Apenas faltan unos días para Halloween y todavía le estoy dando los últimos retoques a mi disfraz. Haven va a ir de vampiro (menuda novedad), Miles irá de pirata (aunque solo después de que yo lograra convencerlo de que no se disfrazara de Madonna en su fase de corsé con pechos cónicos), y yo no pienso decir de qué me voy a disfrazar. Pero solo porque mi única y grandiosa idea se ha transformado en un ambicioso proyecto en el que estoy perdiendo la fe a marchas forzadas.
Aunque debo admitir que me sorprendió bastante que Sabine se ofreciera a dar una fiesta. En parte porque ella jamás ha parecido interesada en cosas como esa, pero sobre todo porque me imaginé que, con un poco de suerte, podríamos conseguir un máximo de cinco invitados entre las dos. Sin embargo, parece que Sabine es mucho más popular de lo que yo pensaba, porque pronto rellenó dos columnas y media con las personas invitadas, mientras que mi patética lista se reducía a un número mucho menor… En realidad, consistía en mis dos únicos amigos y sus posibles invitados adicionales.
Así pues, mientras Sabine contrataba a una empresa de hostelería para que se encargara de la comida y la bebida, yo puse a Miles al cargo de los medios audiovisuales (lo que significa que mi amigo traerá los altavoces del iPod y alquilará algunas películas de miedo) y le pedí a Haven que trajera magdalenas. Y eso nos deja a Riley y a mí como los únicos miembros del comité de decoración. Y puesto que Sabine me entregó un catálogo y una tarjeta de crédito con instrucciones específicas de «no reparar en gastos», mi hermana y yo nos hemos pasado las dos últimas tardes transformando la elegante casa de mi tía en una especie de castillo del guardián de la cripta espeluznante y aterrador. Y lo cierto es que ha sido bastante divertido, ya que me ha recordado los ratos que solíamos pasar decorando nuestra antigua casa para Pascua, Acción de Gracias y Navidad. Por no mencionar que el hecho de que permanecer concentradas y ocupadas ha limado gran parte de las asperezas que existían entre nosotras.
—Deberías disfrazarte de sirena —dice Riley—. O de una de aquellas chicas de la serie The O.C.
—Ay, por favor… No me digas que sigues viendo esas cosas… —le digo mientras mantengo el equilibrio entre el segundo y el tercer peldaño de la escalera para poder colocar otra telaraña de pega.
—No me culpes a mí, Tivo[1] tiene cerebro propio —dice encogiéndose de hombros.
—¿Tienes Tivo? —Me doy la vuelta, desesperada por arrancarle cualquier tipo de información, ya que ella siempre se muestra de lo más tacaña con los detalles de la vida del más allá.
Pero Riley se limita a echarse a reír.
—Eres tan ingenua, de verdad… ¡Las cosas que puedes llegar a creer! —Sacude la cabeza y hace una mueca exasperada al tiempo que rebusca en una caja de cartón y saca una tira de luces de colores—. ¿Quieres que intercambiemos posiciones? —pregunta mientras desenrolla el cordón—. Oye, es ridículo que insistas en subir y bajar de esa escalera cuando a mí no me cuesta nada levitar y hacer lo que haya que hacer.
Yo niego con la cabeza y frunzo el ceño. Aunque quizá sería más fácil, todavía me gusta fingir que mi vida tiene algo de normal.
—Venga, ¿de qué vas a disfrazarte?
—Olvídalo —respondo mientras pego la telaraña a la esquina; después me bajo para echarle un vistazo—. Si tú puedes tener secretos, yo también.
—No es justo. —Riley se cruza de brazos y hace pucheros de esa forma que siempre le funcionaba con papá pero nunca con mamá.
—Tranquila, ya lo verás en la fiesta —le digo antes de coger uno de esos esqueletos que brillan en la oscuridad y empezar a desenredar los miembros.
—¿Quieres decir que estoy invitada? —pregunta con voz chillona y los ojos abiertos de par en par a causa del entusiasmo.
—Como si pudiera detenerte… —Me echo a reír mientras apoyo al señor Esqueleto cerca de la entrada, para que pueda recibir a todos nuestros invitados.
—¿Vendrá tu novio también?
