Esa noche, mucho después de que la fiesta hubiera terminado y de que nuestros invitados se hubiesen marchado, estaba tendida en la cama, pensando en Ava, en lo que había dicho sobre que Riley estaba atrapada y en que yo tenía la culpa.
Supongo que siempre había asumido que Riley había seguido hacia delante y que me visitaba por voluntad propia. Lo cierto es que yo no le pido que se deje caer por aquí todo el tiempo, es ella quien decide hacerlo. Y el tiempo que no pasa conmigo, bueno, imagino que lo pasará en el cielo. Y aunque sé que Ava solo trata de ayudar al ofrecerse a ser algo así como una hermana mayor con poderes psíquicos, no se da cuenta de que no deseo ninguna ayuda. No comprende que aunque deseo volver a ser normal y que las cosas sean como antes, también sé que este es mi castigo. Este horrible don es lo que me merezco por todo el daño que he causado, por las vidas que he interrumpido. Y ahora me toca vivir con ello… e intentar no hacer daño a nadie más.
Cuando me quedé dormida por fin, soñé con Damen. Y todo era tan impactante, tan intenso y apremiante que parecía real. Sin embargo, lo único que recordaba por la mañana eran fragmentos sueltos, imágenes disgregadas que no tenían principio ni fin. Lo único que podía recordar con claridad era que ambos corríamos a través de un cañón azotado por un viento helado… en dirección a algo que yo no distinguía del todo bien.
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué estás de tan mal humor? —pregunta Riley, que está sentada al borde de mi cama ataviada con un disfraz de Zorro idéntico al que llevaba Eric en la fiesta.
—Halloween se ha acabado —le digo mientras clavo la vista en el látigo de cuero negro que sacude contra el suelo.
—No me digas… —Hace una mueca y sigue castigando la alfombra—. Pues resulta que me gusta mucho el disfraz. Estoy pensando en ponérmelo todos los días.
Me inclino hacia el espejo, me pongo unos diminutos pendientes de circonita y me recojo el pelo en una cola de caballo.
—No puedo creer que todavía vistas así —dice arrugando la nariz en un gesto de desagrado—. Creí que habías pescado un novio. —Deja caer el látigo y coge mi iPod antes de deslizar los dedos por la rueda para examinar mi lista de canciones.
Me giro, preguntándome qué es exactamente lo que ha visto.
—¿No recuerdas lo que ocurrió en la fiesta? ¿Junto a la piscina? ¿O es que aquello solo fue un rollito?
La observo con detenimiento mientras mi rostro se pone como la grana.
—¿Qué sabes tú de rollitos? ¡Solo tienes doce años! ¿Y por qué demonios estabas espiándome?
Ella pone los ojos en blanco.
—Por favor, como si fuera a desperdiciar mi tiempo espiándote cuando hay cosas mucho mejores que ver. Para que lo sepas, resulta que salí fuera justo en el momento en que le metías la lengua a ese tal Damen hasta la garganta. Créeme, desearía no haberlo visto.
Sacudo la cabeza y registro mi cajón, descargando el enfado que ha provocado Riley contra las sudaderas.
—Sí, ya, pues detesto romperte los esquemas, pero resulta que no es mi novio. No he hablado con él desde entonces —replico, molesta por la forma en que mi estómago se retuerce cuando pronuncio esas palabras. Luego cojo una sudadera gris limpia y me la meto por la cabeza, destrozando la coleta que acabo de hacerme.
—Puedo espiarlo a él si quieres. O atormentarlo como hacen los fantasmas —dice con una sonrisa.
Miro a mi hermana y suspiro. Una parte de mí desea que lo haga, pero la otra sabe que es hora de seguir adelante, de aceptar la derrota y olvidar lo sucedido.
—Limítate a no meterte en líos, ¿vale? —digo al final—. No es más que una experiencia normal, típica de la época de instituto, por si no lo sabías.
—Como quieras. —Se encoge de hombros y me lanza el iPod—. Pero, para tu información, Brandon vuelve a estar en el mercado.
Cojo los libros y los meto en la mochila, asombrada al descubrir que ese comentario no hace que me sienta mejor.
—Sí, Rachel lo dejó en Halloween, cuando lo pilló con una conejita de Playboy. Aunque en realidad no era una conejita de Playboy, sino Heather disfrazada.
