Galazza Galare llegó a la Gran Pirámide escoltada por una docena de gracias blancas, muchachas de alta cuna tan jóvenes que aún no habían prestado su año de servicios en los jardines de placer del templo. La digna anciana vestida de verde, rodeada de cándidas niñas con túnica y velo blanco, era un hermoso espectáculo.
La reina les dio una cálida bienvenida y ordenó a Missandei que se encargara de que las niñas tuvieran comida y atención mientras ella cenaba en privado con la gracia verde.
Los cocineros habían preparado un magnífico banquete de cordero a la miel aromatizado con menta y acompañado de los pequeños higos verdes que tanto le gustaban. Dos de los rehenes favoritos de Dany les sirvieron la cena y se encargaron de que tuvieran las copas llenas en todo momento: eran una niñita de ojos inmensos llamada Qezza y un chico flacucho cuyo nombre era Grazhar. Eran hermanos entre sí y primos de la gracia verde, que los saludó con besos nada más llegar y les preguntó si habían sido buenos.
—Los dos son adorables —le aseguró Dany—. Qezza me canta a veces, porque tiene una voz preciosa, y ser Barristan ha estado instruyendo a Grazhar y a los otros muchachos en las artes de la caballería de Poniente.
—Son sangre de mi sangre —respondió la gracia verde mientras Qezza le llenaba la copa de vino rojo oscuro—. Me alegro de que os complazcan, esplendor. Espero poder hacer lo mismo. —La anciana tenía el pelo blanco y la piel apergaminada, pero los años no le habían nublado los ojos, tan verdes como su túnica, llenos de tristeza y sabiduría—. Perdonad que os lo diga, esplendor, pero parecéis cansada. ¿Estáis durmiendo lo necesario?
—La verdad es que no. —Dany tuvo que contenerse para no soltar una carcajada—. Anoche, tres galeras qarthienses subieron por el Skahazadhan al abrigo de la oscuridad. Los Hombres de la Madre les lanzaron flechas llameantes a las velas y calderos de brea hirviendo contra la cubierta, pero los barcos fueron rápidos y no sufrieron daños de consideración. Los qarthienses quieren cerrarnos el río, igual que nos han cerrado la bahía. Lo peor es que ya no están solos: se les han unido tres galeras del Nuevo Ghis y una carraca de Tolos. —Había propuesto una alianza a los tolosios, que respondieron llamándola puta y exigiéndole que devolviera Meereen a los grandes amos. Pero aun eso era mejor que la respuesta de Mantarys, que le llegó en un baúl de cedro que contenía las cabezas en salmuera de sus tres emisarios—. Tal vez vuestros dioses puedan ayudarnos. Pedidles que envíen un temporal sobre las galeras de la bahía.
—Rezaré y haré sacrificios. Puede que los dioses de Ghis me escuchen. —Galazza Galare bebió un poco de vino, pero no apartó los ojos de Dany—. La tormenta no ruge solo tras la muralla de la ciudad, sino también entre ellos. Tengo entendido que anoche murieron más libertos.
—Tres. —Sintió un regusto amargo en la boca al decirlo—. Los cobardes atacaron a unas tejedoras, unas libertas que no habían hecho daño a nadie. Su único crimen era crear cosas bellas. Tengo sobre mi cama un tapiz que me regalaron. Los Hijos de la Arpía destruyeron su telar y las violaron antes de cortarles el cuello.
—Eso nos habían dicho. Y aun así, vuestro esplendor ha tenido el valor de responder a tal carnicería con clemencia. No habéis dañado a ninguno de los niños nobles que tenéis de rehenes.
—No, aún no. —Dany se había encariñado con sus jóvenes pupilos. Unos eran tímidos y otros traviesos, unos cariñosos y otros huraños, pero todos eran inocentes—. Si mato a mis coperos, ¿quién me servirá el vino y la cena? —comentó, tratando de tomárselo a la ligera. La sacerdotisa no sonrió.
—Se dice que el Cabeza Afeitada quiere echárselos a vuestros dragones. Vida por vida. Que quiere que muera un niño por cada bestia de bronce que caiga.
Dany jugueteó con la comida del plato. No se atrevía a mirar hacia donde estaban Grazhar y Qezza por miedo a echarse a llorar.
«El corazón del Cabeza Afeitada es más duro que el mío». Habían discutido media docena de veces por el asunto de los rehenes.