Pongo los ojos en blanco y suelto un suspiro.
—Sabes que no tengo novio —le digo, harta ya del jueguecito antes incluso de que empiece.
—Por favor. No soy ninguna estúpida. —Frunce el entrecejo—. No he olvidado la crisis de las sudaderas. Además, estoy impaciente por conocerlo, o quizá debería decir «verlo», ya que no es probable que vayas a presentármelo. Y, puestos a pensarlo, creo que es una grosería por tu parte. El hecho de que él no pueda verme no significa que…
—¡Acaba de una vez! No está invitado, ¿vale? —digo a voz en grito sin darme cuenta de que he mordido el anzuelo hasta que ya es demasiado tarde.
—¡Ja! —Me mira con los ojos desorbitados, las cejas arqueadas y una sonrisa de satisfacción en los labios—. ¡Lo sabía! —Se echa a reír y lanza las lucecitas al aire con júbilo antes de ponerse a girar a mi alrededor, empujándome y señalándome con el dedo—. ¡Lo sabía, lo sabía, lo sabía! —canturrea mientras agita los puños en el aire—. ¡Jaaa! ¡Lo sabía! —exclama sin dejar de girar.
Yo cierro los ojos y suspiro, reprendiéndome a mí misma por haber caído en una trampa tan poco sutil.
—¡No sabes nada! —La fulmino con la mirada y niego con la cabeza—. Nunca ha sido mi novio, ¿de acuerdo? No… no es más que un chico nuevo que al principio me pareció bastante mono; pero después, cuando me di cuenta de que solo es un farsante… bueno, digamos que lo he superado. De hecho, ya ni siquiera me parece mono. En serio, duró como diez segundos, pero solo porque no lo conocía bien. Y lo cierto es que no soy la única a la que ha engañado con sus jueguecitos, porque Miles y Haven estuvieron a punto de pegarse por él. Así que para de una vez, deja de dar puñetazos en el aire y de empujarme con las caderas y volvamos al trabajo, ¿quieres?
Y en el mismo momento en que me callo me doy cuenta de que palabras han sonado demasiado a la defensiva como para que se las crea. Sin embargo, ya no puedo retirarlas, así que me limito a ignorar a Riley mientras ella revolotea por la habitación cantando:
—¡Sí! ¡Sí! ¡Lo sabía, lo sabía!
Llega la noche de Halloween y la casa tiene un aspecto asombroso. Riley y yo colocamos telarañas en todas las ventanas y los rincones, y pegamos gigantescas viudas negras en ellas. Colgamos murciélagos de goma del techo, colocamos miembros sangrientos y partes corporales descuartizadas (todo falso, por supuesto) por todas partes, y pusimos una bola de cristal cerca de un cuervo cuyos ojos se iluminan y giran mientras dice: «¡Lo lamentarás! ¡Cruaac! ¡Lo lamentarás». Vestimos a zombis con harapos «sangrientos» y los emplazamos en los lugares donde uno menos esperaría encontrarlos, colocamos calderos humeantes con brebajes brujeriles (que en realidad no son otra cosa que hielo seco y agua) en la entrada, y repartimos esqueletos, momias, ratas y gatos negros (bueno, ratas y gatos falsos, pero aun así escalofriantes), gárgolas, ataúdes, velas negras y calaveras por todas partes. Decoramos incluso el jardín trasero con farolillos, globos flotantes de piscina y luces de colores parpadeantes. Y, cómo no, colocamos un muñeco de la Muerte de tamaño real en el césped de la parte delantera.
—¿Qué aspecto tengo? —pregunta Riley, que baja la mirada para contemplar sus pechos cubiertos por conchas y su cabello rojo mientras agita la resplandeciente y metálica cola de pez a su alrededor.
—Estás igual que tu personaje de Disney favorito —respondo mientras me aplico polvos en la cara hasta parecer muy, muy pálida. No dejo de pensar en una forma de librarme de ella para poder ponerme el disfraz sin que me vea y lograr sorprenderla, para variar.
—Me lo tomaré como un cumplido —dice con una sonrisa.
—Es un cumplido. —Me peino el cabello hacia atrás y lo sujeto con horquillas a fin de preparar el terreno para la enorme peluca rubia que voy a llevar.
