Cuando me dirijo a la mesa en la que solemos comer, veo que Haven y Miles ya están allí. Y cuando descubro que Damen está sentado con ellos, me entran ganas de salir corriendo en dirección opuesta.
—Puedes sentarte con nosotros, pero solo si prometes no mirar fijamente al chico nuevo —bromea Miles—. Es de muy mala educación quedarse mirando a la gente, ¿nunca te lo había dicho nadie? Pongo los ojos en blanco y me siento junto a él en el banco, decidida a demostrarle lo poco que me impresiona la presencia de Damen.
—Me crié con lobos, ¿qué quieres que haga? —Me encojo de hombros mientras me peleo con el cierre de la fiambrera.
—Yo me crié con una drag queen y una novelista romántica —dice Miles, que se inclina hacia delante para robar unas gominolas de la parte superior de la magdalena pre-Halloween de Haven.
—Lo siento, cielo, pero eso no te ha ocurrido a ti, sino a Chandler, el de Friends. —Haven se echa a reír—. Yo, sin embargo, me crié entre brujas. Era una hermosa princesa vampiro a la que todos amaban, mimaban y admiraban. Vivía en un lujoso castillo gótico, y la verdad es que no tengo ni la menor idea de cómo he acabado en esta espantosa mesa de fibra de vidrio con unos fracasados como vosotros. —Hace un gesto con la cabeza para señalar a Damen—. ¿Y tú?
El chico da un trago de su bebida, una especie de líquido rojo iridiscente que lleva en una botella de cristal, y luego nos mira a los tres.
—He vivido en Italia, Francia, Inglaterra, España, Bélgica, Nueva York, Nueva Orleans, Oregón, la India, Nuevo México, Egipto, y en algún que otro país más —dice esbozando una sonrisa.
—Parece que hay alguien por aquí cuya familia está relacionada con el ejército… —bromea Haven, que coge una de las gominolas de la magdalena y se la arroja a Miles.
—¿Has vivido en Oregón? —dice Miles, que se pone la gominola encima de la lengua antes de tragársela con un trago de Vitamine Water, su bebida reconstituyente.
—En Portland. —Damen asiente.
—Nuestra amiga Ever, aquí presente, vivía en Oregón —añade, lo que provoca que Haven lo fulmine con la mirada. A pesar de la enorme metedura de pata que cometí antes, mi amiga me considera el mayor obstáculo entre ella y su verdadero amor, y parece molesta siempre que la atención se concentra en mí.
Damen sonríe y me mira a los ojos.
—¿Dónde?
—En Eugene —murmuro. Trato de concentrarme en mi sandwich y no en él, porque, al igual que ocurrió en la clase, cada vez que habla lo único que oigo es el sonido de su voz.
Y cada vez que nuestras miradas se cruzan me siento acalorada.
Y cuando su pie choca contra el mío, siento un estremecimiento que recorre todo mi cuerpo.
Y todo esto empieza a asustarme de verdad.
—¿Cómo has acabado aquí? —Se inclina hacia mí, momento que Haven aprovecha para acercarse aún más a él.
Yo clavo la mirada en la mesa y aprieto los labios, como siempre que me pongo nerviosa. No quiero hablar sobre mi antigua vida. No le encuentro sentido a volver a relatar todos los detalles escabrosos. A tener que explicar que, aunque yo lograra sobrevivir, fue culpa mía que toda mi familia muriera. Así que al final me limito a arrancarle la corteza al pan del sandwich y le digo:
—Es una larga historia.
Puedo sentir la mirada de Damen: intensa, cálida e incitante, y me pongo tan nerviosa que empiezan a sudarme las palmas de las manos y se me resbala la botella de agua de entre los dedos. Cae tan rápido que no puedo atraparla, solo esperar las salpicaduras.
Sin embargo, antes incluso de que llegue a la mesa, Damen la coge al vuelo y me la devuelve. Y yo me quedo sentada sin moverme, observando fijamente la botella para no tener que mirarlo a los ojos. No puedo evitar preguntarme si soy la única que se ha dado cuenta de que Damen se ha movido tan deprisa que su brazo se ha convertido en un mero borrón.
