Capítulo treinta y ocho

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Debo de haberme desmayado, pero solo por un instante, porque cuando abro los ojos ella sigue encima de mí. Tiene la cara y las manos manchadas con mi sangre mientras canturrea y susurra cosas para convencerme de que me rinda, de que me deje morir de una vez por todas y acabe con todo esto.

Pero aunque tal vez antes sintiera la tentación de hacerlo, las cosas han cambiado. Esta zorra mató a mi familia y va a pagar por ello.

Cierro los ojos, decidida a regresar a aquel lugar: todos estamos en nuestro coche, riéndonos, felices, llenos de amor. Contemplo la escena con mucha más claridad que nunca, ya que ahora no está enturbiada por la culpa. Ahora ya no me siento responsable.

Y cuando siento que las fuerzas crecen en mi interior, la aparto de mí de un empujón y la envío al otro lado de la estancia. Contemplo cómo vuela hasta la pared y el ángulo antinatural que adopta su brazo cuando su cuerpo se desploma sobre el suelo.

Drina me mira con los ojos abiertos de par en par a causa del asombro, pero no tarda en ponerse en pie y en echarse a reír mientras se sacude la ropa. Y cuando se abalanza hacia mí, vuelvo a arrojarla al otro extremo. Observo cómo cruza volando la cocina hasta la despensa, cómo atraviesa las puertas correderas y provoca una explosión de cristales rotos que inundan la estancia.

—Menuda escena del crimen estás montando… —dice mientras se retira las esquirlas de cristal de los brazos, las piernas y la cara. Las heridas se cierran tan pronto como están limpias—. Impresionante, de verdad. Estoy impaciente por leer lo que dicen los periódicos de mañana sobre esto. —Sonríe y se abalanza de nuevo sobre mí, completamente recuperada y decidida a ganar—. En tu cabeza ya estás acabada —susurra—. Y, si te soy sincera, tu patética demostración de fuerza resulta de lo más innecesaria. En serio, Ever, eres una pésima anfitriona. No es de extrañar que no tengas amigos; ¿así es como tratas a todos tus invitados?

La empujo de nuevo, preparada para hacerla atravesar un millar de ventanas si es necesario. Pero apenas he terminado de completar el pensamiento cuando siento un horrible y agudo dolor. Observo cómo Drina avanza hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja, pero estoy tan paralizada que ni siquiera puedo detenerla.

—Eso es lo que se conoce como el viejo truco de «cabeza en un cepo con dientes de sierra». —Suelta una carcajada—. Siempre funciona. Aunque, para ser justa, traté de avisarte. Lo que pasa es que no quisiste escucharme. De verdad, Ever, ha sido tu elección. Puedo incrementar el dolor… —Entorna los párpados mientras mi cuerpo se parte de dolor y cae al suelo. Las náuseas me retuercen el estómago—. O puedes… dejarte morir. Así de fácil y sencillo. La elección es tuya.

Intento concentrarme en ella mientras se acerca a mí, pero apenas puedo ver nada y mis extremidades están muy débiles; Drina no es más que un borrón que se mueve a toda velocidad, y sé que no puedo golpearla.

Así que cierro los ojos y pienso: «No puedo permitir que gane. No puedo dejarla ganar. Esta vez no. No después de lo que le hizo a mi familia».

Y cuando impulso el puño hacia ella, con el cuerpo débil, flojo y derrotado, me sorprendo al ver que le acierto en mitad del pecho, aunque solo de refilón. Trastabillo hacia atrás sin aliento; sé que no ha sido suficiente, que no he conseguido nada.

Cierro los ojos y me preparo para el final. Puesto que ahora es inevitable, solo espero que llegue pronto. Sin embargo, cuando se me despeja la cabeza y mi estómago se calma un poco, abro los ojos y descubro que Drina retrocede con dificultad hacia la pared, aferrándose el pecho con las manos y mirándome de manera acusadora.

—¡Damen! —lloriquea con la vista clavada en algún lugar a mi espalda—. ¡No permitas que me haga esto! ¡No permitas que nos haga esto a ambos!

Me giro y lo veo de pie detrás de mí, mirando a Drina y sacudiendo la cabeza.

—Es demasiado tarde —dice él al tiempo que toma mi mano y enlaza los dedos con los míos—. Ha llegado el momento de que te vayas, Poverelli.

—¡No me llames así! —exclama. Lo que una vez fueron unos asombrosos ojos verdes ahora no son más que una mancha roja—. ¡Ya sabes cuánto lo detesto!