—Los Hijos de la Arpía se desternillan en sus pirámides —le había dicho Skahaz aquella misma mañana—. ¿De qué sirve tener rehenes si no los decapitáis? —A sus ojos, no era más que una mujer débil.
«Con Hazzea fue suficiente. ¿Qué clase de paz es la que hay que comprar con sangre de niños?».
—Ellos no tienen la culpa de estos asesinatos —dijo Dany a la gracia verde con voz débil—. No soy una reina carnicera.
—Y Meereen os lo agradece. Tenemos entendido que el Rey Carnicero de Astapor ha muerto.
—Lo mataron sus propios soldados cuando les ordenó atacar a los yunkios. —Le costaba hasta decirlo—. Aún no se había enfriado su cadáver cuando subió al trono Cleon II. Duró ocho días antes de que le cortaran el cuello. Su asesino aspira al trono, igual que la concubina del primer Cleon. Los astaporis los llaman Rey Asesino y Reina Puta. Sus seguidores se enfrentan en las calles, mientras los yunkios y sus mercenarios aguardan al otro lado de la muralla.
—Corren malos tiempos. Esplendor, ¿puedo tener la osadía de daros un consejo?
—Ya sabéis lo mucho que valoro vuestra sabiduría.
—En ese caso, prestadme oído en esta ocasión y contraed matrimonio.
—Ah. —Era lo que Dany se temía.
—Os he oído decir en varias ocasiones que solo sois una niña. En cierto modo es lo que veo cuando os miro, una niña demasiado joven y frágil para enfrentarse sola a tan duras pruebas. Necesitáis tener un rey a vuestro lado, alguien que os ayude a llevar esta pesada carga.
Dany ensartó un trozo de cordero, le dio un mordisco y lo masticó con desgana.
—Decidme, ¿ese rey podrá llenarse la boca de aire y soplar para devolver a Qarth las galeras de Xaro? ¿Podrá dar unas palmadas y romper el asedio de Astapor? ¿Podrá poner comida en el estómago de mis niños y devolver la paz a mis calles?
—¿Podréis vos? —replicó la gracia verde—. Un rey no es un dios, pero hay muchas cosas que puede hacer un hombre fuerte. Cuando mi pueblo os mira, ve a una conquistadora venida de allende los mares para asesinarnos y esclavizar a nuestros hijos. Un rey lo cambiaría todo. Un rey de alta cuna y pura sangre ghiscaria haría que la ciudad se reconciliara con vuestro reinado. Si no, mucho me temo que terminará como empezó, con sangre y fuego.
—¿A quién quieren los dioses de Ghis que tome como rey y consorte? —preguntó Dany mientras volvía a juguetear con la comida.
—A Hizdahr zo Loraq —respondió Galazza Galare con firmeza. Dany no se molestó en fingir sorpresa.
—¿Por qué a Hizdahr? Skahaz también es noble.
—Skahaz es un Kandaq, y Hizdahr es un Loraq. Vuestro esplendor me disculpará, pero la diferencia es palpable para cualquier ghiscario. He oído decir muchas veces que la sangre de Aegon el Conquistador, Jaehaerys el Sabio y Daeron el Dragón corre por vuestras venas. El noble Hizdahr es de la sangre de Mazdhan el Magnífico, Hazrak el Hermoso y Zharaq el Liberador.
—Sus antepasados están tan muertos como los míos. ¿Acaso Hizdahr despertará a sus espíritus para defender Meereen de sus enemigos? Necesito un hombre con barcos y espadas, y vos me ofrecéis ancestros.
—Somos un pueblo antiguo. Los ancestros son importantes para nosotros. Contraed matrimonio con Hizdahr zo Loraq y tened un hijo con él, un hijo de la arpía y el dragón. Las profecías se cumplirán en él y vuestros enemigos se derretirán como la nieve.
«El semental que montará el mundo». Dany sabía demasiado bien qué eran las profecías. Eran palabras, y las palabras eran aire. No tendría un hijo de Loraq; no habría un heredero que uniera al dragón con la arpía.
«Cuando el sol salga por el oeste y se ponga por el este, cuando los mares se sequen y las montañas se mezan como hojas al viento». Entonces y no antes volvería a agitarse su vientre…
…Pero Daenerys Targaryen tenía otros hijos, decenas de millares que la llamaban madre, cuyas cadenas había roto. Pensó en Escudo Fornido, en el hermano de Missandei, en Rylona Rhee, que tan bellas melodías arrancaba del arpa. No había matrimonio que pudiera devolverles la vida, pero si un esposo contribuía a poner fin a las matanzas, casarse era un deber que tenía para con sus muertos.
