Capítulo veintidós

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A pesar de que Haven se negaba a responder a nuestras llamac telefónicas, conseguimos mantenernos en contacto con Miles. Y tras convencerlo de que se pasara por casa después de los ensayos, apareció con Eric y los cuatro pasamos una noche divertida comiendo, nadando y viendo pelis malas de miedo. Y fue tan agradable pasar una noche tan relajada con mis amigos que casi logré olvidar a Riley, a Haven, a Evangeline, a Drina, la playa… y todos 1os dramas de la tarde.

Casi olvidé la mirada ausente que tenía Damen cuando creía que nadie lo observaba.

Casi olvidé la preocupación oculta que bullía bajo la superficie.

Casi. Pero no del todo.

Y aunque dejé muy claro que Sabine estaba fuera de la ciudad y que me encantaría que se quedara conmigo, Damen se quedó solo hasta que me dormí y después se marchó sin hacer ruido.

Así pues, a la mañana siguiente, cuando aparece en el vano de la puerta de mi habitación con café, magdalenas y una sonrisa, no puedo evitar sentirme algo aliviada. Tratamos de llamar a Haven de nuevo, incluso le dejamos un par de mensajes, pero no hace falta tener poderes psíquicos para saber que no quiere hablar con nosotros. Y cuando al final llamo a su casa y hablo con su hermano pequeño, Austin, sé que el niño no miente cuando dice que no la ha visto.

Después de pasar un día entero holgazaneando junto a la piscina, estoy a punto de pedir otra pizza cuando Damen me quita el teléfono de las manos y dice:

—Creí que podría hacer la cena.

—¿Sabes cocinar? —le pregunto, aunque no sé por qué me sorprendo, porque lo cierto es que aún no he descubierto nada que no sepa hacer.

—Dejaré que seas tú quien decida eso. —Sonríe.

—¿Necesitas ayuda? —me ofrezco, aunque mis dotes culinarias se limitan a hervir el agua y a añadir leche a los cereales.

Damen me responde con un movimiento negativo de la cabeza antes de dirigirse a los fogones, así que yo voy arriba para ducharme y cambiarme. Cuando me llama a cenar, me quedo atónita al descubrir que la mesa del comedor está preparada con la mejor vajilla de porcelana de Sabine, manteles de lino, velas y grandes jarrones de cristal llenos (menuda sorpresa) de tulipanes rojos.

Mademoiselle… —Sonríe y retira mi silla. Su acento francés es melodioso y perfecto.

—No puedo creer que hayas hecho algo así. —Contemplo las fuentes colmadas alineadas frente a mí, tan llenas de comida que me pregunto si esperamos a algún invitado.

—Es todo para ti. —Sonríe, respondiendo a la pregunta que todavía no he formulado.

—¿Solo para mí? ¿Tú no vas a comer nada? —Observo cómo llena mi plato con verduras perfectamente preparadas, carne asada a la parrilla y una salsa tan fragante, densa y elaborada que ni siquiera sé qué es.

—Por supuesto. —Esboza una sonrisa—. Pero casi todo lo he hecho para ti. Una chica no puede vivir solo a base de pizza, ya sabes.

—Te sorprenderías… —Me echo a reír mientras corto un jugoso trozo de carne asada.

Mientras comemos, formulo ciertas preguntas. Aprovechando el hecho de que él apenas toca la comida, le pregunto todas las cosas que me muero por saber y que siempre olvido cuando me mira a los ojos. Cosas sobre su familia, su infancia, las mudanzas constantes, la emancipación… En parte porque siento curiosidad, pero sobre todo porque me parece extraño salir con alguien a quien conozco tan poco. Y cuanto más hablamos, más me sorprende lo mucho que tenemos en común. Para empezar, ambos somos huérfanos, aunque él desde una edad mucho más temprana. Y aunque es poco dado a los detalles, no puede decirse que yo hable mucho de mi situación tampoco, así que no lo presiono demasiado.

—Entonces, ¿qué lugar te gusta más? —pregunto; acabo de dejar el plato limpio después de comerme hasta el último bocado y empiezo a sentir una agradable sensación de plenitud.

