En los días siguientes, Log evitó en lo posible encontrarse con Fenris. Este trató de hablar con él, pero el chamán le había retirado la palabra y no lo disimulaba. Algunos en la tribu empezaron a preguntarse qué habría hecho Fenris para disgustar a Log, y alguien incluso se lo preguntó abiertamente, pero el elfo no podía contestar. ¿Qué iba a decir? ¿Que el chamán deseaba ser como él, y que Fenris jamás lo permitiría? Podía explicarles que no quería que nadie más tuviese que sufrir la licantropía, pero probablemente ellos reaccionarían como Log, creerían que deseaba ser el único capaz de transformarse para estar por encima de los demás. Pero Fenris, que sabía en qué se convertirían realmente, no podía dejar que aquello sucediera. Apreciaba demasiado a la Tribu del Lobo como para convertirlos en asesinos a ellos también.
Durante un tiempo no sucedió nada, aunque el chamán seguía sin hablarle. Llegó la primavera y, para celebrarlo, como todos los años, se organizó una cacería bajo la luna llena. Los mejores guerreros acompañarían a Fenris y Ronna en una expedición por las montañas, en busca de osos recién salidos del letargo. Aquel invierno había sido especialmente duro y se había llevado a varios miembros del clan, de modo que la llegada de la primavera fue recibida con una gran alegría, como si con ella pudieran olvidar por fin la dura etapa que dejaban atrás. Se respiraba euforia en el ambiente; sería la primera cacería de tres de los jóvenes, y su júbilo y nerviosismo habían contagiado a los adultos. Uno de los muchachos era Rasloc, un sobrino de Ronna, que admiraba especialmente a Fenris y que estaba deseando unirse a su grupo de caza. Su entusiasmo logró que hasta Ronna sonriera por primera vez en mucho tiempo, animada por la perspectiva de una noche especial.
Como cada tarde antes del plenilunio, Fenris se sentó sobre una pequeña loma a ver caer el sol. Ronna se sentó a su lado, y Rasloc y varios hombres y mujeres más los acompañaron. Habían pasado muchos años, pero todavía sentían fascinación por la metamorfosis del más peculiar de los miembros de su clan.
Poco antes de que la última uña de sol se escondiera tras el horizonte, llegó un muchacho corriendo desde el poblado:
—¡Fenris! —lo llamó—. El chamán quiere hablar contigo.
Fenris se quedó sorprendido. Hacía muchos meses que Log no le dirigía la palabra.
—Vuelvo enseguida —le dijo a Ronna.
Se alejó en dirección al poblado. Saludó a un grupo de guerreros que estaban cerca de la tienda del chamán, pero ellos no le respondieron. Alguno le dirigió una mirada hosca. Fenris se preguntó qué había hecho para ofenderlos, pero no se detuvo.
Entró en la vivienda del chamán e inmediatamente notó algo raro. Miró a su alrededor, pero no vio nada extraño. Log estaba esperándolo, sentado en el suelo junto al brasero, como tantas otras veces. No había nada que se saliera de lo normal, excepto…
Olfateó en el aire. Sí, eso era: se trataba de un olor extraño, un olor que conocía y que hizo rebullir a la bestia en su interior, pero que no fue capaz de identificar.
Debería haber sospechado que algo no marchaba del todo bien, pero lo que hizo fue encogerse de hombros y saludar al chamán. Seguramente, se dijo, el olor procedería del brasero: a Log le gustaba echar hierbas aromáticas en él. Las recolectaba en primavera y verano, las dejaba secar y luego las guardaba en saquillos de piel. Su habilidad en el uso de las plantas estaba muy lejos de igualar a la del brujo que había sido amigo de Fenris en el Reino de los Elfos, pero no era tampoco desdeñable.
Log correspondió a su saludo. Fenris se sentó ante él.
—Me alegro de que vuelvas a hablarme.
—Tal vez fui demasiado duro contigo —dijo Log, encogiéndose de hombros—. Solo quería decírtelo. Y contarte algo más.
—Lo que quieras. Pero ¿no puede esperar? Está saliendo la luna llena. Estoy a punto de transformarme.
—Oh, ¿y qué problema hay? Soy un miembro de la Tribu del Lobo. No puedes hacerme daño, ¿o sí?
—Sabes que no —gruñó Fenris.
—Entonces, ¿qué te preocupa? ¿Desconfías de mí?
