EL ENCUENTRO

15 de Noviembre.

7:30 h.

Hoy he contactado por primera vez con el Hotel 23 desde hace cuarenta y cinco días. Ha pasado una semana desde que dejamos atrás el puente y ahora mismo nos encontramos al noroeste de Houston, Texas. Anoche nos dimos cuenta de que la estática ya no era tan fuerte y empezamos a estar atentos a la emisora de radio. La noche pasada, Saien y yo encontramos el edificio de una compañía telefónica rodeado por una valla metálica de gran altura. Tras abrir el candado (con una barra para desmontar neumáticos), hemos pasado la noche en el área vallada y dormido dentro de la camioneta, atentos a la estática, cada vez más débil. Hacia la 1.00 de la madrugada hemos oído la señal de contacto, pero ninguna voz. Hemos respondido al instante con una señal de socorro. Durante una hora entera, no hemos recibido ninguna señal inteligible, pero hemos retransmitido sin cesar.

A las 2.15 horas, la señal ha sido reemplazada por: «… al habla Gator Dos en misión de búsqueda y rescate en Sunny Side, Texas, cambio"…».

Le he respondido con el código Libélula y me ha saludado el cabo Ramírez, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

—Cuánto me alegro de oír su voz, señor. Captamos su señal pidiendo socorro el día 9 y partimos al día siguiente en dirección a las coordenadas que usted nos transmitió. Hemos avanzado con lentitud, porque nos hemos encontrado con grupos muy grandes de las cosas esas y había chatarra por toda la carretera. ¿En qué posición se encuentra?

Después de darle mi posición a Ramírez, me ha comunicado instrucciones de no moverme mientras él planeaba una ruta para venir en mi busca con un convoy de dos vehículos. Le he pedido que me informase por radio sobre la situación en el Hotel 23. El cabo me ha respondido que no sería muy buena idea informarme por radio y que habían sucedido cosas que prefería contarme en persona.

Después de un rato en el que la radio ha estado en silencio, el cabo Ramírez ha vuelto a hablarnos por la emisora:

—Es hora de que salde mi deuda para con usted, señor. Ahora tengo que sacar de apuros a un oficial, igual que hacía antes de que el mundo se fuera a la mierda. El punto de encuentro que le recomiendo es San Felipe, que no está muy lejos de su posición. Le propongo que nos encontremos en el extremo norte de la ciudad, a la entrada del puente 1458. Allí hay un campo a trescientos metros al sureste del puente. La población es pequeña y la presencia de posibles enemigos debería de ser mínima.

He consultado los mapas y he comunicado por radio, sin bromear, que estaba de acuerdo en que ése fuera nuestro punto de encuentro.

12:00 h.

Nos hemos encontrado con el cabo Ramírez a las 10.00 horas. Después de un breve tiroteo con lo que debía de ser una docena de esas cosas, hemos establecido un perímetro de seguridad de reducidas dimensiones y hemos reportado brevemente en un espacio seguro garantizado por el LAV. Mientras la ametralladora quedaba al cuidado del artillero, Ramírez me ha hablado de las cosas raras que ocurren en casa. Ha sacado del vehículo blindado un pequeño clasificador con informes por escrito y unas pocas fotografías. He reconocido la letra de John. Ramírez me ha explicado que hace unas pocas semanas un avión empezó a sobrevolar de manera habitual el Hotel 23. Lo he identificado en seguida como un avión no tripulado Global Hawk. En la foto se leía que la habían tomado con una cámara digital portátil provista de una lente de 180-200 milímetros, y he distinguido a duras penas que el aparato llevaba un objeto montado bajo el fuselaje. La imagen no era lo bastante nítida como para identificar en qué consistía la carga, y no recuerdo que el Global Hawk lleve armas de serie.

