Roman asiente. Me mira fijamente antes de arrebatarme el antídoto y dice:
—Necesitamos algo afilado.
Entorno los ojos, sin entenderlo del todo.
—¿De qué estás hablando? Si eso es realmente el antídoto, tal y como me has dicho, ¿por qué no puede bebérselo sin más? Está listo, ¿no? —Se me encoge el estómago bajo el peso de su mirada, tan firme y concentrada en mí.
—Es el antídoto. Pero requiere un último ingrediente para estar completo.
Tomo una bocanada de aire. Debería haber sabido que las cosas nunca resultan tan sencillas cuando Roman está implicado.
—¿De qué se trata? —pregunto con una voz tan temblorosa como mi cuerpo—. ¿Qué te traes entre manos?
—Vamos, vamos… —Esboza una sonrisa—. No te preocupes. No es nada complicado… y no nos llevará horas, por supuesto. —Sacude la cabeza mirando a Rayne—. Lo único que necesitamos para poner el espectáculo en marcha es un par de gotas de tu sangre. Eso es todo.
Lo miro fijamente, sin comprender. ¿Qué influencia puede tener mi sangre sobre la vida y la muerte?
Sin embargo, Roman se limita a devolverme la mirada y responde la pregunta que ronda mi mente cuando dice:
—Para salvar a tu compañero inmortal, él debe consumir un antídoto que contenga una gota de sangre de su verdadero amor. Créeme, es la única manera.
Trago saliva con fuerza, menos preocupada por el derramamiento de sangre que por la posibilidad de que me esté tomando el pelo y pierda a Damen para siempre.
—Seguro que no te preocupa no ser el verdadero amor de Damen… ¿verdad? —pregunta con una sutil sonrisa en los labios—. ¿Crees que debería llamar a Stacia?
Cojo una tijera que tengo a mi lado y me la acerco a la muñeca. Estoy a punto de clavármela cuando Rayne grita:
—¡No, Ever! ¡No lo hagas! ¡No creas lo que te dice! ¡No escuches ni una sola de sus palabras!
Miro a Damen, observo el lento subir y bajar de su pecho y sé que no hay tiempo que perder. Sé en lo más profundo de mi corazón que le quedan minutos, no horas. Luego bajo la tijera con fuerza y observo cómo su punta afilada penetra en mi muñeca y está a punto de partírmela en dos. Escucho el alarido de Rayne, un chillido tan desgarrador que ahoga todos los demás sonidos mientras Roman se agacha a mi lado para recoger la sangre. Y, aunque experimento una ligera sensación de desvanecimiento y un pequeño mareo, pasan solo unos segundos antes de que mis venas se regeneren y mi piel cicatrice. Así que agarro la botella sin hacer caso de las protestas de Rayne y rompo el círculo. La empujo a un lado mientras me dejo caer de rodulas al suelo y coloco los dedos bajo el cuello de Damen para obligarlo a beber. Su respiración se vuelve más y más débil… hasta que se detiene por completo.
—¡¡No!! —grito—. ¡No puedes morir! ¡No puedes abandonarme! —Sigo derramando el líquido por su garganta, decidida a traerlo de vuelta, a devolverle la vida como él hizo conmigo en una ocasión.
Lo estrecho contra mi cuerpo, deseando que viva. Todo lo que nos rodea desaparece mientras me concentro en él: mi alma gemela, mi compañero eterno, mi único amor. Me niego a decirle adiós, me niego a perder toda esperanza. Y, cuando la botella se vacía, me dejo caer sobre su pecho y aprieto los labios contra los suyos para darle todo mi aliento, mi ser, mi vida.
Murmuro las palabras que él me dijo una vez:
—¡Abre los ojos y mírame!
Susurro esas palabras una y otra vez…
Hasta que al final lo hace.