«¿Se volverá Skahaz contra mí si me caso con Hizdahr?». Confiaba en Skahaz más que en Hizdahr, pero el Cabeza Afeitada sería un rey desastroso. Era rápido en la ira y lento en la misericordia, y no veía qué podría ganar casándose con un hombre tan detestado como ella. Al menos a Hizdahr lo respetaban.
—¿Qué opina de esto mi futuro esposo? —preguntó a la gracia verde. «¿Qué opina de mí?».
—Vuestra alteza puede preguntárselo. El noble Hizdahr aguarda abajo. Mandad a buscarlo, si os parece bien.
«Estás yendo demasiado lejos, sacerdotisa», pensó la reina; pero se tragó la rabia y se forzó a esbozar una sonrisa.
—¿Por qué no? —Mandó llamar a ser Barristan y pidió al anciano caballero que acompañara a Hizdahr a sus habitaciones—. Es un ascenso largo. Que lo ayuden los inmaculados.
Cuando anunciaron al noble, la gracia verde ya había acabado de cenar.
—Si a vuestra magnificencia le parece bien, me despido de vos. No me cabe duda de que tenéis muchas cosas que discutir con el noble Hizdahr. —La anciana se limpió la miel de los labios, dio un beso a Qezza y otro a Grazhar, y se cubrió el rostro con el velo de seda—. Volveré al templo de las Gracias y rezaré a los dioses para que guíen a mi reina por el camino de la sabiduría.
Se marchó, y Dany esperó a que Qezza le llenara la copa de nuevo antes de ordenar a los niños que salieran e invitaran a entrar a Hizdahr zo Loraq.
«Y como se le ocurra decir ni una palabra sobre sus adorados reñideros, a lo mejor lo tiro por la terraza».
Hizdahr llevaba una sencilla túnica verde bajo el chaleco guateado. Al entrar hizo una marcada reverencia sin perder ni un instante el rostro adusto.
—¿No me sonreís? —le preguntó Dany—. ¿Tanto miedo doy?
—Siempre me embarga la solemnidad en presencia de tanta belleza.
Era un buen comienzo.
—Bebed conmigo. —Dany en persona le llenó la copa—. Ya sabéis por qué estáis aquí. Al parecer, la gracia verde cree que, si os desposo, mis aflicciones se desvanecerán.
—Yo jamás habría tenido la osadía de decir semejante cosa. El hombre nace para luchar y sufrir; sus aflicciones solo se desvanecen cuando muere. Pero sí es cierto que puedo ayudaros. Tengo oro, amigos e influencias, y la sangre del Antiguo Ghis corre por mis venas. Hasta ahora no me he casado nunca, pero he engendrado dos hijos bastardos, un niño y una niña, de modo que soy capaz de daros herederos. Puedo reconciliar a la ciudad con vuestro reinado y poner fin a la matanza que azota las calles noche tras noche.
—¿De verdad? —Dany lo miró a los ojos—. ¿Los Hijos de la Arpía envainarían los cuchillos por vos? ¿Por qué? ¿Acaso sois uno de ellos?
—No.
—¿Me lo diríais si lo fuerais?
—No —rio él.
—El Cabeza Afeitada tiene maneras de averiguar la verdad.
—No me cabe duda de que Skahaz me haría confesar con premura. Un día con él y seré uno de los Hijos de la Arpía; dos días y seré la Arpía en persona. Tres y seré quien mató a vuestro padre en los Reinos del Ocaso, aunque yo era aún un chiquillo. Luego me empalará y podréis ver como muero… pero después de eso continuarán los asesinatos. —Hizdahr se inclinó hacia ella—. O podéis casaros conmigo y tratar de acabar con ellos.
—¿Por qué ibais a querer ayudarme? ¿Por la corona?
—Una corona me quedaría bien, no voy a negarlo, pero no es lo único. ¿Tan extraño os parece que quiera proteger a mi pueblo, igual que vos protegéis a vuestros libertos? Meereen no podrá soportar otra guerra, esplendor.
Era una buena respuesta, una respuesta sincera.
