PAQUETE AÉREO

13 de Octubre.

15:33 h.

Tengo tanta información por escribir y procesar que no sé por dónde empezar. Esta mañana, después de abandonar el camión, me he puesto en camino hacia el sur, y he leído el rótulo que descubrí ayer. No he tenido que acercarme mucho, porque los prismáticos, una vez más, me han permitido ahorrar tiempo y energías. En el rótulo decía: «Marshall, 9,5 km». No era la primera vez que oía hablar de Marshall, Texas, y he pensado que si había oído hablar de ella, es que era demasiado grande como para ir allí en busca de suministros. Cuando me disponía a emprender mi ruta habitual, paralela a la carretera, he oído una vez más el zumbido. El cielo estaba despejado, por lo que he sacado de inmediato los prismáticos y me he puesto a buscar por las alturas. Nada. He reanudado el camino en dirección sureste, cada vez más lejos de la carretera, a fin de rodear Marshall y no tener que pasar por su centro. Esa maniobra añadiría varios kilómetros a mi viaje. Cuando llevaba aproximadamente una hora de camino, ha empezado el ruido más fuerte que haya oído después de aquella explosión.

He escuchado a lo lejos el inconfundible ruido de los señuelos sonoros. Recuerdo su timbre característico, porque los utilizaron al inicio de la plaga de los muertos vivientes para atraer a las criaturas hacia las cargas nucleares. Me he imaginado en seguida lo peor, y me he preguntado: ¿Estoy a punto de transformarme en una llama en la oscuridad?

Es obvio que no es eso lo que ha sucedido, porque, si no, no lo escribiría ahora. El ruido no era ensordecedor, porque su origen se encontraba demasiado lejos de mí. Parecía que procediera del este, de un punto muy lejano. No era, en absoluto, tan potente como el señuelo que oí cuando arrojaron las bombas nucleares, y por eso pienso que debía de encontrarse mucho más lejos que el primero.

Nervioso y confuso, he seguido caminando en dirección sureste sin aminorar la marcha, hasta que he oído el inconfundible sonido de motores de avión que se aproximaban. Al mirar hacia el este, he visto un avión que se me acercaba en vuelo muy bajo. He sacado al instante el lanzabengalas, pero antes de que haya podido cargarlo, el avión ha virado hacia arriba y ha desaparecido en las alturas. He estado a punto de llorar, y luego a punto de morir bajo un voluminoso palé que descendía a tierra, al extremo de un gran paracaídas verde. Ha tocado tierra a unos seis metros de mí, y la violencia del impacto ha hecho que me saltasen grumos de tierra y hierba a la cara. El paracaídas ha quedado horizontal y he corrido a sujetarlo antes de que arrastrase por el suelo lo que fuera la mierda esa. He desenganchado el paracaídas, lo he plegado de cualquier manera y le he puesto una roca grande encima. La carga del palé estaba envuelta en capas muy gruesas de plástico y debía de medir un metro veinte, por un metro veinte, por un metro.

He sacado el cuchillo Randall y he empezado a cortar el envoltorio de plástico. Alguien había escrito «Org. Gub. Equipamiento 2b con rociador de pintura sobre algunas de sus capas». Después de retirarlo en su totalidad, he abierto los mosquetones y he sacado la red que mantenía los objetos en su sitio. He encontrado varias cajas de plástico duro marca Pelican, de tamaños diversos, sobre un palé también de plástico. Encima de las otras había una caja de color amarillo brillante marcada tan sólo con el número 01. He echado una ojeada por todo el perímetro, he agarrado la caja y he abierto sus cierres. Al levantar la tapa, lo primero que he encontrado ha sido un teléfono móvil. He visto en seguida que no era un teléfono normal, aunque tan sólo fuese por la voluminosa antena que llevaba plegada a un lado. La palabra que se leía sobre el teléfono era «Iridio». He sacado el teléfono de su caja y he pulsado el botón del menú. El teléfono se ha activado, me ha indicado que la batería estaba llena y se ha abierto una ventana que decía «Conectando». He dejado el teléfono a un lado y he inspeccionado con más detalle la caja amarilla. En la tapa de la caja había un diagrama en el que se indicaban las rutas orbitales de los satélites de Iridio sobre esta región, fechadas en este mes, estando el 80 por ciento de los satélites fuera de servicio. De acuerdo con el diagrama, tan sólo dispondría de dos horas diarias de cobertura por satélite.