—Bueno, ¿y quién serás tú? —Me mira de reojo—. ¿Piensas decírmelo ya? ¡Porque te juro que el suspense me está matando! —Se sujeta el estómago en un ataque de risa, se mece de atrás adelante y está a punto de caerse de la cama. Le encanta hacer juegos de palabras sobre muertos. Piensa que son sensacionales. Pero a mí la mayoría solo me provocan escalofríos.
Paso por alto el chiste y me giro hacia ella para decirle:
—¿Me haces un favor? Ve al otro lado del pasillo, averigua cómo va Sabine con su disfraz y si pretende ponerse esa enorme nariz de goma que tiene una verruga peluda en la punta. Le dije que era un disfraz de bruja genial, pero tiene que deshacerse de la nariz. A los chicos no suelen gustarles ese tipo de cosas.
—¿Es que Sabine sale con algún chico? —pregunta Riley sorprendida.
—No si se pone esa nariz —contesto mientras observo cómo se levanta de la cama y atraviesa la habitación con la cola de sirena tras de sí—. Pero no hagas ningún ruido ni nada para asustarla, ¿vale? —añado. No puedo evitar estremecerme al verla atravesar la puerta de mi habitación sin molestarse en abrirla. Vale, es cierto que la he visto facerlo mil veces, pero eso no significa que me haya acostumbrado.
Me dirijo al armario y abro la cremallera de la mochila que he escondido en la parte trasera. Saco el bonito vestido negro que tiene un escote bajo y cuadrado, mangas tres cuartos transparentes y un corpiño superajustado que deja paso a brillantes y holgados pliegues… igual que el que María Antonieta llevó al baile de máscaras (bueno, igual al menos al que llevaba Kirsten Dunst en la película). Y, después de subir con bastante dificultad la cremallera de la espalda, me pongo mi enorme peluca rubia platino (porque aunque soy rubia, jamás podría conseguir que mi pelo alcanzase semejante altura), me aplico un poco de barra de labios roja, me coloco un antifaz negro transparente sobre los ojos y me pongo unos pendientes largos de diamantes falsos. Y cuando mi disfraz está completo, me sitúo frente al espejo, me doy la vuelta unas cuantas veces, sonrío al contemplar cómo se balancea el vestido negro a mi alrededor y me siento emocionada al ver lo bien que me ha quedado el conjunto.
En el instante en que Riley vuelve a aparecer, sacude la cabeza y dice:
—Todo solucionado… ¡Por fin! Verás, al principio se ha puesto la nariz, luego se la ha quitado, después ha vuelto a ponérsela y se ha girado para comprobar qué aspecto tenía de perfil, y más tarde se la ha quitado de nuevo. Te juro que he tenido que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no arrancársela de la cara y arrojarla por la ventana.
Me quedo paralizada y contengo el aliento con la esperanza de que no haya hecho algo semejante, porque con Riley nunca se sabe.
Mi hermana se deja caer en la silla de mi escritorio y utiliza la punta de su resplandeciente cola para impulsar un giro.
—Tranquilízate —me dice—. La última vez que la he visto, Sabine había dejado esa nariz de pega en el cuarto de baño, cerca del lavabo. Y luego ha llamado un tipo que necesitaba algunas indicaciones y ella se ha paseado por la casa sin dejar de hablar sobre el maravilloso trabajo que has hecho con la decoración, lo increíble que es que lo hayas conseguido sin ayuda, y bla, bla, bla… —Sacude la cabeza y frunce el ceño—. Debes de estar encantada, ¿no? Te has llevado todo el mérito de nuestro esfuerzo. —Deja de girar por un momento y me mira durante unos instantes con expresión calculadora—. Así que vas de María Antonieta —dice por fin mientras recorre mi disfraz con la mirada—. Jamás lo habría imaginado. Lo cierto es que no pareces muy dada a los pasteles…
Pongo los ojos en blanco.
—Para tu información, ella nunca dijo esa famosa frase de los pasteles. Fue un malvado rumor, así que no debes creer ni una palabra —replico antes de volver a mirarme en el espejo para volver a examinar el maquillaje y retocarme la peluca, esperando que permanezca donde debe estar. Pero, cuando atisbo el reflejo de Riley, algo en su forma de mirarme hace que me dé la vuelta y me acerque a ella.