—Yo nunca he querido la guerra. Derroté una vez a los yunkios y me apiadé de su ciudad en vez de saquearla. Me negué a apoyar al rey Cleon cuando marchó contra ellos. Hasta ahora, con Astapor bajo asedio, contengo mi mano. En cuanto a Qarth… Nunca he hecho daño alguno a Qarth…
—Directamente, no, pero Qarth es una ciudad de mercaderes aficionados al tintineo de la plata, al brillo del oro. Cuando acabasteis con el comercio de esclavos, el golpe se dejó sentir desde Poniente hasta Asshai. Qarth depende de sus esclavos, igual que Tolos, Antiguo Ghis, Lys, Tyrosh, Volantis… La lista es larga, mi reina.
—Pues que vengan. En mí encontrarán un enemigo más duro de pelar que Cleon. Prefiero morir luchando a permitir que vuelvan a encadenar a mis hijos.
—Tal vez haya otra opción. Creo que sería posible convencer a los yunkios para que respeten a vuestros libertos, siempre que vuestra adoración acceda a que la Ciudad Amarilla entrene esclavos y comercie con ellos sin interferencias de hoy en adelante. No tiene por qué correr más sangre.
—Excepto la de los esclavos que los yunkios entrenarán y con los que comerciarán —replicó Dany. Pero sabía que había buena parte de verdad en lo que le decía. «Tal vez sea el mejor final al que podemos aspirar»—. No me habéis dicho que me amáis.
—Lo haré si ello os place, esplendor.
—No es así como responde un enamorado.
—¿Qué es el amor? ¿Deseo? Ningún hombre que sea hombre puede miraros y no desearos, Daenerys. Pero no es el motivo por el que me casaría con vos. Antes de que llegarais, Meereen estaba agonizando. Nuestros gobernadores eran ancianos de polla mustia y viejas de coño arrugado y reseco como la arena. Les gustaba sentarse en la cima de sus pirámides para beber vino de albaricoque y hablar de las glorias del Antiguo Imperio mientras los siglos transcurrían y la ciudad se desmoronaba en torno a ellos. Las tradiciones y las precauciones nos aplastaban hasta que vos nos despertasteis con sangre y fuego. Ha llegado una nueva era; ahora son posibles cosas nuevas. Casaos conmigo.
«No es desagradable a la vista y tiene lengua de rey», pensó Dany.
—Besadme —ordenó.
Él le cogió la mano otra vez y le besó los dedos.
—No, así no. Besadme como si fuera vuestra esposa.
Hizdahr la tomó por los hombros con tanta delicadeza como si Dany fuera un pajarillo, se inclinó hacia delante y apretó los labios contra los suyos. Fue un beso ligero, seco y rápido. Ella no sintió nada.
—¿Queréis que os bese de nuevo?
—No. —En el estanque de la terraza donde se bañaba, los peces le mordisqueaban las piernas. Hasta ellos besaban con más fervor que Hizdahr zo Loraq—. No os amo.
—Puede que con el tiempo llegue el amor. —Hizdahr se encogió de hombros—. A veces pasa.
«No a nosotros mientras Daario esté tan cerca. Es a él a quien quiero, no a ti».
—Regresaré a Poniente algún día, para reclamar los Siete Reinos de mi padre.
—Todo hombre debe morir, y no sirve de nada regodearse pensando en la muerte. Yo prefiero tomar lo que me da cada día.
Dany entrelazó los dedos.
—Las palabras son aire, y eso incluye términos como amor y paz. Yo confío más en los hechos. En mis Siete Reinos, los caballeros emprenden gestas para demostrar que son dignos de la doncella a la que aman. Parten en busca de espadas mágicas, de cofres de oro, de coronas robadas del tesoro de un dragón…
Hizdahr arqueó una ceja.
—Los únicos dragones de los que tengo noticia son los vuestros, y las espadas mágicas escasean aún más. Puedo traeros anillos, coronas y cofres de oro, si es lo que queréis.
—Lo que quiero es paz. Decís que podéis ayudarme a acabar con las matanzas nocturnas en mis calles. Hacedlo, pues. Poned fin a esta guerra de sombras, mi señor. Esa será vuestra gesta. Proporcionadme noventa días y noventa noches sin muertes, y sabré que sois digno de un trono. ¿Seréis capaz?
Hizdahr se quedó pensativo.
—¿Noventa días y noventa noches sin un solo cadáver, y el día que haga el número noventa y uno nos casaremos?
—Puede que sí —respondió Dany con una mirada recatada—. Aunque las niñas solemos ser volubles. Puede que luego quiera una espada mágica.
