30 de Septiembre.
Hora y lugar: Desconocido.
La situación, mala… sobrevivir veinticuatro horas no es probable1 no parece factible. Tengo que escribir lo que ocurre. El viaje fue según lo planeado hasta que perdí y recobré la consciencia. Cabeza hinchada, hemorragia en oídos. Manos ensangrentadas.
30 de Septiembre.
Tengo que explicar algo por si no salgo vivo de ésta. Escribiré más cuando esté mejor… Importante.
Sobrevolábamos Shreveport y decidí ir más lejos en dirección norte, porque teníamos combustible y contábamos con un punto de aprovisionamiento. Yo no miraba los instrumentos, porque quien pilotaba era Baham. Se encendió una luz en el cuadro de alarmas. Era la alarma que avisaba de la presencia de virutas en el motor. Baham la actualizó para asegurarse de que no se hubiera encendido por un fallo en el cuadro. Se encendió una vez más. Indicaba que se habían detectado virutas de metal en el depósito de aceite del helicóptero. El procedimiento normal habría sido aterrizar de inmediato, pero ninguno de nosotros quería posarse en aquel territorio abiertamente hostil.
No pasó mucho tiempo antes de que el rotor perdiese fuerza y el helicóptero descendiera al suelo sin otro freno que la autorrotación. El altímetro giraba como si bajáramos muy rápido. El sargento de armas y el suboficial estaban sentados el uno al lado del otro en la parte de atrás del helicóptero y llevaban el cinturón abrochado. Yo llevaba puesto el mío en el asiento de copiloto. Lo último que recuerdo fue un estruendo que reventaba los tímpanos y el sonido del metal que se hacía pedazos, y el agua y el polvo que salían disparados hacia lo alto, envolvían el helicóptero y me llegaban a la cara.
No sé cuánto tiempo pasé inconsciente. Me puse a soñar… estaba en un sitio agradable. Estaba con Tara, pero no en el complejo. Había retrocedido en el tiempo, hasta el mundo de los vivos. La escena parecía muy real. Entonces sentí unas palmadas en el hombro… y luego me tiraron de la manga. Alguien me arrancaba de mi estado de serenidad. Me palpé la cabeza. Sentí un dolor intenso en la sien. Cada vez que el corazón me latía, sentía que la sangre me atravesaba el cerebro como púas de dolor. Veía borroso. Volvía a estar dentro del helicóptero, fuera ya de mi fantasía.
Aún veía borroso… me volví hacia la izquierda, hacia el asiento del piloto. Alcancé a ver que Baham me miraba, me sacudía el hombro con la mano derecha, me decía algo. ¿Por qué me daba tirones? Me volví hacia atrás y vi al sargento de armas y al ingeniero que tendían las manos hacia mí, como si trataran de ayudarme. Era como si los viese a través de una piscina llena de agua. El dolor me traspasó de nuevo y se me despejó la vista.
Me volví hacia Baham. El miedo me recorrió el cuerpo cuando le miré el pecho. Un trozo de una de las palas del rotor del helicóptero le sobresalía del pecho. No iba a morir… ya había muerto. Sus palmadas, golpecitos y lo que me habían parecido palabras no eran intentos de despertarme, sino de matarme. El cinturón de seguridad lo retenía y por eso no podía agarrarme. Me quedé allí, aturdido por unos instantes, y luego me volví para mirar al sargento de armas y al ingeniero de vuelo. Yo era la única persona que quedaba con vida en el helicóptero. Me llevé la mano a la frente y sentí un pinchazo. Un cascote de rotor me había atravesado el casco de vuelo y se me había quedado clavado en la cabeza. No sabría decir si se me había clavado muy hondo. Sólo sabía que aún estaba vivo y que tenia funciones cognitivas.
Traté de agarrar el rifle para rematar al resto de la tripulación y salir sin peligro de aquella tumba. Cuando quise levantarlo y apoyarlo en el hombro, me di cuenta de que el cañón se había doblado hasta casi noventa grados y había quedado trabado en los controles de vuelo que se hallaban a mis pies. Grité una palabrota y arrojé el arma al suelo, y miré por el helicóptero, por si encontraba algo que me sirviera. El MP5 del sargento de armas estaba en el suelo, detrás de mi asiento.
