Capítulo dieciséis

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—¿Disneyland? —Salgo del coche y lo miro estupefacta.

De todos los lugares en los que podríamos haber acabado, este jamás había estado en mi lista.

—Según tengo entendido, es el lugar más divertido de todo el planeta. —Suelta una risotada—. ¿Has estado aquí alguna vez?

Niego con la cabeza.

—Estupendo, en ese caso seré tu guía. —Enlaza su brazo con el mío y me conduce a través de las puertas.

Mientras paseamos por la avenida principal, trato de imaginármelo en aquel lugar. Es tan elegante, tan sofisticado, tan sexy, tan refinado… que resulta difícil visualizarlo recorriendo un lugar en el que el jefe es Mickey Mouse.

—Siempre es mejor venir entre semana, porque no hay tanta gente —dice mientras atravesamos la calle—. Vamos, te mostraré Nueva Orleans. Es mi parte favorita.

—¿Has venido aquí las veces suficientes como para tener partes favoritas? —Me detengo en medio de la calle para mirarlo—. Creí que acababas de mudarte.

Damen se echa a reír.

—Y acabo de hacerlo. Pero eso no significa que nunca haya estado aquí —responde mientras tira de mí hacia la Mansión Encantada.

Después de la Mansión Encantada, nos encaminamos hacia la atracción de los Piratas, y una vez que bajamos, Damen me pregunta: —Bueno, ¿cuál es tu favorito?

—Hummm, los Piratas —le contesto—. Creo.

Él se limita a mirarme fijamente.

—Bueno, las dos son geniales. —Me encojo de hombros—. Pero Piratas tiene a Johnny Depp, así que eso le concede un plus de ventaja, ¿no te parece?

—¿Johnny Depp? Así que es a él a quien debo enfrentarme, ¿no? —Arquea una ceja.

Hago un gesto de indiferencia. Me fijo en los vaqueros oscuros de Damen, en su camiseta negra de manga larga y en las botas que suele llevar. Está tan bueno como cualquier actor de Hollywood que se me ocurra, pero no pienso admitirlo.

—¿Quieres montar otra vez? —pregunta; sus ojos oscuros tienen un brillo especial.

Y lo hacemos. Y después volvemos a la Mansión Encantada. Y cuando llegamos a la parte final, donde los fantasmas se cuelan en tu vagón, casi espero ver a Riley estrujada entre nosotros dos, riendo, agitando las manos y haciendo payasadas. Sin embargo, quien se apretuja entre nosotros no es más que uno de esos fantasmas de los dibujos de Disney; recuerdo la cita de Riley y me imagino que debe de estar muy ocupada.

Después de unas cuantas vueltas más en las atracciones, acabados en una mesa del muelle del Blue Bayou, el restaurante que hay dentro de la atracción de los Piratas. Y mientras le doy un sorbo a mi té helado, miro a Damen y digo:

—Vale, resulta que sé que este es un parque gigantesco con más de dos atracciones. No tenemos por qué visitar siempre aquellas en las que haya fantasmas o piratas.

—Eso he oído. —Sonríe antes de pinchar un chipirón con el tenedor para ofrecérmelo—. Antes había una que se llamaba Misión a Marte. Era muy famosa, sobre todo porque la mayor parte del viaje se hace a oscuras.

—¿Está todavía? —pregunto, aunque mi rostro adquiere el color de la remolacha cuando me doy cuenta de lo ansiosa que ha sonado la pregunta—. No es que quiera montar ni nada de eso. Solo sentía curiosidad.

Damen me mira con expresión divertida. Luego sacude la cabeza y dice:

—No, la cerraron hace mucho tiempo.

—Lo que significa que ya subías a la atracción más famosa cuando tenías… ¿Cuántos años? ¿Dos? —pregunto mientras cojo un champiñón relleno de salchichas con la esperanza de que me guste.

—Yo no —responde con una sonrisa—. Esa atracción era anterior a mi época.

Por lo general, yo habría hecho cualquier cosa por evitar un lugar como este. Un lugar lleno a reventar energéticamente hablando, de auras remolineantes y llamativas y de extrañas colecciones de pensamientos. Pero con Damen es diferente, fácil, agradable. Porque siempre que nos tocamos, siempre que habla, es como si fuéramos las únicas personas en el mundo.

Después del almuerzo, nos paseamos por el parque y visitamos todas las atracciones más rápidas, evitando las de agua, o al menos aquellas en las que siempre acabas empapado. Y, cuando oscurece, me lleva al Castillo de la Bella Durmiente, donde nos detenemos cerca del foso y esperamos a que empiecen los fuegos artificiales.

—Bueno, ¿estoy perdonado? —pregunta al tiempo que me rodea la cintura con los brazos y empieza a mordisquearme el cuello, la mandíbula y la oreja. El súbito estallido de los fuegos artificiales, con todas sus luces y estruendos, parece débil y lejano mientras nuestros cuerpos se unen y los labios de Damen se mueven sobre los míos.