Hizdahr se echó a reír.
—También os la conseguiré, esplendor. Vuestros deseos son órdenes para mí. Será mejor que digáis a vuestro senescal que vaya haciendo los preparativos de la boda.
—Seguro que el noble Reznak estará encantado.
Si en Meereen corría la voz de que se preparaba una boda, tal vez bastara con eso para proporcionarle unas noches de respiro, aunque los esfuerzos de Hizdahr no dieran fruto.
«El Cabeza Afeitada no se va a alegrar precisamente, pero Reznak mo Reznak bailará de alegría. —Las dos cosas le resultaban igual de preocupantes. Dany necesitaba a Skahaz y a las bestias de bronce, y había aprendido a desconfiar de los consejos de Reznak—. Guardaos del senescal perfumado. ¿Acaso Reznak ha hecho causa común con Hizdahr y la gracia verde para tenderme una trampa?».
En cuanto Hizdahr zo Loraq se marchó, ser Barristan apareció tras ella con su larga capa blanca. Los años de servicio en la Guardia Real habían enseñado al caballero a hacerse invisible cuando la reina tenía visitas, pero nunca se alejaba demasiado.
«Lo sabe —advirtió Dany al instante—, y no lo aprueba». Las arrugas que flanqueaban la boca del caballero se habían hecho más profundas.
—Bueno, parece que voy a casarme de nuevo —le dijo—. ¿Os alegráis por mí?
—Si eso es lo que ordenáis, alteza…
—Hizdahr no es el marido que me habríais elegido.
—No me corresponde la tarea de elegiros marido.
—Cierto —convino—, pero para mí es importante que lo entendáis. Mi pueblo se desangra, está moribundo. La reina se debe a su reino. Matrimonio o matanza, esas son mis opciones: una boda o una guerra.
—¿Puedo hablaros con sinceridad, alteza?
—Siempre.
—Hay una tercera opción.
—¿Poniente?
—Sí. Juré serviros, alteza. Juré protegeros de todo mal dondequiera que vayáis. Mi lugar está a vuestro lado, ya sea aquí o en Desembarco del Rey…, pero vuestro lugar está en Poniente, en el Trono de Hierro donde se sentaba vuestro padre. Los Siete Reinos jamás aceptarán a Hizdahr zo Loraq como rey.
—De la misma manera que Meereen jamás aceptará a Daenerys Targaryen como reina. En eso, la gracia verde tiene toda la razón. Necesito tener a mi lado a un rey, a un soberano de sangre ghiscaria. De lo contrario, siempre me verán como la bárbara zafia que derribó sus puertas, empaló a sus familiares y robó sus riquezas.
—En Poniente seríais la niña descarriada que vuelve para alegrar el corazón de su padre. Vuestros súbditos os aclamarán cuando cabalguéis entre ellos, y todos los hombres bien nacidos os amarán.
—Poniente está muy lejos.
—No se acercará mientras sigamos aquí. Cuanto antes nos marchemos de este lugar…
—Lo sé, de verdad, lo sé. —Dany deseaba con todo su corazón hacérselo entender. Deseaba ir a Poniente tanto como él, pero antes tenía que restañar las heridas de Meereen—. Noventa días son muchos. Puede que Hizdahr fracase, pero mientras lo esté intentando, ganaré tiempo. Tiempo para firmar alianzas, para fortalecer mis defensas, para…
—¿Y si no fracasa? ¿Qué haría entonces vuestra alteza?
—Su deber. —Sintió la palabra como hielo en la lengua—. Vos estuvisteis en la boda de mi hermano Rhaegar. Decidme, ¿se casó por amor o por deber?
—La princesa Elia era una buena mujer, alteza —titubeó el anciano caballero—. Era bondadosa e inteligente, de ingenio rápido y corazón amable. Sé que el príncipe le tenía mucho afecto.
«Afecto. —Era una palabra muy reveladora—. Yo también podría cobrarle afecto a Hizdahr zo Loraq. Con el tiempo».
—También presencié el matrimonio de vuestros padres —continuó ser Barristan—. Perdonadme, pero entre ellos no había afecto, y el reino lo pagó muy caro, mi reina.
—Si no se querían, ¿por qué se casaron?
—Por orden de vuestro abuelo. Una bruja de los bosques le había dicho que el príncipe prometido nacería de esa estirpe.
—¿Una bruja de los bosques? —repitió Dany sorprendida.
