Corro hacia la puerta, impaciente por subir las escaleras para poder mostrarle a Riley mi piruleta de San Valentín, la misma piruleta que ha conseguido que brille el sol, que canten los pájaros y alegrarme el día, a pesar de que me niego a tener nada que ver con el chico que me la envía.
Sin embargo, cuando la observo sentada sola en el sofá, segundos antes de que se gire y me vea, hay algo en su aspecto (parece muy pequeña y sola) que me recuerda lo que dijo Ava acerca de que le había dicho adiós a la persona equivocada. Y la alegría se desvanece.
—Hola —me dice con una sonrisa—. No te vas a creer lo que acabo de ver en el programa de Oprah. Hay un perro que perdió las dos patitas delanteras y aun así puede…
Dejo la mochila en el suelo y me siento a su lado antes de coger el mando a distancia para silenciar la tele.
—¿Qué pasa? —Me fulmina con la mirada por haber dejado sin voz a Oprah.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto.
—Bueno, pues estaba sentada en el sofá, esperando a que llegaras… —Alza la vista al techo y chasquea la lengua—. Qué cosas, ¿eh?
—No. Lo que quiero saber es… ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué no estás… en algún otro lugar?
Riley hace una mueca con los labios antes de volver a concentrarse en la tele con el cuerpo rígido y una expresión impasible. Está claro que prefiere ver a Oprah sin audio que a mí.
—¿Por qué no estás con mamá, con papá y con Buttercup? —Me fijo en que su labio inferior comienza a temblar; al principio muy poquito, pero luego es un temblor en toda regla, y eso hace que me sienta fatal. Me obligo a pronunciar las palabras necesarias para continuar—: Riley… —Hago una pausa y trago saliva con fuerza—. Riley, creo que ya no deberías estar aquí.
—¿Me estás echando? —Se pone en pie de un salto y me mira con los ojos cargados de indignación.
—No, no se trata de eso, yo solo…
—¡No puedes impedirme que venga, Ever! ¡Puedo hacer todo lo que me dé la gana! ¡Todo! ¡Y no hay nada que tú puedas hacer al respecto! —exclama mientras sacude la cabeza y se pasea por la habitación.
—Soy consciente de ello —le respondo—. Pero no creo que deba animarte a hacerlo, la verdad.
Mi hermana cruza los brazos y tensa la mandíbula. Luego se deja caer en el sofá y empieza a balancear la pierna adelante y atrás, como hace siempre que está enfadada, molesta o frustrada… o las tres cosas a la vez.
—Estuvo bien durante el tiempo en que parecía que estabas entretenida con otras personas, en otros lugares; cuando parecías feliz y satisfecha. Pero ahora te pasas todo el tiempo aquí y no puedo evitar preguntarme si lo haces por mí. Porque, aunque no puedo soportar la idea de no tenerte cerca, es mucho más importante que tú seas feliz. Y espiar a los vecinos y a los famosos, ver el programa de Oprah y esperarme… Bueno, no creo que sea la mejor forma de conseguirlo. —Callo un momento para coger aliento. Desearía no tener que continuar, pero sé que debo hacerlo—. Porque aunque verte es sin duda la mejor parte del día, no puedo evitar pensar que hay otro lugar… un lugar en el que estarías mucho mejor.
Riley está concentrada en la pantalla del televisor. Yo la observo en silencio hasta que se decide a hablar por fin.
—Soy feliz, para tu información. Me siento feliz y satisfecha, así que ya lo sabes. —Sacude la cabeza, pone los ojos en blanco y vuelve a cruzar los brazos a la altura del pecho—. Algunas veces vivo aquí y a veces en otros lugares. En ese lugar llamado Summerland, que es un sitio precioso, por si no lo recuerdas… —Me mira de reojo.
Yo asiento. Vaya si lo recuerdo…
Riley se reclina sobre el respaldo y cruza las piernas.
—Así que, como puedes ver, disfruto de lo mejor de ambos mundos. ¿Cuál es el problema?
Aprieto los labios y la miro; me niego a dejarme intimidar por sus argumentos y confío en que estoy haciendo lo correcto, lo mejor para ella.
—Pues el problema es que creo que existe un lugar incluso mejor. Un lugar en el que te esperan mamá, papá y Buttercup…
—Escucha, Ever —me interrumpe—. Sé que crees que estoy aquí porque deseo cumplir los trece y, puesto que eso no va a ocurrir, estoy dispuesta a vivir la vida a través de ti. Y sí, puede que eso sea cierto en parte, pero ¿te has parado a pensar que puede que esté aquí porque yo tampoco puedo soportar la idea de abandonarte? —Me mira y parpadea con rapidez, pero cuando trato de hablar ella levanta la mano y continúa—: Al principio los seguí porque… bueno… son nuestros padres y creí que debía hacerlo. Pero cuando vi que te quedabas atrás, fui a buscarte. Cuando llegué a ese lugar, tú ya te habías marchado; no pude encontrar el puente de nuevo y luego, bueno, me quedé atrapada. Sin embargo, después conocí a algunas personas que llevaban años allí (bueno, la idea terrestre de los años), y ellos me enseñaron cosas…
—Riley… —empiezo a decir, pero ella me interrumpe sin vacilar.
—Y, para que lo sepas, ya he visto a mamá, a papá y a Buttercup, y todos están bien. En realidad, están mejor que bien: son felices. Lo único que desean es que dejes de sentirte culpable todo el tiempo. Pueden verte, ¿lo sabías? Pero tú no puedes verlos. No puedes ver a aquellos que han cruzado el puente; solo puedes ver a los que son como yo.