Fenris vaciló. Había algo en todo aquello que no terminaba de gustarle, pero no estaba seguro de qué era, y su lógica le decía que no había motivos para preocuparse.
—Claro que no —dijo finalmente.
—Entonces demuéstramelo. Transfórmate aquí, ante mí.
Fenris frunció el ceño. Sus sentidos iban agudizándose cada vez más y ahora empezaba a percibir con claridad aquel extraño olor, pero seguía sin poder identificarlo.
—No te fías de mí —concluyó Log—. Sabes que no podrías morderme aunque quisieras. ¿Por qué dudas ahora?
Fenris no respondió. Se levantó y dio media vuelta para salir de la cabaña, pero a los dos pasos la luna lo reclamó como posesión suya y comenzó a transformarse. Se detuvo, jadeando de dolor, y cayó al suelo de rodillas. Trató de arrastrarse hasta la entrada…
Pero entonces aquel olor volvió con más intensidad y en esta ocasión lo reconoció: era el aroma de la muerte.
Se volvió hacia Log, sorprendido; el chamán estaba allí de pie, contemplándolo en silencio. Fenris quiso decir algo, pero solo logró emitir un gruñido. Mientras su cuerpo se metamorfoseaba en el de un enorme lobo, Fenris empezó a sentir una terrible sed de sangre, y su instinto le dijo que atacase a Log, que estaba junto a él y sería una presa fácil. Jadeó, sorprendido. Hacía años que no experimentaba aquella sensación en presencia de un ser humano. Luchó con el deseo de lanzarse contra Log y desgarrar su garganta y, mientras su espalda se encorvaba y su piel se cubría de vello, miró al chamán y susurró con un gruñido:
—¿Qué está pasando?
Sonriendo, Log alargó la mano hasta un montón de pieles que tenía tras de sí. Tiró de la primera de ellas y dejó al descubierto lo que ocultaba.
Un lobo muerto.
Shan, el lobo de Log.
Al principio, Fenris no lo comprendió. Pero después, con sus últimos pensamientos conscientes, cuando la bestia ya saltaba sobre el chamán, entendió, horrorizado, lo que este había hecho.
Al asesinar a un lobo había roto el pacto primitivo, el juramento que sus antepasados habían hecho a Fenris, el Primero. Había matado al animal sagrado, al tótem de la tribu. Por tanto, ya no pertenecía a ella, y la bendición de Fenris le había sido retirada.
Lo último que pensó el elfo antes de sumirse en la oscuridad y dejar paso a la bestia fue que Log estaba loco; no podía ser de otra manera, puesto que había violado un pacto ancestral, en el que creía con toda su alma, y había arriesgado su vida para transformarse en un hombre—lobo, en un monstruo.
Se despertó al día siguiente con el cuerpo dolorido y una fuerte jaqueca. Cuando trató de levantarse, se dio cuenta de que no podía y enseguida descubrió por qué: lo habían atado de pies y manos y estaba echado en el suelo de una cabaña pequeña y oscura que no era la suya. Gritó, llamando a Ronna, y un joven guerrero asomó la cabeza por la puerta y le dirigió una mirada llena de desprecio. Fenris, sorprendido, no fue capaz de decir nada. Lo conocía desde que era un bebé y siempre se habían llevado bien.
El guerrero se fue sin decir una palabra y al cabo de un rato apareció Ronna, que corrió a abrazarle.
—Oh, Fenris —suspiró—. ¿Por qué lo has hecho?
—¿Hacer qué? —preguntó él, sorprendido.
Entonces recordó de golpe todo lo que había pasado la noche anterior. Trató de levantarse, pero las cuerdas lo retuvieron y se debatió furioso.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Log?
—Entonces, ¿lo recuerdas? —Ronna lo miró con una sombra de temor en sus ojos.
—Recuerdo hasta el momento en que me transformé en lobo y salté sobre él para matarlo —murmuró el elfo en voz baja.
—Gritó pidiendo auxilio. Shan, su lobo, saltó a defenderlo —le disparó una mirada cargada de reproche—. Lo mataste, Fenris. ¿Cómo pudiste?
—¿Que lo maté? —repitió Fenris, presa de pánico—. ¿A Log?
—No, a Shan —gimió Ronna, horrorizada—, ¡A un lobo! ¡A uno de nuestros hermanos! Fenris, ¿cómo fuiste capaz? ¡Eres uno de ellos!
