EL HILO EN LA AGUJA

14 de Octubre.

8:00h.

Esta pasada noche he dormido muy bien, sin interrupciones. He soñado con los faros sonoros, o tal vez fuese el viento, que se filtraba hasta el extremo de oírlo con el subconsciente. Mientras el sol se elevaba por el este, he tenido mucho tiempo para inspeccionar el resto de los papeles que me mandaron junto con el equipamiento, así como practicar el tiro con el M-4 y la G19. Entre los papeles he encontrado un mapa de operaciones de eliminación por sonido del Proyecto Huracán. Las tres unidades se hallaban en Shreveport (Luisiana), Longyiew (Texas) y Texarkana (Texas/Arkansas), y a juzgar por el mensaje que me habían transmitido vía teléfono por satélite, iban a actuar en diversas intensidades.

En estos momentos me encuentro a unos pocos kilómetros al norte de Marshall, lo que significa que tendré que ir por un punto medio entre Longview y Shreveport para transitar por el territorio menos peligroso. El modelo de eliminación por sonido que figura en el mapa indica áreas de actuación, con círculos rojos que marcan las zonas objetivo en las que hay peligro. También está marcado en verde un corredor seguro que delimita un área recomendada para viajar hacia el sur por entre las áreas de peligro. Los círculos que indican las zonas donde actúan los dispositivos de eliminación no son redondos del todo, quizá porque el terreno y otros factores limitan la difusión del sonido. Es evidente que este mapa se hizo con ordenador. También son interesantes las áreas marcadas en naranja en torno a Dallas y Nueva Orleans, con el símbolo internacional de la radiactividad. Dichas áreas comprenden un radio considerable en torno a las ciudades y se alargan hacia el este como el rastro de una lágrima. Parece que en naranja se muestran los límites de la precipitación radiactiva con los vientos implicados.

La zona de eliminación por sonido de Texarkana es, como mínimo, un 30 por ciento mayor que las otras dos, por razones que desconozco. El camino de evasión recomendado me llevaría por el sureste de Marshall, atravesaría la Autopista 80 y se prolongaría otros treinta y poco kilómetros hacia el sur por el sureste. El área más segura marcada en verde termina unos veinticinco kilómetros al este de Carthage. No sé lo que sucederá cuando se agoten las baterías de los emisores de señales sonoras de las tres ciudades. La última vez que se desplegaron esos ingenios, las bombas nucleares los hicieron añicos, y se llevaron consigo a muchos de los vivos junto con los muertos. Lo más probable es que, cuando se les agoten las baterías, los muertos se dispersen de nuevo en busca de comida. Con esta mochila a la espalda voy a recorrer, como mucho, veinticinco kilómetros al día. Las interferencias me han impedido leer en su totalidad el mensaje que me han enviado por el teléfono por satélite, pero entiendo que dentro de unas doce horas me voy a quedar sin cobertura sónica.

Entre los papeles también he encontrado una estimación de infecciones y defunciones en América del Norte. Se calcula que el índice de infecciones y/o defunciones ha alcanzado, aproximadamente, un 99 por ciento. El último censo que recuerdo contabilizó más de trescientos millones de seres humanos en Estados Unidos. Si recurrimos a las matemáticas más básicas para estimar los efectivos del enemigo, creo que los muertos vivientes me superan en más de doscientos noventa y siete millones. Y no cabe ninguna duda de que ese número crece a diario. Los muertos vivientes pueden permitirse errores, pueden permitirse caer desde un barranco, o que les parta un rayo, o que les disparen al pecho. Los vivos no comparten ese lujo. Cualquier error de los vivos tiene como consecuencia que nos acerquemos al ciento por ciento de infectados. Mis cálculos no tienen en cuenta a los incontables muertos vivientes a los que he exterminado, ni a los millones que se desintegraron al instante bajo las explosiones nucleares de principios de este año.

Un gran mapa topográfico plegado de Texas oriental se encontraba también entre los papeles. Ese mapa está hecho de material impermeable y contiene ilustraciones de plantas comestibles abundantes en la región, así como explicaciones sobre varias técnicas para recoger agua. El GPS ya no funciona. Este mapa, en paralelo con el plano de carreteras que pienso sacar de algún lado, me ayudaría a encontrar el camino hasta el sur, hasta mi hogar.

Después de examinar los papeles una vez más, he salido a inspeccionar el perímetro y a probar mis nuevas armas. No había nadie en el área, así que he abierto el M-4, lo he cargado, y he iniciado una breve y torturada prueba. He empleado la mira y me he dado cuenta en seguida de que permitía apuntar de manera muy intuitiva. Cierto es que no iba a usarla para clavar clavos, pero tendría suficiente precisión para realizar un disparo a la cabeza. He apuntado a piedras del tamaño de una pelota de golf a cuarenta metros de distancia y no he tenido dificultad alguna para reducirlas a polvo. Tras disparar cuarenta cartuchos con esa arma, la he desmontado para examinar sus componentes, luego la he vuelto a montar y he disparado otros 10 cartuchos para cerciorarme de que todo funcionase correctamente. Al terminar, sólo me quedaban 450 cartuchos de .223, con lo que se me había aligerado un poco la mochila.