—¿En serio? —Estoy atónita—. ¿Heather Watson? Debes de estar bromeando. —Trato de imaginármelo, pero no lo consigo.
—Te doy mi palabra. Tendrías que verla: ha perdido nueve kilos, se ha quitado las horquillas y se ha alisado el pelo. Parece una persona nueva. Por desgracia, también se comporta como una persona diferente. Es una especie de, bueno, ya sabes, algo así como una «pu…» y lo que sigue —susurra, y vuelve a azotar el suelo con el látigo mientras yo asimilo esa extraña información.
—No deberías espiar a la gente, lo sabes, ¿verdad? —le digo, más preocupada por la posibilidad de que me espíe a mí que a mis antiguos amigos—. Es de muy mala educación, ¿no te parece? —Me cuelgo la mochila al hombro y me dirijo a la puerta.
Riley se echa a reír.
—No seas ridícula, es bueno estar al tanto de las cosas que le ocurren a la gente con la que solíamos tratar.
—¿Vienes? —le pregunto impaciente.
—Sí, ¡y me pido ir delante! —exclama al tiempo que pasa junto a mí y salta sobre la barandilla. Su capa negra de Zorro ondea en el aire mientras se desliza hasta abajo.
Para cuando llego a casa de Miles, él ya me espera fuera, escribiendo algún mensaje en su Sidekick.
—Un… segundo… Vale, ¡ya está! —Se sienta en el asiento del acompañante y me mira—. Venga… ¡cuéntamelo todo! De principio a fin. Quiero todos los detalles sucios, ¡así que no te guardes nada!
—¿De qué estás hablando? —Retrocedo por el camino de entrada de su casa para salir a la calle y le lanzo una mirada de advertencia a Riley, que está encaramada en su rodilla, le sopla en la cara y se ríe al ver que Miles trata de ajustar la rejilla del aire acondicionado.
Mi amigo me mira y sacúdela cabeza.
—¿Recuerdas lo que ocurrió con Damen? He oído que hicisteis manitas a la luz de la luna, junto a la piscina, que os enrollasteis bajo la plateada luz…
—¿Adonde quieres llegar coa todo esto? —pregunto; lo cierto es que sé muy bien adonde quiere llegar, pero tengo la esperanza de que haya algún modo de impedir que lo haga.
—Escucha, la cosa está en boca de todos, así que no trates de negarlo. Te habría llamado ayer, pero mi padre me confiscó el teléfono y me arrastró hasta el campo de béisbol para poder comprobar que bateo como una niña. —Ríe con ganas—. Tendrías que haberme visto: mis movimientos eran de lomas amanerados y él estuvo a punto de huir horrorizado… Eso le enseñará. Pero volvamos a lo tuyo. Vamos, ha llegado el momento de la revelación. Cuéntamelo todo —dice al tiempo que se vuelve hacia mí y asiente con impaciencia—. ¿Fue tan increíble como imaginábamos que sería?
Me encojo de hombros antes de clavar los ojos en Riley para decirle con la mirada que o para de una vez, o ya está desapareciendo.
—Siento desilusionarte —le digo por fin—, pero no hay nada que contar.
—No es eso lo que he oído. Haven dice…
Aprieto los labios y niego con la cabeza. El hecho de que sepa lo que Haven dice no significa que quiera oírlo en voz alta. Así pues, lo interrumpo diciendo:
—Vale, está bien, nos besamos. Pero solo una vez. —Sé que Miles me mira con las cejas arqueadas y una mueca suspicaz en los labios—. Tal vez dos, no lo sé; fa verdad es que no me puse a contarlas —murmuro, mintiendo como una aficionada, con el rostro ruborizado, las manos sudorosas y la mirada huidiza, aunque espero que él no se dé cuenta. Porque lo cierto es que he revivido ese beso tantas veces en mi cabeza que se ha quedado grabado en mi cerebro.
—¿Y…? —pregunta él, ansioso por saber más.
—Y… nada —respondo. Siento un enorme alivio cuando echo un vistazo hacia él y descubro que Riley ya se ha ido.
—¿No te ha llamado? ¿No te ha escrito ningún mensaje? ¿No se ha pasado por tu casa? —Miles me mira con expresión estupefacta; sé qué significa eso, no solo para mí, sino para el futuro de nuestro grupo.
Hago un gesto negativo con la cabeza y clavo la vista al frente, furiosa conmigo misma por no llevar las cosas mejor, odiándome por el nudo que tengo en la garganta y el escozor que siento en los ojos.