Saqué mi navaja y la utilicé para cortar una correa con la que hice un lazo para acercar el arma lo suficiente y poder agarrarla con la mano. La cargué y apunté primero a Baham. Sus dientes amenazadores y su piel flácida y vieja se veían aún peor por culpa de su estado actual de salud. Ya no me conocía; ni tampoco los hombres que iban detrás. El sargento de armas iba a ser el último.
Empuñé el arma y Baham empezó a darle golpecitos con la mano en el silenciador, como si de alguna manera fuese consciente de lo que le iba a suceder. Acabé con él. Al cabo de un segundo le pegué un tiro en la cabeza al ingeniero. Sus brazos pasaron de adoptar la postura de Frankenstein a la más absoluta inmovilidad, como si en ningún momento hubieran regresado de la muerte. Dije algunas palabras en memoria de todos ellos y luego le presenté mis últimos respetos al sargento de armas con un disparo en la frente. Me consolé pensando que él habría hecho lo mismo por mí. Miré por la ventana y llegué a la conclusión de que debíamos de llevar, por lo menos, un par de horas allí, porque el sol había llegado a su cenit. Estábamos en medio de una especie de charca que cubría hasta la cintura. Un leve remordimiento me apuñaló el corazón cuando me di cuenta de que Baham debía de haber pensado que tendríamos más posibilidades de sobrevivir si nos posábamos allí. Y yo se lo había pagado con una intoxicación de acción rápida por plomo.
Había sido una buena elección para el aterrizaje de emergencia, porque la puerta de babor se había desencajado y habíamos quedado libres para salir. La curiosidad había atraído a numerosos muertos vivientes a la orilla de la charca, pero, no se sabe por qué, el agua los repelía. Eché una atenta mirada en 360 grados y me di cuenta de que en un trecho de orilla no había ninguno. Agarré mi equipo y todo lo que pude cargar. Al acercarme a la puerta para escapar de aquel montón de chatarra, me arranqué la bandera estampada en velero que llevaba en el hombro izquierdo y la deposité en la mano muerta del sargento de armas.
Salí a la puerta. Al bajar del helicóptero, me hundí en el agua hasta la cintura. Me sería difícil moverme con agilidad hasta el terreno abierto por el que había de escapar. Fue casi como si nadara hasta la orilla de la charca. Logré llegar a tierra firme y me eché a correr. Poco más tarde perdí el conocimiento, y he despertado hará unas cuatro horas. Estoy sentado en la cabina del encargado de megafonía de un campo de fútbol americano, en un instituto de enseñanza secundaria, en el lado donde jugaban el equipo local… creo. Se ha puesto el sol, y estoy hambriento y deshidratado. Hace una hora he tenido que practicar una pequeña operación quirúrgica en mi propio cuerpo: me he extraído la esquirla de metal de la frente con los alicates puntiagudos de la navaja multiusos. He utilizado el espejo de mi kit de pinturas de camuflaje para hacerme una sutura. La esquirla se me había clavado en la cabeza a unos cuatro milímetros de profundidad, sobre la sien izquierda. En estos momentos no sé si la herida podría matarme. No he podido traer mucha comida ni agua, pero voy a consumirlas con toda la parsimonia que me sea posible a fin de prolongar mi supervivencia. Esto podría ser el fin. Ahora mismo oigo pasos sobre las gradas.
1 de Octubre.
Hora: Desconocida.
Poco a poco lo voy recordando. Recuerdo vagamente que me enfrenté a tres de ellos. Debieron de verme cuando subía por las gradas y me siguieron. Al despertar, estaba tumbado de espaldas, sobre un charco de sangre y cristales rotos, en medio de la cabina de prensa. Al tratar de levantar la cabeza y comprobar el estado de la puerta, me fijé en los cristales inastillables. Por la pinta que tenían, parece que disparé a través del cristal para matar a las cosas, pero fallé, porque los agujeros de bala estaban acompañados por otros agujeros más grandes. Los bordes de los agujeros más grandes que habían quedado en el cristal retenían trizas de piel y ropa, y eso quería decir que habían tratado de meter las manos dentro. También había una línea en diagonal de agujeros de bala que empezaban en el picaporte y descendían hacia la izquierda hasta llegar al marco de la puerta. Examiné el arma y llegué a la conclusión de que debía de haber disparado entre quince y veinte cartuchos.