Antes de examinar el designador láser, me he asegurado de enganchar el dispositivo de señales sobre la hombrera izquierda de la chaqueta. Luego he activado el designador y he pulsado el conmutador por el lado del protector de manos. En el mismo momento de apretarlo, he oído un tono cuya frecuencia se ha incrementado a medida que sostenía el botón. Lo he soltado de pronto después de contar hasta tres. Quería estar seguro de que el aparato funcionara, pero no quería que me lanzaran una bomba cerca de mi posición. Satisfecho con el M-4, he cambiado a la Glock y he disparado treinta cartuchos sin dificultad alguna. He disparado los últimos diez con el silenciador, para juzgar en qué medida afectaba a la precisión del arma. No he visto motivo alguno de preocupación, salvo el tiempo necesario para instalar el silenciador. No veo nada claro que, a estas alturas, esté preparado para instalarlo con rapidez, y voy a tener que practicar. Las estrías son delgadas y hay que colocar bien el silenciador desde el primer momento para que quede bien ajustado.

He encontrado bolsas de plástico de la compra bajo el fregadero de la cocina. Me he despedido del MP5 y lo he envuelto en bolsas de plástico junto con los cargadores vacíos, y le he aplicado una capa de aceite de máquina con el viejo trapo que me llevé. He registrado el frigorífico de la cocina, pero hace ya tiempo que se lo llevaron todo. Ni siquiera olía mal, ni había quedado ningún resto de comida en su interior. He sacado los estantes de la nevera y los he guardado en la alacena. He metido el arma dentro de la nevera, con el cañón hacia arriba, y luego he marcado el sitio en el mapa y he escrito una nota que decía, sin más: «Kilroy estuvo aquí[6]. Mirad en el frigorífico».

He dejado la nota sobre la mesa de la cocina, debajo de una vela que había utilizado la noche anterior.

Al redistribuir el equipamiento que llevaba en la mochila, me he acordado del teléfono por satélite Iridio, y entonces se me ha ocurrido encenderlo y probarlo, aunque sabía que no estaba dentro de las horas en las que había cobertura. He aguardado unos cinco minutos mientras trataba de encontrar una conexión por satélite. No lo he conseguido. He programado el despertador del reloj para que me indicase la hora. Quiero estar seguro de que me acordaré de tener el teléfono a punto, con el cielo despejado, treinta minutos antes de que empiece el período en que es posible la comunicación.

Pienso marcharme dentro de unos minutos y emprender el sendero del huracán entre Longview y Shreveport, pero no antes de vaciar dos latas de comida para que la mochila no me pese tanto. Una lata de chile y otra de estofado me darán energías para la atroz caminata que me espera.

13:00 h.

Tardaré en acostumbrarme al peso de la mochila. Calculo que debo de haber recorrido diez o doce kilómetros desde esta mañana, a una media de dos kilómetros y medio por hora. He consumido la mitad del agua, porque así el peso se me va desplazando de los hombros al estómago. No he visto nada que se moviera desde que me he alejado del lugar donde se posó el paracaídas. Ni siquiera un pájaro. El viento es ligero y variable, y eso tiene como consecuencia que el hecho de no encontrar nada me resulte todavía más turbador. Sé que los emisores de señales sonoras han agotado su energía, o les falta poco para agotarla, y quién sabe qué clase de efectos va a tener eso. De vez en cuando me asusto y levanto el arma contra un blanco fantasma que al final resulta que no es nada. El último nada ha sido una camisa que alguien dejó en el tendedero de un patio trasero abandonado hace tiempo. En ese momento estaba seguro de que era uno de ellos.

Chernobil… recuerdo una explicación interesante que leí antes de todo esto. Recuerdo que leí un artículo sobre Chernobil en el que salía una exploradora que contaba lo tranquilo y terrorífico que le había parecido. Había personas que habían llegado a contratar viajes organizados a la ciudad para verlo con sus propios ojos. Muchos de ellos abandonaron el viaje antes de que terminara porque no soportaban la calma. Ahora la mayor parte del continente está muerto y seguirá así.

¡Los soldados no se licencian en plena guerra!

Hace una hora me he detenido para aguardar los mensajes del Iridio, pero no he recibido ningún texto. He intentado llamar Remoto Seis buscado las llamadas recibidas y utilizando la función de rellamada, pero me ha salido la señal de línea ocupada. Ahora mismo estoy sentado sobre un antiguo coche blindado, en una cuneta. Hay un cadáver en el asiento del conductor. No queda casi nada, salvo los huesos y un uniforme… debió de matarse en los primeros momentos. Echo una mirada de 360 grados desde aquí, pero no veo nada.

Me encuentro mal por culpa de las dos latas que me he comido esta mañana y querría haber encontrado un lugar seguro para esconderme durante lo que queda de día y la noche entera. Pienso moverme durante otras dos horas antes de buscar un escondrijo. No puede ser que duerma dentro de un vehículo, como el cadáver que está debajo de mí. Las marcas de sangre del vehículo explican lo que le sucedió. Lo más probable es que ese pobre gilipollas se pasara varios días, y tal vez semanas rodeado hasta que se rindió y se suicidó. He doblado el mapa para que quede a la vista la zona donde me encuentro. El mapa no es de impresión reciente, y por ello no ofrece información totalmente fidedigna, pero es mejor que nada.