—Pero… ¿Log está bien?
—Sí, había un grupo de jóvenes cerca y entraron enseguida a socorrerlo. Por fortuna, llegaron a tiempo.
—Y… ¿lo mordí?
—No…, no estoy segura. Dicen que está herido, pero que no es grave. Desgraciadamente, era demasiado tarde para el lobo. Fenris, has matado a un lobo y has atacado a nuestro chamán. ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
—Un momento, un momento. Yo no maté a ese lobo. Ya estaba muerto.
Le relató lo que había sucedido la noche anterior. Le contó también la conversación que había mantenido tiempo atrás con el chamán y cómo este le había reprochado que quisiese guardarse su «don» para sí. Conforme iba hablando, mejor comprendía la trampa que le había tendido Log.
—¡Lo hizo a propósito para que le mordiera! Él sabía que esos chicos estaban allí y que podrían defenderle, porque ellos seguían siendo miembros de la tribu y, si se interponían entre los dos, yo no podría matarle. De hecho, es muy posible que no estuviesen allí por casualidad, ¡él los había llamado! ¡Les había dicho que estuvieran alerta, porque yo intentaría atacarle!
—¿Y acaso no lo hiciste? —replicó Ronna con cierta dureza.
—¡Claro que lo hice, Ronna! —casi gritó él—. ¡He intentado explicaros muchas veces que soy una bestia cruel y asesina las noches de luna llena! Lo único que os protege de mí es la bendición del Primero, pero Log quería que yo le mordiese para ser como yo, y por eso mató a Shan, ¿entiendes? Rompió el pacto ancestral a propósito, para que yo pudiese atacarle. ¡Y ahora probablemente se ha convertido en un hombre—lobo, en un asesino!
Ronna lo escuchaba horrorizada.
—¿Cómo te atreves a hablar así del chamán? ¡Él nunca haría nada parecido!
Fenris quiso responder, pero ella salió de la choza con los ojos llenos de lágrimas.
En los días siguientes, el elfo se enteró de muchas cosas gracias al joven Rasloc, que acudía a verlo a escondidas y le contaba cómo estaba la situación.
No muy bien para él, desde luego.
—Log dice que tú nos has engañado —dijo Rasloc— y no eres uno de los nuestros. Dice también que, como has atacado a un hombre y matado a un lobo, ya no perteneces a nuestro clan. Y eso demuestra, además, que no eres un auténtico lobo, porque, de lo contrario, no habrías podido herirle. Dice que eres una criatura de malignos y extraños poderes, que puedes adoptar la apariencia de un lobo, sin ser realmente uno de ellos. Y que por eso debes morir.
—¿Y los demás… le creen?
—Algunos sí y otros no. Yo no le creo, Fenris. Yo confío en ti. Y ya verás cómo todo se soluciona pronto.
Pero, a pesar de la fe incondicional de Rasloc, Fenris sabía que las palabras del chamán tenían mucho peso en la tribu y que no sería tan sencillo demostrar su inocencia. El elfo creía estar viviendo una pesadilla. Nuevamente su condición de licántropo le arrebataba el amor y la confianza de sus semejantes. Pero en esta ocasión, lo sabía, era inocente. Había atacado a Log porque él le había obligado a ello.
Una noche, Ronna volvió a entrar en el lugar donde se hallaba recluido y lo miró a los ojos con contenida emoción.
—Te creo —susurró.
Fue un alivio para él, pero no pudo evitar preguntar:
—¿Por qué?
Ronna se sentó a su lado. Su mirada era ahora de piedra.
—Log ha anunciado que el espíritu del Primero se le ha aparecido para revelarle que lo ha designado a él como su sucesor, y que se manifestará a través de su cuerpo en la próxima luna llena.
Fenris sintió que se le congelaba la sangre en las venas.
—Entonces lo consiguió —musitó—. Le mordí, como él quería. Se ha convertido en un hombre—lobo.
Ronna lo miró.
—Eso es lo de menos, Fenris. ¿No lo entiendes? Si se transforma, demostrará ante todos que el Primero le favorece y le da la razón. Todos creerán sus palabras. Serás ejecutado por traidor.
Fenris suspiró. De nuevo su mundo se rompía en mil pedazos. De nuevo tendría que elegir entre huir como una rata o morir ajusticiado como un criminal. Miró a su compañera a los ojos.