—¡Damen! —grito. Un torrente de lágrimas se desliza por mis mejillas y caen sobre su rostro—. ¡Gracias a Dios que has vuelto! Te he echado tanto de menos… Te quiero… y te prometo que nunca jamás volveré a dejarte. Perdóname, por favor… Por favor…
Parpadea con rapidez e intenta mover los labios para articular palabras que no soy capaz de escuchar. Y, cuando acerco la oreja a su boca, agradecida por poder estar con él de nuevo, nuestra reconciliación es interrumpida por una serie de aplausos.
Palmadas lentas y firmes procedentes de Roman, que ahora está de pie a mi lado. Ha entrado en el círculo y Rayne se ha acurrucado en el rincón más alejado de la habitación.
—¡Bravo! —exclama con expresión burlona y divertida mientras nos mira a Damen y a mí—. Bien hecho, Ever. Debo admitir que todo ha sido de lo más… «conmovedor». Las reconciliaciones tan sinceras no se ven muy a menudo.
Trago saliva con fuerza. Me tiemblan las manos y siento una punzada en el estómago. Me pregunto qué estará tramando. Quiero decir que Damen está vivo y el antídoto ha funcionado, así que ¿qué más puede haber?
Miro a Damen y compruebo que su pecho sube y baja con regularidad mientras se queda dormido otra vez; luego miro a Rayne, que me observa con los ojos desorbitados y una expresión de incredulidad.
Sin embargo, cuando vuelvo la vista hacia Roman, me da la clara impresión de que solo está disfrutando de una última oportunidad de pasarlo bien, que solo interpreta un acto de bravuconería ahora que Damen se ha salvado.
—¿Ahora quieres ir a por mí? ¿Se trata de eso? —pregunto, lista para derribarlo si me veo obligada a hacerlo.
No obstante, él niega con la cabeza y suelta una carcajada.
—¿Por qué iba a hacer eso ahora? ¿Por qué iba a querer deshacerme de una nueva fuente de diversión que no ha hecho más que empezar?
Me quedo paralizada. El pánico se adueña de mí, pero intento disimularlo.
—No sabía que fueras tan simple, tan predecible, pero claro… así es el amor, ¿verdad? Siempre te vuelve un poco loco, un poco impulsivo, casi irracional… ¿no te parece?
Frunzo el ceño. No tengo ni idea de dónde quiere ir a parar, pero sé que no puede ser nada bueno.
—Con todo, resulta asombroso lo rápido que has caído. Ningún tipo de resistencia. En serio, Ever, te has abierto la muñeca sin ni siquiera hacer preguntas. Y eso me lleva al punto de partida: nunca se debe subestimar el poder del amor… ¿O en tu caso era la culpa? Solo tú lo sabes con seguridad.
Lo observo con detenimiento mientras una horrible idea toma forma en mi interior. Sé que he cometido un tremendo error… que han jugado conmigo.
—Estabas tan desesperada por entregar tu vida a cambio de la suya, tan dispuesta a hacer cualquier cosa para salvarlo… que todo ha salido a la perfección. Ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. Aunque si te soy sincero, sé lo que sientes. De hecho, yo habría hecho lo mismo por Drina… si me hubieran dado la oportunidad. —Me fulmina con la mirada. Sus párpados están tan bajos que sus ojos parecen esquirlas de oscuridad—. Pero, puesto que ambos sabemos cómo terminó aquello, supongo que te gustaría saber también cómo terminará esto, ¿no?
Echo un vistazo a Damen para asegurarme de que sigue bien. Observo cómo duerme mientras Roman añade:
—Sí, sigue vivo; no preocupes a tu preciosa cabecita con eso. Y, para que lo sepas, es muy probable que siga así durante muchos, muchísimos años. No pienso ir tras él de nuevo, así que no tengas ningún miedo. De hecho, nunca tuve intención de mataros a ninguno de los dos, a pesar de lo que puedas pensar. No obstante, para ser justo, supongo que debo advertirte de que toda esta felicidad tiene un precio.
—¿Y cuál es? —susurro sin dejar de mirarlo a los ojos. Drina ya está muerta, así que no sé qué más puede querer. Además, sea cual sea el precio, lo pagaré. Haré lo que haga falta para que Damen siga con vida.