Nubes de tormenta se asoman por el oeste, y lo más probable es que termine la noche empapado si duermo bajo las estrellas. Me parece que me he resfriado y espero que no sea nada más que eso.

21:34 h.

Alguien me sigue. Esta tarde, después de que abandonase mi área de descanso, ha sonado el teléfono por satélite. Debían de ser las 13.55 horas, y casi pierdo la llamada. Llevaba el teléfono metido en la parte superior de la mochila y la antena se asomaba por el costado derecho. En el momento en que la mochila ha estado en el suelo y he desatado las correas, el teléfono ya había sonado tres veces. He pulsado el botón verde y he escuchado el familiar sonido de secuenciación digital, porque los datos de texto del satélite se transmitían de forma comprimida.

… INFORME DE SITUACIÓN a continuación:

Proyecto Huracán: un éxito. Ruta de evasión aceptablemente segura al suroeste con densidad de muertos vivientes escasa.

Reaper. —Permanece en Sistema de Gestión de Vuelo con dos bombas guiadas por láser listas para su utilización.

Peligros: varón armado, no identificado, en camino desde el norte. Treinta muertos vivientes, dos de ellos irradiados, localizados en un radio de dieciséis kilómetros desde la situación actual mediante los sensores del Reaper…

El teléfono ha perdido la sincronización inmediatamente después de esta última palabra, y entonces he sacado en seguida los prismáticos y he iniciado la observación del área que quedaba a mis espaldas, en dirección al norte. No he visto ningún indicio de un hombre no identificado que me siguiera. El teléfono no me ha dejado ninguna posibilidad de hacerles preguntas, ni de enviarles comunicaciones de texto. Hay algo que no funciona en mi relación con la unidad que se halla al otro extremo de la línea de telefónica. Puede ser que la red de satélites tenga algún problema y que por eso tan sólo permita la conexión remota, o algo así. Pero tiene que haber un enlace de transmisión de datos en el Reaper que me sobrevuela y un área de control desde donde lo pilotan y hacen un seguimiento por los monitores. «Treinta muertos vivientes, dos de ellos irradiados». Eso sólo puede significar una cosa: Dallas, Texas. He visto lo que pueden hacer los muertos vivientes de ese tipo y voy a redoblar esfuerzos para evitar el contacto con esas cosas ahora que sé que en mi zona hay dos criaturas radiactivas.

Ahora mismo llueve y me he refugiado en la cabina de un tractor abandonado en un campo muy extenso, rodeado por una cerca para ganado vacuno ya estropeada. El eje posterior de la bestia se ha enredado con varios metros de alambre de espino, porque pasó por encima de la cerca. Otra reliquia de hace unos meses. De vez en cuando, al bizquear, creo ver algo. Sería suficiente para que me asustara, abandonase de inmediato mi refugio y me adentrara en la noche de Texas.

Mi mente me engaña sin cesar, me hace creer que veo muertos refulgentes e irradiados a lo lejos, y que éstos se mueven con rapidez. Aquí dentro hace frío y he metido las piernas dentro del saco de dormir estilo momia. Parece que me va bien. Este tractor es un John Deere de color verde. Como el color que veo por las gafas electrónicas cada pocos minutos, cuando la paranoia se adueña de mí y tengo que echar un vistazo.

Me pregunto si el hombre que tal vez me siga sentirá el mismo miedo. Mañana reanudaré el camino hacia el sur por el área provisionalmente segura, de regreso a mi hogar.

15 de Octubre.

8:00 h.

Me he despertado con el sol que asomaba por el horizonte dándome en la cara, y le he dado vueltas una vez más al mensaje que me transmitieron mediante la llamada telefónica de ayer. Hoy me voy a pasar el día volviendo la vista hacia atrás al tiempo que camino hacia el suroeste, listo para correr si hace falta. Si la situación de la que me ha informado el teléfono por satélite resultara cierta, podría ser que me enfrentara a dificultades en un futuro cercano. El saco de dormir tipo momia que me lanzaron me servirá para envolver la mochila civil y camuflarme mejor a ojos de cualquier persona que me siga. Ese hombre se desplaza a pie. Lo más práctico para escapar del individuo que me sigue sería encontrar un coche y ponerlo en marcha con el cargador solar, el tratamiento de combustible y el sifón de mano. El único inconveniente es que si quisiera emplear el cargador en una batería de coche, tendría que pasarme un día entero para intentar arrancarlo una vez, por no hablar de que después tendría que arrancar el vehículo con los cables. Tendría que encontrar un coche con las llaves puestas, y entonces, probablemente, el antiguo propietario también estaría dentro.

9:00 h.