Luego Miles pregunta algo sobre Nueva York y Haven se arrima tanto al chico nuevo que se sienta casi sobre su regazo. Respiro hondo, termino mi almuerzo y me aseguro a mí misma que lo he imaginado todo.
Cuando por fin suena el timbre, todos cogemos nuestras cosas y nos dirigimos a clase. Justo cuando veo que Damen no puede oírnos, me giro hacia mis amigos para decirles:
—¿Cómo ha acabado en nuestra mesa? —El tono agudo y acusador de mi voz me resulta desagradable hasta a mí.
—No quería llamar la atención, así que le ofrecimos un sitio en nuestra mesa. —Miles hace un gesto de indiferencia con los hombros antes de dejar su botella en el cubo de reciclaje y encaminarse hacia el edificio de las aulas—. No ha habido nada siniestro, ninguna confabulación maligna para avergonzarte.
—Bueno, pues podría haber pasado sin el comentario de las miradas fijas —le digo, a sabiendas de que el comentario parece ridículo y demasiado susceptible. No estoy dispuesta a decirles lo que pienso de verdad, ya que no quiero cabrear a mis amigos con una pregunta lógica, aunque desagradable, como: «¿Por qué se relaciona un tipo como Damen con gente como nosotros?».
En serio. Con todos los chicos guays que hay en este instituto y toda la gente enrollada a la que podría unirse, ¿por qué demonios ha elegido sentarse con nosotros, los más inadaptados de todos?
—Relájate un poco, anda. Supongo que le pareció divertido. —Miles se encogió de hombros—. Además, también irá a tu casa esta noche. Le dije que se pasara por allí sobre las ocho.
—¿Que le has dicho qué? —Lo miro con la boca abierta. Pero de pronto recuerdo que Haven se ha pasado todo el almuerzo pensando en lo que iba a ponerse y que Miles no ha dejado de preguntarse si tendría tiempo de darse una sesión de bronceado instantáneo. De repente, todo cobra sentido.
—Bueno, según parece, Damen detesta el fútbol tanto como nosotros, algo que hemos descubierto durante el pequeño test de calidad que le hizo Haven antes de que tú llegaras. —Haven sonríe y hace una pequeña reverencia, flexionando las rodillas hacia ambos lados cubiertas por medias de red—. Y puesto que es nuevo aquí y no conoce a nadie más, pensamos que podríamos quedárnoslo para nosotros y no darle la oportunidad de hacer más amigos.
—Pero… —Me quedo callada, sin saber muy bien cómo continuar. Lo único que sé es que no quiero a Damen a mi alrededor, ni esta noche ni nunca.
—Yo me dejaré caer por allí un poco después de las ocho —dice Haven—. Mi reunión termina a las siete, lo que me deja tiempo más que suficiente para ir a casa y cambiarme. Y, por cierto, me pido sentarme al lado de Damen en el jacuzzi.
—¡No puedes hacer eso! —exclama Miles, que sacude la cabeza con indignación—. ¡No pienso permitirlo!
Pero ella se limita a agitar la mano por encima del hombro mientras se dirige a clase; yo me giro hacia Miles para preguntarle:
—¿Qué reunión tiene hoy?
—Los viernes toca la de los glotones.
Haven es lo que podría llamarse una adicta a los grupos anónimos. En el poco tiempo que hace que la conozco, ha asistido a reuniones para alcohólicos, drogadictos, personas codependientes, insolventes, jugadores, ciberadictos, yonquis de la nicotina, fóbicos sociales, gente con síndrome de Diógenes y amantes de la vulgaridad. Por lo que sé, la de hoy es su primera reunión con glotones. Pero está claro que, con su metro cincuenta y cinco de estatura y el cuerpo esbelto y delgado de la bailarina de una caja de música, Haven no es ninguna glotona. Tampoco es alcohólica, insolvente, jugadora ni ninguna de las otras cosas. Lo que ocurre es que se siente del todo ignorada por sus ensimismados padres y busca amor y aprobación en cualquier lugar donde pueda conseguirlos.