—Veo que te he molestado —ronronea al tiempo que sacude la cabeza—. Ya te he dicho que Damen estará bien. De hecho, mejor que bien. Estará mejor que nunca. Míralo, ¿quieres? ¿Ves como está recuperando el color y vuelve a ganar peso? Muy pronto será de nuevo ese chico joven, guapo y robusto; el chico a quien crees querer tanto que estás dispuesta a hacer cualquier cosa para salvarlo, sin hacer preguntas…
—Ve al grano —le digo con la mirada clavada en la suya. Estoy harta de los inmortales renegados, que siempre insisten en protagonizar todas y cada una de las escenas.
—Ah, no. —Niega con la cabeza—. He esperado años a que llegue este momento y no pienso apresurarme. Verás, Damen y yo nos conocemos desde hace mucho. Desde el comienzo, en Florencia. —Y, cuando ve mi expresión, añade—: Sí, era uno de sus compañeros huérfanos, el más joven de todos. Y, cuando me salvó de la peste, empecé a pensar en él como en un padre.
—¿Y eso convirtió a Drina en tu madre? —pregunto.
Su mirada se endurece durante unos segundos antes de relajarse de nuevo.
—Desde luego que no. —Sonríe—. Verás, yo quería a Drina, no me importa admitirlo. La quería con toda mi alma. La quería del mismo modo que tú crees quererlo a él. —Señala a Damen, que ya tiene el mismo aspecto que cuando nos conocimos—. La quería con cada centímetro de mi ser. Habría hecho cualquier cosa por ella… y jamás la habría abandonado, como tú hiciste con él.
Trago saliva. Sé que merezco eso.
—Pero siempre fue por Damen. Siempre… por… Damen. Ella no tenía ojos para nadie más. Hasta que él te conoció a ti (por primera vez) y Drina se refugió en mí. —Esboza una pequeña sonrisa que desaparece al instante cuando continúa hablando—. Pero solo en busca de «amistad». —Da la impresión de que escupe la palabra—. Y de «compañía». Y de un hombro fuerte sobre el que llorar. —Tuerce el gesto—. Yo le hubiera dado todo lo que hubiera querido… cualquier cosa en el mundo. Pero ella ya lo tenía todo… y lo único que quería era precisamente lo que yo no podía darle, lo único que nunca le habría dado: a Damen. Damen Cabrón Auguste. —Sacude la cabeza—. Y, por desgracia para Drina, Damen solo te quería a ti. Y así empezó todo: un triángulo amoroso que duró cuatrocientos años. Los tres seguimos en nuestro empeño, implacables, sin perder la esperanza… Hasta que yo me vi obligado a renunciar… porque tú la mataste. Y con ello te aseguraste de que nunca estuviéramos juntos. Te aseguraste de que nuestro amor jamás viera la luz…
—¿Sabías que fui yo quien la maté? —pregunto con una exclamación ahogada y un terrible nudo en el estómago—. ¿Lo has sabido siempre?
Pone los ojos en blanco.
—¿Bromeas? —Se echa a reír, imitando a la perfección la más horrible de las carcajadas de Stacia—. Lo tenía todo planeado, aunque debo admitir que me dejaste atónito cuando lo abandonaste de esa manera. Te subestimé, Ever. Tengo que reconocer que te subestimé. Pero, aun así, seguí adelante con el plan. Le dije a Ava que regresarías.
¿Ava?
Lo miro con los ojos abiertos de par en par. La verdad es que no estoy segura de querer saber lo que le ha ocurrido a la única persona en la que creía que podía confiar.
—Sí, tu buena amiga Ava. La única con la que podías contar, ¿verdad? —Asiente con la cabeza—. Bueno, pues resulta que me echó las cartas una vez (bastante bien, por cierto), y bueno… seguimos en contacto. ¿Sabes que huyó de la ciudad en cuanto te marchaste? También se llevó todo el elixir. Dejó a Damen solo en esta habitación, vulnerable, indefenso, esperando a que yo llegara. Ni siquiera se quedó por aquí el tiempo suficiente para comprobar si tu teoría era cierta. Supuso que ya estabas muy lejos o que, de todas formas, nunca te enterarías. Deberías tener más cuidado al elegir a las personas en quienes depositas tu confianza, Ever. No es bueno ser tan ingenua.