He cavado un agujero en una tierra de cultivo que ha quedado cubierta de hierba. He tenido que utilizar el extremo de una de mis voluminosas trampas para ratas. He juntado ramitas y he logrado hacer un fuego semilibre de humo con una técnica que lo dispersa mediante hojas y maleza. Hoy he calentado una lata de chile y he consumido una cuarta parte de mis reservas de agua. Sé muy bien que no me conviene andar escaso de provisiones, pero cada vez que vuelvo los ojos hacia la mochila siento el deseo de comerme toda la comida enlatada y luego las raciones preparada hasta que tan sólo me queden los alimentos deshidratados. El límite de mi ansia por soltar lastre acaba en las municiones. Voy a conservarlas al máximo, por si tengo que defenderme de los peligros que me rodean, o que voy a encontrarme más adelante. A la luz de los recientes acontecimientos, es probable que no haya sido buena idea encender una hoguera, pero, antes de ponerme en marcha, necesitaba el refuerzo moral de un plato caliente.

16 de Octubre.

21:43 h.

Esto se llama evasión. Para evitar a los muertos vivientes hay que seguir una fórmula preestablecida. No hacerse notar, no hacer ruido y planear con tiempo las próximas acciones. Estas normas no son válidas cuando se huye de un perseguidor humano. Los esfuerzos por no hacerse notar ni hacer ruido le dan tiempo al perseguidor para seguirte la pista, y atraparte, en el caso de que siga unas reglas distintas. Un delicado equilibrio entre ambas metodologías es lo único que ha impedido que cayera en la línea de visión de mi inmediato perseguidor. Hace más de treinta horas que no recibo llamadas de Remoto Seis. Ahora sé que la mera existencia de la cobertura por satélite no implica que la organización vaya a emplearla. Aunque no vea a mi perseguidor, tengo la sensación de que alguien me observa, y no sé si se debe a la paranoia, o si de verdad noto los ojos de un desconocido que me observa desde lejos. No tengo a nadie con quien turnarme para montar guardia durante las horas de oscuridad. He tratado de permanecer despierto durante la larga noche que he pasado durmiendo en el piso de arriba del granero de una granja, donde había crecido ya la hierba. Cada vez que la madera crujía, o se oía el aleteo de un ave nocturna, me incorporaba, inspeccionando a mi alrededor a través del resplandor verde de las gafas y mirando el punto rojo que refulgía en la mira cuando trataba de encontrar un blanco que no estaba allí. No había conocido el miedo hasta el día de mañana. Lo digo así porque sé que ayer conocí el miedo, pero, cada día que pasa, el miedo cobra un significado nuevo y de mayor peso. En el ejército tenía un amigo que siguió un camino diferente en el servicio. La frase «El único día fácil fue ayer» no era su divisa personal, pero a menudo la repetía, y en los tiempos que corren está más vigente que nunca.

Tengo la espalda magullada y me noto fatigado. Después de la torturada experiencia de la otra noche en el granero, he despertado y he visto a uno de ellos en el campo, con la cara vuelta hacia la ventana del piso de arriba donde me encontraba yo. He sacado los prismáticos y he visto que me miraba y avanzaba espasmódicamente hacia el granero. Esa cosa era una de las criaturas originales. Llevaba mucho tiempo muerta y su esqueleto se dejaba entrever en muchos puntos de su cuerpo.

No he querido que llegara a un sitio donde pudiese hacer ruido y atraer a otros, así que he sacado la pistola y he montado el silenciador para terminar con la criatura en un instante y sin hacer ruido. Me he alegrado al ver que, aparentemente, estaba sola. Tan pronto como me he cerciorado de no haber ajustado mal el silenciador, he cargado la recámara y he empezado a disparar. He necesitado dos disparos para abatir a la criatura. El primer disparo le ha dado en el cuello y el segundo, en el puente de la nariz. La criatura se ha desplomado, y la he observado, lejos de todo peligro, desde la ventana del piso de arriba, para tratar de ver si llevaría algo de valor. No tenía nada, salvo un cinturón de cuero que le sostenía unos pantalones podridos, y me ha parecido que le podía dejar todo lo que llevase en los bolsillos. En el piso de arriba del granero, mientras me comía la última lata de chile, esta vez sin calentar, me he dado cuenta de que me quedaba tan sólo una última lata de comida (estofado). Pienso que podría esperar un par de noches antes de abrirla.

La comida enlatada ya tiene mucho tiempo, y no me gusta fría, pero el comérmela me ha dado una excusa para escuchar todos los sonidos de mis alrededores antes de bajar por la escalera de mano. No quería que pareciese que únicamente lo hacía para conservar la cordura. Me he sentado y he comido, y aunque fingiera indiferencia, he buscado sonidos que me obligaran a quedarme más tiempo en el piso de arriba del granero.

Me he puesto en marcha esta mañana, a sabiendas de que la protección del Proyecto Huracán se terminaba, porque empezaba a ver criaturas en lugares cercanos. Eso me ha puesto de mal humor, pero he empezado a andar y he obligado a mi mente a entretenerse con el buen recuerdo del chile caliente que había comido hacía poco. Creo que saborear una buena comida es lo único que puedo esperar, y lo único que de verdad me motiva para volver a casa. Recuerdo todas esas veces en las que nos desplegamos en el desierto. Recuerdo la guerra y lo mucho que añoraba mi hogar, y que siempre encontraba algo que me hacía seguir adelante. El recuerdo de salir de acampada con la familia, o de comprarme el rifle nuevo con el dinero libre de impuestos que me habían pagado por la última misión, o con la idea de que algún día iba a tener un fin de semana libre si ponía todo mi empeño en ello y cumplía con mi deber.

