Fue una sensación extraña.
La transformación fue igual de dolorosa, pero en esta ocasión no sintió el miedo cerval que lo invadía cada vez que su conciencia caía en aquel oscuro pozo sin fondo del que nunca sabía si iba a escapar. Esta vez fue muy consciente de todo lo que sucedía, percibió que la bestia despertaba, pero no lo echaba a él fuera de su cuerpo. Durante un momento, la mente del elfo y la del lobo se observaron, cautelosamente y con desconfianza. Después, la conciencia del lobo, insegura, se retiró a un rincón, desde donde siguió observando, alerta.
Un poco receloso, Ankris trató de ponerse en situación. Se sentía extraño dentro de aquel cuerpo de lobo. Llevaba años transformándose, pero nunca lo había experimentado de aquella manera.
A su lado Novan, metamorfoseado en un enorme lobo negro, lo observaba riéndose entre dientes.
—Sienta bien, ¿eh? —dijo solamente, y su voz sonó como un gruñido.
Ankris quiso responder, pero solo ladró.
—No creas que es tan fácil —dijo Novan—. Necesitarás algo de práctica. Vamos, sigúeme.
Novan saltó ágilmente fuera de la cabaña. Ankris lo siguió, inseguro todavía sobre sus cuatro patas. A pesar de todo, se sentía bien, y cuando salió al exterior y la luz de la luna llena bañó su cuerpo, una salvaje sensación de poder recorrió sus venas. Se notó más fuerte, más ágil y más despierto que nunca, como si todos sus sentidos captaran matices nuevos que nunca antes había experimentado. Embriagado por aquel descubrimiento, echó la cabeza atrás y aulló.
Novan se unió a él. Ambos aullaron bajo la luna llena y, cuando otros lobos les respondieron desde las montañas y el mago salió corriendo hacia allí, Ankris lo siguió con un ladrido de triunfo.
Aquella noche fue especial. Hubo una cacería y Ankris aprendió a utilizar su cuerpo de lobo, sus dientes, sus garras, sus poderosas patas. Entre varios, mataron a un ciervo y fue como en los viejos tiempos, cuando el elfo merodeaba por los bosques de su tierra liderando su propia manada, antes de transformarse completamente en lobo. Sin embargo, y a pesar de que se sentía muy a gusto con sus nuevos compañeros, su compenetración con Novan era mucho mayor. Ankris se descubrió a sí mismo admirando sus movimientos ágiles y seguros, su comportamiento, tan idéntico al de un lobo, a pesar de que seguía manteniendo aquel brillo de inteligencia en la mirada que demostraba que detrás del lobo existía una conciencia racional. Novan era un lobo, sí, pero también un hombre, y Ankris se dio cuenta de que lo envidiaba. Porque el lobo también era parte de él, y todo había sido perfecto hasta que la bestia había empezado a dominarlo las noches de luna llena.
«Tal vez podría ser como él», pensó Ankris. «Como Novan. Seguir siendo yo incluso cuando me transformo. Así nunca más mataría a nadie».
Sin embargo, una sombra empañó aquella recién descubierta alegría. Porque, cuando los dientes de los lobos desgarraron el cuello del ciervo, el olor de la sangre volvió loca a la bestia.
Ankris sintió que perdía el control. Con un gruñido salvaje, se abalanzó sobre la presa y hundió los dientes en su cuello, y una extraña sed de sangre recorrió su espina dorsal. Quería más, deseaba seguir cazando… y matando.
«Solo es un ciervo», pensó su parte racional. Pero, en algún lugar de su mente, la bestia gruñó, satisfecha.
Durante los siguientes meses, salió con Novan todas las noches de luna llena y aprendió lo que era ser un auténtico lobo. Pero en las largas tardes de verano, el elfo y el hechicero se sentaban en el porche y conversaban.
—Puede que no sea tan malo ser un hombre—lobo —reflexionó Ankris un día—. Tal vez llegue a acostumbrarme.
—Tú no eres un hombre—lobo. Ni siquiera eres un hombre.
—Entonces, ¿qué soy?
Novan se lo pensó.
—Podría decirse que eres un elfo—lobo. Sí, eso es. Un elfo—lobo.
—Hace tiempo que tengo pensado cambiarme de nombre. Buscaría un nombre que estuviese relacionado con mi nueva condición, y que a los humanos no les resultase difícil de pronunciar. Pero no se me ocurre ninguno lo bastante apropiado.
Novan lo miró largamente.
—Eso significaría renunciar a tus raíces. Lo sabes, ¿no?