Me obligué a mí mismo a ponerme en pie y logré llegar hasta la puerta. Miré a través del cristal roto y vi cuatro cadáveres tendidos sobre las gradas. A lo lejos, vi otros dos, al otro lado de la meta, que andaban en círculo en busca de una presa. Aún no lo recuerdo bien, pero creo que disparé por lo menos a uno de ellos a quemarropa a través del cristal y lo maté en el acto.
2 de Octubre.
Aprox: 16:00 h.
He despertado esta mañana al oír el aullido de un perro. Quizá fuera un lobo, pero, como apenas si quedan seres humanos vivos en América del Norte, está claro que todos los perros domésticos se habrán asilvestrado. Tengo curiosidad por saber si reconocerían en mí a un hombre vivo, o si me atacarían nada más verme, como si fuera un muerto viviente. Me he dado cuenta de que los perros los detestan. Me recuerda al desprecio que algunos perros parecían sentir por los uniformes. Annabelle muestra desagrado ante esas criaturas, y las cerdas del lomo se le erizan tan pronto como huele que uno de ellos se le acerca. Tengo sangre reseca por toda la cara y aún habito en este nido de cuervo sobre un campo de fútbol demasiado grande. Lo único que aún evidencia que fue un campo de juego son las metas y las hileras de gradas a ambos lados.
Estoy magullado y maltrecho. Puede que el accidente me causara daños graves. La zona de los riñones todavía me duele mucho y me resulta difícil sostenerme en pie durante mucho tiempo. Dentro de las mochilas que saqué del helicóptero llevo cartuchos de nueve milímetros, cinco raciones de comida preparada para comer y un rollo de cinta aislante aplastado. Me he animado un poco al comprobar que tuve la previsión de llevarme la mochila, y dentro de ésta la navaja multiusos, nueve litros de agua y las gafas de visión nocturna, junto con otros enseres de supervivencia.
Trataré de mantenerme con un cuarto de litro de agua diario. Si no realizo ningún sobreesfuerzo, creo que tendré suficiente agua para recuperarme y poderme poner en marcha. También conservo todo el equipamiento que en el momento de estrellarnos llevaba enfundado en el reverso del chaleco, bajo el cinturón de seguridad (pistola, cuchillo de supervivencia, bengalas y brújula). Los puntos que me he hecho en la cabeza son muy incómodos. Ojalá no hubiera tenido que hacerme la sutura con hilo de coser. Una botella de vodka, o de cualquier otra bebida fuerte, me vendría muy bien ahora. Tengo una miniradio de supervivencia PRC-90 y la he empleado para tratar de comunicarme con el Hotel 23 por las frecuencias 282.8 y 243.0. No lo he conseguido. O estoy fuera de su alcance, o la radio no funciona bien. John sabía la ruta que pensábamos seguir, pero, aunque enviasen a todos los marines con todos sus vehículos y armas, no lograrían llegar hasta mi posición. Los muertos vivientes que encontrarían por el camino son demasiados. Llegados a este punto, no creo que logre regresar.
3 de Octubre.
Aprox: 19:00 h.
Ha llegado la hora de empezar a trazar un plan. Tan sólo me quedan unos siete litros de agua, y parece que el número de muertos vivientes que se encuentra en el terreno de juego, y en sus alrededores, es cada vez mayor. El dolor me impide pensar con claridad. Me digo a mí mismo, sin cesar, que tengo que preocuparme de las cuestiones más básicas. Necesito comida, agua y cobijo. Aunque en estos tiempos que corren, no me bastará con eso.
En este mismo momento, desde mi posición elevada, veo a seis de esas criaturas. No parece que se den cuenta de mi presencia, y ninguno de ellos ha tratado de subir por las gradas. Dado el alcance y la precisión del MP-5, no me atrevo a disparar contra ellos, y todavía menos si tengo que guiarme por la imagen verde y granulosa que veo con las gafas.
El dolor de cabeza me va a enloquecer. He pensado en un par de ocasiones que podría salir de la cabina, bajar al campo y apuñalarlos a todos por la espalda. Entonces el dolor se me calma, vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que ese plan es una mierda. Cada vez que orino me salen pequeñas cantidades de sangre. Me he dado cuenta hoy, al mearme sin querer encima de las manos. Debí de fastidiarme el riñón cuando el helicóptero autorrotó hasta el suelo.