Ahora tan sólo puedo pensar en comida caliente. Eso es lo que me motiva en el día de hoy. Mañana quizá será el poder lamentarme de que el helicóptero con el que me estrellé no cumplía los requisitos mínimos de mantenimiento y se lo habían comprado al proveedor que les hacia el precio más ajustado y no había un mecánico titulado con vida en varios cientos, probablemente varios miles de kilómetros a la redonda. La luz de alarma por virutas en el motor. Había tenido que sobrevivir en un territorio casi inhabitable porque una viruta de metal que se había introducido en el motor había provocado un fallo fatal en la capacidad del aparato para mantenerse en el aire. Todo aterrizaje es un buen aterrizaje si sales andando con vida del aparato. El problema es que puedes salir andando sin vida.

Esta noche me he guarecido en una gasolinera abandonada, una de esas tipo oasis que dejaron de funcionar mucho antes de la catástrofe. Ni rastro de vida, pero sí los restos de ratas que se habían acumulado allí a lo largo de los meses, o quizá a lo largo de los años. No habían dejado nada. Parecía que estuviese allí desde hacía varias décadas y, probablemente, había sido un negocio rentable en otros tiempos. Las bombas daban lecturas analógicas y no había cámaras de seguridad en el tejado. Dentro del establecimiento, debajo del viejo mostrador de madera, he encontrado lo que debió de ser un viejo estante para escopetas, de los tiempos en que eso era perfectamente aceptable.

Igual que hoy en día.

He encontrado un viejo juego de cadenas para nieve que me han servido para cerrar todas las posibles entradas. Frenarían a un asaltante humano y detendrían a uno o dos muertos. Me he instalado en una zona desde donde puedo ver bien las dos puertas de acceso. Al otro lado de las pesadas puertas tengo quince metros de visión despejada hasta que empiezan los árboles. Más allá del agrietado asfalto, las hierbas están muy altas, pero no impiden la visibilidad. El viento aúlla y oigo una antigua pieza de estaño que tintinea en el tope del medidor de gasolina. Cada vez hace más frío, y creo que este invierno va a ser todo un reto, si es que llego con vida.

17 de Octubre.

8:00 h.

He dormido mal. Me he despertado varias veces por culpa de unos sueños perturbadores. He soñado cientos de cosas distintas, pero tan sólo recuerdo dos. Parece que las que quería recordar de verdad se me hayan escurrido entre los dedos. Estaba en lo alto de una colina y contemplaba a millones de muertos vivientes. Había varias ametralladoras de veinte milímetros a cargo de lo que parecían militares norteamericanos, con varios tipos distintos de uniformes. Me he visto a mí mismo como si fuera otra persona y me he mirado a los ojos mientras daba la orden de disparar. Los muertos vivientes aún se encontraban a más de un kilómetro de distancia, pero los cañones de veinte milímetros disparaban con tanta rapidez que se ha formado un charco a los pies de los monstruos desintegrados. He visto cañoneras AC-130 que volaban bajo y liquidaban a millares con sus armas. Viejos F-4 y A-4 volaban bajo y arrojaban napalm, con lo que diezmaban al enemigo, pero éste, de todos modos, seguía avanzando. He pasado a otro sueño, esta vez en el Hotel 23, con Tara. Se encontraba en la sala de control ambiental y lloraba al contemplar una caja con mis pertenencias. Mientras las lagrimas le resbalaban por las mejillas, le he oído decir: «¿Dónde está eso?», y entonces he abandonado el subconsciente y he regresado a la realidad de la situación. He hecho todo lo posible por no pensar en ella desde que nos estrellamos. No haría nada más que complicar mi situación.

Al despertar, me he acordado de que tan sólo me quedaba una lata de estofado con verduras, y en cierto sentido está bien que sea así, porque era lo último que me quedaba de provisiones pesadas, aparte de las dos raciones de comida preparada que ya he abierto, de las que he tirado el cartón para que no me pesaran tanto. He vuelto a encender la vela para calentar la lata de estofado. Esta mañana no me sentía bien, y no tenía claro si se debía a haber dormido mal, o al principio de un catarro que hacía que me sintiese débil y que me doliera todo. Me he bebido la mitad de las reservas de agua y he terminado la lata de comida, y luego he preparado de nuevo la mochila para las penas del día de hoy.

12:00 h.