Trago saliva con fuerza mientras me encojo de hombros. Ahora ya no puedo hacer nada al respecto. No puedo volver atrás, no puedo cambiar el pasado. Lo único que puedo cambiar es lo que sucederá a continuación.
—Ah, y me encantaba ver cómo observabas mi muñeca para ver si descubrías el tatuaje del uróboros. —Suelta una risotada—. No sabías que todos elegimos el lugar donde llevar el tatuaje, y yo opté por el cuello.
Me quedo de pie en silencio, esperando escuchar más cosas. Damen ni siquiera sabía que había inmortales renegados hasta que Drina se volvió malvada.
—Fui yo quien lo inició todo. —Asiente con la cabeza y apoya la mano derecha sobre el corazón—. Soy el padre fundador de la tribu de los inmortales renegados. Aunque es cierto que tu amigo Damen nos dio a todos el primer trago de elixir, cuando los efectos empezaron a desvanecerse, dejó que empezáramos a envejecer y a arrugarnos y se negó a darnos más.
Hago un gesto de indiferencia con los hombros y pongo cara de exasperación. Garantizarle a una persona un siglo de vida no es algo que me parezca precisamente «egoísta».
—Y fue entonces cuando comencé a experimentar. Estudié con los más grandes alquimistas del mundo y conseguí superar el trabajo de Damen.
—¿De verdad lo consideras un triunfo? ¿Volverte malvado? ¿Dar y arrebatar la vida a voluntad? ¿Jugar a ser Dios?
—Hago lo que tengo que hacer. —Alza los hombros mientras se mira las uñas—. Al menos yo no dejé que los demás huérfanos se marchitaran. A diferencia de Damen, me interesé lo suficiente como para buscarlos y salvarlos. Y, sí, de vez en cuando recluto a nuevos miembros. Aunque te aseguro que no hacemos daño a ningún inocente, solo a aquellos que se lo merecen.
Nuestras miradas se encuentran, pero yo aparto la vista rápidamente. Damen y yo deberíamos haberlo visto venir; no debimos dar por sentado que con Drina se acababa todo.
—De modo que imagínate mi sorpresa cuando vine aquí y descubrí a esta diminuta… mocosa… arrodillada junto a Damen en su pequeño círculo mágico mientras su espeluznante gemela recorre la ciudad intentando preparar el antídoto antes de que caiga la noche. —Roman se echa a reír—. Y con mucho éxito, debo añadir. Tendrías que haberte esperado, Ever. No deberías haber roto el círculo. Esas dos se merecen mucho más crédito del que estabas dispuesta a darles, pero claro, como ya he dicho, tienes tendencia a confiar en las personas equivocadas. De cualquier forma, me limité a permanecer cerca de aquí, esperando a que aparecieras y rompieras el círculo protector, porque sabía que lo harías.
—¿Por qué? —Echo un vistazo a Damen y luego a Rayne, que sigue acurrucada en el rincón, demasiado asustada como para moverse—. ¿Qué diferencia hay?
—Bueno, eso fue lo que lo mató. —Se encoge de hombros—. Podría haber vivido así durante días si no hubieras atravesado el círculo. Es una suerte que yo tuviera el antídoto a mano para poder devolverle la vida. Y, aunque existe un precio, un enorme y elevado precio, lo hecho, hecho está, ¿verdad? Ahora no hay forma de volver atrás. No-se-puede-volver-atrás. Y tú entiendes eso mejor que ninguno de los que estamos aquí, ¿a que sí?
—Lo entiendo —replico, cerrando las manos en un puño. Me entran ganas de acabar con él ahora mismo, de eliminarlo de una vez por todas. Ahora que Damen está a salvo, Roman no es necesario, así que ¿qué habría de malo?