—Oye, ¿estás bien?
Mi hermana cierra los ojos y se muerde los labios. Luego sacude la cabeza y dice:
—Jo, ¿no te das cuenta? ¡Míranos! Tú te has disfrazado como una trágica reina adolescente, y yo haría cualquier cosa solo por ser adolescente.
Intento estirar el brazo para tocarla, pero mis manos titubean a los lados. Supongo que estoy tan acostumbrada a tenerla alrededor que a veces olvido que no está realmente aquí, que ya no forma parte de este mundo y que jamás se hará mayor. Nunca tendrá la oportunidad de cumplir los trece. Y después recuerdo que todo es culpa mía y me siento mil veces peor.
—Riley, yo…
Pero ella se limita a negar con la cabeza y a sacudir la cola a su alrededor.
—Nada de preocupaciones. —Sonríe y se levanta flotando de la silla—. ¡Ha llegado el momento de recibir a los invitados!
Haven llega con Evangeline, su amiga codependiente donante, quien, cómo no, también va disfrazada de vampiro. Miles viene con Eric, un chico que ha conocido en clase de Interpretación y que podría ser bastante guapo bajo la máscara de satén negro y la capa que completan el disfraz de Zorro.
—No puedo creer que no invitaras a Damen —dice Haven al tiempo que sacude la cabeza y sigue adelante sin saludar siquiera. Lleva enfadada conmigo toda la semana, desde que se enteró de que no lo tenía en mi lista de invitados.
Hago una mueca de exasperación y respiro hondo; estoy harta de defender lo evidente, de tener que señalar una vez más que ha sido él quien nos ha rechazado, que se ha convertido en un miembro asiduo no solo de la mesa del comedor de Stacia, sino también de su pupitre. Que saca capullos de rosa de todos los lugares imaginables y que su proyecto de la clase de Arte, Mujer de pelo amarillo, comienza a parecerse sospechosamente a ella.
Perdonadme si no quiero darle vueltas al hecho de que, a excepción de los tulipanes rojos, la nota misteriosa y la mirada íntima que compartimos una vez, Damen no ha querido saber nada de mí en casi dos semanas.
—No habría venido de todas formas —digo por fin, con la esperanza de que Haven no se percate del tono ronco y delatador de mi voz—. Estoy segura de que ha ido a alguna parte con Stacia, o con la pelirroja, o… —Me interrumpo y sacudo la cabeza, negándome a continuar.
—Espera, espera… ¿pelirroja? ¿También hay una pelirroja? —Haven me mira con los párpados entornados.
Me encojo de hombros. Lo cierto es que él podría estar con cualquiera. Lo único que sé es que no está aquí conmigo.
—Tendrías que ver a ese tío… —Se gira hacia Evangeline—. Es alucinante. Está tan bueno como cualquiera de las estrellas del cine y es tan sexy como una estrella del rock… Incluso hace trucos de ilusionismo. —Suelta un suspiro.
Evangeline arquea las cejas.
—Por lo que dices, él mismo parece una ilusión. Nadie es tan perfecto.
—Damen sí. Es una pena que no puedas comprobarlo por ti misma. —Haven me mira de nuevo con el ceño fruncido mientras sus dedos juguetean con la gargantilla de terciopelo negro que lleva al cuello—. Pero, si llegas a conocerlo alguna vez, no olvides que es mío. Yo me lo pedí antes de que lo conocieras.
Miro a Evangeline. Observo su aura negra y lúgubre, sus medias de red, sus diminutos pantalones cortos de chico y su camiseta de malla, y sé con certeza que no tiene la menor intención de hacer semejante promesa.
—Podría prestarte unos colmillos y un poco de sangre de pega Para el cuello, ¿sabes? De esa forma tú también podrías ir de vampiro —sugiere Haven mientras me mira; su mente salta de un sitio a otro: por un lado quiere ser mi amiga, pero por otro está convencida de que soy su rival.
Pero yo me limito a hacer un gesto negativo con la cabeza antes de conducirlas hasta el otro lado de la estancia con la esperanza de que cambie de tema y se olvide pronto de Damen.
