Aunque Damen y yo tenemos dos clases en común, solo nos sentamos juntos en Lengua. Así pues, no se acerca a mí hasta que recojo las cosas y salgo de la clase de Arte que hay a sexta hora.
Corre para alcanzarme y me sujeta la puerta mientras salgo del aula con los ojos clavados en el suelo, preguntándome cómo puedo deshacerme de él.
—Tus amigos me pidieron que me pasara por tu casa esta noche —dice mientras camina a mi lado—. Pero creo que no podré ir.
—¡Oh! —exclamo sin querer, y me avergüenza que mi voz haya revelado lo feliz que me hace esa noticia—. Quiero decir… ¿estás seguro? —Intento parecer más amable, más resignada, como si de verdad quisiera que viniera a mi casa, aunque ya es demasiado tarde.
Él me mira con un brillo divertido en los ojos.
—Sí, claro… Te veré el lunes —me dice antes de acelerar el paso para dirigirse a su coche, que está aparcado en la zona roja y que, inexplicablemente, tiene el motor en marcha.
Cuando llego hasta mi Miata, Miles me está esperando con los brazos cruzados, los ojos entornados y la típica sonrisa desdeñosa que pone de manifiesto su enfado.
—Será mejor que me digas qué es lo que acaba de pasar, porque no tenía muy buena pinta —dice al tiempo que se sienta en el asiento del acompañante.
—Ha dicho que no vendría. Dijo que no podía. —Hago un gesto de indiferencia y miro por encima del hombro mientras doy marcha atrás.
—Pero ¿qué le dijiste para que no quisiera venir? —pregunta con una mirada asesina.
—Nada.
La sonrisa desdeñosa se hace más amplia.
—En serio, no tengo la culpa de que se te haya fastidiado la noche. —Salgo del aparcamiento a la calle, pero, al notar que Miles no deja de mirarme, pregunto—: ¿Qué pasa?
—Nada. —Mi amigo arquea las cejas y se pone a mirar por la ventanilla. Aunque sé lo que está pensando, prefiero concentrarme en la conducción. Instantes después, él se gira hacia mí y me dice—: Bueno, prométeme que no te enfadarás.
Yo cierro los ojos con un suspiro. Vamos allá…, pienso.
Respiro hondo y me niego a reaccionar. Sobre todo porque las cosas están a punto de ponerse mucho peor.
—Para empezar, eres una tía guapísima… o al menos yo creo que lo eres, porque es difícil saberlo si siempre te escondes debajo de esas espantosas y enormes sudaderas con capucha. Siento ser yo quien te lo diga, Ever, pero tu ropa es de lo peor, como un disfraz de indigente, y no tiene sentido fingir lo contrario. Además, y aunque tal vez no debiera soltártelo de esta manera, el hecho de que hagas todo lo posible por rechazar a ese tío nuevo que está como un tren resulta más bien rarito.
Se calla el tiempo suficiente para darme ánimos con la mirada. Yo me preparo para lo que viene a continuación.
—A menos, claro está, que seas homosexual.
Giro a la derecha y suspiro con fuerza, agradecida por primera vez por contar con mis habilidades psíquicas, ya que sin duda me han ayudado a suavizar el golpe.
—No pasaría nada si lo fueras —continúa Miles—. Bueno, ya sabes que yo soy gay, así que no voy a discriminarte por eso; lo sabes, ¿verdad? —Suelta una carcajada; una especie de risotada nerviosa que indica que pisa terrenos inexplorados.
Yo me limito a sacudir la cabeza antes de pisar el freno.
—El mero hecho de que no esté interesada en Damen no significa que sea homosexual —le digo, aunque noto que parezco mucho más a la defensiva de lo que es mi intención—. Por si no lo sabes, la atracción se basa en muchas más cosas que en el aspecto físico.
En cosas como un contacto cálido, unos ojos oscuros y abrasadores y una voz seductora que silencia el mundo…
—¿Es por Haven? —pregunta Miles, que no se ha tragado mi excusa.
—No. —Aferró el volante y clavo la vista en el semáforo, deseando que cambie de rojo a verde para que pueda dejar a Miles en su casa y acabar de una vez con todo esto.
Pero sé que he respondido con demasiada rapidez cuando le o exclamar:
—¡Ja! ¡Lo sabía! Es por Haven… porque ella se lo ha pedido primero… ¿Eres mínimamente consciente de que estás renunciando a la oportunidad de perder la virginidad con el tío más bueno del instituto, puede que del planeta, solo porque Haven se lo ha pedido primero?
—Esto es ridículo —murmuro al tiempo que niego con la cabeza y giro hacia su calle. Aparco en el camino de entrada.
—¿Qué? ¿No eres virgen? —Sonríe. Está claro que se lo está pasando de maravilla—. ¿Y no me lo habías dicho?
Hago un gesto de exasperación y me echo a reír sin poder evitarlo.
Él me mira en silencio durante unos instantes; luego coge sus libros y se encamina hacia su casa, aunque se gira el tiempo suficiente para decirme:
—Espero que Haven sepa apreciar lo buena amiga que eres.