—Llegó a la corte con Jenny de Piedrasviejas. Era una persona diminuta, grotesca. Muchos opinaban que se trataba de una enana, pero lady Jenny le tenía mucho cariño y decía que era una hija del bosque.
—¿Qué fue de ella?
—Refugio Estival. —Dos palabras funestas.
—Retiraos, por favor —suspiró Dany—. Estoy muy cansada.
—Como ordenéis. —Ser Barristan hizo una reverencia y dio media vuelta para salir, pero se detuvo al llegar a la puerta—. Disculpad, alteza, tenéis una visita. ¿Le digo que vuelva mañana?
—¿Quién es?
—Naharis. Los Cuervos de Tormenta han vuelto a la ciudad.
«Daario». El corazón le dio un vuelco.
—¿Cuánto hace qué…? ¿Cuándo ha…? —No le salían las palabras, pero ser Barristan la entendió.
—Vuestra alteza estaba con la sacerdotisa cuando han llegado. Sabía que no queríais que os interrumpieran, y las nuevas del capitán podían esperar a mañana.
—No. —«¿Cómo voy a dormir sabiendo que mi capitán está tan cerca?»—. Decidle que suba. Ya… no os necesitaré esta noche; con Daario estaré a salvo. Ah, tened la amabilidad de decirles a Irri y Jhiqui que entren. Y a Missandei.
—Tengo que cambiarme, tengo que ponerme hermosa. —Eso fue lo que dijo a sus doncellas cuando entraron.
—¿Qué quiere ponerse vuestra alteza? —preguntó Missandei.
«Luz de estrellas y espuma de mar —pensó Dany—. Un atisbo de seda que muestre mi pecho izquierdo para deleite de Daario. Ah, y flores en el pelo». Cuando se conocieron, el capitán había estado llevándole flores a diario durante todo el camino desde Yunkai a Meereen.
—Traedme la túnica de lino gris con el corpiño de perlas. Ah, y la piel de león blanco. —Siempre se sentía más segura con la piel de león de Drogo.
Daenerys recibió al capitán en su terraza, sentada en un banco de piedra labrada bajo un peral. La media luna flotaba en el cielo, sobre la ciudad, arropada por un millar de estrellas. Daario Naharis se acercó pavoneándose.
«Se pavonea hasta cuando está parado». El capitán vestía un pantalón ancho de rayas remetido en las botas de cuero morado, una camisa de seda blanca y un chaleco de anillas doradas. Llevaba la barba de tres puntas teñida de violeta, los extravagantes bigotes, de dorado, y los largos rizos, de ambos colores a partes iguales. A un lado del cinturón llevaba un estilete, y al otro, un arakh dothraki.
—Mi luminosa reina, durante mi ausencia os habéis tornado más bella. ¿Cómo es posible semejante cosa?
La reina estaba acostumbrada a alabanzas por el estilo, pero el cumplido significaba mucho más en boca de Daario que dicho por alguien como Reznak, Xaro o Hizdahr.
—Me informan de que nos habéis prestado un excelente servicio en Lhazar, capitán. —«Te he echado tanto de menos…».
—Vuestro capitán vive para servir a esta reina cruel.
—¿Cruel?
La luz de la luna arrancó destellos de los ojos del hombre.
—Me adelanté al galope al resto de mis hombres para ver vuestro rostro cuanto antes, y vos me dejasteis languidecer mientras comíais higos y cordero con una vieja reseca.
«No me dijeron que estabas aquí; de lo contrario, tal vez habría cometido la estupidez de haceros entrar al momento».
—Estaba cenando con la gracia verde. —Le pareció mejor no mencionar a Hizdahr—. Tenía una necesidad urgente que requería su sabio consejo.
—Yo solo tengo una necesidad urgente: Daenerys.
—¿Queréis que os traigan algo para comer? Debéis de estar famélico.
—Hace dos días que no pruebo bocado, pero me basta con saciarme de vuestra belleza.
—Mi belleza no va a llenaros el estómago. —Cogió una pera y se la lanzó—. Comed.
—Como ordene mi reina.
El diente de oro centelleó al morder la fruta; el jugo le corrió por la barba morada. La joven que había en Dany tenía tantas ganas de besarlo que le dolía el pecho.
«Sus besos serían duros e implacables —se dijo—, y le daría igual que le gritara y le ordenara detenerse». Pero la reina que había en ella sabía que sería una locura.
—Habladme de vuestro viaje.