Sabine está hablando con sus amigos; Haven y Evangeline le echan alcohol a sus bebidas a escondidas; Miles y Eric están bailando; y Riley juguetea con el extremo del látigo de Eric, sacudiendo los flecos de arriba abajo y de un lado al otro antes de mirar a su alrededor para ver si alguien se da cuenta. Y justo cuando estoy a punto de hacerle una señal, la señal que indica que será mejor que se esté quietecita si quiere seguir en el baile, suena el timbre de la puerta y ambas corremos hacia ella para abrirla.
Y aunque consigo llegar antes que mi hermana, cuando abro la puerta me olvido de restregárselo por la cara, porque Damen está aquí. Tiene flores en una mano, un sombrero dorado en la otra, y se ha recogido el pelo en una cola de caballo. Ha sustituido su ropa negra habitual por una camisa blanca de volantes, una chaqueta con botones dorados, algo que solo se me ocurre describir como «calzas», medias y puntiagudos zapatos negros. Y en el mismo instante en que pienso lo envidioso que se va a poner Miles al ver ese disfraz, comprendo de quién viene disfrazado y me da un vuelco el corazón.
—Conde Fersen —murmuro, casi incapaz de articular las palabras.
—María… —Damen sonríe antes de realizar una profunda y galante reverencia.
—Pero… era un secreto… y tú ni siquiera estabas invitado —susurro mientras busco por encima de su hombro a Stacia, a la pelirroja o a cualquier otra, ya que sé que es imposible que haya venido por mí
Sin embargo, él se limita a sonreír y me entrega las flores.
—En ese caso, debe de ser una afortunada coincidencia.
Trago saliva con fuerza y me doy la vuelta para conducirlo más allá del vestíbulo, más allá de los salones y el comedor, hasta la fiesta. Me arden las mejillas y mi corazón late con tanta fuerza que temo que estalle dentro de mi pecho. Me pregunto cómo es posible que haya ocurrido algo así; busco una explicación lógica al hecho de que Damen haya aparecido en mi fiesta vestido como mi media naranja.
—¡Madre mía! ¡Damen está aquí! —grita Haven, que alza los brazos con el rostro iluminado… Bueno, todo lo que puede iluminarse el rostro de una vampira embadurnada de polvos blancos, con colmillos y sangre chorreante. Pero en el momento en que ve su atuendo y se da cuenta de que viene disfrazado del conde Axel Fersen, el no tan secreto amante de María Antonieta, su cara se descompone y se gira para mirarme con expresión acusadora.
—Vale, ¿cuándo lo planeasteis vosotros dos? —pregunta mientras avanza hacia nosotros. Trata de mantener un tono de voz neutro, frío, pero más por consideración a Damen que por mí.
—No hemos planeado nada —respondo. Tengo la esperanza de que me crea, aunque sé que no lo hará. Bueno, la verdad es que es una coincidencia tan extravagante que yo misma tengo mis dudas. Comienzo a preguntarme incluso si se me habrá escapado de qué iba a disfrazarme delante de alguien, aunque sé con certeza que no es así.
—Pura chiripa —asegura Damen, que me rodea la cintura con el brazo. Y aunque el gesto apenas dura unos instantes, sí el suficiente Para provocarme un hormigueo por todo el cuerpo.
—Tú tienes que ser Damen —dice Evangeline, que se coloca a su lado y enreda los dedos en los volantes de su camisa—. Creí que Haven exageraba, pero es evidente que no lo hacía. —Se echa a reír—. ¿De qué vas disfrazado?
—De conde Fersen —responde Haven con tono duro y ronco mientras mantiene una mirada asesina.
—No sé quién es. —Evangeline se encoge de hombros, le quita el sombrero a Damen y se lo pone en la cabeza antes de sonreír seductoramente por debajo del ala. Después agarra a Damen de la mano y se lo lleva de mi lado.
En cuanto se alejan, Haven se gira hacia mí y dice:
—¡No puedo creer lo que has hecho! —Tiene una expresión furiosa y los puños apretados, pero nada puede compararse con los horribles pensamientos que atraviesan su mente—. Sabes lo mucho que me gusta. Te lo dije desde el principio. ¡Yo confiaba en ti!