Dicho espacio de tiempo abarcaba de las 12.00 a las 14.00 horas, cada día, con un margen de error de más o menos diecisiete minutos según las condiciones atmosféricas. Un asterisco remitía a una nota que indicaba que su disponibilidad se desplazaría dos minutos y doce segundos a la derecha por año transcurrido, de acuerdo con la configuración actual de los satélites. La gomaespuma en la que había estado alojado el teléfono contenía también un pequeño cargador solar. Cuando me disponía a abrir la caja siguiente para examinar sus contenidos, ha sonado el teléfono…

La estupefacción me ha paralizado durante un par de segundos, hasta que he pulsado el botón verde y he respondido con un «hola», y entonces un pitido de módem se ha transformado en una conexión sólida. He oído una voz lenta y mecánica en el auricular. «Ésta es una grabación de Remoto Seis. Por favor, lea el texto que está a punto de aparecer en la pantalla».

Obedeciendo las instrucciones, he leído el texto de la pantalla.

Quedan seis minutos de cobertura por satélite. Oficial al mando notificó por radio la desaparición de helicóptero FM del silo de lanzamiento Nada hace doce días. Desde entonces esta estación ha empleado capacidades aún existentes de captación de imagen desde el cielo, y aviones no tripulados Global Hawk y Reaper para localización. Búsqueda abortada hasta que se detectó señal de socorro por radio. La señal siguió en activo durante tiempo suficiente para precisar su posición para cobertura activa por avión no tripulado. Remoto Seis es una *ininteligible* Instal *ininteligible* misión como centro de mando y punto de control para *Ininteligible*…gob *ininteligible*. El mantenimiento *ininteligible* operaciones aéreas para dicha misión *ininteligible* mayor parte de aeronaves atmosféricas.

Gracias a los sesenta *ininteligible* satélites de Iridio en órbita *ininteligible* recursos y capacidad computacional para mantener las rutas orbitales y los algoritmos de compresión de datos para una cobertura de dos horas diarias.

Quedan tres minutos de cobertura por satélite. Amplia disponibilidad de sistemas de soparte *ininteligible* para aviones no tripulados Reaper. Con lo que tenemos recursos para cobertura activa desde el aire durante doce horas/día. Los aviones no tripulados de Remoto Seis están equipados con dos bombas de 225 kg guiadas por láser *ininteligible* carga diaria, con sensor electro-óptico/infrarrajos completo. En la entrega por C-I30 hallara dispositivo de control de bombas guiadas por láser del Reaper. Así como dispositivo de señales de bajo consumo. El equipamiento lleva sus propias instrucciones. Sólo puede designar objetivos *ininteligible* durante el periodo de tiempo de operación del Reaper. En ubicación próxima al Reaper. Y marcar el objetivo por medio de láser *ininteligible* diez segundos. Todo marcaje de menos de diez segundos conllevará no lanzamiento. Instale dispositivo de señales de bajo consumo en el exterior de la ropa para garantizar seguimiento. Los aviones no bajarán de los tres mil metros *ininteligible* evitar detección auditiva por muertos vivientes.

Queda un minuto de cobertura por satélite.

Utilice el teclado del teléfono para responde a la[s] siguiente[s] pregunta[s]:

¿Oye un tono agudo?

He respondido que sí.

La pantalla del teléfono por satélite se ha quedado en blanco. El señuelo sonoro que se oía en la distancia se ha debilitado hasta volverse a duras penas audible. En ese momento he tenido la impresión de que el señuelo sonoro se oía por todo mi alrededor… pero que apenas era audible.

La pantalla de texto me ha preguntado de nuevo:

¿Oye un sonido agudo de *estática*?

Sí.

El sonido ha dejado de oírse, y la pantalla siguiente me ha preguntado:

¿Oye un sonido muy agudo?

He respondido que no.

Por favor, repita el texto.

No.

El siguiente texto ha aparecido de inmediato en la pantalla:

La eliminación por sonido variable del Proyecto Huracán se ha activado en tres dimensiones. Todas las vari *ininteligible* infectadas se alejarán del ojo del huracán. Le quedan vein *ininteligible* horas de batería de eliminación variable. Degradación de la cobertura por satélite Iridio inmin.