—Pero ¿qué te dijo? Me refiero a cuando se marchó de la fiesta. ¿Cuáles fueron sus últimas palabras? —pregunta Miles, decidido a encontrar un débil rayo de esperanza en ese paisaje sombrío y yermo.
Giro en el semáforo mientras recuerdo nuestra extraña y súbita despedida junto a la puerta. Luego miro a Miles, trago saliva con fuerza y digo:
—Dijo: «¿Me la das como recuerdo?».
Y en el momento en que pronuncio esas palabras me doy cuenta de que son muy mala señal. Nadie se lleva un recuerdo de un lugar al le piensa volver a menudo. Miles me mira y sus ojos expresan las palabras que sus labios se niegan a pronunciar.
—Así que ya sabes qué esperarte —le digo sacudiendo la cabeza mientras entro en el aparcamiento.
Aunque he tomado la decisión de no volver a pensar en Damen, no puedo evitar sentirme decepcionada cuando entro en clase de Lengua y veo que no está allí. Y eso, por supuesto, hace que piense en él mucho más que antes, hasta un punto rayano en la obsesión.
Bueno, lo cierto es que el hecho de que a mí el beso me pareciera algo más que un rollo pasajero no significa que él opine lo mismo. Y el hecho de que a mí me pareciera un beso formal, auténtico y trascendente no significa que para él lo fuera también. Sin importar cuánto me esfuerce por olvidarlo, no puedo quitarme de la cabeza la imagen de Drina y él juntos, como el perfecto conde Fersen con una idílica María Antonieta. Y en esa imagen, yo me quedo a un lado, como una imitadora barata, toda brillo y pomposidad.
Estoy a punto de encender el iPod cuando Stacia y Damen entran por la puerta sin dejar de reír, con los hombros casi juntos. Ella lleva dos rosas blancas en la mano.
Y cuando Damen la acompaña a su pupitre y después se dirige hacia mí, empiezo a colocar los folios y me dedico a fingir que no lo he visto.
—Hola —dice mientras ocupa su sitio. Se comporta como si todo fuera normal. Como si no hubiera protagonizado un caso de atropello con huida menos de cuarenta y ocho horas antes.
Apoyo la mejilla en la palma de la mano y me obligo a fingir un bostezo con la esperanza de parecer aburrida, exhausta a causa de actividades divertidísimas que él no puede ni imaginar. Empiezo a garabatear en un trozo de papel, pero me tiemblan tanto las manos que el bolígrafo se me escapa de entre los dedos.
Me inclino para recogerlo y, al enderezarme, descubro un tulipán rojo encima de mi mesa.
—¿Qué pasa? ¿Te has quedado sin rosas blancas? —pregunto mientras ojeo los libros y los folios, como si tuviera algo importante que hacer.
—A ti jamás te daría un capullo de rosa —responde mientras sus ojos buscan los míos.
Sin embargo, yo me niego a mirarlo, me niego a quedar atrapada en su juego sádico. Cojo mi mochila, finjo buscar algo en su interior y maldigo para mis adentros cuando descubro que está llena de tulipanes.
—Tú eres una chica tulipán… una chica tulipán rojo. —Sonríe.
—Me muero de la emoción… —murmuro antes de dejar la mochila en el suelo y deslizarme hasta la parte más alejada de mi asiento, aunque la verdad es que no tengo ni la menor idea de lo que ha querido decir.
Para cuando llego a nuestra mesa del comedor, estoy hecha un manojo de nervios. No dejo de preguntarme si Damen estará allí y si Haven estará allí… porque, aunque no la he visto ni he hablado con ia desde el sábado por la noche, tengo la certeza de que todavía me odia. No obstante, a pesar de que me he pasado la hora de Química practicando un discurso en mi cabeza, en el instante en que la veo e quedo en blanco.
—Vaya, mira quién está aquí —dice Haven mientras me observa.
Me siento en el banco cerca de Miles, que está demasiado ocupado escribiendo mensajes como para notar mi existencia. No puedo evitar preguntarme si no sería mejor buscar amigos nuevos… aunque seguro que nadie me aceptaría.
—Le decía a Miles la noche estupenda que se perdió en Nocturno, pero él está decidido a ignorarme —dice Haven con el ceño fruncido.