—No me importa. En mi tierra ya no me quieren.
Novan no respondió enseguida, pero, cuando lo hizo, le dijo:
—¿Sabes por qué sigues usando tu nombre élfico? Porque, a pesar de lo que digas, has dejado mucho atrás. Mientras no seas capaz de mirar al pasado sin dolor, nunca te forjarás una nueva identidad y un destino diferente.
Ankris no respondió. No comprendía del todo las palabras del mago, aunque sí intuía su significado, y durante los días siguientes meditó sobre ello.
No todas sus conversaciones eran tan profundas. En cierta ocasión, Ankris le preguntó cómo se las arreglaba para aparecer completamente vestido cuando se transformaba de nuevo en un ser humano.
—Es un truco muy útil que aprendí hace tiempo. En realidad es una variante del hechizo de invocación: llamas a tu ropa para que se materialice en torno a tu cuerpo cuando lo deseas.
—Suena muy complicado.
—Nah, solo es cuestión de práctica. Al principio tienes que concentrarte mucho para recordar el hechizo justo mientras te transformas, pero con el tiempo se convierte en algo automático. Te basta con imaginarte de nuevo con forma humana… y vestido.
—Me gustaría aprenderlo.
—Tendrías que ser un mago, cachorro. Y no creas que hay tantos magos en el mundo.
Así transcurrían los días, las semanas y los meses. El Cazador no había vuelto a dar señales de vida; Novan le explicó a Ankris que había protegido su casa con una serie de conjuros de ocultamiento que, aunque no la hacían invisible, sí reducían notablemente las posibilidades de que fuera vista por alguien.
A pesar de ello, Ankris no olvidó al Cazador. Por si acaso regresaba, decidió que no lo encontraría desarmado, y se confeccionó su propio arco. Una mañana, Novan lo vio tallando las flechas con su daga de plata y se quedó mirándolo.
—Plata —dijo, como si escupiera—. ¿Por qué llevas eso encima? No es un buen material para trabajar la madera, es demasiado blando. Por no hablar del hecho de que es mortal para ti bajo tu otra forma. Y… que me aspen…, ¿no es esa la cosa que te clavó el Cazador en la barriga?
—Sí, pero no me la clavó él. Esta daga es mía.
—¿Te la clavaste a ti mismo, entonces?
Sonriendo, Ankris le contó la historia de la daga. Un brillo de interés asomó a los ojos del hechicero.
—Déjame ver.
Cuando tocó el puñal, todo él se estremeció visiblemente, y cuando alzó la cabeza, al elfo le pareció ver un destello de odio profundo en su mirada. Pero fue solo un momento, porque enseguida se rió con cierto sarcasmo.
—Tiene gracia. Sí, tiene gracia.
Miró a Ankris como si lo viera por primera vez y sacudió la cabeza.
—Mucha gracia, sí —repitió y, aún riéndose entre dientes, se levantó y entró de nuevo en la cabaña.
El elfo no llegó a preguntarle qué le parecía tan divertido. Estaba empezando a acostumbrarse a sus bruscos cambios de humor.
Y así, con el tiempo, el joven elfo—lobo comenzó a sentirse sereno y a salvo por primera vez en muchos años. Todas las noches de plenilunio salía de cacería con Novan y los demás; la transformación era cada vez menos dolorosa, y ahora empezaba a lamentar no poder metamorfosearse siempre que lo deseara, como hacía el mago. Se sentía muy orgulloso de sí mismo porque, a pesar de todo, su mente racional seguía arrinconando a la bestia en un oscuro recoveco de su conciencia; porque podía ser un lobo cazador, pero no volvería a ser un asesino.
O, al menos, eso era lo que pensaba hasta que, una noche de luna llena, sucedió algo.
Siguiendo a Novan y los lobos de su manada, llegaron hasta un camino. Ankris se preguntó dónde se encontraban; estaba seguro de que vivían muy lejos de cualquier lugar habitado. Pero el mago se volvió hacia él con los ojos brillantes y Ankris supo que estaba planeando algo.
—Llévate a estos dos y esperad aquí, entre los matorrales —dijo—. Cuando yo dé la señal, atacad.
Ankris asintió. Ladró un par de veces y dos de los lobos de la manada, un macho y una hembra, lo siguieron hasta la maleza.
No tardaron mucho en oír el aullido de Novan; con un ladrido de alegría, Ankris saltó en medio del camino y los lobos lo siguieron.
Pero lo que llegó corriendo no era un ciervo, ni un venado, ni tampoco un alce.