—Este. —Sonríe. Apenas ha comido nada, pero se le ha dado muy bien mover los alimentos de un lado a otro de su plato.

Entorno los párpados sin creérmelo del todo. Bueno, está claro que Orange County es bonito, pero no creo que pueda compararse con todas esas emocionantes ciudades europeas, ¿verdad?

—En serio. Soy muy feliz aquí —me responde mirándome a los ojos.

—¿Y no eras feliz en Roma, París, Nueva Delhi o Nueva York?

Se encoge de hombros. De pronto sus ojos se llenan de tristeza y aparta la mirada mientras toma un sorbo de su extraña bebida de color rojo.

—¿Qué es eso exactamente? —pregunto mientras observo la botella.

—¿Te refieres a esto? —dice con una sonrisa mientras la sujeta en alto para que yo la vea—. Una receta secreta familiar. —Hace girar el contenido y veo que el color brilla y chisporrotea mientras recorre las paredes laterales de la botella antes de caer al fondo de nuevo. Parece una mezcla entre brillantina, vino y sangre combinada con una pizca de polvo de diamantes.

—¿Puedo probarlo? —No sé muy bien si quiero hacerlo, pero siento curiosidad.

Él sacude la cabeza.

—No te gustaría. Sabe a medicamento, probablemente porque se trata de un medicamento.

Siento un nudo en el estómago mientras lo miro boquiabierta e imagino toda una serie de enfermedades incurables, achaques horribles y molestias graves.

«Sabía que era demasiado bueno para ser real.»

No obstante, él niega con la cabeza y se echa a reír mientras me toma la mano.

—No te preocupes. En ocasiones me quedo algo corto de energías. Y esto me ayuda.

—¿Dónde lo consigues? —Entorno los párpados en busca de una etiqueta, una impresión o algún tipo de marca, pero la botella es lisa y transparente, sin ninguna imperfección.

Damen sonríe.

—Como te he dicho, se trata de una receta familiar —asegura antes de dar un largo trago para terminarla. Después se levanta de la mesa con el plato aún lleno de comida y dice:

—¿Nos damos un baño?

—¿No se supone que hay que esperar una hora después de comer? —pregunto mientras lo observo con detenimiento. Sin embargo, él suelta una risotada y busca mi mano.

—No te preocupes. No permitiré que te ahogues.

Puesto que hemos pasado la mayor parte del día en la piscina, decidimos ir al jacuzzi. Y cuando nuestros dedos comienzan a parecer ciruelas pasas, nos envolvemos en gigantescas toallas y nos dirigimos a mi habitación.

Damen me sigue hasta mi cuarto de baño. Cuando dejo caer la toalla húmeda al suelo, él se coloca detrás de mí, me aprieta contra su cuerpo y me abraza con tanta fuerza que nuestras pieles parecen fundirse. Y cuando recorre mi nuca con los labios, me doy cuenta de que es mejor dejar claras algunas cosas mientras mi cerebro aún funciona.

—Oye, puedes quedarte si quieres —musito mientras me aparto un poco. Me arden las mejillas a causa de la vergüenza cuando veo su mirada divertida—. Quiero decir… bueno, lo que pretendía decir es que quiero que te quedes. De verdad. Aunque no sé muy bien si deberíamos.. . ya sabes…

«Ay, Dios, pero ¿qué estoy diciendo? Vamos, por favor, como si él no supiera de qué hablo. Como si no hubiera sido él quien ha sufrido mi rechazo en la cueva y en todos los demás sitios. ¿Qué pasa contigo? ¿Qué es lo que haces? Cualquier chica mataría por disfrutar de un momento como este, de un largo y ocioso fin de semana sin padres ni carabinas… Y aun así, aquí estoy, imponiendo un ridículo conjunto de normas… y sin ninguna buena razón.»

Damen coloca el dedo índice bajo mi barbilla y alza mi rostro para poder mirarme a los ojos.

—Ever, por favor, ya hemos pasado por esto —susurra al tiempo que me coloca un mechón de cabello detrás de la oreja y acerca los labios hasta mi cuello—. Puedo esperar, de verdad. He esperado muchísimo tiempo para encontrarte… y puedo esperar mucho más.