Al parecer, el mismo dispositivo que se había utilizado para atraer a los muertos vivientes al holocausto nuclear se estaba empleando para crear una zona segura, por el sencillo procedimiento de hacer que los muertos vivientes la abandonaran. Tenia el nombre, muy apropiado, de Proyecto Huracán, indudablemente por la calma que reina en el ojo del huracán, en comparación con las turbulencias que lo circundan. La voz que había sonado en el teléfono antes de recibir el texto parecía sintética, pero era imposible que la operación entera estuviese automatizada. John debió de informar de la desaparición del helicóptero tan pronto como se dio cuenta de que tardábamos demasiado en regresar.

Hace muchos meses, las radios del Hotel 23 interceptaron retransmisiones de cierta persona que decía ser un congresista del Estado de Luisiana. Aparte de la terrible información que nos dio sobre los efectos de la radiactividad en los muertos vivientes, dijo disponer de un sistema de comunicación por teletipo de alta frecuencia, con una base gubernamental equipada con prototipos de vehículo aéreo no tripulado y un amplio surtido de explosivos.

Había numerosas cajas dentro del paquete que tenía que contabilizar e inspeccionar antes de que se pusiera el sol.

La primera era pequeña y tenía el símbolo del láser grabado en la tapa. He abierto el cierre y he encontrado en su interior un aparato rectangular de color negro con plataformas de montaje estándar con riel Picatinny en el fondo. Con el aparato venía una hoja de instrucciones impresa en papel plastificado y una caja de baterías de litio CR123. Las instrucciones venían a decir lo mismo que el texto que había aparecido en la pantalla del teléfono. También he encontrado dentro de la caja una pequeña carpeta con documentos, entre los que había un mapa híbrido por satélite de Texas, con extrañas marcas numeradas que indicaban varios lugares. He tardado menos de un segundo en probar la compatibilidad del aparato láser con el MP5, pero no he tenido éxito.

También llevaba una pequeña llave Allen para ajustar el rayo láser, pero las instrucciones decían que el aparato estaba precalibrado para funcionar con precisión a un metro y medio si se montaba sobre el riel T6. Aunque tratara de ajustarlo, tan sólo dispondría de unos cinco segundos para hacerlo antes de que la detonación de una bomba de 225 kilogramos guiada por láser hiciera sus destrozos. También he encontrado sujeto en la tapa un pequeño dispositivo de plástico para la proyección de señales de socorro, junto con las instrucciones para colocármelo. Se parecía mucho al pequeño reflector de señales de avalancha que llevaba en la chaqueta de esquí y que, en caso de accidente, habría ayudado al personal de rescate a encontrarme. Estaba escrito que la batería del dispositivo de señales para el Reaper había de durar seis meses, y que su objetivo era permitir que el Reaper me escoltara, e impidiese mi autodestrucción. No vaya a ser que el láser se dispare accidentalmente hacia mi pie cuando camine a campo través y se le caiga una bomba encima.

En el dorso de las instrucciones había una breve enumeración de capacidades básicas y limitaciones del Reaper. El texto del satélite me había informado de que tendría doce horas diarias de cobertura que coincidirían con las de luz solar. La cobertura no coincidía con la autonomía que se le atribuía al Reaper. Por ello, he pensado que Remoto Seis debe de encontrarse a muchos kilómetros de distancia. De acuerdo con las instrucciones, mi Reaper tendría que acompañarme desde el cielo hasta las 18.00 horas de esta tarde y nuevamente a las 6.00 horas de la mañana.

En la caja siguiente he encontrado un rifle de asalto M-4 con mira de punto rojo y una luz Surefire LED, así como quinientos cartuchos de munición de calibre .223 y cinco cargadores. Había una montura para el designador láser en el costado del arma opuesto a la luz LED. En la misma gomaespuma del rifle había una Glock 19 con 250 cartuchos de nueve milímetros y tres cargadores, así como un accesorio ya instalado (silenciador). En la misma caja había dos granadas de fragmentación. Había material suficiente como para que tuviese que plantearme qué me llevaría y qué iba a abandonar.

En la siguiente caja había toda una serie de alimentos deshidratados, envasados al vacío. Había veinte paquetes de comida, cada uno con tres platos de tipos variados. Junto con la comida había una botella de plástico y un centenar de pastillas para purificar el agua.