—Haven, te juro que no estaba planeado. Se trata de una ridícula coincidencia. Ni siquiera sé qué está haciendo aquí, porque tú sabes que no lo invité —le digo en un intento por convencerla, aunque sé que es inútil. Ella ya se ha hecho su propia composición de lugar—. Y no sé si te habrás dado cuenta, pero tu querida amiga Evangeline está por ahí, prácticamente colgada de su pierna.
Haven echa un vistazo al otro lado de la estancia y luego vuelve a mirarme.
—Ella hace eso con todo el mundo, y no puede decirse que suponga una seria amenaza —dice tras encogerse de hombros—. A diferencia de ti.
Respiro hondo para no perder la paciencia y trato de no echarme a reír al ver que Riley se ha situado a su lado e imita cada una de sus palabras y movimientos, haciéndole burlas de una forma que desde luego no puede considerarse muy amable.
—Escucha —le digo por fin—. ¡A mí no me gusta! ¿Cómo puedo convencerte? ¡Dime una forma de hacerlo y lo haré!
Ella sacude la cabeza y aparta la mirada. Tiene los hombros hundidos y sus pensamientos se vuelven siniestros; está redirigiendo toda la ira que siente hacia ella misma.
—No. —Deja escapar un suspiro y parpadea con rapidez para contener las lágrimas—. No digas ni una palabra más. Si a él le gustas, pues le gustas, y no hay nada que yo pueda hacer. No es culpa tuya ser bonita e inteligente, ni que a los chicos les gustes más que yo. Sobre todo cuando te ven sin la capucha. —Intenta reírse, pero no le sale muy bien.
—Estás haciendo una montaña de un grano de arena —le aseguro, esperando convencerla tanto a ella como a mí misma—. Lo único que Damen y yo tenemos en común es el gusto por las películas y los disfraces. Eso es todo, te lo juro. —Sonrío, y espero de verdad que mi sonrisa sea más auténtica de lo que a mí me parece.
Haven dirige la mirada hacia el otro lado de la sala, donde Evangeline sujeta el látigo que le ha quitado al Zorro y está demostrando la forma adecuada de utilizarlo. Después vuelve a mirarme y dice:
—Solo hazme un favor.
Asiento, dispuesta a hacer casi cualquier cosa por acabar con todo aquello.
—Deja de mentir. La verdad es que se te da de pena.
La observo mientras se aleja y luego me giro hacia Riley, que no deja de saltar gritando:
—Madre mía… ¡Esta debe de ser la mejor fiesta que has dado nunca! ¡Drama! ¡Intriga! ¡Celos! ¡Y casi una pelea de gatas! ¡Me alegro muchísimo de no habérmela perdido!
Y justo cuando estoy a punto de decirle que se calle, recuerdo que en realidad soy la única que puede oírla y que parecería muy raro que hiciera algo así. Y cuando el timbre vuelve a sonar, a pesar de la cola de pez que ondea a su espalda, esta vez mi hermana llega antes que yo.
—Vaya… —dice la mujer que se encuentra en el porche y que trata de echar un vistazo al interior.
—¿Puedo ayudarla? —pregunto. No lleva disfraz, a menos que la típica ropa informal californiana cuente como tal.
Ella me mira, y sus ojos castaños se clavan en los míos cuando dice:
—Siento llegar tarde, el tráfico estaba un poco… bueno, ya sabes. —Mira hacia donde está Riley, como si pudiera verla.
—¿Es usted amiga de Sabine? —le pregunto, pensando que tal vez sea una coincidencia que esa mujer no deje de mirar hacia el lugar donde está Riley, porque aunque su aura tiene un bonito color púrpura, por alguna razón no puedo leerla.
—Soy Ava. Sabine me ha contratado.
—¿Es una de las camareras? —pregunto mientras elucubro por qué llevará puesto un top negro con los hombros al aire, unos vaqueros ajustados y manoletinas en lugar de la camisa blanca y los pantalones negros que llevan los demás.
Pero ella se echa a reír y le hace un gesto con la mano a Riley, que está escondida tras los pliegues de mis vestido, tal y como solía hacer con nuestra madre siempre que sentía vergüenza.
—Soy la vidente —dice mientras se aparta de la cara su largo pelo rojizo y se arrodilla al lado de Riley—. Y veo que tienes a una amiguita contigo.