—Nunca se acabará, ¿verdad, Ronna? Quizá debería rendirme. Quizá debería dejarme morir. Cuando el mundo entero se pone de acuerdo para desear mi muerte, es porque mi nacimiento fue seguramente un error.
Se le quebró la voz. Había pensado mucho en ello desde la muerte de Novan, pero nunca se había atrevido a decirlo en voz alta. Él era una creación del hombre—lobo, un monstruo. Novan había tenido razón al autoproclamarse padre suyo. Era como él, lo quisiera o no.
—No —declaró Ronna rotundamente—. Tú no eres un error. Eres una criatura extraordinaria, Fenris, seas lo que seas. Y, si hemos de elegir entre la vida de Log y la tuya, yo elijo la tuya.
Fenris quiso abrazarla, pero estaba maniatado. Ella lo hizo por él.
Permaneció prisionero durante el resto del mes, asistiendo impotente a los preparativos de la noche del plenilunio en la que el Primero se manifestaría a través de Log.
El mismo chamán fue una tarde a visitarlo. En cuanto apareció por la puerta, Fenris sintió aquella conocida sensación de familiaridad que había experimentado junto a Novan. Definitivamente, Log era como él, se había convertido en un licántropo. Ya no había vuelta atrás.
El chamán lo contempló un instante y se llevó la mano inconscientemente al vendaje del brazo, que ocultaba sin duda la herida que Fenris le había producido al morderle. Entonces le dijo:
—Siento que un nuevo poder me recorre por dentro. Y es magnífico. Me siento más fuerte de lo que nunca he sido. Dime, ¿por qué no quisiste compartir esto conmigo? ¿Por qué tuve que arrancártelo a la fuerza?
—Porque no es un don, Log —replicó Fenris con voz ronca—. Te lo he dicho muchas veces. Es una maldición. Crees que controlas a la bestia, pero es al revés, ella te controla a ti.
Los ojos de Log brillaron febrilmente.
—Estoy deseando saber qué se siente.
—Estás loco —dijo Fenris, asqueado.
Log se inclinó junto a él y le susurró al oído:
—Aún podemos arreglarlo. Hagamos las paces, Fenris. Si te unes a mí, diré a todo el mundo que el Primero te ha perdonado y que permanecerás con nosotros. Cuando me vean transformándome, ¿quién va a dudar de mis palabras?
—Jamás —dijo Fenris ferozmente—. Ya creí una vez en bellas palabras, me dejé engatusar y me convertí en un asesino. No volveré a ser cómplice de alguien que trata de convencerme de que es bueno ser un licántropo.
La sonrisa de Log desapareció.
—Entonces, tendrás que morir. Será lo mejor para el clan. Al fin y al cabo, siempre fuiste un extranjero.
El día del plenilunio, Rasloc fue a verle al atardecer y, precipitadamente, le susurró que las cosas se estaban poniendo difíciles, pero que él y Ronna tenían un plan para liberarlo. No pudo explicarle más porque la llegada de uno de los guerreros le hizo salir precipitadamente de la tienda, pero Fenris se sintió algo mejor. Al menos sabía que tenía amigos que no lo abandonarían.
Poco antes del anochecer, Fenris fue conducido hasta las afueras del poblado. Allí, sobre una loma, Log aguardaba majestuosamente la llegada de la noche, vestido para la ocasión y adornado con un imponente tocado de plumas. Toda la tribu se hallaba allí reunida, pero Fenris no vio a Ronna por ninguna parte. Por pura rebeldía, se debatió cuando lo ataron a un poste que habían plantado allí, al pie de la loma, pero fue inútil.
Log alzó los brazos y pronunció un largo discurso, proclamando la grandeza del Primero como padre y creador de todos ellos. Fenris escuchó boquiabierto. ¿Desde cuándo aquel lobo mítico se había transformado en un dios? ¿Desde cuándo era Log su sacerdote?
Pero lo que más le sorprendió fue ver cómo lo escuchaban los miembros de la tribu. «Le creen», pensó con amargura. «Estaban deseando creerle, porque mi versión lo convierte en un sacrilego, un traidor y un farsante, y ellos no quieren ni pensar que el chamán, el símbolo de su tribu, sea un individuo así».
Log terminó de hablar y se volvió hacia el horizonte. Todos siguieron la dirección de su mirada: la luna llena que comenzaba a emerger tras las montañas.