Era un hombre.
Ankris se quedó quieto un instante. Se trataba de un pastor que corría aterrorizado, tropezando, tratando de huir de los lobos que lo perseguían implacablemente. Ankris quiso detenerlos, decirles que lo dejaran marchar; pero el hombre estaba herido, y el olor de la sangre enloqueció al lobo que acechaba en su interior.
«¡Basta!», quiso gritar, pero un sordo gruñido salió de su garganta y, antes de que se diera cuenta, la bestia tomó el control…
…como tantas otras noches, admitió Ankris, aterrorizado, mientras su cuerpo de lobo saltaba sobre el pastor. Como tantas otras noches en que se había dejado llevar por su ansia de sangre, creyendo que era algo natural y que controlaba en todo momento la situación. Y comprendió que no era así, que la bestia arrinconaba al elfo durante la matanza, y que para ella no había ninguna diferencia entre un alce y un hombre.
Ankris gritó y luchó por dominar al lobo, pero fue inútil. Y mientras clavaba sus dientes en el cuerpo del pastor, oyó tras de sí la risa seca de Novan, que contemplaba la escena satisfecho.
Al día siguiente, Ankris se encerró en un hosco silencio. Novan no intentó iniciar una conversación. Por la tarde, el elfo no pudo más y le espetó:
—Deberías haberme detenido.
—¿Por qué? Has matado otras veces. Y no me refiero a animales.
—No lo hice por voluntad propia. No fui yo, fue la bestia.
Novan inclinó la cabeza hacia él y lo miró fijamente a los ojos.
—La bestia y tú sois una sola cosa. Es eso lo que debes aprender. Además, a los animales los matas sin remordimiento. ¿Qué te hace pensar que un humano es mejor que un alce, o que un elfo es mejor que un ciervo?
—¡Por supuesto que lo son!
—No, cachorro, no lo son. Tú eres un elfo—lobo y son los lobos los que te aceptan, no los elfos, ni los humanos. ¿Por qué insistes en proteger a los que tanto te odian?
Ankris abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras.
—Ellos no sienten ningún aprecio por tu vida, elfo —añadió el mago en voz baja—. Te lo digo por experiencia. Mira.
Se quitó la camisa que llevaba puesta y le mostró el torso lleno de cicatrices.
—La mayoría me las hicieron cuando yo todavía trataba desesperadamente de ser un humano como los demás, cuando quería que me aceptaran, cuando pedía ayuda a gritos. Y esta fue la respuesta de los humanos. Imagina cómo debieron de ser los golpes cuando, a pesar de la gran capacidad de regeneración de mi cuerpo de licántropo, me dejaron estas marcas. Podría haberlas hecho desaparecer con mi magia, pero las mantengo en mi cuerpo para no olvidar mi odio hacia ellos. ¿Ves esas cicatrices que parecen quemaduras de ácido? Esas no se irían ni con todos los hechizos de curación del mundo. Fueron producidas por armas de plata.
Ankris asintió gravemente. El mismo tenía dos similares, una en el hombro y otra en el abdomen.
—No sé tú —reflexionó Novan—, pero yo prefiero cazar antes que ser cazado. Hazte a la idea, elfo, de que no eres como los demás y nunca lo serás. Esos humanos a los que intentas proteger no merecen tu compasión. Y no te sientas inferior a ellos, porque no lo eres. Al contrario. Tienes un poder que te pone por encima de los simples mortales. Utilízalo; no lo reprimas.
Ankris se estremeció; reparó entonces en una cicatriz que desfiguraba la espalda de Novan, entre los omóplatos.
—Esa casi me mata —gruñó el hechicero, advirtiendo su mirada—. Pero… a pesar de todo…, vencí yo.
—¿Lo… mataste?
Novan se volvió hacia él y lo miró fijamente con una extraña expresión en el rostro.
—No. Fue mucho mejor que eso, créeme. Entonces no lo sabía, pero ahora sé hasta dónde llegó mi venganza.
Ankris lo miró sin comprender, aunque en su mente se agitaron los más profundos velos de su memoria.
Por miedo a la bestia, el siguiente plenilunio quiso pasarlo encerrado en casa.
Pero fue una agonía. Oía la llamada de la luna llena, los aullidos de los otros lobos, y sintió que moriría de desesperación si no salía de aquella cabaña. A aquellas alturas ya no le importaba si era el elfo o el lobo el que se asfixiaba allí dentro, porque sentía que los dos eran una sola cosa. Y, cuando Novan entró en la cabaña de madrugada, con una sonrisa socarrona en los labios, para liberarlo de su prisión mágica, a Ankris ya no le pareció un licántropo asesino, sino el hermano que venía a rescatarlo de un horrible y doloroso encierro.
