expresión taimada.

—Marcie se va a enterar.

El móvil de Patch sonó y él echó un vistazo a la pantalla.

—Número desconocido —murmuró, y al oírlo se me heló la sangre.

—¿Crees que puede ser Blakely?

—Solo hay un modo de saberlo.

Respondió al teléfono con voz tranquila, pero seca. Enseguida sentí que el cuerpo de Patch se tensaba junto a mí y supe que se trataba de Blakely. La llamada no duró más que unos segundos.

—Era él —me confirmó Patch—. Quiere que nos veamos. Ahora.

—¿Así de fácil?

Patch me miró a los ojos y comprendí que eso no era todo. No alcanzaba a interpretar su expresión, pero al ver la ansiedad en su rostro sentí que se me cortaba la respiración.

—Si le entregamos el cuchillo, nos dará el antídoto.

—¿Qué antídoto? —pregunté.

—Cuando te apuñaló, te inoculó algo. No me ha dicho qué. Solo me ha advertido de que si no te tomas pronto el antídoto… —Se le quebró la voz y, después de tragar saliva, añadió—: Ha dicho que vas a lamentar lo que hiciste. Que los dos lo lamentaremos.