—Lo sé —replica Damen, que me aprieta los dedos mientras ella se arruga, envejece y se desvanece ante nuestros ojos.

La única prueba de su existencia es el vestido de diseño de seda negra que queda en el suelo.

—¿Cómo…? —Me giro hacia Damen en busca de respuestas.

Pero él se limita a sonreír.

—Se acabó —dice—. Se acabó para siempre. Se acabó completa y absolutamente. —Me encierra entre sus brazos y cubre mi rostro con un reguero de besos cálidos y maravillosos mientras me promete—: Ella nunca volverá a molestarnos.

—¿La he… la he matado? —pregunto. A pesar de lo que le hizo a mi familia y de todas las veces que según ella me había matado, no sé muy bien qué sentir.

Damen asiente.

—Pero… ¿cómo? Bueno, si era inmortal, ¿no se supone que debería haberle cortado la cabeza o algo así?

Damen se echa a reír.

—¿Qué clase de libros lees? —Luego se pone serio y añade—: Las cosas no son así. No es necesario cortar cabezas, y tampoco hacen falta estacas de madera ni balas de plata. Todo se reduce al sencillo hecho de que la venganza debilita y el amor fortalece. De algún modo, has logrado golpear a Drina en su lugar más vulnerable.

Lo miro con los ojos entornados, sin saber muy bien qué quiere decir.

—Apenas la he rozado —le digo al recordar que mi puño pasó rozando su pecho.

—Tu objetivo era el cuarto chacra. Y lo acertaste de pleno.

—¿Eh?

—El cuerpo tiene siete chacras. El cuarto chacra, o chacra corazón como se denomina a veces, es el núcleo del amor incondicional, de la compasión, de la parte más elevada del yo… de todas las cosas de las que Drina carecía. Y eso la ha dejado indefensa, debilitada. Ha sido su falta de amor lo que la ha matado, Ever.

—Pero si era tan vulnerable, ¿por qué no ha protegido ese punto?

—No era consciente de ello; se engañaba, guiada por su ego. Drina jamás llegó a darse cuenta de lo malvada que se había vuelto, de lo resentida, odiosa y posesiva que era…

—Y si tú sabías todo eso, ¿por qué no me lo dijiste antes?

Damen se encoge de hombros.

—No era más que una teoría. Jamás he matado a un inmortal, así que no estaba seguro de que fuera a funcionar. Hasta ahora.

—¿Quieres decir que hay otros? ¿Drina no es la única?

Abre la boca como si fuera a decir algo, pero después la cierra con firmeza. Y cuando lo miro a los ojos veo un fugaz atisbo de… ¿arrepentimiento? ¿De remordimientos? No obstante, la visión desaparece con la misma rapidez que aparece.

—Drina dijo algo sobre ti, sobre tu pasado…

—Ever —dice Damen—. Mírame, Ever. —Me alza la barbilla para que pueda mirarlo a los ojos—. Llevo mucho tiempo en este mundo…

—Ya te digo… ¡Seiscientos años, nada menos! Damen se estremece al oírme.

—Más o menos. La cosa es que he visto unas cuantas cosas y he hecho otras cuantas. Mi vida no siempre ha sido tan buena y pura. De hecho, la mayor parte de ella ha sido todo lo contrario. —Intento apartarme, ya que no sé muy bien si quiero oírlo, pero él me lo impide y dice—: Estás preparada para oír esto, créeme, porque la verdad es que no soy un asesino, ni tampoco un ser maligno. Solo… —Hace una pequeña pausa—. Solo me gustaba la buena vida. Y aun así, cada vez que te encontraba, estaba dispuesto a renunciar a todo con tal de estar cerca de ti.

Intento liberarme, y esta vez lo consigo.

«¡Ay, Dios mío! ¡No, por favor! El típico caso de chico pierde a chica, solo que esta vez la pierde una y otra vez. Pasan los siglos y cada vez termina antes de que puedan practicar sexo. No me extraña que esté tan interesado, ¡soy la única que sigue resistiéndose! ¡Soy como una fruta prohibida, pero vivita y coleando! ¿Significa esto que debo permanecer virgen toda la eternidad? ¿Que debo desaparecer cada pocos años para mantener vivo su interés? Ahora que estamos atrapados juntos en la eternidad, el sexo es solo una cuestión de tiempo, y también lo es que llegue ese tren particular a la ciudad del Aburrimiento, y entonces Damen querrá disfrutar de la "buena vida" de nuevo.»