Así fue como el elfo y la bestia se fundieron en uno. Ankris y Novan se convirtieron en el azote de la región, y el elfo—lobo ya no tuvo reparos en obtener víctimas humanas cuando lo acuciaba el hambre. Y cuando las perseguía a través del bosque, los montes o los caminos, recordaba cómo el Cazador lo había perseguido a él para abatirlo como a una alimaña. Y no sentía remordimientos, sino un profundo y rencoroso desprecio hacia la raza humana. En ocasiones, cuando se encontraba más despejado, se odiaba a sí mismo por haberse convertido en un asesino, pero una parte de sí le decía que el mundo no le había dejado otra opción. Al fin y al cabo, era bastante significativo que un licántropo homicida fuera la única persona que lo comprendía y lo aceptaba tal y como era. «Porque yo soy como él», pensaba a menudo, «y por más que lo intente no puedo escapar de mi destino». A veces, sin embargo, deseaba derramar un río de lágrimas por cada persona a la que asesinaba; pero hacía tiempo que había olvidado qué era eso de llorar.
Novan observaba todo esto y sonreía para sí. La bestia había vencido.
Sin embargo, una noche de plenilunio algo cambió para siempre el destino que Ankris creía inamovible.
El joven elfo merodeaba por el bosque bajo su forma lobuna; los otros miembros de su manada aullaban desde las montañas, avisándole de que habían encontrado un grupo de cabras despistadas, pero Ankris dudaba sobre si ir o no a su encuentro. Hacía rato que había perdido de vista a Novan y no sabía si ir a buscarlo, esperarlo allí mismo o acudir al llamamiento de los otros lobos.
Ya casi había optado por reunirse con el resto de la manada cuando apareció Novan. Arrastraba un pesado bulto tras de sí, y sus ojos brillaban de satisfacción. Soltó el bulto ante Ankris y le dijo:
—Mira lo que he traído para cenar. Está fresca. Respira todavía.
Ankris sonrió al descubrir que se trataba de una niña.
—¿De dónde la has sacado? —gruñó, encantado.
—Se había escapado de casa para ir a cazar grillos. Qué inocente, ¿eh?
Ankris iba a corear la carcajada de su amigo cuando vio el rostro de la niña y lo reconoció en la oscuridad. Era aquella misma niña que, hacía meses, lo había visto transformándose al amanecer, en la cueva.
—¿Qué te pasa? —inquirió Novan con mala cara—. No te habrán entrado escrúpulos otra vez, ¿verdad?
—Señor… —susurró entonces la niña.
Ankris miró hacia abajo y vio que ella lo miraba fijamente, implorándole, con los ojos llenos de lágrimas. También ella lo había reconocido.
—Señor… —repitió—. Ayudadme, por favor. Salvadme.
Novan le dio un zarpazo y la lanzó hacia atrás. La niña cayó sobre la hierba con un grito.
—¿A qué esperas? —gritó Novan—. ¡Acaba con ella!
La chiquilla sangraba por la sien, y el olor de la sangre volvía loca a la bestia. Pero el elfo no podía olvidar las palabras de la niña.
Le había llamado «señor».
Lo había tratado como a una persona, a él, que era un asesino, que estaba ahora transformado en lobo. «¿Qué es lo que ha visto en mí?», se dijo. «¿Cómo ha sabido que era yo?».
—¡Mátala! —chilló de nuevo Novan.
Ankris dudó. Tenía hambre porque no había comido todavía aquella noche. El lobo gruñía en su interior y trataba de tomar el control sobre su cuerpo para abalanzarse sobre su presa.
Pero la niña no le había hablado a la bestia, sino al ser racional que había visto agazapado en su mirada. Eso quería decir que el elfo todavía existía en el interior del lobo, en alguna parte, a pesar de que la luna llena brillaba en el cielo, a pesar de que la presa sangraba y el hambre acuciaba al depredador.
Y, si el elfo seguía allí… significaba que la bestia no lo había vencido todavía. Al comprender esto, por primera vez en mucho tiempo su parte racional trató de alzarse de nuevo y plantar cara al lobo.
Hubo un breve e intenso forcejeo y, durante unos angustiosos y eternos segundos, Ankris pensó que su destino estaba sellado. Con un suspiro, avanzó hacia la muchacha.