Con el cálido cuerpo de Damen acurrucado junto al mío y su tranquilizador aliento rozándome la oreja, me quedo dormida de inmediato. Y aunque me preocupaba estar demasiado asustada por su proximidad como para pegar ojo, es justo la seguridad que me proporciona tenerlo al lado lo que me ayuda a dormir.

Sin embargo, cuando me despierto a las cuatro menos cuarto de la madrugada y descubro que ya no está allí, aparto las mantas a un lado y corro hacia la ventana, reviviendo de nuevo la situación de la cueva mientras busco su coche en el camino de entrada. Aliviada, descubro que aún sigue allí.

—¿Me buscabas? —pregunta.

Me doy la vuelta y lo encuentro en el vano de la puerta. Mi corazón empieza a latir a un ritmo frenético y mi rostro se pone rojo como la grana.

—Yo… me he dado la vuelta y he visto que no estabas aquí, y… —Aprieto los labios. Me siento ridícula, pequeña y embarazosamente necesitada.

—He ido abajo a por un poco de agua. —Sonríe y coge mi mano para conducirme de vuelta a la cama.

Sin embargo, en cuanto me tumbo a su lado, mis manos vuelan hasta su lado de la cama; las sábanas parecen tan gélidas y abandonadas que me da la impresión de que se ha marchado hace mucho más tiempo.

La segunda vez que me despierto, estoy sola de nuevo. Pero cuando oigo el estrépito que Damen está haciendo en la cocina, me pongo la bata y bajo a investigar.

—¿Desde cuándo llevas levantado? —pregunto al ver la cocina inmaculada. El revoltijo de la noche anterior ha desaparecido y ha sido sustituido por un despliegue de donuts, panecillos y cereales que no estaban en mi despensa.

—Soy de los que se levantan temprano —confiesa, y se encoge de hombros—. Así que he pensado que podría limpiar un poco antes de ir a la tienda. Puede que me haya pasado un poco, pero no sabía qué querías. —Sonríe y rodea la encimera para darme un beso en la mejilla.

Doy un sorbo del zumo de naranja recién exprimido que acaba de dejar frente a mí y le pregunto:

—¿Quieres un poco? ¿O todavía quieres ayunar?

—¿Ayunar? —Me mira con una ceja enarcada.

Pongo los ojos en blanco.

—Por favor… Comes menos que un pajarillo. Te limitas a dar sorbos de ese… medicamento tuyo y jugueteas con la comida. A tu lado, me siento una auténtica tragona.

—¿Así está mejor? —Sonríe y coge un donut antes de devorar la mitad de un solo mordisco. Su mandíbula trabaja para masticar la masa suave y azucarada.

Me encojo de hombros y miro por la ventana. Todavía no me he acostumbrado al clima de California, que parece ser una interminable sucesión de días cálidos y soleados, aun a pesar de que pronto llegará el invierno oficialmente.

—Bueno, ¿qué vamos a hacer hoy? —pregunto mientras me doy la vuelta para mirarlo.

Damen comprueba la hora en su reloj y luego vuelve a mirarme.

—Tengo que irme pronto.

—Pero Sabine regresará tarde… —le digo, y detesto que mi voz suene aguda y desamparada, y la forma en que se me retuerce el estómago cuando él hace tintinear sus llaves.

—Tengo que volver a casa para hacer unas cuantas cosas. Sobre todo si quieres verme en el instituto mañana —dice mientras sus labios acarician mi mejilla y mi oreja antes de pasar a la nuca.

—Ay, el instituto. ¿Tenemos que ir de verdad? —Me echo a reír, ya que he conseguido no pensar en mis recientes novillos y sus posibles repercusiones.

—Eres tú la que piensa que es importante. —Alza uno de sus hombros—. Si fuera por mí, todos los días serían sábado.

—Pero entonces el sábado dejaría de ser especial. Sería siempre lo mismo —digo antes de coger un trozo de donut glaseado—. Una interminable sucesión de días largos y ociosos, sin nada por lo que luchar, sin nada que esperar, sin nada más que un momento de hedonismo tras otro. Después de un tiempo, eso no sería tan genial.

—No estés tan segura —dice con una sonrisa.