He dispuesto las nuevas provisiones por el suelo, y, al lado de éstas, las nuevas armas. Faltaban dos cajas. La siguiente que abrí contenía una pequeña botella de líquido para tratamiento de gasolina en la que se leía «experimental», con instrucciones explícitas en la parte de atrás que decían: «Un cuarto de botella por cuarenta litros. Esperar una hora antes de iniciar la combustión interna. Una dosis excesiva podría provocar que el líquido combustible se volviera inestable y peligroso». La caja también contenía un sifón manual lo suficientemente ligero como para pensar en llevárselo. Los materiales de aquella caja parecían destinados todos ellos a permitirme que encontrara y sacara rendimiento de un medio de transporte alternativo.

La última caja contenía una bolsa de compresión, y, dentro de ésta, un saco de dormir estilo momia, sin marca, con un diseño de camuflaje muy extraño. Era digital, pero sin ángulos rectos. La bolsa era de marca Gore-Tex y llevaba una etiqueta con número NSN en la que se indicaba que el saco de dormir era impermeable y aislaba del frío hasta los 0.ºC. Tenía cierres a presión en vez de cremallera. Llevaba una pistolera cosida en el exterior, a la altura de la cadera, el mismo lugar donde se lleva normalmente la pistola. El saco de dormir estaba diseñado para despertarse de repente y empezar a luchar.

Tras echar una nueva ojeada a mi alrededor para asegurarme de que no hubiese muertos vivientes, he dejado la mochila y he procedido a sacar todo lo que llevaba dentro y colocarlo en el suelo. Había llegado el momento de jerarquizar el equipamiento, desde los artículos indispensables hasta los que simplemente estaría bien llevar. Cuando el sol desaparecía tras el horizonte, he programado la alarma del reloj para que se activase al cabo de dos horas.

Ya no tenía mucho sentido conservar el MP5, porque podía llevarme el M-4 y la Glock como refuerzo. No puedo abandonar el MP5 hasta que haya probado adecuadamente el M-4, pero tampoco puedo cargar kilómetros y kilómetros con los dos subfusiles mientras camino campo a través, porque transporto mucho equipamiento. Sí me queda espacio para conservar la antigua G-17, pero la opción más lógica es que la pistola que lleve conmigo sea la G-19, porque es más pequeña y tiene visión nocturna y silenciador desmontable. Además, los cargadores de la 17 también pueden ir en la 19. Es una ventaja adicional.

Está claro que me voy a llevar el saco de dormir tipo momia, y que sustituirá a la pesada manta de lana a la que había transformado en poncho: le había abierto un agujero en el centro y me la ponía al estilo Pancho Villa. Quinientos cartuchos de .223 van a pesar mucho. Creo que mañana voy a disparar unos cuantos mientras el procedimiento de eliminación del Proyecto Huracán esté todavía activo. Voy a disparar por la mañana, antes de marcharme, para estar seguro. Me había llevado 210 cartuchos de nueve milímetros del helicóptero. Si los sumamos a los 250 cartuchos del paracaídas, voy a contar con 460 cartuchos de nueve milímetros para las pistolas.

Cuando amanezca, voy a disparar también unos cuantos cartuchos con la 19 para asegurarme de que funcione bien, aunque también me voy a llevar la 17 como refuerzo, porque la relación entre el coste de cargar con ella en la mochila y los beneficios que puede reportarme es positiva. Las granadas también serán de valor, igual que las pastillas para purificar agua y los alimentos secos. Dentro de poco voy a necesitar calcetines nuevos, y utilizaré los antiguos para llevar dentro las granadas, porque así me aseguraré de que la anilla no se salga de sitio por accidente mientras camino hacia el sur.

16:10 h.

Se acerca el crepúsculo.

Lista de Tareas.

*= Equipamiento nuevo.


Armas.

MP5 9mm (4 carg)[3]

G-17 (12 carg).

210 cart 9 mm. (Combinar con nueva munición).

* M-4 .223 (5 carg) con designador láser, luz LED y mira.

* 500 cart. de .223.

* G-19 9 mm (460 total).

* 2 granadas de fragmentación.

Equipo de Supervivencia.

Mochila.

Cuchillo de combate.

Gafas de visión nocturna con pilas de recambio.

Depósito de agua (3 litros).

Bengalas/Brújula.

Manta verde la lana[4]

Prismáticos.

Radio PRC-90-2 (Inutil)[5]

Cerillas resistentes al agua.

1 mechero BIC.