Hoy he aprovechado el tiempo, por mucho que mi cuerpo parezca debilitarse. Ahora mismo estaría encantado de beberme un tercio de litro de zumo de naranja, porque eso siempre me ayudaba en un mundo que aún no estaba tan jodido. Esta mañana, al cabo de dos horas de caminata, he observado un destello de luz a mis espaldas, en la dirección por donde había venido. Tan sólo un reflejo sutil. He mirado con los prismáticos, pero no he visto nada. El viento era cada vez más frío, y a lo lejos, en un radio de unos trescientos metros, no se divisaba indicio alguno de movimiento, salvo el temblor del follaje. Por si hubiese una llamada, he enchufado el teléfono al cargador solar que cuelga de la mochila, al mismo tiempo que camino hacia la parte de abajo del mapa. He aceptado que no van a contactar conmigo a diario.

Durante las últimas dos horas he localizado pequeños grupos dispersos de muertos vivientes y los he observado en los diversos campos y áreas a mi alrededor. No parece que se den cuenta de mi cercanía. Sigo adelante y modifico mi ruta cada vez que es necesario para mantenerme a distancia segura del enemigo. Si me acerco a menos de cien metros advertirán mi presencia, aunque esa distancia puede variar debido al viento y a su nivel de descomposición. Llevo la pistola y el silenciador a punto, sujetos en la mochila, por si tuviera que neutralizar a uno de ellos. Si es verdad que alguien me sigue, o rastrea mis huellas, no puedo permitirme el riesgo de hacer ningún ruido.

16:00 h.

Hoy no han llamado. Presiento que mi paranoia me ha hecho perder el tiempo, porque me vuelvo una y otra vez por si encuentro algún indicio de mi presunto perseguidor. No he visto a nadie. Tengo la sensación de que me vigilan, pero no sabría decir si esa sensación proviene de la advertencia previa, o si de verdad se trata de un sexto sentido. ¡Qué diablos!, podrían ser ambas cosas a la vez. Esta noche me he refugiado en una vieja taberna cercana a la carretera. Me he escondido temprano, porque presiento que este virus que he pillado me va a dejar muy débil. No tengo ganas de comer, pero me obligo a beberme lo que me queda de agua. Oigo truenos en el horizonte y siento en el aire la proximidad de la lluvia. En los estantes hay numerosas botellas de alcohol que nadie robó. He tomado una botella polvorienta de Maker's, la he abierto y me la he bebido a morro. Escocía, pero me ha refrescado la garganta y me ha hecho sentir más calor que el de verdad siento. Me he sentado en uno de los reservados de esta vieja taberna a la antigua que llevó por único nombre «River City. —Licores y comidas». Los hay que prefieren reservados cuando salen a comer. Creo que yo mismo soy un hombre reservado.

Sé que todas estas botellas de alcohol pueden servir desde el punto de vista médico para desinfección y sedación. Ojalá tuviera sitio en la mochila para llevarme más de medio litro de whisky. El viento pega cada vez con más fuerza y la lluvia no se hará esperar una vez haya terminado esta frase.

18 de Octubre.

9:00 h.

Anoche, gracias a las fuertes lluvias, llené en tres ocasiones el depósito de agua. He registrado los cajones del despacho de la encargada y he descubierto un botellín de vitaminas prenatales. He leído la etiqueta para estar seguro de que no me harán crecer los pechos, y luego les he quitado el tapón y me he tomado una dosis doble. Estaban a punto de caducar, y, probablemente, eso implicará que su efecto sea débil. En mi situación actual necesito vitamina C. No tengo apetito, pero me obligo a mí mismo a introducir agua en el organismo (unos dos litros y medio desde la noche pasada). Parecía que cada quince minutos tuviera que salir a mear a la puerta de la taberna, siempre con el rifle en una mano y la pistola en el otro. Creo que estará bien que pase otra noche en la taberna de River City para ver si así recupero fuerzas.

15:00 h.

Estaba afuera, fatigado y tembloroso, a la espera de una llamada que no ha llegaba. Estaba con la espalda apoyada en un viejo vehículo abandonado, en la cuneta de la carretera que se aleja de la taberna, cuando he visto a una de esas cosas. Ella también me ha visto a mí y se ha acercado a toda velocidad arrastrando los pies. No he tenido tiempo para sacar la pistola con silenciador. He apuntado a la cosa con el rifle, le he puesto el punto rojo en la frente y he apretado el gatillo. Y ya está. Pero había armado mucho estruendo y puedo dar por seguro que ahora vendrán más. El período de conexión por satélite ha empezado y ha terminado, y he regresado en silencio a la taberna para reflexionar acerca de todo ello. Notaba que me estaba subiendo la fiebre por momentos. Al regresar a la taberna, me he dado cuenta de que en la parte de atrás había un contenedor de propano en forma de gigantesca aspirina. Tal vez en este lugar contara con lo necesario para cocinar y tal. En la mochila sólo me quedaban los alimentos deshidratados y las raciones listas para comer.

22:00 h.