—Solo porque me obligaste a escuchar toda la historia y luego resulta que no habías terminado todavía, así que por tu culpa llegué tarde a clase de Español. —Niega con la cabeza y sigue moviendo el pulgar para escribir el mensaje.
Haven se encoge de hombros.
—Lo que pasa es que te da rabia habértelo perdido. —Luego me mira a mí y trata de arreglarlo—. No es que tu fiesta no fuera genial ni nada de eso, porque de verdad que fue genial. Lo que pasa… es que el club es más de mi ambiente, ¿sabes? Lo comprendes, ¿a que sí?
Froto la manzana contra mi manga y hago un gesto de indiferencia con los hombros, reacia a escuchar nada más sobre Nocturno, su ambiente o Drina. Pero, cuando la miro por fin, veo que las lentillas amarillas que suele utilizar han sido sustituidas por unas verdes nuevas.
Un verde tan familiar que me deja sin aliento.
Un verde que solo puede describirse como «verde Drina».
—Deberías haberlo visto, había una enorme cola en la entrada, pero en el momento en que vieron a Drina nos dejaron entrar. ¡Ni siquiera tuvimos que pagar! ¡No pagamos por nada, toda la noche nos salió gratis! Incluso llegué a entrar en su habitación. Se aloja en una maravillosa suite del Saint Regís hasta que encuentre un hogar algo más permanente. Tendrías que verla: vistas al océano, jacuzzi, un minibar impresionante, ¡de todo! —Me mira con los ojos verde esmeralda llenos de excitación, a la espera de una reacción entusiasmada que yo no puedo proporcionarle.
Aprieto los labios y me fijo en el resto de su aspecto. Descubro que ahora la línea negra que hay por encima de sus pestañas es más fina, más difuminada, más parecida a la de Drina; y que en lugar del pintalabios rojo sangre que utiliza habitualmente ahora lleva uno más suave, más rosado… como el de Drina. Incluso el cabello, que siempre se ha planchado desde que la conozco, parece ahora suave y ondulado, al estilo de Drina. Y su vestido es ceñido, sedoso y de estilo clásico, algo que Drina podría llevar.
—Bueno, ¿dónde está Damen? —Haven me mira como si yo debiera saberlo.
Le doy un mordisco a la manzana y me encojo de hombros.
—¿Qué ha ocurrido? Estáis saliendo, ¿no?
Antes de que pueda responder, Miles levanta la vista de su Sidekick y le lanza esa mirada… la mirada cuya traducción literal es: «Precaución. Terreno peligroso».
Haven mira a Miles y luego a mí. Después sacude la cabeza y deja escapar un suspiro.
—Da igual. Solo quería que supieras que me parece genial, así que no te preocupes, ¿vale? Y siento haberme comportado de forma extraña contigo. —Se encoge de hombros—. Ya lo he superado por completo. En serio. Lo juro —dice mientras levanta el dedo meñique.
Enlazo mi dedo con el suyo a regañadientes y trato de examinar su energía. Y me quedo completamente atónita al descubrir que habla en serio. Este fin de semana me etiqueta como la enemiga pública número uno y ahora no me guarda ningún resentimiento, aunque no sé muy bien por qué.
—Haven… —empiezo a decir, preguntándome si en realidad debería hacerlo. Pero después pienso: «Bueno, qué demonios, no tengo nada que perder».
Ella me mira sonriente, a la espera.
—Oye… cuando os fuisteis a… ese club, Nocturno, ¿os encontrasteis.. . por casualidad… con Damen? —Tenso la mandíbula y espero. Noto que Miles clava en mí una mirada intensa, pero Haven se limita a observarme con expresión confundida—. Porque lo cierto es que él se marchó poco después que vosotras… así que pensé que quizá…
Ella niega con la cabeza y hace un gesto indiferente.
—No, no lo vi —responde antes de quitarse una pizca de glaseado del labio con la punta de la lengua.
Y, aunque sé que no debería hacerlo, elijo ese momento para echar un vistazo en orden alfabético a las mesas del comedor, empezando por nuestra humilde mesa Z hasta llegar a la A. Me pregunto si encontraré a Damen y a Stacia retozando en un campo de capullos de rosa o entretenidos en algún otro acto sórdido que preferiría no ver.
Sin embargo, aunque las cosas están como siempre y todo el mundo hace las payasadas de costumbre, al menos hoy no hay flores. Supongo que se debe a que Damen no está allí.