2 trampas grandes para ratas.

3 paquetes de AA (para las gafas de visión nocturna).

1 tubo de antibiótico triple.

1 rollo de cinta aislante.

Hacha pequeña.

* Teléfono por satélite con cargador de baterías solares.

* Mapa topográfico de Texas.

* 100 pastillas para purificar agua.

* Saco de dormir tipo momia.

* Tratamiento de combustible experimental (botellín).

* * ¡Mucha atención a la advertencia sobre el tratamiento!**

* Sifón de gasolina pequeño.

Provisiones.

2 raciones de comida preparada.

3 latas de chile *pesadas, comer primero.

2 latas de estofado vegetariano *pesadas, comer primero.

3 litros de agua.

* 20 paquetes con tres platos de alimento deshidratado cada uno.

He llegado a la conclusión de que será mejor abandonar la radio PRC-90, porque no tengo baterías adecuadas y pesa. La manta de lana y, provisionalmente, el MP5 también están en la lista de cosas que voy a dejar. Mi plan consiste en guardar el arma y su cargador en un lugar seguro y marcarlo en mi nuevo mapa. He vuelto a meter las cosas dentro de la mochila. Lo más pesado de todo es la munición, que por sí sola añade varios kilos a la mochila. Al prescindir del MP5, la manta de lana y la radio se produce un aligeramiento modesto, pero perceptible.

Hay una vivienda no muy lejos de mi posición, y, ahora que tengo la mochila a punto, me acercaré para echarle una ojeada y ver si será habitable para esta próxima noche. Las únicas cosas que voy a abandonar son la manta de lana, la prácticamente inútil radio PRC-90 y la mitad del paracaídas. He cortado una parte de los cordajes y de la tela por si puedo emplearlos para guarecerme. Cada día es más difícil encontrar cordaje de categoría militar.

Mi plan es probar el M-4 y hacer una última ronda con el ya probado, aunque mediocre, MP5 antes de esconderlo y reducirlo a poco más que una críptica marca en un mapa del tesoro.

21:45 h.

El sol estaba a punto de completar su recorrido cuando he cargado con la mochila y me he alejado del palé. Se notaba que la mochila era más pesada, y el subfusil extra que llevaba no hacía otra cosa que acentuar el peso. He caminado en dirección suroeste, hacia la vivienda que había descubierto poco antes con los prismáticos. Era una casa de dos pisos con las ventanas intactas. No estaban cerradas con tablones, pero sí a demasiada distancia del suelo como para que alguien, o alguna cosa, trepara hasta ellas con facilidad. El repecho de las ventanas me quedaba a la altura de la cabeza. Las cortinas estaban abiertas en algunas de las ventanas y echadas en otras. Todo se veía muy típico e inofensivo. He recorrido los 360 grados en torno a la casa, en busca de indicios de lucha o de marcas de sangre que dieran testimonio de un asalto previo de los muertos vivientes.

No había ningún coche en el aparcamiento. La hierba estaba alta, por supuesto, y lo único que parecía haber estorbado su crecimiento eran unos senderitos que parecían obra de conejos. Me he acercado al porche de entrada y he dejado la mochila en el suelo. He apoyado el M-4 contra la pared y me he cerciorado de que el MP5 estuviese cargado antes de tantear la mosquitera de la puerta. Estaba cerrada, y por eso he sacado el cuchillo y he hecho un corte para meter la mano y abrirla desde dentro. En el momento en el que tiraba del pomo, algo se ha movido tras la ventana más cercana a la puerta. He sacado la mano bruscamente, me la he arañado al sacarla, y entonces he corrido fuera del porche, esforzándome por no gritar…

Era tan sólo una cortina que se había agitado con el viento, nada más.

Me he quedado sentado en el porche, concentrado, tratando de escuchar algo que me obligara a pasar la noche sobre el tejado, y no dentro de la casa, donde se estaría más calentito. En el momento de intentarlo por segunda vez, el sol difundía el fulgor anaranjado del inminente crepúsculo. Yo antes no sabia que tendría que sacar coraje de lo más hondo cada vez que hiciera esto, cada vez que necesitara un sitio para dormir, o reorganizarme, o pensar.