El sistema de propano de la taberna funciona. He llenado una pequeña sartén con agua de lluvia y he cocinado en ella una parte de los alimentos deshidratados, y luego me he obligado a mí mismo a engullirlos. Sabían bien, aunque el cuerpo me dijese que no tenía hambre. Afuera estaba oscuro, y por ello he pensado que podía practicar con la mira del M-4 y las gafas de visión nocturna. He apuntado a un primer objetivo con el punto rojo y me ha dado la impresión de que también podría hacerlo con las gafas. Estaría bien para un enfrentamiento de poca monta, pero el fogonazo me delataría al primer disparo, tal vez al segundo, según la distancia a la que se hallara el observador. Por lo menos, tendré la posibilidad de emplearlo de noche si es necesario. Mientras empleaba la mira con las gafas de visión nocturna, he visto movimiento desde la ventana. Afuera estaba muy oscuro, por lo que estaba seguro de que las criaturas no podrían verme. He sostenido el arma en ristre, con los ojos en el punto rojo, para estar seguro de neutralizar cualquier amenaza. Entonces los he visto… debían de ser diez, o quince. Caminaban por la carretera, aparentemente sin rumbo. He contenido el aliento y los he observado, y me he dicho a mí mismo por lo menos treinta veces que no era el momento de inspeccionar el mecanismo de acción de mi arma. Si me encontraban allí, tal vez no sobreviviera. El catarro me había debilitado, y serían ellos quienes llevaran ventaja en un enfrentamiento nocturno en un espacio tan pequeño. Demasiadas maneras de morir allí durante la noche. Mejor no hacerse notar ni hacer ruido, y por desgracia, mejor mantenerse despierto.

19 de Octubre.

6:45 h.

Esta mañana parece que vayamos a tener un día despejado. Las criaturas se han marchado de esta zona hacia las 2.00 horas. No me he obligado a mí mismo a dormir hasta las 3.00 horas. Ahora me he puesto en marcha después de tres horas de sueño y me siento como si tuviera una resaca. Bebo agua sin cesar, e incluso he encontrado viejos paquetes de café sin abrir. No es lo mejor que puedo tomar en mi estado actual, pero esta mañana voy a necesitar la cafeína. No pienso quedarme aquí una noche más. Si no me marcho hoy mismo, puede que no llegue a marcharme nunca. No hay dos sin tres, ni quince sin cien. Trataré de recorrer quince kilómetros en un día.

12:00 h.

Descanso sobre la elevación estratégica de una loma. Las rocas me cubren la espalda. He descubierto algo horrible. Un kilómetro más abajo, en el valle, hay un edificio que parece un viejo molino para moler grano. No le habría prestado atención si no fuese por el humo que sale de lo que parece una vivienda cercana al molino. Hay otro edificio que parece un establo, o tal vez un centro de confinamiento. Me había instalado aquí sin otro escondrijo que el saco de dormir. Mis cosas están seguras en la mochila impermeable, escondida bajo unas ramas, y observo el área con mucha atención mientras decido lo que voy a hacer.

Hay varias personas que dan vueltas por ahí, tal vez guardias que hacen la ronda. Voy a tener que observar sus movimientos y tomar nota de las pautas que siguen.

Guardia 1 (hombre con ballesta): Ha abandonado el edificio a intervalos irregulares entre las 10.30 y 11.30 horas.

Guardia 2 (mujer gorda): Ha patrullado por el molino cada quince minutos entre las 10.30 y 11.30 horas.

Guardia 3 (AK-47): Ha estado de guardia a unos cuarenta y cinco metros de los edificios, parece alerta. Está instalado en una caseta de vigilancia.

13:00 h.

Situación: Al observar con detenimiento durante un tiempo, he visto que una partida armada con actitudes hostiles retiene preso, como mínimo, a un civil. Han modificado el molino para emplear energía humana. Tienen criaturas que hacen girar el molino. No estoy seguro de si el molino sirve para moler grano o para extraer agua. Las criaturas están sujetas al molino con arneses. No llevan bridas en la boca, pero sí les han puesto una especie de anteojeras como las de los caballos. La mujer gorda sale cada quince minutos y los estimula para que anden.

13:30 h.

He observado que un camión militar para transporte de tropas, con la plataforma descubierta, se acerca al complejo con tan sólo dos individuos en la parte de atrás y un conductor. Parece que formen parte del personal de este complejo. He visto con los prismáticos que la mujer gorda abría la boca para chillar cuando los hombres han descargado lo que parecía un cadáver (muerto de verdad).

14:00 h.

Está claro que hoy no voy a recorrer los quince kilómetros. Voy a recurrir a las armas de la diplomacia, y más específicamente a una bomba guiada por láser de 225 kilogramos. Se me ha ocurrido al ver que ataban a una persona viva al molino para animar a los muertos vivientes a seguir avanzando. El palo y la zanahoria. Voy a buscar un sitio para pasar la noche oculto, luego observaré su rutina a lo largo de la mañana y, finalmente, emprenderé un ataque preventivo. Parece como si trataran de mantener equilibrado el número de vivos y de muertos en la rueda. Los tienen atados tan cerca de los muertos que me ha parecido ver que uno de los monstruos le tocaba la espalda con sus dedos huesudos a una persona viva que se encontraba delante, mientras ambos giraban en perpetuo círculo.