A mí me importan un comino los detalles acerca de a quién puedo ver y a quién no. Me he quedado en esa parte sobre que ellos desean que deje de sentirme responsable, aunque sé que solo pretenden ser unos buenos padres y aliviar mi sentimiento de culpa. Porque la verdad es que el accidente ocurrió por mi culpa. Si no hubiera hecho que mi padre diera la vuelta para poder coger la sudadera del estúpido campamento de animadoras de Pinecone Lake que había olvidado, jamás nos habríamos encontrado en ese lugar, en esa carretera, en el momento exacto en que un estúpido ciervo confundido se puso delante de nuestro coche y obligó a mi padre a virar bruscamente, salir volando hacia el barranco y estrenarse contra un árbol. Todo el mundo murió menos yo.
Por mi culpa.
Todo.
Solo por mi culpa.
Sin embargo, Riley sacude la cabeza y dice:
—Si fuera culpa de alguien, sería de papá, porque todo el mundo sabe que no se debe girar de golpe cuando aparece un animal delante del coche. Se supone que debes golpearlo y seguir adelante. Pero tú y yo sabemos que él no habría podido hacer algo así, de modo que trató de salvarnos a todos y solo consiguió salvar al ciervo. No obstante, puede que fuera culpa del ciervo. No tenía nada que hacer en la carretera cuando había un bosque precioso al lado. O tal vez fuera culpa de la barrera de protección, por no haber sido lo bastante fuerte y firme, por no estar hecha de un material más sólido. O quizá la culpa sea de la compañía de coches, por haber fabricado un sistema de dirección defectuoso y unos frenos de mierda. O quizá… —Se queda callada y me mira—. La cuestión es que no fue culpa de nadie. Las cosas sucedieron sin más. Como se suponía que debían suceder.
Ahogo un sollozo. Desearía creer todo eso, pero no puedo. Porque sé que no es cierto. Porque sé la verdad.
—Todos lo sabemos, y lo aceptamos. Así que ha llegado el momento de que tú lo sepas y lo aceptes también. Al parecer, a ti no te había llegado la hora.
«Sí que me había llegado. Damen hizo trampas… ¡y yo le seguí el juego!»
Trago saliva y miro la tele; el programa de Oprah se ha terminado y el doctor Phil ha ocupado su lugar: un tipo calvo con una boca enorme que nunca deja de moverse.
—¿Recuerdas cuando parecía transparente? Eso se debía a que estaba preparada para cruzar al otro lado. Cada día me acercaba más y más al otro lado del puente. Pero justo cuando decidí cruzar, bueno, me pareció que era el momento en que tú más me necesitabas. Y no pude soportar la idea de abandonarte… Y aún no puedo —admite.
Sin embargo, aunque en realidad quiero que se quede, me da la sensación de que ya le he robado una vida; y no quiero robarle la vida después de la muerte también.
—Riley, ha llegado la hora de que te marches —le digo, y hablo en susurros porque aún hay una parte de mí que desea que no me oiga. Sin embargo, en cuanto pronuncio las palabras comprendo que hago lo correcto, así que vuelvo a decirlas, aunque esta vez en voz más alta. Las palabras destilan seguridad, convicción—. Creo que deberías marcharte —repito, aunque apenas puedo creer lo que oyen mis oídos.
Riley se levanta del sofá con una expresión sorprendida y triste. Lágrimas cristalinas se deslizan por sus mejillas.
Trago saliva con fuerza una vez más y le digo:
—No puedes hacerte una idea de lo mucho que me has ayudado. No sé qué habría hecho sin ti. Eras la única razón por la que me levantaba cada mañana y seguía adelante. Pero ahora estoy mejor, y ha llegado el momento de que tú… —Me quedo callada, ahogada con mis propias palabras, incapaz de continuar.
—Mamá dijo que al final acabarías enviándome de vuelta —dice, y sonríe.
La miro y me pregunto qué significa eso.
—Me dijo: «Algún día, tu hermana crecerá por fin y hará lo correcto».
Y en el mismo momento en que Riley pronuncia esas palabras, ambas nos echamos a reír.
Reímos por lo absurdo de la situación. Reímos por lo mucho que le gustaba a mi madre decir: «Algún día crecerás y…». Reímos para descargar la tensión y el dolor de la despedida. Reímos porque nos parece lo mejor que podemos hacer.
Y cuando las risas se desvanecen, miro a mi hermana y le digo:
—Pásate de vez en cuando a saludarme, ¿vale?
Ella sacude la cabeza y aparta la mirada.
—Dudo mucho que seas capaz de verme, ya que no ves a mamá y a papá.
—¿Y en Summerland? ¿Podré verte allí? —pregunto mientras pienso que puedo hacerle una visita a Ava para pedirle que me enseñe a retirar el escudo, pero solo para visitar a Riley en Summerland; para nada más.
Ella se encoge de hombros.
—No estoy segura, pero haré todo lo posible por enviarte algún tipo de señal, algo para que sepas que estoy bien; algo que solo relaciones conmigo.
—¿Algo como qué? —pregunto. Me entra el pánico al ver que comienza a desvanecerse; no creí que fuera a ocurrir tan rápido—. ¿Y cómo lo sabré? ¿Cómo podré estar segura de que es una señal tuya?
—Confía en mí, lo sabrás. —Sonríe y se despide con un gesto de la mano antes de desaparecer.