Hemos proseguido con la información general y he presentado a Saien a los marines, y les he contado que me había salvado la vida en más de una ocasión desde que nos conocimos. Los marines han tenido una actitud muy amistosa con Saien, pero a él se le veía nervioso, por motivos que ahora no tengo tiempo para investigar. También he advertido a los marines de que circulaba una masa de muertos vivientes como ninguno de ellos había visto jamás, a unos ciento treinta kilómetros al noreste de donde nos encontrábamos. Habíamos destruido una sección del puente y, siempre que nos había sido posible, habíamos montado barricadas de vehículos en las carreteras por donde pasábamos. Estas medidas los retrasarían, pero no los detendrían. Les he hablado del C-130 que nos arrojaba paquetes, y del inusual equipamiento que me había proporcionado una organización que tan sólo conocía por el críptico nombre de Remoto Seis.

Al saberlo, todo el mundo se ha puesto en marcha, y hemos decidido que, antes que nada, bloquearíamos el puente 1458 con coches abandonados. Hemos remolcado cuatro coches con el LAV y los hemos aplastado entre sí. La barrera resultante frenaría a cualquier masa de muertos vivientes que se acercara y pondría mayor distancia entre ellos y nosotros. Ese puente estaba demasiado cerca del Hotel 23 como para destruirlo, porque en el futuro podría tener valor logístico. He visto una valla publicitaria a unos pocos cientos de metros de nosotros, le he pasado los prismáticos a Saien y le he pedido que se encaramara a la valla y observase el área. Uno de los marines ha ido con él para cubrirle.

He pedido a todo el mundo que se alejaran del puente unos pocos cientos de metros hacia el sur. Después de volver, Saien me ha dicho que había divisado una nube de polvo en el horizonte septentrional. Hemos llegado a la conclusión de que tanto podía tratarse de la masa de muertos vivientes como de un fenómeno atmosférico. De acuerdo con el mapa del LAV, nos hallábamos a unos quince kilómetros del aeródromo del lago Eagle. Casualmente, también estábamos cerca de la Interestatal 10. Antes del crepúsculo, trataremos de cruzar la I-10 y nos desplazaremos unos pocos kilómetros más hacia el sur, para tener una zona de seguridad que nos separe de la Interestatal.

21:00 h.

Han pasado siete meses desde la última vez que anduve a pie por esta zona del lago Eagle. No ha cambiado mucho. La luna iluminaba la carretera, y los coches abandonados, y la torre del aeropuerto, y también cosas más temibles que moraban en la oscuridad. Hoy mismo, cuando hemos visto a lo lejos el paso a desnivel de la I-10, hemos acelerado, siempre en zigzag para esquivar los restos de coches. El LAV iba más adelante, a 95 por hora, y hemos logrado no quedarnos atrás. Al pasar a toda marcha bajo el paso a desnivel, he oído que algo chocaba contra la camioneta y me he vuelto para mirar. Una de esas criaturas se había caído del paso elevado, se había estrellado contra la cola de la camioneta y había rodado hasta la cuneta. No me he detenido, y otras criaturas han caído también del paso a desnivel. Algunos se han puesto en pie, y otros no.

En cuanto hemos dejado atrás la I-10, todo se ha vuelto un poco más fácil. Hemos circulado por la provincial 3013 hasta los alrededores del lago Eagle, muy cerca del aeródromo. Tras consultar las notas que tenía sobre esa zona, nos hemos decidido a entrar en convoy en el aeródromo, establecer un perímetro de seguridad para un par de horas y planear el resto del breve viaje de regreso a casa. Al llegar al aeródromo, hemos hecho un reconocimiento en el hangar y he visto los manchones negros a que habían quedado reducidos los restos de las criaturas a las que maté hace varios meses. Todavía estaban en el rincón bajo la lona azul. El calor veraniego había maltratado de verdad a los cadáveres. A la luz de la linterna he visto las balas revestidas de cobre que yo mismo disparé, sobre el mazacote putrefacto en el que se habían convertido.

Mi propio diario me ha recordado que tengo que estar atento a los enemigos humanos que puedan encontrarse por esta zona. Recuerdo las grandes cruces que descubrí hace meses, en el curso de mi último viaje a esta zona, con criaturas crucificadas. Iluminados por la luz filtrada en rojo del M-4, planeamos la vuelta a casa.