Al final resultó que la noche del viernes quedó cancelada. Vale, la noche no, solo nuestros planes. En parte porque el hermanito de Haven, Austin, se puso enfermo y ella era la única que podía cuidarlo; y en parte porque el padre de Miles, un fanático de los deportes, lo arrastró hasta un partido de fútbol y lo obligó a vestirse con los colores del equipo y a actuar como si de verdad disfrutara con ello. Cuando Sabine se enteró de que había llegado a casa sin compañía, salió del trabajo temprano y se ofreció a llevarme a cenar.
A sabiendas de que ella no aprueba mi predilección por las capuchas y los vaqueros, y puesto que deseo complacerla después de todo lo que ha hecho, me pongo el bonito vestido azul junto con los zapatos de tacón a juego que me compró hace poco, me pinto los labios con un poco de brillo (una reliquia de mi antigua vida, cuando me interesaba por cosas como esa), traslado las cosas más esenciales de la mochila al pequeño bolso de mano metálico que me regaló con el vestido y renuncio a mi acostumbrada cola de caballo para dejarme el pelo suelto.
Justo cuando estoy a punto de salir por la puerta, Riley aparece a mi lado y dice:
—Ya era hora de que empezaras a vestirte como una chica.
Me ha dado un susto de muerte.
—Por el amor de Dios, ¡casi me matas del susto! —exclamo en un susurro antes de cerrar la puerta para que Sabine no me oiga.
—Lo sé. —Se echa a reír—. Bueno, ¿adonde vas?
—A un restaurante llamado Stonehill Tavern. Está en el hotel Saint Regís —respondo, aunque el corazón todavía me late con fuerza a causa de su encerrona.
Ella alza las cejas y asiente.
—Qué sitio más chic…
—¿Y tú cómo lo sabes? —La miro con suspicacia, preguntándome si ella ha estado allí alguna vez. Como nunca me dice dónde pasa el tiempo libre…
—Sé un montón de cosas. —Ríe de nuevo—. Muchas más que tú. —Salta encima de mi cama y coloca los almohadones antes de reclinarse.
—Sí, bueno, no hay mucho que yo pueda hacer al respecto, ¿verdad? —replico, molesta al ver que lleva exactamente el mismo vestido y los mismos zapatos que yo, si bien, como que es cuatro años más joven y bastante más baja, parece que esté jugando a los disfraces.
—En serio, creo que deberías vestirte de esa forma más a menudo. Porque, siento ser yo quien te lo diga, pero la pinta que sueles llevar no te pega en absoluto. ¿Crees de verdad que Brandon se habría fijado alguna vez en ti si te hubieras vestido así? —Cruza los tobillos y me observa; parece tan relajada como cualquier persona, viva o muerta, podría estar—. Y hablando del tema, ¿sabes que ahora sale con Rachel? Pues sí, llevan juntos cinco meses. Ya lleva con ella más tiempo que contigo, ¿eh?
Aprieto los labios y empiezo a tamborilear con la punta del pie sobre el suelo mientras repito mi mantra habitual: «No permitas que te afecte. No se lo permitas».
—Y te juro que no te lo vas a creer, pero ¡casi han llegado hasta el final! En serio, salieron temprano del baile para antiguos alumnos; lo tenían todo planeado, pero luego… bueno… —Hizo una pausa para soltar una risotada—. Sé que quizá no debería contarte esto, pero al parecer Brandon dijo algo lamentable y de lo más embarazoso que les cortó todo el rollo. Tendrías que haber estado allí… Te juro que fue desternillante. Bueno, no me malinterpretes, él te echa de menos y todo eso, así que mencionó por accidente tu nombre en un par de ocasiones; pero como suelen decir, la vida continúa, ¿no es así?
Respiro hondo y entorno los párpados mientras observo a Riley. Está acomodada en mi cama como Cleopatra en su lecho criticando mi vida en general antes de contarme cosas sobre viejos amigos que ni siquiera le he preguntado, como si fuera una especie de autoridad preadolescente.
«¡Debe de ser genial aparecer allí donde quieres y no tener que quedarse aquí en las trincheras para hacer todo el trabajo sucio, como el resto de nosotros!» De pronto, me enfado tanto con ella por esas visitas inesperadas que no son más que excusas para contarme chismes de los demás que deseo que me deje en paz y me permita vivir mi miserable vida sin sus continuos comentarios pueriles. Así pues, la miro a los ojos y le digo:
—¿Y cuándo empiezas en el colegio para angelitos? ¿O eres tan mala que te han prohibido la entrada?
Ella me fulmina con la mirada y compone una expresión furiosa, pero, en ese preciso instante, Sabine llama a la puerta.
—¿Estás lista?
Observo a Riley y la reto con la mirada a hacer alguna estupidez, algo que revele a Sabine todas las cosas raras que ocurren a su alrededor.
Sin embargo, mi hermana se limita a sonreír con dulzura.
—Mamá y papá me han pedido que te diga que te quieren —dice segundos antes de desaparecer.