—Mira —susurra Damen, que se aparta un poco y señala el cielo de la noche, donde aparece una serie de círculos púrpuras, cascadas doradas, fuentes plateadas, crisantemos rosados y, por último, para el gran final… una docena de tulipanes rojos. Todos brillan y estallan en tan rápida sucesión que hacen vibrar el cemento bajo nuestros pies.

Un momento, un momento… ¿Tulipanes rojos?

Miro a Damen con los ojos cargados de preguntas, pero él se limita a sonreír y a señalar el cielo con la cabeza; aunque el contorno chisporrotea y desaparece, el recuerdo está grabado en mi memoria.

En ese momento, él me acerca a su cuerpo y pega sus labios a mi oreja para decir:

—El espectáculo ha terminado; la gorda ya ha cantado.

—¿Estás llamando gorda a Campanilla? —Suelto una carcajada mientras él toma mi mano y me guía a través de las puertas hacia nuestros coches.

Me subo al Miata y me preparo, sonriente. Él se inclina a través de mi ventanilla y dice:

—No te preocupes, habrá más días como este. La próxima vez te llevaré a California Adventure[2].

—Creí que ya habíamos disfrutado de una aventura en California. —Me echo a reír, asombrada por el hecho de que él siempre parece saber lo que estoy pensando antes de darme la oportunidad de pronunciar las palabras—. ¿Quieres que te siga otra vez? —Introduzco la llave en el contacto y pongo el motor en marcha.

Damen hace un gesto negativo.

—Yo te seguiré a ti. —Sonríe—. Me aseguraré de que llegas a casa sana y salva.

Salgo del aparcamiento, entro en la autovía con rumbo sur y me dirijo a casa. Y, cuando miro por el espejo retrovisor, no puedo evitar esbozar una sonrisa al ver que Damen va justo detrás de mí.

«¡Tengo novio!»

Un novio sexy, inteligente y encantador.

Uno que consigue que me sienta normal de nuevo.

Uno que me hace olvidar que no lo soy.

Estiro el brazo hacia el asiento del acompañante y saco mi sudadera nueva de la bolsa para deslizar los dedos sobre el dibujo de Mickey Mouse de la parte delantera, recordando el momento en que Damen la eligió para mí.

—Por si no lo has notado, esta no tiene capucha —había dicho mientras la sujetaba contra mi cuerpo para calcular la talla.

—¿Qué es lo que tratas de decirme? —le dije mientras me miraba en el espejo, preguntándome si él detesta mi aspecto tanto como piensa Riley.

Pero él se limitó a encogerse de hombros.

—¿Qué puedo decir? Te prefiero sin capucha.

Sonrío al recordarlo, al recordar la forma en que me besó mientras estábamos en la cola para pagar, al recordar lo cálidos y dulces que parecían sus labios sobre los míos…

Y cuando suena el teléfono móvil, echo un vistazo por el espejo retrovisor y veo que Damen tiene el suyo pegado a la oreja.

—Hola —digo bajando la voz hasta convertirla en un susurro ronco y grave.

—Ahórrate todo eso —dice Haven—. Siento decepcionarte, pero soy yo.

—Ah, ¿qué pasa? —pregunto al tiempo que señalo con el intermitente el carril que voy a tomar para que Damen pueda seguirme.

Pero él ya no está detrás de mí.

Miro a un lado y compruebo todos los retrovisores, buscándolo frenéticamente en todos los carriles, pero Damen ha desaparecido.

—¿Me estás escuchando? —pregunta Haven enfadada.

—Lo siento, ¿qué me decías? —Aminoro la velocidad y miro por encima del hombro en busca del BMW negro de Damen, pero un enorme camión pasa a mi lado, toca el claxon y me da un susto de muerte.

—¡Te decía que Evangeline ha desaparecido!

—¿Qué quieres decir con «desaparecido»? —pregunto, demorando en lo posible el momento de meterme en la 133, ya que Damen aún no ha aparecido y estoy segura de que no me ha adelantado.

—La he llamado al móvil un montón de veces, pero no lo ha cogido.

—¿Y…? —pregunto, impaciente por acabar con toda esa historia y poder dedicarme a mi propio caso de personas desaparecidas.

—Y no solo no me ha respondido, sino que además tampoco está en su apartamento. Al parecer, nadie la ha visto desde la noche de Halloween.

—¿Qué quieres decir? —Compruebo los espejos laterales y el retrovisor central antes de echar una mirada por encima del hombro, pero Damen no aparece por ningún sitio—. ¿No se fue a casa con vosotras?

—No exactamente —dice Haven con un tono de voz algo contrito.

