Antes siquiera de que acabe de aparcar, ella aparece en la puerta principal para esperarme.
«O tiene poderes psíquicos de verdad, o ha permanecido ahí de pie desde que colgamos.»
No obstante, cuando veo la preocupación que refleja su rostro me siento culpable por haber pensado algo así.
—Bienvenida, Ever —dice con una sonrisa mientras me conduce a una bonita sala de estar.
Miro a mi alrededor y me fijo en las fotos enmarcadas, en los enormes libros que hay sobre la mesita de café tallada, y en el sofá y las sillas a juego. No puedo evitar sorprenderme por lo normal que parece todo.
—¿Esperabas paredes moradas y bolas de cristal? —Se echa a reír y me hace un gesto para que la siga hasta la luminosa cocina, que tiene el suelo de piedra beige, electrodomésticos de acero inoxidable y un tragaluz en el techo—. Preparémonos un poco de té —me dice mientras pone a hervir el agua y me ofrece un sitio en la mesa.
La observo mientras coloca galletitas en un plato y prepara nuestro té. Cuando ocupa el lugar que está frente a mí, la miro y le digo:
—Hum… Siento haber sido tan grosera y tan… todo… —Me encojo de hombros, avergonzada de haber sido tan torpe y desagradable.
Sin embargo, Ava se limita a sonreír y coloca una mano sobre la mía. Y en el momento en que me toca, me siento mucho mejor.
—Me alegro mucho de que hayas venido. Estaba muy preocupada por ti.
Clavo la mirada en la mesa y observo el mantelito individual verde lima, sin saber muy bien por dónde empezar.
Pero puesto que es ella quien está al cargo de la situación, lo hace en mi lugar.
—¿Has visto a Riley? —pregunta sin dejar de mirarme a los ojos.
No puedo creer que quiera empezar por ahí.
—Sí —respondo al final—. Y, para que lo sepas, no tiene muy buen aspecto. —Aprieto los labios y aparto la mirada, convencida de que ella tiene la culpa.
No obstante, Ava se limita a echarse a reír… ¡A reír!
—Tu hermana está bien, confía en mí —me responde antes de darle un sorbo al té.
—¿Que confíe en ti? —La miro con la boca abierta y sacudo la cabeza. Ver cómo se toma el té y mordisquea una galletita con tanta calma me saca de quicio—. ¿Por qué debería hacerlo? ¡Eres tú quien le ha lavado el cerebro! ¡Eres tú quien la ha convencido de que se mantenga alejada! —le digo a voz en grito. Desearía no haber venido a este lugar. ¡He cometido un error colosal!
—Ever, sé que estás enfadada, y sé lo mucho que la echas de menos, pero ¿tienes la menor idea de lo mucho que ella ha sacrificado para estar contigo?
Miro por la ventana y me fijo en la fuente, en las plantas y en la pequeña estatua de Buda mientras me preparo para escuchar una respuesta absurda.
—Ha renunciado a la eternidad.
Pongo los ojos en blanco.
—Por favor, si hay algo que le sobra es tiempo.
—Me refiero a algo más que al tiempo.
—¿Sí? ¿A qué? —pregunto, aunque siento el impulso de soltar la galleta y salir pitando de aquí. Ava es una engañabobos, una farsante, y habla con mucha autoridad sobre cosas de lo más extravagantes.
—El hecho de que Riley esté aquí contigo significa que no puede estar con ellos.
—¿Con ellos?
—Con tus padres y con Buttercup —me contesta, y recorre con el dedo índice el borde de su taza sin dejar de mirarme.
—¿Cómo sabes…?
—Por favor, creía que ya habíamos dejado eso atrás… —dice.
—Esto es ridículo —murmuro antes de apartar la mirada. Me pregunto qué puede haber visto Riley en una persona semejante.
—¿En serio? —Se aparta el cabello cobrizo de la cara y revela una frente lisa y sin arrugas, libre de toda preocupación.
—Vale, morderé el anzuelo. Si sabes tanto, dime una cosa: ¿dónde crees que se encuentra Riley cuando no está conmigo? —pregunto, buscando su mirada. Aunque pienso para mis adentros: «Esta sí que va a ser buena».
—Deambulando. —Se lleva la taza a los labios y da un nuevo sorbo.
—¿Deambulando? Ya, claro. —Suelto una risotada—. Como si lo supieras…
—No le queda otro remedio, puesto que ha elegido quedarse contigo.
Vuelvo a mirar por la ventana con una sensación de opresión en el pecho mientras me digo que eso no es cierto. —Riley no cruzó el puente.
—Te equivocas. Yo vi cómo lo hacía. —La fulmino con la mirada—. Hasta me dijo adiós con la mano; todos lo hicieron. Lo sé porque estaba allí.