Pero no puedo hacerlo. No estaría bien. Damen no corre peligro, y no puedo acabar con la gente solo porque no me parezca buena. No puedo abusar de mi poder de esa forma. Un gran poder implica una gran responsabilidad y todo ese rollo.
Aflojo los puños y extiendo los dedos mientras él dice:
—Sabia elección. No quieres apresurar las cosas, aunque pronto sentirás tentaciones de hacerlo. Porque, verás, Ever, aunque Damen se va a poner bien, aunque recuperará la salud y se convertirá básicamente en todo aquello que alguna vez has deseado que fuera, me temo que eso solo te pondrá las cosas más difíciles. Porque pronto te darás cuenta de que jamás podréis estar juntos.
Lo miro. Me tiemblan los dedos y me escuecen los ojos. Me niego a creer lo que dice. Damen va a vivir… yo voy a vivir… ¿qué es lo que puede mantenernos alejados?
—¿No me crees? —Vuelve a encogerse de hombros—. Vale, sigue adelante, consuma tu amor y descúbrelo por ti misma. A mí me da igual. Mi lealtad para con Damen terminó hace siglos. No sentiré ni el más mínimo remordimiento cuando te lo tires y acabe muerto. —Sonríe sin dejar de mirarme a los ojos, y cuando ve la expresión incrédula de mi cara, la sonrisa se convierte en una carcajada. Una carcajada tan estruendosa que llega al techo y resuena en las paredes de la estancia antes de cernirse sobre nosotros como un manto de fatalidad—. ¿Te he mentido alguna vez, Ever? Venga, piénsalo. Esperaré. ¿No he sido sincero contigo siempre? Bueno, puede que me haya callado algunos detallitos insignificantes hasta el final. Quizá eso haya sido un poco travieso por mi parte, pero no ha hecho más que darle emoción a la cosa. No obstante, parece que ahora hemos llegado a un punto de revelación absoluta, así que me gustaría dejar claro, claro como el agua, que vosotros dos nunca podréis estar juntos. Nada de intercambiar vuestro ADN. Y, si no entiendes lo que eso significa, deja que te lo explique: jamás podréis intercambiar fluidos corporales de ningún tipo. Y, en caso de que también necesites que te traduzca eso, te diré que significa que no podréis besaros, lameros, mezclar la saliva con la del otro, compartir el elixir… ah, y por supuesto, tampoco podréis hacer lo que todavía no habéis hecho. Diablos, ni siquiera podrás llorar sobre su hombro para consolarte por no poder hacer lo que todavía no habéis hecho. En resumen, no podréis hacer nada. Al menos, el uno con el otro. Porque si lo hacéis, Damen morirá.
—No te creo —le digo. Mi corazón late a mil por hora y tengo las palmas de las manos empapadas de sudor—. ¿Cómo es posible algo así?
—Bueno, puede que no sea médico ni científico, pero sí que estudié con los más grandes en su día. ¿Te dicen algo los nombres de Albert Einstein, Max Planck, sir Isaac Newton o Galileo?
Me encojo de hombros, deseando que deje de decir nombres v vaya al grano de una vez.
—Permite que te lo aclare en términos simples: mientras que el antídoto por sí solo lo habría salvado anulando los receptores encargados de la multiplicación de las células dañadas y envejecidas, al añadir tu sangre nos aseguramos de que cualquier futura reintroducción de tu ADN los active de nuevo, con lo cual se revertiría el proceso y moriría. Pero no hace falta recurrir a la ciencia, solo saber que nunca podréis volver a estar juntos. Jamás. ¿Lo entiendes? Porque, de lo contrario, Damen morirá. Y ahora que te lo he dicho… el resto depende de ti.
Clavo la mirada en el suelo y me pregunto qué he hecho, cómo he podido ser tan estúpida como para confiar en él. Apenas lo escucho cuando añade:
—Y, si no me crees, sigue adelante e inténtalo. Pero cuando se desvanezca, no vengas a llorarme.