—¡Eso es! —susurró Novan.
Pero Ankris se colocó entre él y la niña, lo miró a los ojos y gruñó amenazadoramente.
—¿Qué significa esto?
—A esta niña, no —dijo Ankris—. Tendrás que acabar conmigo primero.
—Vaya, el cachorro se me ha vuelto melindroso —dijo el mago con una sonrisa peligrosa.
—Hay otras presas —repuso Ankris—. Deja marchar a esta.
Novan no dijo nada. Se plantó ante él de un salto y lo miró a los ojos. Su rostro lobuno estaba tan cerca del de Ankris que este pudo sentir su aliento en la cara.
—No se trata de eso, cachorro —susurró amenazadoramente—. No me seas impertinente. No te conviene desafiar al jefe de la manada.
—No lo he hecho —replicó Ankris, pero en aquel momento comprendió que sí, que se trataba de eso—. Me la has traído para mí. Yo decidiré lo que hago con ella.
—Eres un lobo hambriento y pretendes dejarla escapar. Eso te convierte en un mal cazador, y no me interesa tener a individuos como tú en mi manada. Nos ponen en peligro a todos. ¿Me he explicado bien? Así que apártate de ella, cachorro…, o lo lamentarás.
Los ojos de Novan mostraban un brillo torvo y amenazador, y Ankris supo que hablaba en serio. Una parte de sí dudó. ¿Qué más daba una niña más, después de todo lo que había hecho? ¿Iba a pelearse por ello con Novan, su mejor amigo? ¿Iba a arriesgarse a ser expulsado de la manada que era ahora todo lo que le quedaba?
La bestia estaba a punto de tomar el control de nuevo. Ankris vaciló. Volvió a mirar a Novan y se vio reflejado en sus ojos, un rostro de lobo de mirada asesina. Cerró los ojos e inspiró profundamente. Sabía, en el fondo, que estaba haciendo algo que no quería hacer. Y algo en su interior le dijo que, si no plantaba cara en aquel momento, la oportunidad nunca volvería a presentarse. Sentía el cuerpo de la niña tras él, inerte pero todavía cálido, y luchó con todas Sus fuerzas contra el instinto de la bestia. Alzó la cabeza y se irguió con orgullo.
—No, Novan. Serás el jefe de la manada, pero todavía tengo poder para tomar mis propias decisiones.
Novan gruñó, enseñando los dientes.
—Pequeño ingrato… —dijo.
Ankris se puso en guardia. Los dos lobos se movieron en círculo, con lentitud, vigilándose mutuamente. Novan gruñó de nuevo. Ankris gruñó también.
Y se lanzaron el uno contra el otro con furia asesina.
Ankris había peleado contra otros lobos, pero no solía ser en serio y, además, como era mucho más grande que cualquier lobo normal, nunca se había topado con un rival a su altura.
Novan era distinto. Era un lobo maduro, sí, y no poseía el vigor de Ankris, pero era más astuto y tenía más experiencia. Y, por otro lado, si Ankris había pensado en algún momento que aquello era un juego, Novan lo sacó enseguida de su error.
El hombre—lobo luchaba en serio, estaba tratando de matarlo. Cuando Ankris comprendió esto, ya no tuvo tiempo de preguntarse nuevamente si valía la pena arriesgar la vida por una niña humana. Mordió y desgarró, saltó, se movió a un lado y a otro, pero Novan siempre parecía saber de antemano qué haría a continuación; al cabo de un rato, Ankris había logrado lanzarle algunas dentelladas, pero parecía claro que era Novan quien había ganado el combate.
Saltó sobre él y lo tumbó en el suelo. Ankris, herido, dejó escapar un gañido. Novan apoyó sus patas delanteras sobre él, impidiendo que se moviera.
—Has perdido, cachorro —gruñó—. Jamás deberías haber desafiado a tu padre.
—Tú no eres mi padre —jadeó Ankris.
Novan sonrió, enseñando todos los dientes.
—Soy más padre tuyo que ese elfo estirado que te dio esa daga que algún día te matará, muchacho. ¿No me crees? Te voy a contar un secreto: hace casi ciento veinte años traté de entrar en el Reino de los Elfos, sí, cachorro, en la tierra de donde tú procedes. Una pareja de elfos muy impertinentes me impidieron el paso y me clavaron un cuchillo de plata cuya marca todavía llevo en la espalda, pero antes logré morder a la hembra… Quién iba a imaginar que esperaba un hijo. No lo supe hasta que el destino te trajo hasta mi puerta.