—¿«Atrapados juntos»? ¿Así es como lo ves? ¿Como si tuvieras que estar pegada a mí toda la eternidad? —Por la forma en que me mira, no sé si le ha hecho gracia o se siente ofendido.

Me arden las mejillas. He olvidado por un momento que mis pensamientos no son privados.

—No, yo… Lo cierto es que me preocupa que sientas eso por mí. Mira, es la típica historia de amor de tres al cuarto en la que los protagonistas nunca logran hacer nada porque la chica desaparece una y otra vez… ¡Y otra, y otra, y otra! ¡No tiene nada que ver conmigo! ¡Te has pasado seis siglos intentando meterte en mis bragas!

—Enaguas, calzones… Créeme, las bragas no se pusieron de moda hasta mucho, mucho después. —Al ver que yo no me río, tira de mí para acercarme y dice—: Ever, tiene todo que ver contigo. Y si no quieres creer en lo que te digo, según mi experiencia, la mejor forma de enfrentarse a la eternidad es vivirla día a día.

Me besa, pero solo un instante. Después cambia de posición y empieza a apartarse, pero yo sujeto su mano y vuelvo a acercarlo a mí.

—No te vayas —le digo mirándolo a los ojos—. Por favor, no vuelvas a dejarme.

—¿Ni siquiera si voy a buscarte un vaso de agua?

—Ni siquiera si vas a por agua —replico mientras acaricio su rostro con las manos, ese rostro tan increíblemente hermoso—. Yo… —Las palabras se quedan atascadas en mi garganta.

—¿Sí? —pregunta él con una sonrisa.

—Te he echado de menos —consigo decir al final.

—Ah, ¿sí? —Se inclina hacia delante, posa sus labios sobre mi frente y luego se aparta con rapidez.

—¿Qué? —pregunto al ver la forma en que me mira, con una sonrisa de oreja a oreja y una expresión afectuosa. Meto los dedos bajo mi flequillo y suelto una exclamación al descubrir que mi cicatriz ha desaparecido.

—Perdonar es sanar. —Sonríe—. Sobre todo cuando te perdonas a ti mismo.

Lo miro a los ojos, a sabiendas que quedan cosas por decir, pero no estoy segura de poder seguir adelante. Así pues, cierro los ojos. Como él puede leerme los pensamientos, no hay necesidad de decir las palabras en voz alta.

Sin embargo, Damen se echa a reír.

—Siempre es mejor cuando las cosas se dicen en voz alta.

—Pero ya lo he dicho. Por eso has vuelto, ¿no? Creí que vendrías antes. Quiero decir que me habría venido muy bien un poco de ayuda.

—Te oí. Y habría venido antes, pero necesitaba que estuvieras realmente preparada. Quería asegurarme de que no me llamabas porque te sentías sola después de haberte despedido de Riley.

—¿Te has enterado de eso?

Damen asiente.

—Has hecho lo correcto.

—De modo que casi me dejas morir aquí porque querías estar seguro, ¿no?

Hace un movimiento negativo con la cabeza. —Jamás te habría dejado morir. Esta vez, no. —¿Y Drina?

—La subestimé. No tenía ni idea.

—¿No podíais leeros el pensamiento?

Damen me mira mientras me acaricia la mejilla con el pulgar.

—Aprendimos a ocultarnos lo que pensábamos hace mucho tiempo.

—¿Me enseñarás a ocultar los míos?

Esboza una sonrisa.

—Con el tiempo te lo enseñaré todo, te lo prometo. Pero, Ever, debes saber lo que esto significa realmente. Nunca volverás a estar con tu familia. Jamás cruzarás ese puente. Es necesario que sepas en qué te estás metiendo. —Me alza la barbilla para mirarme a los ojos.

—Pero puedo… bueno… dejar esto cuando quiera, ¿no? Ya sabes, rendirme y todo eso… ¿No dijiste algo así?

Damen hace un gesto negativo con la cabeza.

—Resulta muchísimo más difícil una vez que estás habituado.

Lo estudio con detenimiento. Sé que hay que renunciar a un montón de cosas, pero estoy convencida de que habrá algún modo de solucionarlo. Riley prometió enviarme una señal, así que empezaré por ahí. Pero entretanto, si la eternidad empieza hoy, así es como voy a vivirla. Voy a vivir este día, y solo este día.

Porque sé que Damen siempre estará a mi lado.

«Y he dicho siempre, ¿vale?»

Él me mira, esperando.

—Te quiero —susurro.

—Yo también te quiero. —Sonríe y busca mis labios con los suyos—. Siempre te he querido. Y siempre te querré.