Y después de un par de bocinazos más y de que un tipo me enseñara el dedo corazón, me rindo. Me hago la promesa de que tan pronto como acabe de hablar con Haven llamaré a Damen al móvil y solucionaré el asunto.

—¿Hola? —dice Haven casi a voz en grito—. Bueno, jolín, si estás demasiado ocupada para atenderme, dilo y ya está. Siempre puedo llamar a Miles, ¿sabes?

Respiro hondo para no perder la paciencia.

—Lo siento, Haven, ¿vale? Intento conducir y estoy algo distraída. Además, tú y yo sabemos que Miles está todavía en clase de Interpretación, razón por la cual me has llamado a mí. —Me cambio al último carril de la izquierda, decidida a seguirlo para llegar a casa lo antes posible.

—Da igual —murmura mi amiga—. De todas formas, todavía no te había contado esto, pero, bueno, se podría decir que Drina y yo nos marchamos sin ella.

—¿Que hicisteis qué?

—Nos fuimos de Nocturno, ya sabes. Ella… desapareció más o menos. La buscamos por todas partes, pero no logramos encontrarla. Así que imaginamos que había conocido a alguien (algo que es bastante habitual, puedes creerme) y después… bueno… nos fuimos.

—¿La dejaste en Los Ángeles? ¿La noche de Halloween? ¿Cuando todos los bichos raros de la ciudad andan sueltos? —En el mismo instante en que pronuncio esas palabras, lo «veo». Veo a las tres en un club oscuro y sórdido; Drina conduce a Haven hasta la sala VIP en busca de una bebida y evita de manera deliberada a Evangeline. Y aunque todo se vuelve negro después de eso, tengo la certeza de que no hay ningún chico cerca.

—¿Qué se supone que debíamos hacer? No sé si lo sabes, pero tiene dieciocho años, lo que significa que puede hacer lo que le venga en gana. Además, Drina dijo que no le quitaría el ojo de encima, pero ella también le perdió el rastro. Acabo de hablar con ella ahora mismo; se siente fatal.

—¿Drina se siente fatal? —Pongo los ojos en blanco, ya que me resulta muy difícil de creer. Drina no parece el tipo de persona que sienta nada, y mucho menos remordimientos.

—¿Qué insinúas con eso? Tú ni siquiera la conoces.

Tenso la mandíbula y piso el acelerador con fuerza, en parte porque sé que este trayecto por carretera está libre de policías y en parte porque quiero dejar atrás a Haven, a Drina, a Evangeline y la extraña desaparición de Damen. Todo. No obstante, sé que no puedo hacerlo.

—Lo siento —murmuro al final al tiempo que levanto el pie hasta conseguir una velocidad más normal.

—No pasa nada. Es que… me siento fatal y no sé qué hacer.

—¿Has llamado a sus padres? —pregunto, a pesar de que ya he percibido la respuesta.

—Su madre es una alcohólica que vive en algún lugar de Arizona, y su padre se largó cuando todavía estaba en el útero. Créeme, lo único que quiere su casero es sacar sus cosas del apartamento para poder alquilarlo de nuevo. Hemos informado a la policía, pero ellos no parecían muy preocupados.

—Lo sé —replico al tiempo que pongo las luces largas para viajar a través de la oscura ruta del cañón.

—¿Qué quieres decir con «Lo sé»?

—Quiero decir que sé cómo debes de sentirte —respondo en un intento por arreglarlo. Haven suspira.

—Bueno, ¿dónde estás? ¿Por qué no fuiste al comedor?

—Estoy en Laguna Canyon, de camino a casa después de una visita a Disneyland. Damen me ha invitado. —Sonrío al recordarlo, aunque la sonrisa se desvanece en cuestión de segundos.

—Madre mía, qué cosa más rara —dice Haven.

—A mí me lo vas a decir… —Todavía me cuesta imaginar a Damen en el Reino Mágico, incluso después de haberlo visto con mis propios ojos.

—No, me refiero a que Drina también ha ido. Dijo que hacía años que no visitaba Disneyland y que quería comprobar si había cambiado mucho. ¿No te parece rarísimo? ¿Os habéis encontrado con ella?

—Pues no —contesto tratando de parecer indiferente, pero lo cierto es que se me ha formado un nudo en el estómago, me sudan las manos y tengo una abrumadora sensación de pánico.

—Vaya. Qué extraño… Pero bueno, la verdad es que es un lugar enorme y siempre está abarrotado. —Se echa a reír.

—Sí, sí, claro —replico—. Escucha, tengo que colgar. Nos vemos mañana, ¿vale? —Y antes de que pueda responder me acerco al borde de la carretera y estaciono en el arcén para examinar la lista de llamadas en busca del número de Damen. El corazón me da un vuelco al ver que se trata de un «número privado».

Menudo novio. No sé su número de teléfono, y mucho menos dónde vive.