—Los yunkios enviaron mercenarios para cerrar el paso de Khyzai. Los Lanzas Largas, como se hacen llamar. Caímos sobre ellos durante la noche y mandamos al infierno a unos cuantos. En Lhazar maté a dos de mis sargentos por conspirar para robar las gemas y la vajilla de oro que me había confiado vuestra alteza como regalos para los hombres cordero. Por lo demás, todo transcurrió según lo previsto.
—¿Cuántos hombres perdisteis en el combate?
—Nueve, pero una docena de lanzas largas decidió que preferían ser cuervos de tormenta a ser cadáveres, así que al final salimos ganando tres. Les dije que vivirían más luchando al lado de vuestros dragones que contra ellos, y entendieron lo sensato de mis palabras.
—Puede que sean espías de Yunkai —señaló Dany, desconfiada.
—Son demasiado idiotas para ser espías. No los conocéis.
—Vos tampoco. ¿Confiáis en ellos?
—Confío en todos mis hombres. Mientras no los pierda de vista. —Escupió una semilla y sonrió ante sus recelos—. ¿Queréis que os traiga sus cabezas? Lo haré si así lo ordenáis. Uno de ellos es calvo y dos tienen trenzas, y de ellos, uno se tiñe la barba de cuatro colores diferentes. ¿Qué espía luciría una barba así? El que maneja la honda es capaz de acertar en el ojo a un mosquito a cuarenta pasos, y al feo se le dan bien los caballos, pero si mi reina dice que han de morir…
—No he dicho eso, solo que… Bueno, no los perdáis de vista, nada más. —Se sintió un poco tonta al decir aquello. Siempre se sentía un poco tonta cuando estaba con Daario. «Desmañada, infantil y torpe. ¿Qué pensará de mí?»—. ¿Los hombres cordero nos enviarán comida?
—El trigo llegará en barcazas por el Skahazadhan, alteza, y otras provisiones vendrán en caravanas por el paso de Khyzai.
—Por el Skahazadhan no llegará nada; nos han cerrado el río, y también los mares. Ya habréis visto los barcos en la bahía. Los qarthienses han puesto en fuga a un tercio de nuestra flota pesquera y se han apoderado de otro tercio. El resto no se atreve a salir del puerto. Nos han cortado el poco comercio que nos quedaba.
—Los qarthienses tienen leche en las venas. —Daario tiró el rabito de la pera—. En cuanto les enseñéis a vuestros dragones, huirán despavoridos.
Dany no quería hablar de los dragones. A la corte seguían llegando campesinos con sacas de huesos quemados y quejas sobre ovejas desaparecidas, aunque Drogon no había vuelto a la ciudad. Según algunos informes, lo habían visto al norte del río, sobre el mar de hierba dothraki. Abajo, en la fosa, Viserion se había arrancado una cadena. Rhaegal y él estaban cada día más fieros. Según los inmaculados, en cierta ocasión, las puertas de hierro se pusieron al rojo vivo, y nadie se atrevió a tocarlas en todo el día.
—Astapor también está bajo asedio.
—Eso sí lo sabía. Un lanza larga vivió lo suficiente para decirnos que los hombres se comían entre sí en la Ciudad Roja. Dijo que pronto le tocaría el turno a Meereen, así que le corté la lengua y se la eché a un perro amarillo. Los perros no se comen la lengua de un mentiroso, pero el perro se la comió, así que supe que decía la verdad.
—También tengo una guerra dentro de la ciudad. —Le habló de los Hijos de la Arpía y las Bestias de Bronce; de la sangre en las paredes de ladrillo—. Estoy rodeada de enemigos, intramuros y extramuros.
—Atacad —respondió él al momento—. Cuando alguien está rodeado de enemigos, no puede defenderse. Intentadlo, y el hacha os golpeará por la espalda mientras estáis esquivando el puñal. No. Si os enfrentáis a múltiples enemigos, elegid al más débil, matadlo, saltad sobre su cadáver y huid.
—¿Hacia dónde?
—Hacia mi cama. Hacia mis brazos. Hacia mi corazón.
Los puños del arakh y el estilete de Daario eran dos mujeres de oro, desnudas y lujuriosas. Las acarició con los pulgares en un gesto que a Dany le pareció increíblemente obsceno, y le dedicó una sonrisa malévola. Ella sintió como se le agolpaba la sangre en el rostro. Era casi como si la acariciara a ella.