Me he acercado a la fina mosquitera y he vuelto a meter la mano por dentro. Había que abrir la primera barrera que me impedía la entrada. He tenido que hacer fuerza. Me ha caído algo de polvo y tierra sobre la cabeza en el momento en el que la mosquitera ha cedido y la puerta principal ha quedado al descubierto. He agarrado el pomo de latón, sintiendo su frío metal en la mano. He dejado la mano allí durante un largo rato mientras me preguntaba hacia dónde tendría que hacerla girar. Un año antes lo habría sabido, por supuesto, pero los gestos sencillos, civilizados y familiares se me vuelven más extraños con el paso del tiempo. Lo he hecho girar lentamente hacia la derecha, y entonces, al darle un empujón con la bota, la puerta se ha abierto. La sala estaba abandonada desde hacía mucho tiempo. No había ni rastro de que nadie hubiese estado allí desde hacía varios meses. Parecía que las personas que habían vivido en la casa se hubiesen marchado antes de la epidemia/plaga/langosta o como se tenga que llamar.

He hecho una ronda por el piso de abajo y he abierto todas las cortinas que veía, para que no quedara ninguna posibilidad de que una criatura diabólica se escondiese en las sombras. Una vez me he cerciorado de que en el piso de abajo no había ningún peligro, he subido al de arriba, por una escalera que me ha parecido la que más crujía de todo el planeta Tierra. Tenía razón. Una vez he estado arriba, he tenido claro que en la casa no había peligro alguno, porque tampoco se había producido ninguna reacción al ruido que había hecho al subir. No me importaba. Han estado tantas veces a punto de matarme por subestimar las capacidades destructivas de bajo nivel de esas criaturas… Nervioso, he inspeccionado el piso de arriba con la misma meticulosidad y el mismo miedo que hace meses que llevo dentro de mí. Al pasar de habitación en habitación, mi cerebro se hundía en la oscuridad, y en fantasías sobre lo que iba a hacer si esta noche me infecto. Lo primero en que había pensado era suicidarme, y poner fin a todo con una bala en el cerebro. Quizá tendría que dejar un mensaje desolador, pero ingenioso, como el mozo de tienda ese al que maté. Parece que hayan pasado varios años. ¿Cuánto tiempo hace?

He reprimido mis pensamientos morbosos y he pasado de habitación en habitación, examinando los armarios empotrados. He mirado también bajo los lavabos de manos de los cuartos de baño, para estar seguro.

¿Y si uno de ellos se escondía bajo la cama? ¿Y si era un niño pequeño?

Tenía que ponerme freno. ¿Había mirado debajo de todas las camas? Esto es un síndrome obsesivo-compulsivo, ¿verdad que sí? He recorrido de nuevo el piso de arriba y luego, una vez más, el de abajo, antes de meter la mochila adentro y cerrar todas las puertas y ventanas de la casa. He encontrado cuatro velas decorativas, de formas distintas, distribuidas por sitios diversos en la sala de estar y en el comedor. Las he llevado arriba con la mochila y he elegido lo que me ha parecido que era el dormitorio principal como base de operaciones de sueño. No había sábanas sobre la cama, ni niñitos muertos debajo de ella.

He encendido las dos velas decorativas más grandes y las he colocado sobre una cómoda vacía junto a la cabecera de la cama. He dejado la mochila al lado de la ventana por la que tendría que escapar si durante la noche me sucede algo malo. También he cerrado la puerta del dormitorio con pestillo y he apoyado otra cómoda contra ella para ganar tiempo. He inspeccionado la ventana para estar seguro de que se abriría en un momento de necesidad. Había llegado el momento en que estaba lo bastante oscuro como para emplear las gafas de visión nocturna en una rápida observación de 180 grados desde la ventana, en busca de cualquier indicio de la presencia de muertos vivientes. Pero no había ninguno.

Me he quedado inmóvil en la oscuridad, oyendo los crujidos de la casa azotada por el viento nocturno, y he empezado a pensar con mayor detalle en los acontecimientos de hoy, pero tan sólo he logrado que mi confusión fuese aún mayor.

¿Cómo era posible que el avión de carga C-120 no hubiese aterrizado en un aeródromo cercano, o en un descampado, para recogerme?

¿Quiénes son Remoto Seis?

En vez de contar ovejitas, me he puesto a contar preguntas sin respuesta hasta que he caído en un sueño profundo, acompañado únicamente por la luz vacilante de unas velas afortunadas…

Unas velas que, contra todo pronóstico, se empleaban para aquello para lo que habían sido concebidas.