—¿Y en qué consisten exactamente esos misteriosos quehaceres tuyos? —le pregunto con la esperanza de poder averiguar algo de su vida, de las cosas mundanas en las que ocupa su tiempo cuando no está conmigo.

Damen hace un gesto indiferente con los hombros.

—Ya sabes, quehaceres sin más. —Y aunque se echa a reír, resulta bastante obvio que está a punto de marcharse.

—Bueno, tal vez pueda… —Pero antes de que pueda acabar la frase, él ya ha empezado a negar con la cabeza.

—Olvídalo. No pienso dejar que me hagas la colada. —Cambia el peso de su cuerpo de un pie a otro, como si estuviera calentando antes de una carrera.

—Pero quiero ver dónde vives. Nunca he estado en la casa de alguien emancipado, y siento curiosidad. —Aunque intento parecer alegre, mi voz suena molesta y desesperada.

Él sacude la cabeza y mira la puerta, como si tuviera una amante y estuviera impaciente por reunirse con ella.

Y aunque está claro que ha llegado el momento de sacar la bandera blanca y admitir mi derrota, no puedo evitar intentarlo una vez más.

—Pero ¿por qué? —pregunto. Lo observo con detenimiento, aguardando alguna buena razón.

Damen me mira con la mandíbula tensa.

—Porque todo está hecho un lío. Un horrible y apestoso lío. Y no quiero que lo veas y te formes ideas equivocadas sobre mí. Además, nunca lograría ordenarlo si tú andas cerca; solo conseguirías distraerme. —Sonríe, pero sus labios parecen apretados y sus ojos están cargados de impaciencia. Es obvio que esas palabras solo pretenden rellenar el espacio de tiempo entre el momento presente y el de su marcha—. Te llamaré esta noche —asegura antes de darme la espalda y caminar hacia la puerta.

—¿Y qué ocurrirá si decido seguirte? ¿Qué harás entonces? —pregunto, y mi risilla nerviosa se detiene en seco en el instante en que él se da la vuelta hacia mí.

—No me sigas, Ever.

La forma en que lo dice me hace preguntarme si lo que pretende decir es «No se te ocurra seguirme nunca» o solo «No me sigas hoy». De cualquier forma, el significado es el mismo.

Cuando Damen se marcha, cojo el teléfono e intento llamar a Haven; sin embargo, cuando salta directamente el buzón de voz, no me molesto en dejarle otro mensaje. Porque lo cierto es que ya le he dejado unos cuantos y ahora es ella quien debe llamarme a mí. Así que después de darme una ducha me siento frente a mi escritorio decidida a hacer los deberes. Sin embargo, no pasa mucho tiempo antes de que mis pensamientos regresen a Damen y a todas esas extrañas rarezas que ya no puedo seguir pasando por alto.

Cosas como: ¿cómo es posible que siempre parezca saber lo que estoy pensando cuando yo soy incapaz de averiguar nada sobre él? Y: ¿cómo es posible que con solo diecisiete años haya tenido tiempo de vivir en todos esos lugares exóticos, dominar las artes, el fútbol, el surf, la cocina, la literatura, la historia mundial y cualquier otra asignatura que se te ocurra? ¿Y qué hay del hecho de que a veces se mueve tan deprisa que parece difuminarse? ¿Cómo logra hacer aparecer de la nada las rosas y los tulipanes? ¿Qué pasa con el bolígrafo mágico? Por no mencionar que en un momento dado habla como un chico normal y al siguiente parece Heathcliff, o Darcy, o algún otro personaje de una de las hermanas Bronté. Además, no hay que olvidar la vez que actuó como si viera a Riley, el hecho de que no tiene aura, que Drina tampoco la tiene, el hecho de que sé que me oculta algo con respecto a lo que sabe de ella… y que no quiere que sepa dónde vive.

Después de habernos acostado juntos.

Vale, puede que no hayamos hecho otra cosa que dormir, pero aun así creo que merezco conocer las respuestas a algunas de mis preguntas… si no a todas. Y aunque no sería capaz de entrar en el instituto y examinar su ficha, conozco a alguien que sí lo es.

Lo que pasa es que no sé si debería implicar a Riley en esto. Por no mencionar que ni siquiera sé cómo invocarla, ya que jamás he tenido que hacerlo antes. ¿Qué hago, la llamo por su nombre? ¿Enciendo una vela? ¿Cierro los ojos y pido un deseo?