Fenris sintió que la bestia despertaba en su interior, como tantas otras veces. Mientras se transformaba, vio por el rabillo del ojo que el chamán comenzaba a metamorfosearse también, entre aullidos de dolor, y lo oyó gritar:
—¡Soy un lobo! ¡Soy el verdadero Fenris, el Señor de los Lobos!
Y entonces oyó también la voz de Ronna que susurraba en su oído:
—No tengas miedo; vamos a marcharnos de aquí.
Empezó a desatarle las ligaduras, pero Fenris estaba ya a medio transformar y las rompió de un solo tirón.
—Vámonos —dijo con voz ronca.
Log vio que se marchaban y aulló de rabia. Fenris se volvió hacia él justo a tiempo para ver cómo el chamán, ya casi completamente transformado, corría hacia ellos con un brillo de salvaje locura en sus ojos.
—¡Vas a morir, elfo! —gruñó.
Fenris no había consumado del todo su propia transformación; siempre había sido algo más lento que Novan, pero lo había atribuido al hecho de que el mago era un Señor de los Lobos. Ahora descubría que, probablemente, todos los hombres—lobo fueran más rápidos en transformarse que los licántropos elfos, en el caso de que hubiera más como él. El cuerpo de Fenris estaba ya casi completamente cubierto de vello y sus colmillos se habían afilado, pero no era aún un lobo completo; en cambio, para cuando Log saltó sobre ellos, el chamán ya no era más que una bestia.
Fenris lanzó un grito de advertencia, pero dos figuras se interpusieron entre él y el hombre—lobo, que cayó hacia atrás como herido por un rayo.
Ronna y Rasloc.
Los dos se habían plantado ante Fenris a modo de escudo, y, tras un primer momento de pánico, el elfo alabó su decisión. Porque ellos seguían protegidos por la bendición del Primero, y Log, que parecía haber chocado contra una fuerza invisible, comenzó a transformarse rápidamente en hombre de nuevo, como le había sucedido al propio Fenris en su primer encuentro con Ronna.
Una nueva sacudida interna le hizo aullar de dolor, mientras su propio cuerpo seguía sufriendo la metamorfosis. Se puso a cuatro patas y Ronna saltó sobre su lomo.
—¡Sube, Rasloc! —lo apremió ella.
El muchacho vaciló y echó una mirada a su padre, que corría hacia ellos.
—No, yo me quedo; confío en vosotros, pero este es mi clan y mi gente.
Ronna no insistió; los dos salieron huyendo, dejando atrás al resto de la tribu, que no se atrevía a intervenir, y a Log, que, según se iba alejando Ronna, recuperaba otra vez sus rasgos de lobo.
La figura a medio transformar del chamán fue lo último que vio Fenris antes de culminar su propia metamorfosis y perder la conciencia para dar paso a la bestia.
Despertó en el interior de una cueva, y al mirar en torno a sí, vio a Ronna dormida junto a él. Trató de moverse para no despertarla, pero el sueño de ella era ligero e intranquilo, y abrió los ojos.
—Ya estás despierto —murmuró.
Fenris la miró. Estaba muy pálida y ojerosa, y llevaba el cabello muy despeinado.
—¿Qué ha pasado?
—Escapamos de Log —simplificó ella—. Monté sobre tu lomo y huimos hacia el sur, siempre hacia el sur. No hemos dormido en toda la noche. Antes del amanecer buscamos refugio para que te transformaras, y… aquí estamos.
Fenris calló, confuso.
—No podemos volver —añadió ella—. Te matarán.
—Pero ¿y tú? No puedes dejar a los tuyos.
El rostro de Ronna se endureció.
—No quiero vivir en un clan gobernado por Log —dijo simplemente.
Fenris no discutió.
Descansaron un poco y continuaron su viaje hacia el sur, buscando tierras más benignas. Días después llegaron hasta un pequeño bosquecillo al pie de las montañas y decidieron establecerse allí. No se habían alejado mucho de la aldea, pero no esperaban que Log fuera a buscarlos. Como comentó Fenris con sorna, lo único que quería el chamán era perderle de vista para siempre, y él, desde luego, no pensaba regresar.
La pareja vivió tranquila durante algunos meses. A pesar de su huida, Ronna seguía respetando a los lobos y la bendición del Primero todavía la protegía, por lo que Fenris podía transformarse con la tranquilidad de saber que no le haría daño.