Lo mismo ocurre con lo del rollo gótico. En realidad, no está metida en todo eso, lo que resulta bastante evidente por la forma en que intenta llamar la atención en lugar de tratar de pasar desapercibida, y por los pósters de Joy División que cuelgan de las paredes rosadas de su habitación, pintadas de ese color desde que le dio por ser bailarina (poco después de su fase de niña pija), y no hace mucho tiempo de eso.
Lo que pasa es que Haven ha descubierto que la forma más rápida de destacar en una ciudad llena de rubias con ropa de Juicy es vestirse como la Princesa de la Oscuridad.
Pero lo cierto es que no funciona tan bien como ella creía. La primera vez que su madre la vio vestida de esa manera no hizo más que suspirar, coger las llaves y marcharse a su clase de pilates. Su padre no pasa en casa el tiempo suficiente como para verla bien. Su hermano pequeño, Austin, se asustó un poco, aunque no tardó en acostumbrarse. Y puesto que la mayoría de los chicos del instituto están más que acostumbrados a los escandalosos comportamientos que mostraron las cámaras de la MTV durante el pasado año, por lo general no le hacen el menor caso.
Sin embargo, yo sé que debajo de las calaveras, los pinchos y el maquillaje de novia de la muerte hay una chica que solo desea que la vean, la escuchen, la amen y le presten atención… algo que no había conseguido con sus anteriores personificaciones. Por lo tanto, si colocarse delante de un grupo de gente e inventar una triste historia sobre sus atormentados esfuerzos para dejar atrás los días de adicción hace que se sienta importante, ¿quién soy yo para juzgarla?
En mi antigua vida no habría salido con gente como Miles y Haven. No me relacionaba con los chicos problemáticos, ni con los extraños, ni con los que los demás rechazaban. Formaba parte del grupo popular, donde la mayoría éramos monos, atléticos, talentosos, inteligentes, ricos, simpáticos y todas esas cosas. Iba a clases de danza, tenía mi mejor amiga que se llamaba Rachel (y que era animadora, como yo), e incluso tenía un novio, Brandon, que resultaba ser el sexto chico al que había besado (el primero fue Lucas, en sexto curso, pero solo por una apuesta; y créeme si te digo que ni siquiera merece la pena mencionar a los demás). Y aunque nunca era mezquina con la gente que no pertenecía a nuestro grupo, tampoco me fijaba mucho en ella. Esos chicos no tenían nada que ver conmigo. Y por eso actuaba como si fueran invisibles.
No obstante, ahora yo también pertenezco al grupo de los invisibles. Lo supe el día que Rachel y Brandon me visitaron en el hospital. Actuaron de manera afectuosa y comprensiva, pero sus pensamientos decían todo lo contrario. Les horrorizaban las pequeñas bolsas de plástico que introducían líquidos en mis venas, los cortes, las magulladuras y mis extremidades escayoladas. Se sentían mal por lo que me había ocurrido, por todo lo que había perdido, pero lo cierto era que se esforzaban por no mirar fijamente la cicatriz roja de mi frente, y lo que de verdad deseaban era salir de allí cuanto antes.
Y mientras yo contemplaba cómo sus auras remolineaban a su alrededor y mezclaban sus tonos marrones y apagados tan similares, supe que se alejaban de mí y que se acercaban el uno al otro.
Así pues, durante mi primer día en Bay View, en lugar de malgastar el tiempo con los ritos de iniciación necesarios para entrar a formar parte del grupo de Stacia y Honor, me dirigí sin vacilar hacia Miles y Haven, dos marginados que aceptaron mi amistad sin hacer preguntas. Y aunque es probable que desde fuera parezcamos bastante raritos, lo cierto es que no sé qué haría sin ellos. Su amistad es una de las pocas cosas buenas que tengo en la vida. Su amistad hace que me sienta casi normal de nuevo.
Y esa es la razón por la que necesito mantenerme apartada de Damen. Porque su capacidad de erizarme la piel cuando me toca y de silenciar el mundo con su voz es una peligrosa tentación a la que no puedo rendirme.
No quiero poner en peligro mi amistad con Haven.
Y no puedo arriesgarme a intimar demasiado con nadie.