En primer lugar, tengo que averiguar dónde me encuentro. En cuanto lo sepa, tengo que pensar a dónde podría ir para conseguir un equipamiento mejor y tratar de comunicarme con el Hotel 23. En este momento ya se habrán figurado que el helicóptero se estrelló. Voy a descansar y a recobrarme, y luego me beberé dos litros de agua. He llegado a la conclusión de que si no me marcho de aquí, acabaré por morirme. De noche hace frío, sobre todo para alguien que tan sólo lleva dos capas de ropa y tiene una puerta con ventilación no deseada. Maldito sea por haberme acostumbrado tanto a estar rodeado de gente.
Se me ha roto el reloj. Aún marca la fecha, pero las manecillas han dejado de moverse. Me imagino que podría matar a una de esas criaturas y quitarle un reloj. Tengo que estar al tanto de la hora exacta para controlar la salida y la puesta de sol. Han pasado unos nueve meses desde que se fabricó la última batería de reloj. Estoy seguro de que aguantan mucho tiempo, por lo que me vendría bien conseguir un reloj digital con temporizador y cronómetro mientras aún pueda utilizarlo. Qué lástima que, en mi situación presente, tenga que pensar en una mierda como esa.
4 de Octubre.
Aprox: 2:00 h.
Hacia la medianoche, otra de las criaturas ha logrado subir por las gradas. Me he puesto las gafas de visión nocturna, con precaución para no quedarme deslumbrado con la luz verde. Durante cinco minutos, he contemplado el cadáver, que estaba en pie, enfrente de la puerta, en lo alto de las gradas… y entonces las pilas de las gafas han empezado a fallar. No llevaba mis pilas AA en la mochila, y por eso he tenido que quedarme inmóvil, aterrorizado, mientras la criatura metía la mano por el cristal roto y tanteaba por dentro.
Todos y cada uno de los trozos de cristal que se caían al suelo me han sonado como un trueno. Ha faltado poco para que encendiese la linterna, pero he logrado contener el impulso, porque sabía que, si lo hacía, vendrían más. Me he acordado de una escena en una película de dinosaurios en la que la chica no es capaz de apagar la linterna para impedir que la devore un tiranosaurio. La única diferencia consiste en que la chica asustada era yo y que no tenía coraje para encender la linterna.
Era mi especie la que se extinguía.
Al cabo de unos treinta minutos de tortura mental, la cosa ha resbalado y se ha caído de espaldas por los escalones, y no ha vuelto a subir. He pensado que el estrépito de su caída atraería a otras, pero, por ahora, no ha ocurrido así. La próxima vez que salga de compras tendría que ir a por pilas. Por ahora tengo una pequeña luz LED de color rojo sujeta a la cremallera de mi uniforme de vuelo. No parece que escribir esto bajo la luz roja afecte a mi visión nocturna, y la luz roja no los atrae. Este LED tiene tan poca potencia que las criaturas no han reaccionado desde que estoy aquí escribiendo esto.
Aprox: 6:00 h.
El sol se asoma tras los árboles. El fulgor de la mañana ilumina toda la zona y me permite ver a los muertos vivientes dando vueltas por ahí abajo, donde tendría que hallarse la franja que marca las 50 yardas. Las mangas de viento de las metas se agitan a merced de la brisa matutina. No he logrado quedarme dormido hasta hace tres horas, y de todos modos me ha despertado cada vez que oía un ruido, todas y cada una de las dilataciones y contracciones de los asientos de plástico bajo el sol matutino.
Esta cabina de prensa empieza a oler muy mal. El cubo de la esquina se llena con rapidez y el olor comienza a joderme. He notado que ya no me sale sangre al orinar. Aún tengo magullada la zona de los riñones, pero no como hace dos días. Echo de menos mi hogar. ¿Se hallaba bajo el sol abrasador de San Antonio? ¿En Arkansas? ¿En el Hotel 23? Ahora todas esas ideas se me vuelven confusas. Tan sólo quiero volver a mi hogar… a un lugar alegre, a un lugar donde no haya muerte ni destrucción. Ojalá tenga felices sueños, porque no conozco otra manera de escapar de esto.