«¿Me consideraría lujuriosa si me lo llevara a la cama? —Casi lo deseaba—. No puedo volver a verlo a solas. Es peligroso tenerlo cerca».
—La gracia verde dice que debo tener un rey ghiscario —le dijo, arrebolada—. Me presiona para que me case con el noble Hizdahr zo Loraq.
—¿Con ese? —rio Daario—. Si lo que queréis es un eunuco en la cama, ¿por qué no con Gusano Gris? ¿De verdad deseáis tener un rey?
«Te deseo a ti».
—Lo que deseo es paz. Le he dicho a Hizdahr que tiene noventa días para poner fin a los asesinatos. Si lo consigue, lo tomaré como esposo.
—Casaos conmigo y lo conseguiré en nueve.
«Sabéis que no es posible».
—Lucháis contra sombras en vez de enfrentaros a los hombres que las proyectan —siguió Daario—. Matadlos a todos y adueñaos de sus tesoros. Solo tenéis que susurrarme una orden y vuestro humilde servidor os construirá con sus cabezas una pirámide más alta que esta.
—Si supiera quiénes son…
—Zhak, Pahl y Merreq. Y los demás. Esos son. Los grandes amos, ¿quién si no?
«Es tan osado como sanguinario».
—No tenemos pruebas de que sea obra suya. ¿Queréis que mate a mis propios súbditos?
—Vuestros propios súbditos os matarían de buena gana.
Había estado ausente tanto tiempo que Dany casi se había olvidado de cómo era. Tuvo que recordarse que los mercenarios eran traicioneros por naturaleza.
«Voluble, descreído, implacable. Nunca será más que lo que es. Nunca tendrá madera de rey».
—Las pirámides son fortalezas. El coste de hacerlos prisioneros sería espantoso. En cuanto atacáramos a uno, los demás se levantarían contra nosotros.
—Pues sacadlos de sus pirámides con algún pretexto. Una boda, por ejemplo, ¿por qué no? Prometed vuestra mano a Hizdahr, y todos los grandes amos acudirán a presenciar el matrimonio. Cuando estén todos en el templo de las Gracias, caeremos sobre ellos.
«Es un monstruo —pensó, sobrecogida—. Un monstruo apuesto, pero un monstruo».
—¿Me tomáis por el Rey Carnicero?
—Más vale ser carnicero que carne. Todos los reyes son carniceros. ¿Las reinas no?
—Esta reina no.
Daario se encogió de hombros.
—La mayoría de las reinas no tienen más función que calentarle la cama al rey y parirle hijos. Si esa es la clase de soberana que queréis ser, haréis bien en casaros con Hizdahr.
—¿Habéis olvidado quién soy? —espetó, furiosa.
—No. ¿Y vos?
«Viserys le habría cortado la cabeza por semejante insolencia».
—Soy de la sangre del dragón. No tengáis la osadía de darme lecciones. —Dany se levantó, y la piel del león se le escurrió de los hombros y cayó al suelo—. Marchaos.
—Vivo para obedeceros —replicó Daario con una amplia reverencia.
Cuando se fue, Daenerys hizo llamar a ser Barristan.
—Quiero que vuelvan a partir los Cuervos de Tormenta.
—Alteza, pero si acaban de regresar…
—Quiero que se vayan. Que patrullen en las cercanías de Yunkai y ofrezcan protección a las caravanas que se acerquen por el paso de Khyzai. De ahora en adelante, Daario os informará a vos. Encargaos de que reciba todos los honores que merezca y de que se pague bien a sus hombres, pero bajo ningún concepto quiero tenerlo en mi presencia.
—Como ordenéis, alteza.
Aquella noche no pudo dormir; no hacía más que dar vueltas y vueltas en la cama. Incluso llamó a Irri con la esperanza de que sus caricias la ayudaran a descansar, pero al cabo de un rato echó a la muchacha dothraki. Irri era dulce, suave y voluntariosa, pero no era Daario.
«¿Qué he hecho? —pensó mientras se arrebujaba en el lecho solitario—. Con el tiempo que llevaba esperando su regreso, he ordenado que se vaya».
—Ese hombre me convertiría en un monstruo —susurró—. En una reina carnicera.
Pero entonces pensó en Drogon, que estaba tan lejos, y en los dragones de la fosa.
—Tengo las manos manchadas de sangre, y también el corazón. Daario y yo no somos tan distintos. Los dos somos monstruos.