Nos miramos a los ojos y, al igual que aquel día que estábamos sentados a la mesa en el comedor del instituto, me veo arrastrada al interior del abismo de su mente. Siento su amor por Drina, el de Drina por Damen, el de Damen por mí, el mío por mi hogar… Y sé que todo eso ha resultado en «esto».
Sacudo la cabeza y me libero de él.
—Ay, mira, ¡se está despertando! —dice Roman—. Y está tan guapo y maravilloso como siempre. Disfruta del encuentro, encanto, pero ¡recuerda que no puedes disfrutarlo demasiado!
Echo un vistazo por encima del hombro y veo que Damen ha empezado a despertarse, que se despereza y se frota los ojos. Luego me giro hacia Roman con la intención de herirlo, de destruirlo, de hacerle pagar por todo lo que ha hecho.
Sin embargo, él se echa a reír y me esquiva con facilidad antes de encaminarse hacia la puerta. Esboza una sonrisa y me dice:
—No quieres hacerlo, créeme. Puede que me necesites algún día.
Me quedo de pie frente a él, temblando de rabia, tentada de enterrar el puño en su chacra más vulnerable para ver cómo se desvanece para siempre.
—Sé que ahora no me crees, pero ¿por qué no te tomas unos momentos para pensarlo bien? Ahora que ya no puedes abrazar a Damen, pronto empezarás a sentirte muy, pero que muy sola. Y, puesto que me enorgullezco de ser de los que perdonan, estaré más que dispuesto a llenar ese vacío.
Entorno los ojos y levanto el puño.
—Y, además, está el hecho de que tal vez exista un antídoto para el antídoto… —Sus ojos se clavan en los míos y me dejan sin aliento—. Y, puesto que fui yo quien lo creó, solo yo lo sé con seguridad. Así que, tal y como yo lo veo, si me eliminas, acabarás con cualquier esperanza de poder estar con él otra vez. ¿Estás dispuesta a correr ese riesgo?
Nos quedamos allí, vinculados de la forma más execrable, con las miradas entrelazadas, inmóviles. Hasta que Damen pronuncia mi nombre.
Y, cuando me doy la vuelta, veo que es él. Ha recuperado su esplendor habitual y se levanta del sofá mientras yo corro hacia sus brazos. Siento su maravillosa calidez cuando aprieta su cuerpo contra el mío y me mira de la forma que solía hacerlo… como si yo fuese lo más importante de su vida.
Hundo mi cara en su pecho, en su cuello, en su hombro. Todo mi cuerpo hormiguea y recupera el calor mientras susurro su nombre una y otra vez. Mis labios se deslizan sobre el algodón de su camisa, deseando su calidez, su fuerza. Me pregunto si seré capaz de encontrar una forma de explicarle la horrible jugarreta que nos han hecho.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta mirándome a los ojos mientras se aparta un poco—. ¿Te encuentras bien?
Echo un vistazo alrededor de la estancia y descubro que Roman y Rayne han desaparecido. Luego contemplo sus ojos oscuros y le pregunto:
—¿No te acuerdas?
Niega con la cabeza.
—¿De nada?
Se encoge de hombros.
—Lo último que recuerdo es la noche del viernes en la obra. Y después de eso… —Frunce el ceño—. ¿Qué lugar es este? Porque está claro que no es el Montage, ¿verdad?
Me apoyo contra su cuerpo mientras nos dirigimos a la puerta. Sé que tendré que contárselo… tarde o temprano… pero quiero evitarlo mientras pueda. Quiero celebrar su regreso, celebrar que está vivo y que estamos juntos de nuevo.
Bajamos las escaleras y abro el coche antes de decirle:
—Has estado enfermo, muy enfermo, pero ya estás mejor. Es una historia muy larga, así que… —Arranco el motor mientras él coloca la mano sobre mi rodilla.
—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora? —pregunta al tiempo que pongo marcha atrás.
Siento su mirada clavada en mí, así que respiro hondo y salgo a la calle, decidida a pasar por alto la pregunta que encierra esa pregunta. Sonrío y respondo:
—Lo que nos dé la gana. El fin de semana acaba de empezar.