—Ever, no dudo de lo que viste; lo que quiero decir es que Riley no cruzó al otro lado. Se detuvo a mitad de camino y volvió para buscarte.
—Lo siento, pero te equivocas de nuevo —le digo—. Eso no es del todo cierto. —El corazón late con fuerza en mi pecho cuando recuerdo ese último momento: las sonrisas, los gestos de despedida y después… después nada. Desaparecieron mientras yo luchaba y suplicaba por quedarme.
Ellos se fueron y yo me quedé. Y todo por mi culpa. Todas las cosas malas tienen su origen en mí.
—Riley regresó en el último segundo —añade—. Cuando nadie miraba y tus padres ya habían cruzado con Buttercup. Me lo ha contado ella, Ever; hemos hablado de esto muchas veces. Tus padres siguieron adelante, tú volviste a la vida y Riley se quedó atrapada. Y ahora pasa su tiempo visitándonos a ambas, a los antiguos vecinos y amigos y a unos cuantos famosos inapropiados.
—¿Tú sabías eso? —La miro con los ojos abiertos de par en par.
Ava asiente.
—Es natural, aunque la mayor parte de los entes ligados a la Tierra se aburren de esas cosas muy rápido.
—¿Entes ligados a la Tierra?
—Espíritus, fantasmas… como quieras llamarlos. Aunque son bastante diferentes de aquellos que han cruzado al otro lado.
—¿Y dices que Riley está atrapada?
Vuelve a hacer un gesto afirmativo.
—Debes convencerla de que tiene que marcharse.
Sacudo la cabeza mientras pienso: «Eso no está en mis manos».
—Ya se ha ido. Ahora apenas viene a verme —murmuro. La miro como si ella fuera la responsable de eso, pero solo porque sé que lo es.
—Debes darle a tu hermana tus bendiciones. Tienes que hacerle saber que no pasa nada.
—Escucha —le digo, harta de la conversación, harta de que Ava se meta en mis asuntos y me diga cómo debo vivir mi vida—. Vine aquí en busca de ayuda, no para oír esto. Si Riley quiere quedarse aquí es cosa suya. El hecho de que tenga doce años no significa que yo pueda decirle lo que debe o no debe hacer. Es bastante cabezota, ¿sabes?
—Hummm… Me pregunto a quién se parecerá… —replica ella, que da otro sorbo al té sin dejar de mirarme.
Y aunque sonríe y trata de hacer que todo parezca una broma, yo la miro a la cara y le digo:
—Si has cambiado de idea con respecto a lo de ayudarme, dilo sin más. —Me levanto de la silla. Tengo los ojos cargados de lágrimas, me duele la cabeza y me muero de miedo, pero estoy dispuesta a marcharme si tengo que hacerlo. Recuerdo el día en que mi padre me enseñó la clave de toda negociación: tienes que estar dispuesto a marcharte… cueste lo que cueste.
Ava me mira durante unos instantes y luego me hace un gesto para que me siente.
—Como quieras. —Deja escapar un suspiro—. Esto es lo que tienes que hacer…
Cuando Ava me acompaña por fin a la puerta, me sorprendo al ver que ya ha oscurecido. Supongo que he pasado más tiempo dentro del que creía mientras practicaba la meditación paso a paso, mientras aprendía cómo protegerme y crear mi propio escudo psíquico. Aunque las cosas no empezaron muy bien, sobre todo por la conversación acerca de Riley, me alegro de haber venido. Es la primera vez que me siento completamente normal (sin el apoyo del alcohol o de Damen) en mucho tiempo.
Le doy las gracias de nuevo y me dirijo al coche. Estoy a punto de subirme al vehículo cuando Ava me dice:
—¿Ever?
Al mirarla no veo más que su cuerpo iluminado por la suave luz amarillenta del porche, ya que ahora su aura no está visible.
—Me gustaría de verdad que me dejaras enseñarte cómo deshacer el escudo. Tal vez te sorprenda, pero puede que eches de menos tu don —dice en un intento por persuadirme.
Pero ya hemos hablado del tema, y más de una vez. Además, he tomado una decisión y no pienso echarme atrás. Tengo la intención de decirle hola a la vida normal, y adiós a la inmortalidad, a Damen, a Summerland, a los fenómenos psíquicos y a todo lo relacionado con ellos. Desde el accidente, lo único que he deseado es volver a ser normal. Y ahora que lo soy, pienso seguir así.
Niego con la cabeza y meto la llave en el contacto. Vuelvo a mirarla cuando me dice:
—Ever, por favor, piensa en lo que te he dicho. No has entendido bien las cosas. Le has dicho adiós a la persona equivocada.
—¿De qué estás hablando? —pregunto, aunque lo único que quiero es regresar a casa y empezar a disfrutar de mi vida normal una vez más.
Sin embargo, ella se limita a sonreír.
—Creo que ya sabes a qué me refiero.