Puesto que lo de encender una vela me parece un poco melodramático, decido quedarme de pie en medio de mi habitación, cerrar los ojos con fuerza y decir:

—¿Riley? Riley, si puedes oírme, quiero que sepas que necesito hablar contigo. Bueno, en realidad, necesito una especie de favor. Pero si no quieres hacerlo lo entenderé perfectamente y no me enfadaré, porque sé que se trata de un favor un poco extraño. Oye… me siento un poco estúpida ahora mismo, aquí de pie hablando sola, así que si me oyes, ¿podrías hacerme algún tipo de señal?

Y cuando en mi equipo de música empieza a sonar la canción de Kelly Clarkson que ella siempre solía cantar, abro los ojos y la veo frente a mí, partiéndose de risa.

—¡Madre mía! ¡Parecías estar a punto de bajar las persianas, encender una vela y sacar la tabla ouija de debajo de la cama! —Me mira y sacude la cabeza.

—Vaya, me siento como una idiota —digo, a sabiendas de que me he ruborizado.

—La verdad es que pareces una idiota. —Se echa a reír—. Vale, a ver si lo he entendido bien, ¿quieres corromper a tu hermana pequeña haciendo que espíe a tu novio?

—¿Cómo lo sabes? —La miro de hito en hito estupefacta.

—Por favor… —Pone los ojos en blanco y se deja caer sobre mi cama—. ¿Acaso crees que eres la única por aquí que puede leer el pensamiento?

—¿Y cómo sabes que puedo leer el pensamiento? —Comienzo a preguntarme qué otras cosas sabe también.

—Me lo dijo Ava. Pero no te enfades, por favor, porque eso me ha hecho entender alguno de tus últimos tropiezos con la moda.

—¿Y qué pasa con tus últimos tropiezos con la moda? —pregunto al tiempo que señalo su disfraz de La guerra de las galaxias.

Ella se limita a encogerse de hombros.

—¿Quieres saber dónde encontrar a tu novio o no?

Me acerco a la cama y me siento a su lado.

—Si quieres que te sea sincera, no lo sé. La verdad es que quiero saberlo, pero no me parece bien meterte en esto.

—Pero… ¿y si yo ya lo hubiera hecho? ¿Qué pasa si ya lo sé? —pregunta moviendo las cejas de arriba abajo.

—¿Te has colado en el instituto? —No puedo evitar preguntarme qué ha estado haciendo desde la última vez que hablamos.

Mi hermana se echa a reír.

—Mejor aún: lo he seguido hasta su casa.

La miro con la boca abierta.

—Pero ¿cuándo? ¿Y cómo?

Ella sacude la cabeza.

—Vamos, Ever, ya sabes que no necesito ruedas para ir a donde me dé la gana. Además, sé que estás enamorada de él; aunque no te culpo, porque la verdad es que es bastante guapo. Pero ¿recuerdas el día que se comportó como si pudiera verme?

Yo asiento. ¿Cómo podría olvidarlo?

—Bueno, pues me dio un susto de muerte. Así que decidí investigar un poco.

Me inclino hacia ella.

—¿Y?

—Y… bueno, no estoy segura de cómo decir esto, y espero que no lo malinterpretes, pero… Damen es un poquito raro. —Se encoge de hombros—. Vive en una casa enorme en Newport Coast, lo que resulta bastante extraño dada la edad que tiene y todo eso. ¿De dónde saca el dinero? Porque la verdad es que no trabaja.

Se me viene a la memoria el día del hipódromo. Pero decido no mencionar nada al respecto.

—Sin embargo, eso no es lo más raro —añade—. Porque lo realmente extraño es que esa casa está vacía. Del todo. Ni siquiera tiene muebles.

—Bueno, no es más que un chico —replico, aunque no puedo evitar preguntarme por qué siento la necesidad de defenderlo.

Riley niega con la cabeza.

—Ya, pero en serio que es muy, muy extraño. Las únicas cosas que hay en la casa son uno de esos puertos de pared para el iPod y un televisor de pantalla plana. Te lo prometo. Eso es todo. Y, créeme, he registrado la casa entera. Bueno, salvo la habitación que estaba cerrada con llave.