Pasó el tiempo y Fenris empezó a pensar que podría recuperar la felicidad perdida. Pero un día un grupo de personas se presentaron en el bosque. Eran miembros de la Tribu del Lobo y, al principio, el elfo y su compañera no se atrevieron a salir del escondite desde el que los espiaban, por miedo a que hubieran sido enviados por Log. Pero eran casi todo mujeres, ancianos y niños, y parecían agotados y hambrientos. Al frente de ellos iba Rasloc, pálido y mucho más delgado de lo que recordaban. Apoyada en su brazo caminaba una anciana de cabello blanco. Olvidando todas sus precauciones, Ronna exclamó al verla:
—¡Madre! —y salió corriendo.
Las dos mujeres se rundieron en un abrazo. Los recién llegados las contemplaron en silencio. Fenris, incómodo, aguardaba un poco más lejos, sin saber si sería o no bien recibido si se acercaba. La madre de Ronna, llamada Rua, se separó de su hija para mirar fijamente al elfo.
—Tenéis que ayudarnos —susurró—. Log se ha vuelto loco.
Fueron a cazar y trajeron comida para asar en la hoguera. Cuando todos estuvieron calientes y saciados, los recién llegados contaron su historia.
Después de la Noche de la Transformación, como se debía llamar al glorioso momento en que el Gran Log se había fusionado con Fenris, el Primero, pasando a llamarse Fenlog, las cosas habían cambiado mucho en la Tribu del Lobo. El chamán se había rodeado de un grupo de jóvenes que lo idolatraban y estaban completamente convencidos de que él era la reencarnación del lobo ancestral. Log —o Fenlog, como se hacía llamar ahora— no había tardado en declarar que la amistad con los lobos había terminado. El hombre era claramente superior al lobo y, por tanto, este debía ser dominado, no idolatrado. Y, por ello, solo a aquellos que demostraran su valor matando a un lobo se les concedería el honor de formar parte de los Elegidos.
Los miembros de la tribu lo escucharon horrorizados, pero algunos jóvenes bebieron de sus palabras con fervor. Pronto empezaron a celebrarse en las noches de plenilunio unos macabros ritos de iniciación en los cuales el neófito debía matar a un lobo con sus propias manos. Una vez hecho esto, Fenlog podía, bajo su forma de lobo, morderle y transformarle en uno de los Elegidos. Por lo visto había descubierto que, si era él el que mordía y convertía a un humano en hombre—lobo, poseía cierta influencia sobre él.
Fenris se estremeció al pensar en Novan, y en cómo lo había admirado incluso tras haberse enterado de que era un asesino.
Al principio eran unos pocos, siguió contando Rua, pero pronto algunos de los guerreros más fuertes envidiaron a aquellos que se transformaban en lobo las noches de luna llena. Y así, poco a poco, el grupo fue creciendo…
—La aldea es un infierno —dijo un viejo guerrero—. Los hombres—lobo gobiernan y ejecutan en nombre de Fenlog a todo el que se atreve a oponérseles.
—Pero como lobos no pueden haceros daño —dijo Ronna.
—Pero sí como hombres.
—Yo me escapé hace mucho tiempo —murmuró Rasloc—, cuando mi vida peligraba porque todos mis amigos se unieron a Fenlog y yo me negué a seguirlos.
—El último plenilunio salieron a cazar y aprovechamos para escapar —concluyó Rua—. Encontramos a Rasloc en el bosque y decidimos venir a buscaros. Supusimos que os habríais dirigido hacia el sur, dado que el viaje hacia el oeste es duro, hacia el este están las montañas y hacia el norte ya no hay nada. Vinimos en vuestra busca. Queríamos que supieses, Fenris…, que sentimos mucho haber dudado de ti.
Fenris sintió un nudo en la garganta y volvió la cabeza con brusquedad.
—¿Qué vais a hacer ahora? —preguntó Ronna.
Los ojos de Rua brillaron como el acero.
—Log ha traído la desgracia a nuestro clan. Debe morir.
—No, no ha sido él —intervino Fenris en voz baja—. Fui yo. Llevo la muerte y la desgracia allá donde voy. Me engañaba a mí mismo al pensar que podía vivir entre vosotros sin causar daño. Todo esto que ha pasado es culpa mía.
Sobrevino un silencio. Entonces Rua se acercó a él y lo miró a los ojos.
—Si es culpa tuya, arréglalo —dijo—. Destruye al monstruo que has creado.