Una parte de mí querría lanzarles la bomba ahora mismo, pero si no encuentro un sitio para pasar la noche, me voy a poner todavía más enfermo, o también podría sucumbir a un ataque de los muertos vivientes mientras me encuentro en el saco de dormir, en lo alto de esta loma. Voy a empezar por cargarme con el rifle al que se encuentra en la caseta de vigilancia. Por lo que veo, es el único que podría representar algún peligro a esta distancia, y no merecería la pena malgastar esa bomba por una sola persona. En cuanto haya acabado con el guardia, marcaré con el láser la estructura que considero hostil y trataré de no causar daños colaterales en la rueda donde se encuentran los posibles aliados junto con los muertos vivientes. Por ahora sólo es un plan. En algún momento del día he visto un destello en la loma opuesta, pero, aunque he mirado con los prismáticos, no he sido capaz de descubrir nada que se moviera.

Otro aspecto de esta cuestión, macabro, pero que me viene bien, es que voy a probar la eficacia del Reaper que vuela sobre mí con un objetivo que verdaderamente se merece una bomba guiada por láser. Si todo sale bien, me voy a cargar a los malos sin tener que acercarme a menos de cuatrocientos metros del edificio. Ahora llueve y me siento mal, y lleno sin cesar el depósito de agua y me la bebo, hasta el punto de que me vienen arcadas. No me queda otra opción, porque lo más probable es que en un radio de 150 kilómetros no encuentre jeringas esterilizadas ni suero fisiológico que no estén vigilados por un millar de muertos vivientes. Hoy no he recibido llamada alguna, pero he tratado de cargar el teléfono por satélite con el cargador solar, y en todo momento he vigilado el complejo.

20:00 h.

Tras dejar una parte de mis cosas en el escondrijo cercano al molino, he encontrado un sitio para pasar la noche: un coche abandonado, con la puerta abierta, que quedó sobre una colina. Era un Escarabajo Volkswagen de los ochenta. Lo he elegido porque se encontraba en una carretera secundaria, en lo alto de una colina. Me he metido dentro y he buscado las llaves… no estaban. He soltado el freno de emergencia y se ha movido al instante. Sólo he permitido que recorriera algo más de medio metro antes de volver a echarle el freno. Dentro de este vehículo voy a dormir sin peligro, y si durante la noche me atacaran los muertos vivientes, podría quitarle el freno y rodar colina abajo. Si el coche no fuese un Escarabajo, trataría de hacerle un puente. Está construido en una década en la que era fácil, pero no sé dónde se encuentran sus piezas esenciales, porque tiene motor trasero. La última vez que lo hice fue con un coche de Detroit. Ojalá tuviese ahora aquel Buick Regal. Esta noche voy a dormir con una mano sobre la palanca del freno.

20 de Octubre.

8:00 h.

Esta mañana me he levantado temprano para planear el ataque y analizar los papeles del Reaper. He examinado dos veces el dispositivo de señales, y también dos veces el período de cobertura del Reaper. Si la cobertura lo permitiese, habría atacado de noche. He dormido relativamente bien, sin interrupciones inesperadas, aparte de la fauna local. Un viejo búho me ha tenido despierto durante un rato. Qué no daría yo por volar ahora mismo como ese búho viejo y sabio.

Cambio de planes: si le disparo al hombre de la caseta y luego el Reaper no funciona como me habían dicho, soy hombre muerto. Ojalá pudiera recordar el ángulo de tiro de un cartucho de 5.56 a cuatrocientos metros desde un cañón de dieciséis pulgadas instalado en un M-4.

El Reaper ya tendría que estar aquí, o por lo menos falta poco. He probado el láser y he oído los tonos. Las baterías están bien. La mira también funciona bien… la ampliación x1 no me va a servir para nada, así que tendré que acercarme a unos cuatrocientos metros para incrementar la posibilidad de darle al guardia. Como a esta distancia su AK-47 no será más preciso que mi arma, voy a correr el riesgo. He encontrado un viejo coche familiar Chevrolet (puntos extra por el revestimiento de madera) no muy lejos del Escarabajo. Después de echar una ojeada a mi alrededor, he levantado el capó para ver qué tal estaba la máquina. Tenía algunas grietas, pero en conjunto parecía que pudiese funcionar. Las llaves no estaban puestas, pero con ese coche sí podría hacer un puente. Si empleaba la misma técnica que varios meses antes, no me sería difícil poner en marcha el viejo caballo de batalla y recorrer todo el camino hasta el Mundo de Wally. Me había llevado el teléfono y el cargador, pero había dejado el líquido para tratamiento de combustible en mi área de observación, justo debajo de la loma. Tendría que encontrar cables. He empleado el cuchillo para desconectar la batería, y luego la he sacado del coche y la he llevado a un claro, lejos de todo tráfico pedestre. He desplegado el cargador para que la exposición de sus células a la luz solar fuese la máxima posible. En las instrucciones decían que para cargar el teléfono había que exponer una única célula. Pero ahora se trataba de una batería grande. El cargador de energía solar no tenía marca y eso me ha parecido extraño.

He cubierto la batería con una de las bolsas de plástico que me he llevado del coche familiar para que tan sólo el cargador desplegado quedara expuesto a los elementos, y al cielo matutino parcialmente nublado. Dentro de unos minutos me pondré en marcha para realizar un nuevo reconocimiento, y si es necesario, para reducir el dolor.