—¿Y desde cuándo te detienen las habitaciones cerradas con llave? —La he visto atravesar muchas paredes este año.

—No era la puerta lo que me detuvo, créeme. Me detuve yo misma. Lo que quiero decir es que el mero hecho de que esté muerta no significa que no pueda asustarme. —Sacude la cabeza y me mira con el ceño fruncido.

—Pero lo cierto es que vive allí desde hace poco —afirmo, dispuesta a buscar más excusas, como una codependiente de la peor clase—. Así que tal vez no haya tenido tiempo de amueblarla todavía. Es probable que esa sea la razón por la que no quiere que vaya; no quiere que vea la casa así. —Y cuando repito esas palabras en mi cabeza solo puedo pensar: «Ay, Dios, estoy mucho peor de lo que pensaba».

Riley sacude la cabeza y me mira como si estuviese a punto de contarme la verdad sobre el Ratoncito Pérez, el conejito de Pascua y Santa Claus de una sola tacada. Pero se limita a encogerse de hombros antes de decir:

—Tal vez deberías verlo con tus propios ojos.

—¿Qué quieres decir? —pregunto, a sabiendas de que me oculta algo.

Sin embargo, ella se levanta de la cama y se acerca al espejo para contemplar su reflejo y ajustarse el disfraz.

—¿Riley? —Me intriga por qué actúa con tanto misterio.

—Oye —dice por fin antes de girarse hacia mí—. Puede que me equivoque. Después de todo, solo soy una niña, así que qué se yo. —Hace un gesto de indiferencia con el hombro—. Además, es probable que no sea nada, pero…

—¿Pero…?

Respira hondo.

—Pero creo que deberías verlo tú misma.

—Vale, ¿cómo vamos hasta allí? —le pregunto mientras busco mis llaves.

Mi hermana niega con la cabeza.

—Ni hablar. Olvídalo. Estoy convencida de que puede verme.

—Bueno, lo que es seguro es que a mí sí que puede verme —le recuerdo.

Pero ella sigue en sus trece.

—Me niego en redondo a ir. Pero puedo dibujarte un mapa.

Puesto que a Riley no se le da muy bien dibujar mapas, hace en cambio una lista con el nombre de las calles, indicando los giros a derecha e izquierda, ya que lo de norte, sur, este y oeste siempre ha logrado confundirme.

—¿Seguro que no quieres venir? —insisto al tiempo que cojo la mochila y salgo de mi habitación.

Ella asiente y me sigue escaleras abajo.

—Oye, Ever…

Me doy la vuelta.

—Podrías haberme contado lo de tus poderes psíquicos y todo eso. Me siento mal por haberme burlado de tu ropa.

Abro la puerta principal y me encojo de hombros.

—¿De verdad puedes leer mis pensamientos?

Mi hermana sacude la cabeza y sonríe.

—Solo cuando tratas de comunicarte conmigo. Supuse que era cuestión de tiempo que me pidieras que lo espiara. —Suelta una carcajada—. Pero, Ever…

Me giro hacia ella una vez más.

—Si no aparezco durante algún tiempo no es porque esté enfadada contigo o porque quiera castigarte ni nada por el estilo, ¿vale? Prometo que te haré una visita rápida de vez en cuando para asegurarme de que estás bien y todo eso, pero… bueno… puede que desaparezca una temporada, porque tal vez esté muy ocupada.

Me quedo paralizada y comienzo a sentir las primeras señales de pánico. \ .

—Pero vas a volver, ¿verdad?

Ella asiente.

—Lo que pasa es que… bueno… —Alza los hombros—. Te prometo que volveré, pero no sé cuándo. —Y, aunque sonríe, es evidente que se trata de una sonrisa forzada.

—No irás a abandonarme, ¿verdad? —Contengo el aliento y solo vuelvo a soltarlo al ver que mi hermana hace un gesto negativo—. Vale, en es^ caso, buena suerte. —Desearía poder abrazarla, estrecharla, convencerla para que se quede, pero, como sé que eso no es ^posible, me dirijo al coche y pongo el motor en marcha.